A menudo la complejidad que manejamos es invasiva e inabarcable. Y es entonces cuando nos inclinamos a acudir a ciertos rituales de economía, a diestros procesos de ahorro y moderación, a practicar una medida parsimonia que nos proporcione el necesario progreso.
Cuando nos enfrentamos a procesos donde debemos vencer un contenido enredo, un reiterado entrelazamiento de variables, tendemos a valernos de métodos y habilidades con los que contrarrestar las muchas indeterminaciones que dificultan llegar a los resultados buscados. Ese denodado control de todo aquello que produce los avances significativos depende inevitablemente de una aprendida capacidad de elección pero también de saber involucrar una adecuada exactitud. De decidir ese corte o incisión que nos pueda dirigir a lo conciso, sucinto y exacto. Y esa sustracción selectiva, esa abstracción, consigue elevar la solución y la intención.
Muchos recuerdan el arcano medieval de Ockam que ante la disyuntiva de opciones probables se limitaba a proponer inclinarse hacia la corrección de una decantada simplificación, pero resulta conveniente descender al más contemporáneo aforismo que sostiene que todo se debería entender tan simple como sea posible, pero no más simple.
Lo simple es, literalmente, lo que no tiene pliegues, lo que carece de realces, arrugas, asperezas o adornos. Su virtud principal puede que sea la claridad. Pero, por contra, su exceso puede resultar decepcionante y banal. Hallar el equilibrio de lo controladamente complejo resulta a la vez de no inmediato siempre atractivo y luminoso.
La búsqueda de lo estricto es en sí un bello objetivo pero, facta non verba, conseguirlo no supone sólo un cabal planteamiento aislado requiere mantener una actitud constante y real de limpieza propositiva. En la evolución el éxito está en la selección. Las decisiones no son nunca autónomas y conllevan cadenas de consecuencias. El verdadero avance resulta cuando se logra conservar un criterio descontaminado de categorías superfluas. Cuando se sostiene la adecuada actitud en la que la indagación selectiva conlleva precisiones constantes. Y libres.
Sea dicho con todo cariño. KISS (Keep It Simple Stupid)
Sergio de Miguel, Doctor arquitecto
Madrid, Enero 2019
Comenzamos el año viajando hasta Barcelona para charlar con Marc Longaron, librero, arquitecto y director general de la Cooperativa d’Arquitectes Jordi Capell, para charlar sobre publicaciones y la gestión de esta libreria tan especial.
«Mi vida creo que ha sido lo menos programado que he visto jamás en nadie, casi todo lo que me ha pasado ha sido casual, mi único mérito (si es que lo hay) ha sido saber aprovechar las casualidades que me surgían para hacer aquello que me parecía más difícil en cada momento».
Marc estudió arquitectura posiblemente por influencia de familia, en concreto su padre y de su abuelo materno. El primero era ilustrador y mientras que el segundo era maestro de obras (construyó edificio emblemáticos en Barcelona como La Ricarda, el estudio taller Coberó o la editorial Gustavo Gili). Pero en realidad Marc, de niño, quería ser banquero y ornitólogo. Banquero porque le gustaba jugar con las monedas, su ruido, su estética, todo le parecía sumamente hermoso de ese mundo (más tarde descubrió que además de jugar con ellas las monedas tenían una utilidad extra que no tenían otros juguetes: poder comprar de todo). Y, ornitólogo, porque le apasiona -y le sigue fascinando- la naturaleza, pero sobre todo los pájaros.
«Poder volar a una altura razonable era mi sueño de niño».
El paso de tiempo hace que comprenda que tanto arquitectura como ingeniería eran muy interesantes, ya que con una se podían hacer casas y con la otra se podían fabricar utensilios para mejorar la vida de las personas.
«En realidad, entendía ambas profesiones como una manera de mejorar el mundo más que una manera de conseguir un buen estatus o una posición económica burguesa».
La madurez y el interés hace que Marc se decante por eso de construir, tanto que «le gustaba el olor a cemento portland con el que trabajaba los veranos para rehabilitar la masía que habían comprado mis padres«.
«Me gustaba trabajar de albañil, de carpintero, de lampista, y así empezó todo. Trabajando con las manos».
Luego ya empezó arquitectura en la ETSAB donde estuvo unos cuantos años compatibilizando estudios con el trabajo típico de tantos estudiantes (como colaborador en estudios de arquitectos como Soler-Morató o Espinet-Ubach).
¿Cómo se definiría Marc?
Las personas más próximas dicen de mí que soy dominante y exigente, al mismo tiempo que optimista, sociable y muy activo. De esto último doy fe, del resto tengo mis dudas.
Como te decía al principio, una nueva casualidad. Cuando acabamos la carrera montamos con compañeros de la ETSAB un estudio, luego otro y finalmente uno de definitivo. Una cooperativa de arquitectos llamada INSITU. En todos ellos siempre trabajábamos de manera cooperativa. Yo, por ejemplo, hice 9 maquetas de PFC antes de la mía. Nos ayudábamos entre nosotros y así éramos capaces de avanzar mucho más rápido que estudiando solos.
Terminamos la carrera en años de mucho trabajo, en 1996. Todo estudiante que salía de la ETSAB tenía trabajo. Yo además compatibilizaba el trabajo como profesional liberal con el de coordinador del primer libro de la Fundación Caja de Arquitectos (la Guía de Arquitectura Española de Carlos Flores y Xavier Güell) Y, por casualidad un día me llamó el director de la Cooperativa d’Arquitectes Jordi Capell |«la Capell» para proponerme formar parte de la Cooperativa. Y así empecé. Trabajando una “horillas” para la cooperativa en ayudar a los compañeros que querían informatizar sus estudios (los últimos años de carrera me metí de lleno en el mundo del CAD).
El inicio en la Cooperativa fue genial. Me atrapó el reto y poco a poco fui desapareciendo del estudio que había montado en unos años locos de trabajo. El reto de aprender en la Cooperativa era mayúsculo. No me esperaba en absoluto que el mundo de la empresa me interesara. Siempre lo había percibido como una gilipollez, eso de ejecutivos y ejecutivas no era lo mío ni mucho menos. Pero el reto me fascinó, tanto, que me llevó a estudiar nuevamente durante muchos años en diferentes escuelas de negocios (y te aseguro que había acabado arquitectura con ganas de no tocar ningún libro que no tuviera fotos durante los años venideros)
En 2006 tenía claro que mi objetivo profesional era dirigir la Cooperativa, una empresa de 100 trabajadores. Ese mismo año fui nombrado director de personal. Allí solo me explicaron cómo se realizaba un proceso de selección, en esos años no se despedía a nadie. A finales de 2007 ya había empezado a despedir y en entre 2007 y 2010 despedí a más de 70 personas. Fue muy duro. Especialmente para las personas que tuve que despedir. Otra vez el reto me hizo aprender y me hizo construirme a nivel personal en ámbitos que no hubiera imaginado nunca.
«A mí me tocó aplanar la estructura de la empresa, destruir los silos de información, cerrar la mayoría de tiendas, digitalizar la empresa y llevarla a otros ámbitos de interés, si no lo hubiéramos hecho así posiblemente ya no existiría».
¿Has tenido que complementar tu formación y trayectoria profesional para dirigir Cooperativa d’Arquitectes Jordi Capell |«la Capell»? ¿Consideras que estudiar arquitectura ha sido importante para desarrollar tu trabajo actual?
Cuando acabé la carrera, como todos y todas, tenía la sensación de no saber hacer una “o” con un canuto. En principio sabíamos hacer de todo pero en realidad no sabíamos ni revisar los negativos de un forjado. Pues imagínate ponerte a dirigir una empresa sin conocimientos financieros, jurídicos, de management o de personal.
«Me pasé años y años formándome en todo lo que podía vinculado al mundo de la gestión empresarial. De hecho, hace unas semanas he finalizado una formación dedicada a dirección de proyectos complejos en una escuela de negocios. Soy consciente que ya nunca dejaré de estudiar. Pero eso forma parte de nuestra generación, la formación continua».
Estudiar arquitectura ha sido clave. Son los estudios que me han dado la base que tengo actualmente y no los cambio por nada en el mundo. Pero no por ello me gusta cuando se dice habitualmente eso de: somos una profesión transversal que sirve para mucho más de lo que la sociedad se cree. Somos arquitectos y tenemos los estudios (muy viejunos por cierto) que sirven para lo que sirven y no para todo. No somos ninguna aspirina de la sociedad (de amplio espectro) Nuestra profesión hace años que no tiene el peso que tenía, la sociedad nos ha ido marginando y otros profesionales ocupan los puestos clave y cuando antes lo aceptemos antes encontraremos soluciones. Lo peor del sordo no es ser sordo, es no saber que uno es sordo porque no entiende lo que le dicen.
El día de la Capell es muy bestia. Somos un equipo muy reducido, adecuado a la capacidad de facturación actual y por lo tanto el papel del señor arquitecto que dirige una empresa desde un despacho en lo alto de su torre de marfil no existe. Yo soy un director que dirige pero que se agacha para recoger un papel del suelo de la tienda.
Mi ritmo empieza a las 6.30AM y termina habitualmente a la 01:00 AM de lunes a domingo. Unos días en la mesa de la Cooperativa y otros días en la mesa del comedor de casa. Por suerte tengo muchos colaboradores en la Cooperativa que aman también la Cooperativa y dedican mucho más esfuerzo del que su convenio indica, eso da mucha fuerza para seguir con una intensidad que nunca hubiera imaginado.
La Coordinación y vigilancia en un equipo como el de la Capell que está muy rodado ocupan un porcentaje muy pequeño de mi tiempo. El equipo ya sabe como soy y mis manías y sabe que mi obsesión es obtener excedente positivo para poder reinvertirlo en la propia Cooperativa. Sin excedente (beneficio en las sociedades mercantiles) no hay futuro.
El trabajo de director tiene diferentes facetas y hay que estar atento para poder equilibrarlas todas en la medida que lo requieren: coordinar el equipo cuando es necesario, ayudar al Consejo Rector en la definición de la estrategia y su puesta en marcha, acompañar a los socios y socias en todo lo que necesiten y estar atento a todo lo que va apareciendo (no solo libros, revistas, objetos de diseño, si no también nuevas herramientas de gestión, sistemas de relación con los socios, etc.).
La Cooperativa inició su andadura en julio de 1976 con una vocación muy clara de dar servicio a los arquitectos y las pocas arquitectas de aquellos años. Con los años algunas de las necesidades de los socios cambiaron y la Cooperativa se tuvo que ir adaptando, esa adaptación inicialmente era bastante lenta, en cambio, en este siglo XXI, es muy acelerada.
Por ejemplo, la papelería inicialmente ocupaba el 50% de la actividad de la empresa y la librería y la copistería otro 50%. La copistería casi ha desaparecido y la papelería nada tiene que ver con aquella de los 70 en que los rotring y los compases tenían un papel estelar. La forma de hacer llegar la librería a los socios también ha cambiado, pues antes los socios venían al Colegio a visar sobre todo por la mañana. Ahora vienen cuando acaba la jornada, pero ya no para visar. Es cuando la cultura y la librería entran en escena, por ejemplo, este año hemos realizado más de 60 presentaciones de libros que permiten llenar la librería y dar a conocer nuevos libros.
Antiguamente la Cooperativa daba servicio exclusivamente a socios que debían ser arquitectos. Desde hace 20 años la Cooperativa ofrece los productos “habituales” de los arquitectos a la sociedad, un paso muy interesante por llevar la cultura propia de la arquitectura a la ciudad, cosa que solo se puede hacer gracias al carácter transversal de nuestra profesión.
Al tener 4 líneas de desarrollo (librería, papelería, informática y objetos de diseño) las referencias en temas de producto son sobre estas cuatro miradas. Por ejemplo en librería Stout o Copyright me parecen excepcionales. O en papelería present&correct es excelente. Y evidentemente siempre hay en la cabeza referentes como Vitra.
Por lo que se refiera al management, a la forma de dirigir la empresa los referentes son muy variopintos. El mismo Jordi Capell por todo lo que me ha llegado de su viuda y sus hijos, también Antonio Ferrer, socio fundador y uno de los grandes impulsores de la Cooperativa o Jordi Viola, anterior director general y quien la llevó a su cumbre. Y, evidentemente managers como Peter Drucker o Peter Senge.
Como te decía un par de preguntas antes, el público empezó siendo los arquitectos y arquitectas exclusivamente, luego otros profesionales como aparejadores, ingenieros o interioristas. Actualmente el público es mucho más amplio dado que la Cooperativa no vende únicamente a socios profesionales (aunque siguen siendo el gran grueso de las ventas) y dentro de ese mundo amplio tienen cabida personas que se sienten atraídas por el diseño o por la arquitectura y su capacidad por impregnar con un look&feel y un sentido muy especiales. Notas claramente la diferencia entre un libro de arquitectura y uno de cualquier otra cosa, o un objeto bien diseñado que habitualmente tiene una historia apasionante detrás suyo.
El proceso de captación es principalmente orgánico. Nosotros no empujamos al público a que nos compre, ni estamos en medios poniendo publicidad, ni tenemos comerciales agresivos que se dediquen a llamar a los socios con ofertas raras. Si que avisamos a los socios si hay una oferta que a ellos en concreto les pueda servir específicamente pues es parte del servicio pero, más que vender, a nosotros nos compran.
Somos una cooperativa y nuestros valores son los propios de la economía social, libre entrada y libre salida cuando te haces socio de la Cooperativa, eso se impregna en todos los puestos de trabajo de la empresa.
¿Estableces sinergias con otros campos?
Por supuesto, la Cooperativa está constantemente haciéndolo. La primera con el propio COAC, damos servicio a los colegiados, también con la ETSAB pues somos su librería y nuestro objetivo es para con estudiantes y profesores de la Escuela. Pero también con otras empresas vinculadas a la arquitectura como Casa Vicens (la primera casa de Gaudí) o con el Palau de la Música Catalana (de Domènech i Montaner) Con todos ellos intentamos aunar esfuerzos para promover la cultura propia de la arquitectura.
¿Cómo y para qué utilizas las “nuevas tecnologías”? ¿La “red” ha facilitado tu labor? ¿En qué sentido?
Soy un friki de las tecnologías. Todo lo que tenga algo que ver con la informática me atrae. Ya antes de empezar la carrera estaba obsesionado con la informática, una obsesión que nunca ha disminuido y que desde hace años pongo al servicio de la Cooperativa.
Las nuevas tecnologías me sirven para acelerar procesos, antiguamente las compras eran mucho más lentas que ahora, actualmente el proceso de compra es rápido, casi sin contacto personal. La tecnología ahí juega un papel fundamental. La tecnología nos sirve para saber que le interesa al asociado, que ha comprado, que le puede interesar, …
Respecto a la red, tengo que decirte que no me creo en exceso sus capacidades prometidas. Por ejemplo con las redes sociales, creo que todavía han de demostrar que son sociales. Si son redes pero de sociales más bien poco. En la mayoría de ocasiones son grandes silos de comida rápida (visual en caso de Instagram).
Por el contrario si creo mucho en la web (o los foros especializados de desarrollo) como herramienta profesional. La web permite llevar (en el caso de la Capell) novedades a los socios, o explicar cosas que nos parecen interesantes. Y, en un futuro muy próximo, generaremos una plataforma de trabajo muy potente que podrá dar más herramientas a los socios y socias de la Cooperativa.
¿Compaginas o complementas esta actividad con otras labores o en otros campos?
Sí, compagino mi vida con otras actividades, aunque no soy monotemático si soy un workalcoholic. Me gusta salir a trotar por el monte, montar grupos de interés fuera de la arquitectura o trabajar en el museo de mi padre. Pero el 99% de mis horas disponibles son para la Cooperativa.
La arquitectura, tiene abiertos muchos frentes de batalla (LSP, Bolonia, paro, precariedad laboral, COAs, ETSAs, emigración, comunicación, etc), ¿no serán demasiados para la polarización existente dentro de la misma?
Se me hace difícil responder a esta pregunta con la seriedad que requiere el tema pero sí te puedo decir que desde hace años nuestra profesión arrastra un déficit importante de ilusión, no te hablo de grandes estudios que vuelan alto y allí el tiempo (como cuando vuelas por encima de las nubes) es soleado. Te hablo del 95% de los compañeros que parece a menudo que estén buscando el sentido a sus vidas.
«La arquitectura es una profesión correosa y de fondo, hace falta insistir, insistir e insistir y eso no está muy de moda. Ahora todo el mundo quiere vivir con los bitcoins, si suben vende y si bajan compra para ser rico en 5 minutos con lo que aprendes del curso de traiding en tiktok».
Hasta los arquitectos que están por encima de las nubes trabajan un montón para poder dar de comer a las estructuras que han montado pero ellos al menos tiene un plus de ilusión.
No te hablo de la precariedad laboral que evidentemente existe en arquitectura y en un montón de profesiones o ¿acaso los médicos son millonarios? Hablo de la diferencia entre lo que esperábamos al finalizar la carrera y lo que nos hemos encontrado. Vivimos resignados dentro de una neotopía desde el 11 de septiembre de 2001. Cambiamos el pensamiento utópico del siglo XX -en el que el futuro era esperanzador- por un desánimo y la creencia que todo va a ir peor. Eso es lo que me preocupa. Evidentemente no llegaremos a ricos, pero al menos no desperdiciemos nuestra vida pensando en que nosotros sí nos merecíamos hacer el auditorio de Sidney y no Utzon.
En la época Reagan y Teacher se construyó un relato para poder controlar las masas sin necesidad de usar los sistemas de contención tradicionales y eso ha funcionado. Estamos anestesiados. Nos hemos creído una gran mentira y así nos va.
Tenemos una profesión excepcional, hay que cambiar muchas cosas pero para hacerlo lo primero es cambiar nosotros. No se puede ir a negociar nada si lo único que esperas es que no te quiten lo que has conseguido porque el futuro va a ser peor. Las grandes obras de arquitectura se construyeron cuando los maestros ya tenían más de 50 años, ¿te imaginas a Charlotte Perriand, Steven Hall o a Le Corbusier con nuestro desánimo generalizado negociando con la familia Nehru la cubierta del Palacio de la Asamblea de Chandigarh? A los que tenemos 50 años ¿qué piensas hacer tú?
¿Cómo ves el futuro de la arquitectura? ¿Y el de la profesión?
Sigo pensando que la arquitectura tiene un futuro extraordinario, las condiciones de la humanidad cambian constantemente y hay que readaptarlo todo a esa velocidad. Si queremos ser nosotros los que lo hagamos hay que trabajar a fondo con los objetivos sociales de la profesión.
En el mundo sigue habiendo los mismos problemas que hace 100 años pero todo se ha acelerado. En Europa la higiene ya no es una emergencia pero en más del 50% de los países del mundo sigue siéndolo. Y en el primer mundo los problemas relacionados con la calidad de vida no han desaparecido.
Estar allí o no estar depende de nosotros. Presentarse a las puertas del futuro pensando que no hay futuro para la arquitectura o para la profesión no me parece en absoluto una opción.
¿Qué mejoras crees que son fundamentales y que deberían ser puestas en marcha de forma inmediata?
Como en la pregunta anterior, yo soy un humilde librero por lo que no me veo capacitado para responder adecuadamente (o que mi respuesta sirva para nada). Pero si creo que urgentemente es necesario pasar de pantalla y eso empieza en las ETSA.
«Si la profesión de arquitecta o arquitecto no existiera ¿Cómo la crearíamos? Me gustaría que gente con fuerza necesaria y capacidad de mando hiciera el ejercicio de darle la vuelta a la profesión».
Hay profesiones que lo han hecho con un éxito espectacular. Por ejemplo: cocineros eran una profesión totalmente degradada dentro de la sociedad y ¡mira ahora!
Como “emprendedor”, ¿qué opináis de los arquitectos que “abren y/o recuperan” nuevos campos y/o enfoques de la profesión?
No creo que yo sea ningún emprendedor (tal como se entiende el palabrejo) en todo caso si intento emprender proyectos empresariales dentro de una empresa lo cual es diferente.
No creo en reinventarse sin más. Me parece una memez la frase “hay que reinventarse” Lo que me parece interesante es no dejar de mirar a tu vecino, a tu panadero a personas concretas y encontrar que podemos hacer para esa persona “concreta” nosotros desde nuestra profesión. No creo en eso de generalizar para encontrar la solución, creo en particularizar y si funciona entonces generalizar, no al revés.
Pero siempre con un objetivo claro: voy a hacer algo porque alguien me lo va a pagar.
A mi me parece sensacional que nuestra profesión esté en los juzgados (debería estar todavía más dado que sus señorías no tienen -lógicamente- conocimientos profesionales sobre arquitectura) me parece sensacional que haya arquitectos que se hayan pasado a los videojuegos haciendo arquitectura y me parece sensacional que nuestra profesión se vaya especializando en ramas menos genéricas. Pero me parece fatal que eso se deba hacer la mayoría de ocasiones a nivel individual y no sean las ETSA o los COA los que promuevan (metiendo “pasta” a raudales) ese “abrir/recuperar” nuevos campos. Hace falta invertir de verdad, no hablo de partidas del 1 o del 2%, nuestro retraso en este cambio es enorme y por lo tanto requiere de una inversión enorme o en caso contrario será tan solo una anécdota como hasta ahora.
¿Estas contento con la trayectoria realizada hasta ahora? ¿Qué proyectos de futuro te esperan tanto personal como profesionalmente?
Contento no lo estoy nunca. Ningún día estoy contento, vivo dentro de la autocrítica, pero no dentro de la resignación. Para mi la frase “es lo que hay” no existe. Pero si existe “esto me podría haber salido mejor” o “cuando lo vuelva a hacer lo haré así”.
Por lo que respecta a los proyectos de futuro ahora mismo estoy en tres retos que me parecen increíbles:
1. Crear la librería de arquitectura más grande del mundo (en red, evidentemente).
2. Abrir una tienda 3 veces mayor que la actual para mostrar a la sociedad objetos de diseño y libros de arquitectura.
3. Transformar la Cooperativa en una empresa de servicios para los socios y socias.
Posiblemente no los termine, antes me habré muerto por lo que espero saber encontrar a alguna persona que le apetezca seguir con ellos, aunque bien mirado, si estoy muerto eso me importará bastante poco.
Para acabar, ¿qué le aconsejarías a los actuales estudiantes y futuros profesionales de arquitectura?
¿Tú crees que yo soy nadie para aconsejar algo a una persona que no conozco de nada? No me veo como un influencer ni un profesor de nadie y menos todavía un consejero de un o una estudiante a la que no conozco.
Lo que me diría a mi mismo si volviera a empezar sería:
«Ama la arquitectura como a tu hijo o a tu hija y nunca vayas contra la arquitectura en nada de lo que hagas».
Se crítico para que la rabia que hay entre lo que querías y lo que en realidad te salió te de la fuerza para ir todavía más lejos la próxima vez.
Y, sobre todo, lee libros, constantemente, nada de pantallas, solo papel y lápiz para subrayar una y otra vez.
Situadas en Vidrà, en plena belleza de la Bisaura, a medio camino entre las comarcas de Osona, Ripollès y Garrotxa, se proyectan dos viviendas adosadas. El predio, ubicado en la calle Font, tiene una topografía desafiante con más de 4 metros de desnivel norte-sur.
El vial, en la fachada sur, tiene una pendiente de más del 20% y rodea la casa hasta desembocar en un espacio abierto sensiblemente más llano al norte, un lugar muy agradable para estar en verano.
Por otro lado, el solar disfruta de una muy buena orientación, con sol todo el día y unas vistas privilegiadas sobre el paisaje, la sierra de Bisaura, el pueblo y, sobre todo, la iglesia y su campanario.
El emplazamiento de las dos casas unifamiliares de madera
Este proyecto ha sido impulsado por la empresa de carpintería Vivet de Vidrà, propietaria del solar. Los principales objetivos del proyecto son, por un lado, conseguir un bajo impacto ambiental y una alta eficiencia energética; por otro, ofrecer un proyecto de alta calidad a un coste competitivo y, finalmente, proponer una arquitectura totalmente integrada en el paisaje.
El triple enfoque
Para lograr este triple enfoque, se considera:
En primer lugar, trabajar con materiales desnudos y neutros; con la intención de aprovechar al máximo las características de cada uno reduciendo el impacto ambiental en el proceso de edificación. Por ello, se propone un gran zócalo de hormigón que resuelve los desniveles del solar y, una vez ejecutado, todo el proyecto se desarrolla con construcción en seco mediante estructura de madera contrachapada, acabados interiores de paneles tricapa de abeto, aislamiento de fibra de madera y ventilación fachada con panel composite de madera-cemento. Además, se apuesta por minimizar el número de aperturas y, las imprescindibles, estar situadas estratégicamente para conseguir una buena radiación solar y evitar pérdidas. De esta forma, las viviendas se comportan muy bien ya que casi no se producen roturas de canales de calor, reduciendo al mínimo el consumo energético a lo largo de su vida útil.
En segundo lugar, se ha priorizado la estandarización y el modelado BIM. Toda la organización del espacio interior sigue la modularidad de 1,25 de los paneles. Esto evita el desperdicio de material y reduce significativamente los costos. Esto significa que casi no se generan residuos en el sitio. Por otro lado, el plano de planta es un ejercicio de eficiencia programática. Se ha construido el menor espacio posible manteniendo la calidad espacial. No hay zonas de circulación inútiles; toda la planta se organiza en torno a un núcleo húmedo que agrupa baños, cocina y todos los servicios (agua caliente, calefacción, electricidad y datos, desagües…). De esta forma encontramos un espacio central de alta tecnología, que libera a las fachadas de compromisos técnicos más allá del aislamiento.
Finalmente, la estrategia de diseño y materiales es consecuencia de la interpretación del paisaje de Bisaura. No sólo la madera, las tejas y los paneles mixtos de la fachada evocan el paisaje y su apariencia, sino que también se destaca el volumen en sí, las pequeñas aberturas verticales, las grandes aberturas en la fachada sur, casi como escapes. Se destaca el impacto volumétrico de una pieza casi abstracta arraigada en el paisaje, como las grandes masías del siglo XIX tan características de Vidrà.
El resultado
En definitiva, se trata de un proyecto que, más allá de las exigencias medioambientales y los costes de ejecución, da una solución eficaz a las necesidades básicas del habitar: un pequeño cobijo que responde a la capacidad emocional de la arquitectura.
En las últimas décadas la arquitectura y las reflexiones alrededor de los problemas a los que busca solución fueron cobrando mayor protagonismo en nuestra sociedad. Por tanto en en dicho contexto se desarrolla la serie documental ideada por Eloy Lozano presentada con el título de La idea construida.
En el capítulo de «La idea construida», el arquitecto Fernando Blanco Guerraconversa con la cámara mientras hace repaso de un “collage” temático en el que la arquitectura aparece como fijador de la expresión de los sentimientos y de las habilidades de una sociedad.
Este “Collage” refleja el mundo de inquietudes y preguntas con las que se enfrenta a la hora de realizar una obra.
Obtuvo el título de Arquitecto en 1974 por la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona. Es Catedrático del área de Proyectos Arquitectónicos del Departamento de Proyectos Arquitectónicos y Urbanismo de la Universidad de A Coruña y ejerce la docencia en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de A Coruña desde 1986.
Habitarla incertidumbre es permanecer expectante -nunca atrapado – (por un espacio de tiempo) en el umbral de dos instantes: el del espacio del pensamiento, y el de la duda, la misma que subyace a la espera de nuestras decisiones.
Aquello que por asomo aparece es la declaración de existencia de ese espacio que habita entre el pensamiento y la duda; es la voz interior que se pronuncia -a veces- como bostezo y otras como exigencia. Por ello, cuando tomamos el lápiz estamos a punto de vencer la desidia del hacer, y para la incertidumbre una posible amenaza por agotarse.
El trazo, cuando aparece ya es un viejo inquilino en el espesor del carboncillo, habitando los rincones del intenso trazo, su espacio mide la distancia entre los muros delineados. Luego de su fulgurante aparición se sienta a descasar en ese regazo de la duda, la observa, habla con ella, luego se desdice de su decisión, vuelve a levantarse.
La duda, al viajar por la mente va componiendo una urdimbre invisible de surcos, canales y caminos sinuosos muy tenues, dejando por doquier meandros y campos arados. Cuando vuelve la mano para declararnos geógrafos del trazo, colonos acuciosos y experimentados exploradores de nuestra cartografía.
Por ello habitar en el zaguán de la incertidumbre nos da la posibilidad de dudar entre salir del pensamiento o desvirtuar la duda. Es por ello que seguimos dibujando a mano, para habitar fuera de nosotros, para hablarle a la arquitectura de lo que pensamos y también para contarle quienes éramos ante la duda, incluso antes de tomar el lápiz, incluso antes de tomarlo otra vez, incluso…
Una sala, un grupo de dibujantes; papel y rotuladores. Tabaco, camisas blancas y melenas ensortijadas. A medio camino entre un fumadero de opio y un cuadrilátero pugilístico, este programa emitido en Francia en los años setenta sigue siendo hoy una invitación a dibujar. Desde el ejemplo, desde la acción.
Morris, Uderzo, Peyo, Franquin y tantos otros tomaron parte en estos duelos a vida o muerte. La aristocracia del cómic francoblega. Pero siempre hay un combate más encarnizado que el resto, una batalla memorable, de esas que traspasan generaciones: en 1972, Tac au Tac reunió a Moebius y Hugo Pratt. El resultado fue una lección de dibujo hipnótica y magistral.
En la memoria, Jijé observando tranquilo, sosteniendo un puro entre sus dedos como trasunto de aquella pistola humeante de Wyatt Earp al abandonar el O.K. Corral.
Vivimos rodeados por ella, pero apenas la notamos. De todas las artes, la arquitectura es quizá aquella de la que nos sentimos más alejados: la vemos en mansiones y monumentos y nos olvidamos de que nuestra vida ocurre literalmente dentro de ella.
Este es un libro contra ese olvido. Contra una mirada tecnificada y aburrida de nuestro entorno. Porque la arquitectura es precisamente todo lo que nos rodea: lo que hace que nos sintamos a gusto en casa y determina cómo nos movemos por nuestros barrios.
¿Sabías que en Ibiza se levantó una ciudad instantánea de plástico? ¿Que Inglaterra puso un impuesto a las ventanas porque solo los más ricos podían permitirse una casa con mucha luz? ¿Has pensado en cómo sería vivir en una casa con paredes transparentes o sin cocina?
En Arquitectura de andar por casa, Lope de Toledo nos lleva de la mano por los elementos básicos de cada hogar y nos cuenta su historia y sus infinitas posibilidades, ayudado por referencias tan conocidas como Friends o Los Simpson. Porque no hace falta irse lejos para disfrutar de un arte en el que pasamos cada uno de nuestros días.
Luis Lope de Toledo (@lopedetoledo en redes) es arquitecto y comunicador. Desde sus cuentas divulga contenidos de arquitectura para todos los públicos y reivindica el reaprender a mirar y a disfrutar de los edificios que están presentes en la vida de todos. Colabora con medios tradicionales como Radio Nacional de España, El País y Yorokobu, ha escrito y locutado un podcast para Fundación Telefónica e impartido cursos y conferencias en universidades nacionales e internacionales.
Escenarios de diálogo entre arte, naturaleza y arquitectura
“La atmósfera puede ser una conjunción de impresiones personales y emocionales del espacio, pero esta conjunción se reproduce mediante el ensamblaje objetivo de los materiales, las proporciones espaciales, el envejecimiento de los materiales, las conexiones de los materiales y las conexiones con el lugar u otros edificios, ritmos, luz, etc.”
Gernot Böhme
Art-Sauna se entiende como una continuación del recorrido emocional de todo el complejo del museo Gösta Serlachius. La experiencia de los visitantes del museo es mucho más que el acto de observar el arte dentro de un espacio ad-hoc, se trata más bien de un recorrido que encadena momentos en los que se mezclan paisaje, arte y arquitectura. En este sentido, el Art-Sauna recibe al visitante y ofrece continuidad de esa experiencia, ahora, en una escala aún más sutil, doméstica, íntima.
El lugar desde el recorrido
Una de las principales estrategias arquitectónicas implementadas fue la de fusionar el nuevo espacio de Art-Sauna con la topografía de modo que se ha convertido en parte del paisaje.
En la zona sur del parque que rodea el Museo, en un momento donde el camino se acerca al nivel del agua, se crea una bifurcación muy discreta que conduce suavemente a los visitantes a un lugar “semi-secreto”. Es, en ese punto, desde la forma de aproximarse, que la experiencia Art-Sauna comienza.
El recorrido conduce al visitante hacia un porche acogedor, discreto, que lo prepara para lo que hay más allá. Todo el recorrido, interior y exterior, está definido por la constante presencia del paisaje finlandés, enmarcando las vistas privilegiadas con una arquitectura a base de muros de piedra natural y artificial, como un refugio y telón de fondo que piezas de arte especialmente trabajadas para este proyecto.
Hay un trabajo cuidadoso en la forma en que esta construcción se integra con el suelo. Los muros de contención dan forma a los espacios interiores y generan “patios” como mediadores donde la luz, las vistas y el arte abrazan sorpresivamente al visitante en su recorrido.
Interior-exterior
Fue una decisión de proyecto el romper el esquema de relacionar zona de vestuarios y habitación de la sauna (ambos espacios interiores). En cambio se deriva al visitante por un espacio singular, sorpresivo, un vestíbulo exterior, un patio como el atrio de la domus del templo romano que será precisamente la construcción cilíndrica dedicada a alojar la habitación o el templo de la Sauna.
El interior del templo de la sauna, por su geometría, ofrece una atmósfera íntima de comunidad, de pertenencia. Su interior trabajado con detalles delicados, como los perfiles de madera que simultáneamente definen asientos, recubrimientos y la vista que se abre hacia el arte y la naturaleza con el lago y el horizonte como fondo de la imagen.
Paisaje
La gran terraza está contenida en tres de sus lados, ya sea por la construcción o por la propia naturaleza que lo envuelve, abriéndose totalmente hacia el lago que tiene muy próximo.
La terraza está permanentemente habitada por la “Mesa Candela”. Esta pieza especialmente diseñada en memoria del arquitecto español Félix Candela que elegantemente conjugaba geometría y estática en estructuras espaciales centralmente apoyadas en un solo punto. La mesa Candela se ha trabajado con el mismo material que cubre las fachadas del edificio.
Piezas de hormigón prefabricados que de forma abstracta, por su tratamiento en superficie, se potencia la sencillez de su geometría arquitectónica.
Nuevamente en el interior, la zona lounge representa la idea de un ambiente muy doméstico y acogedor. Este ambiente conserva la escala de un hogar, pero al mismo tiempo tiene una versatilidad que le permite programar o propiciar diferentes configuraciones y acomodos, desde grupos de mesas de menor tamaño, hasta una mesa larga para hasta 30 personas.
El espacio interior
Este espacio está cubierto por un sistema singular de 4 bóvedas de madera que ha sido trabajado cuidadosamente para dar continuidad y amplitud al espacio que abraza y vincula de forma fluida los distintos ambientes. Esa fluidez es contrastada con un gran ventanal de 8m de largo que es capaz de enmarcar horizontalmente el paisaje y adentrarlo en la atmósfera interior de manera sorpresiva.
La zona de comedor se apoya en un área de cocina, una zona de degustación de vinos en torno a una mesa circular especialmente diseñada para arreglos móviles y una sala de estar junto a la chimenea. Por su ubicación junto a la terraza, esta chimenea da un doble servicio abriéndose también a las actividades al aire libre de la terraza.
Lógica material en sección
La lógica y el sentido común utilizados en el pabellón Gösta impulsaron este nuevo proyecto.
El pabellón se construyó entendiendo y potenciando la construcción de madera, liviana relacionada con el bosque, pero apoyada en un sólido zócalo de piedra artificial que pertenece al suelo. El nuevo espacio de la sauna pertenece al suelo, y este hecho abre un mundo de posibilidades para desafiar la construcción tradicional con aspecto natural, pues al estar al contacto con el terreno, cobra más sentido el uso de la piedra natural y la piedra artificial texturizada con un encofrado artístico de hormigón coloreado y estriado; siempre buscando una percepción fina y suave, cercana a un ambiente doméstico.
Superficie: 310 m2, 1.200 m2 (paisaje)
Cliente: Serlachius Art Foundation
SItuación Mänttä, Finland
Autores: Mendoza Partida (Mara Partida, Héctor Mendoza) – BAX studio (Boris Bezan, Mónica Juvera)
Socio Local: Planetary Architecture Oy | Pekka Pakkanen | Anna Kontuniemi
Equipo Mendoza Partida: Oscar Espinosa, Sereine Tremblay, Marc Sánchez, Alejandro Álvarez, Germán Bosch, Olga Bombac
Paisajismo: Gretel Hemgård
Comisario Arte: Laura Kuurne
Interiorismo: Rafael Berengena Maynegre
Fotos: Marc Goodwin, Archmospheres
Convocatoria 6ª Edición Premio Europeo AHI (Architectural Heritage Intervention)
El Premio Europeo AHI, certamen bienal organizado con el apoyo del Colegio de Arquitectos de Cataluña (COAC), el 19 de diciembre de 2022 abre su inscripción online.
La convocatoria, cuyo objetivo primordial reside en distinguir las intervenciones de calidad en el patrimonio construido en toda su dimensión y contribuir a su divulgación, permanecerá abierta hasta el 17 de marzo de 2023 a las 24:00 horas (GMT +1).
Ámbito de las obras presentadas al Premio Europeo AHI (Architectural Heritage Intervention)
El certamen, dirigido a todos aquellos profesionales y asociaciones vinculadas al Patrimonio Arquitectónico –arquitectos, sociedades de arquitectos, urbanistas, historiadores, arqueólogos…–, en su 6ª edición, contempla todos aquellos trabajos realizados o publicados en el periodo comprendido entre el 1 de enero de 2016 y el 31 de diciembre de 2022 en el ámbito geográfico europeo y que respondan a los requisitos de las 4 categorías en las que se divide el Premio.
Categorías del Premio Europeo AHI (Architectural Heritage Intervention)
Con la única excepción de la categoría Divulgación, donde se aceptarán trabajos realizados por autores europeos en otros territorios.
– Patrimonio construido
Todas aquellas intervenciones arquitectónicas, permanentes o efímeras, en bienes arquitectónicos de interés patrimonial. – Espacios exteriores
Todas aquellas intervenciones en el espacio público histórico, en entornos de monumentos y paisajes culturales. – Planeamiento
Todos aquellos trabajos de planeamiento dirigidos a la protección, conservación o puesta en valor del Patrimonio Arquitectónico. – Divulgación
Todas aquellas iniciativas, actividades y acciones que tienen como objetivo la divulgación de los valores del Patrimonio Arquitectónico.
El Premio Europeo AHI cuenta con un jurado internacional en cada edición, un comité de expertos con una acreditada trayectoria en el ámbito de la intervención en el Patrimonio Arquitectónico. El objetivo es dar visibilidad a un gran número de trabajos y reconocer el óptimo nivel de la buena práctica en intervención de Patrimonio en Europa. En la categoría de Patrimonio construido se destaca hasta un máximo de 15 seleccionados y en la de Espacios exteriores, un máximo de 10, de entre los cuales surgirán un premiado y finalistas en ambos casos. En las categorías de Planeamiento y Divulgación se seleccionan un premiado y finalistas.
La intención de los directores del certamen
En este sentido, desde 2019, entre todos los presentados, los directores del certamen –los arquitectos Ramon Calonge, Oriol Cusidó, Marc Manzano, y Jordi Portal– junto a un experto de renombre otorgan una Mención Especial de Restauración a aquella intervención que desde el punto de vista técnico y metodológico destaca por su calidad, precisión y respeto.
Además, todos los trabajos presentados formarán parte del catálogo que se edita al final de cada edición con el objetivo de documentar el certamen y se sumarán al Archivo AHI.
Un catálogo digital que cuenta con más de 1.100 entradas de 34 países europeos diferentes y que, a finales de este año, incorporará nuevos campos de búsqueda –programa, período, tipología…– convirtiéndose así, en una útil herramienta de análisis del ámbito de la intervención de nuestro entorno.
El Premio Europeo AHI en su anterior edición, coincidiendo con sus diez años de trayectoria, experimentó un crecimiento de un 25%, contando con casi 300 proyectos inscritos y 23 países representados. Cifras que aspira a consolidar y que constatan su madurez y su condición de referente europeo en el ámbito de la rehabilitación arquitectónica.
La entrega oficial de galardones tendrá lugar en junio de 2023 en Barcelona, en un acto público que coincidirá con la celebración de la VI Bienal Internacional AHI. Jornada de intercambio de conocimiento y experiencias que cuenta con un país no europeo como invitado y que se organiza desde la plataforma Architectural Heritage Intervention (AHI) con el soporte del COAC y la Generalitat de Catalunya.
Architectural Heritage Intervention (AHI)
Es una plataforma que contribuye a la revalorización del Patrimonio Arquitectónico y engloba un Premio de alcance europeo, una Bienal internacional, un Archivo digital y un Foro de debate. AHI apuesta por una política de divulgación activa y continua. AHI entiende y difunde el patrimonio arquitectónico desde una mirada plural y contemporánea.
NOTA. Comunican la ampliación del plazo de inscripción de la 6ª edición del Premio Europeo AHI –Architectural Heritage Intervention– hasta el 30 de marzo de 2023.
Finalistas
Ya se han dado a conocer los proyectos seleccionados de la 6a edición del Premio Europeo AHI de Intervención en el Patrimonio Arquitectónico. Un total de 26 obras (16 en la categoría de Patrimonio construido y 10 en la categoría de Espacios exteriores) han sido seleccionadas. Las obras ganadoras se conocerán el próximo jueves 1 de junio en una ceremonia que tendrá lugar en el recinto modernista del Hospital de Sant Pau, en Barcelona.
La construcción del Pabellón Philips para la Exposición Universal de Bruselas en 1958 revela un interesante y continuado ejercicio de confrontación. Por un lado el pulso Xenakis – Le Corbusier, un enfrentamiento entre titanes que significaría el fin de su relación profesional;1 por otro, la construcción de un envoltorio, una suerte de tienda casi textil, ligera como las cuerdas de un piano para albergar en su interior, sin embargo, una cámara oscura, el estómago de la Ballena que habría de convocar un milagro de tan solo 480 segundos: El Poema Electrónico.
Con Le Corbusier en Chandigarh, Xenakis será el encargado de diseñar el caparazón. Basándose en sus conocimientos como compositor musical, matemático e ingeniero, Xenakis propone una envoltura estructural a base de paraboloides hiperbólicos autoportantes, una solución compleja tanto en su geometría reglada como en su concreción material.2 Los planos del proyecto se transforman en voluptuosos ejercicios de geometría descriptiva y las maquetas se hacen imprescindibles para la comprensión espacial de la propuesta.3 Sin embargo, existía un riesgo mayor que hizo peligrar la existencia misma del pabellón: su lógica constructiva.
La técnica
Las empresas constructoras consultadas recomendaban modificaciones en la geometría, refuerzos estructurales, paredes dobles de gran espesor: el ligero envoltorio, sin apenas masa, parecía entonces imposible. Fue entonces cuando apareció la empresa belga Strabed, bajo la dirección del ingeniero H.B. Duyster, que proponía la construcción de una delgada cáscara autoportante de hormigón con tan solo 5cm de espesor, respetando la pureza geométrica del pabellón y aceptando un precio razonable.
La técnica siempre al servicio de las ideas; la técnica como territorio neutral para nuestras confrontaciones; la técnica ajena a nuestros prejuicios y nuestros egos; la técnica ligera y silenciosa, anónima y colectiva; la técnica habilitante. En este caso la técnica del hormigón pretensado:4 la técnica oportuna.
Miguel Ángel Díaz Camacho. Doctor Arquitecto
Madrid. Enero 2015.
Autor de Parráfos de arquitectura. #arquiParrafos
Notas:
1 Xenakis se siente traicionado por Le Corbusier, que de alguna manera se atribuye el proyecto dejando al margen su participación. Llegará incluso a enviar una carta a Philips reivindicando su autoría y obligando al propio Le Corbusier a explicarse ante los directivos de la compañía holandesa (junio 1957). En la Obra Completa tan solo aparecen dos páginas sobre el Pabellón Philips, Volumen 6, pág. 200-201. No se nombra a Xenakis. 2 Ver «Génesis de la arquitectura del Pabellón», por Xenakis, en Música de la Arquitectura, Iannis Xenakis (Madrid: Akal, 2009), 153-179. 3 Durante 1956 Xenakis propone dos versiones de proyecto, la primera en octubre, aceptada por Le Corbusier, y la segunda en noviembre, aceptada además por el responsable de Philips y autor del encargo, el señor Kalff. La primera maqueta se realizó con madera y cuerdas de piano, configurando el objeto arquitectónico desde la materia misma con la que se produce la música y la geometría que le proporcionaban sus cálculos matemáticos. La técnica oportuna. 4 Se recomienda la tesis doctoral «De las posibilidades arquitectónicas del pretensado: técnica y proyecto en la obra de Paulo Mendes da Rocha«, ETSAM, 2006, de José María García del Monte, en la que se realiza una rigurosa aproximación a la historia, desarrollo y posibilidades de esta técnica.
La pareja conversaba en voz baja. En el antebrazo del hombre distinguí un tatuaje azulado: Britannia rule the waves. Eran ingleses, casi ancianos. Él parecía explicar algo acerca de un cormorán que, con las alas extendidas como un Cristo, tomaba el sol frente al barrio de San Roque. Se habían detenido en la coraza del Orzán, último vestigio de un sistema defensivo que durante siglos tuvo como principal objetivo evitar que la ciudad cayese en manos de los tatarabuelos de estos septuagenarios cruceristas. La historia es caprichosa, pensé.
Tercera deriva
En ese resto del baluarte del Caramanchón empezó mi tercera deriva. Desde allí observé la fachada trasera del instituto Eusebio da Guarda; algunos arcos de su soportal -recordé- pertenecieron antes al claustro interior del Hospital de Caridad, construido en la hoy llamada calle Hospital a finales del siglo XVIII. Me pregunté si Victor Hugo, al definir la arquitectura como pensamiento escrito en piedra, se habría cuestionado qué sucede con ese pensamiento cuando se desmantela un edificio y sus piezas son llevadas a cualquier otra parte:
¿se emborrona esa escritura? ¿Se convierten esas piedras en unas piedras más distinguidas, con una historia que contar a los nietos de quienes las colocaron allí?
La ciudad anfibia
En cualquier caso, ni esta fachada es un caso único en la ciudad ni se trata de un vicio endémico de A Coruña: esparcidos por Roma como cenizas de un gigante -al fin y al cabo, eso son- se encuentran cientos de sillares que siglos atrás formaron parte de los insignes muros del Coliseo.
Con estas ideas rondándome la cabeza seguí camino en paralelo al instituto, del que me separaban cinco carriles atestados, un río de vehículos como aquel que Borges comparaba con el insuperable Aqueronte. Daba miedo incluso mirarlos. En realidad, solo los milagros que tienen lugar de tarde en tarde devuelven temporalmente a la vida esta circunvalación disfrazada de paseo marítimo. Suceden cuando algún temporal ultramarino se asocia con la pleamar para desperdigar arena y algas por la calzada. El Atlántico se desborda como un río cualquiera, y recorrer las aceras a la mañana siguiente es dar un paseo por el fondo del mar. Si uno inspira una bocanada de ese aire lleno de hidrógeno y sal, tiene la sensación de sumergir la cabeza en el océano.
Por desgracia, se trata de maravillosas excepciones. No hubo suerte ese día. Así que en cuanto tuve ocasión, atravesé la carretera, esquivé la descabellada torre Siso y emboqué la calle -oficialmente avenida– Rubine. Este es uno de los puntos más peligrosos del planeta, nadie me convencerá jamás de lo contrario. El viento, las treboadas, entran por aquí como Perico por su casa. Se diría que es en este preciso lugar donde nacen los ciclones que más tarde arrasan Florida o los tifones que periódicamente arruinan alguna ciudad costera japonesa. Los marinos antiguos adornaban su oreja con un aro cuando lograban doblar el Cabo de Hornos; quienes remontamos frecuentemente esta esquina -me dije convencido- deberíamos recibir el mismo reconocimiento.
Rubine es una calle recta, umbría y ruidosa que los caminantes atraviesan con prisa, como contrariados. En otros tiempos albergó una casa de baños -que ofertaba entre sus servicios tentadores baños de algas-, la escuela de Las Terciarias, el cine Riazor, la sede del Ideal Gallego e incluso las vastas instalaciones de una fábrica de chocolate; fue precisamente su fundador -Fernando Rubine y Firpo, fallecido en 1885- quien acabó por dar nombre a la que en origen se llamó calle Riazor. Pero nada queda de eso. Anónimos edificios de viviendas, más altos de lo que recomendaría el ancho de la avenida -o el simple sentido común- han hecho de Rubine este territorio hostil, esta Comanchería en la que casi nadie se detiene. A excepción, claro, de quienes vivimos en ella.
En su confluencia con la plaza de Pontevedra, sin embargo, conserva un delicado vestigio de tiempos mejores: la casa Salorio. Este edificio residencial, firmado por Antonio López Hernández en 1912 y reformado trece años más tarde por Pedro Mariño Ortega, soporta con serenidad la acometida del gigantismo edificatorio desde mediados del siglo XX. Es un dandi flemático en medio de una turba de barras bravas. Su cubierta de zinc, los remates de su galería -tan parecidos a mascarones de proa- y un ojo de buey que mira de soslayo hacia la calle Modesta Goicouría traen a la mente un acorazado que por error hubiese encallado ahí donde antes llegaba el mar del Orzán.
Su bajo lo ocupa hoy una casa de apuestas, contigua un bingo que -como por arte de magia- ha cruzado la calle tras años en la acera de enfrente. El juego, detonador de alegrías desmadradas y llantos infantiles, parece estar también en la genealogía de Rubine. Solo así se explica el Deportivo escogiese una esquina de esta calle para instalar sus oficinas. Al pasar frente a ellas recordé, siempre lo hago, que este club degolló gigantes y bajó a los infiernos. Varias veces en unas pocas décadas. Reviví mil caminatas mecánicas hacia Riazor con la duda de si esa tarde vería al Doctor Jekyll o a Mister Hyde. Nos guste o no -medité a continuación-, nada ha conseguido incrustarse en la identidad de las ciudades durante el último siglo como sus clubes de fútbol: son idiosincrasia, memoria colectiva, motivo de orgullo o chivo expiatorio, según corresponda. Todo el mundo, incluso los profanos, tiene una opinión al respecto cada lunes. Poco tiene que ver en ello su belleza: solo quienes se acostumbraron a ganar lo bautizaron jogo bonito. Al contrario, el fútbol es más bien feo, pero detectó como ningún otro deporte los poros de la sociedad surgida de la Revolución Industrial y se coló por cada uno de ellos. Incluso hoy, asomado temerariamente al abismo mercantilista, su fuerza no es el dinero que florece en torno a él sino el estado de ánimo de un hincha el día después de cualquier partido. En su ensayo El ballet de la clase obrera, el filósofo inglés Simon Critchley da en el clavo al afirmar que
El fútboles una ruptura temporal con la rutina diaria: estática, evanescente y, sobre todo, compartida.
Parafraseando a Baruch Spinoza, lo define como una maximización de las intensidades de la existencia. Concluye que
El fútbol tiene que ver con experimentar una decepción en el presente que se liga a un cierto recuerdo, sin duda ilusorio, de grandeza y virtud heroica.
Aunque cueste creerlo, Critchley no es del Deportivo.
Yo admiro del fútbol, sobre todo, su inagotable capacidad para engendrar héroes y villanos. En A Coruña, una noche de 1994, un serbio falló un penalty que valía una liga y más tarde se casó con el verdugo; aquel imprudente giro de guión lo convirtió en el serbio más deleznable en los anales de la memoria local, dejando en nada a ese tal Gavrilo Princip cuyo único pecado fue descerrajar dos tiros que sirvieron de pistoletazo de salida a la Primera Guerra Mundial.
Las artes son el otro gran vivero de héroes y villanos de nuestro tiempo. En A Coruña vivió uno de los grandes artistas del siglo XX, Pablo Picasso. Me acordé de él al acercarme a la plaza de Pontevedra, compartida entre la armonía y la indiferencia por gente tan diversa que uno juraría tener ante sus ojos la cubierta del Pequod. Fue en el Eusebio da Guarda – cuya fachada principal, tras un recorrido casi circular, se abría frente a mí- donde Picasso estudió entre 1891 y 1895. Miré distraído las arcadas de su alzado simétrico, la exuberancia vegetal de sus relieves y el sereno reloj que gobierna la plaza. La planta baja del edificio albergaba a finales del siglo XIX la Escuela de Artes y Oficios en la que José Ruiz Blasco, padre de Picasso, fue contratado como profesor de dibujo. Esto implicó el traslado de toda la familia al córner noroeste de la península Ibérica. Me pregunté cuánto frío habría pasado el desdichado niño en esta ciudad. Quienes hemos madrugado aquí sabemos lo mal que se llevan las mañanas heladas camino del colegio, por mucho que uno intente crispar los puños dentro de los bolsillos. Para su alivio, Picasso vivió en la inmediata calle Payo Gómez; para su desgracia, uno de esos inviernos se rozaron los cinco grados bajo cero. Demasiado castigo para un malagueño que además vivió aquí el gran trauma de su infancia, el fallecimiento de su hermana Conchita.
Nada de eso, supuse sobre la marcha, contribuyó a despertar en él un excesivo apego por A Coruña. Algo que demuestra -deduje a continuación- la paloma que alza el vuelo en forma de escultura frente al instituto Da Guarda, convertida en síntesis e icono de la producción artística de Picasso. Porque un coruñés habría escogido en su lugar una gaviota; y hoy todo el mundo recordaría la gaviota de Picasso, la gaviota de la paz que en vez de una adusta rama de olivo sostendría en su pico una sardina centelleante.
Neorealist Architecture: Aesthetics of Dwelling in Postwar Italy
es el nuevo libro de David Escudero, publicado por Routledge y premiado por la Graham Foundation. El libro, ilustrado con más de 120 imágenes —la mayoría de ellas inéditas—, indaga en los vínculos entre la arquitectura, el cine y el entorno construido en la Italia de posguerra (194X-5X) para revelar si y cómo el neorrealismo se manifestó en la arquitectura.
Es el primer libro orientado específicamente a construir una idea de neorrealismo arquitectónico. Sugerido en aquellos años, el concepto fue interiorizado por la historia de la arquitectura italiana, pero las transferencias entre el neorrealismo —como estética y ética— y la arquitectura —como medio potencial para su encarnación o expresión— aún no son del todo comprendidos.
Por ello, el libro profundiza en el concepto de arquitectura neorrealista, demostrando que la conexión entre ambos términos no carece de sentido.
Foreword by Andrew Leach
Introduction
Part I. Towards a Concept: Neorealist Architecture
i. A Climate Beyond Filmmaking
ii. Political Celebration, Formal Failure
Part II. A Neorealist Making in Architecture
iii. The INA-Casa Program as a Vehicle for Neorealism
iv. Atmosphere, Mood, Mindset… Translated Into Bricks
Part III. Neorealist Images of Architecture
v. Architecture Within the Imagery of Neorealism
vi. Figuranti of a Shared Aesthetic
Epilogue. The Scene of Human’s Life.
Dr. David Escudero es arquitecto y profesor en la Escuela de Arquitectura de Madrid ETSAM de la Universidad Politécnica de Madrid, y miembro del Grupo de Investigación Paisaje Cultural (GIPC-UPM). Sus intereses de investigación se centran en las intersecciones entre la teoría de la arquitectura, el paisaje y la representación. Ha sido becario Fulbright en el Getty Research Institute en Los Ángeles, y visiting scholar en el UC Berkeley College of Environmental Design, en el gta Institute de la ETH Zürich, y en la Accademia Nazionale di San Luca en Roma. Su libro Neorealist Architecture: Aesthetics of Dwelling in Postwar Italy ha sido recientemente premiado con una Graham Foundation Grant 2022. Además, es autor de artículos en Journal of Architecture (RIBA), Architectural Theory Review, y OASE Journal for Architecture, entre otros.
El proyecto rehabilita dos locales históricos del centro de Valencia para albergar las oficinas del futuro Centro de Arte Hortensia Herrero, un nuevo museo que se encuentra actualmente en construcción y que pretende convertirse en un punto de referencia del arte contemporáneo en la ciudad.
Estas nuevas oficinas, ubicadas un edificio anexo al futuro museo, tienen una superficie de unos 500 metros cuadrados divididos en dos plantas. La planta superior cuenta con espacios de trabajo, áreas de reunión y una sala de concentración. La planta inferior está conformada por un espacio de trabajo abierto además de salas de almacenamiento, mantenimiento y gestión.
Uno de los desafíos del proyecto ha sido responder a las nuevas necesidades que estas oficinas requerían rehabilitando un edificio histórico que se encontraba muy deteriorado y que, al mismo tiempo contenía varios elementos de valor patrimonial que debían ser conservados.
En este sentido, se han restaurado las carpinterías originales de madera y se han mantenido los pavimentos de Nolla los cuales aparecen en diferentes puntos del proyecto poniendo en valor este elemento tan característico del patrimonio arquitectónico de Valencia.
Además, se ha hecho un importante esfuerzo por conservar y destacar importantes elementos pictóricos decorativos como la pintura ornamental que reproduce el mito de Gaia en la sala principal que, a pesar de las diversas remodelaciones que ha sufrido, se ha mantenido en buen estado de conservación.
El componente tecnológico ha sido importante también para poder dar respuesta a la actividad que se va a desarrollar tanto en los puestos de trabajo como en las diferentes salas de reuniones.
Climatización, domótica, iluminación, audiovisuales… son algunas de las instalaciones que han sido necesarias integrar en el diseño para darle una nueva vida a los locales, pero sin robar protagonismo a los espacios ni a los elementos decorativos existentes.
En cuanto a la materialidad, destaca el uso de madera de roble presente en las carpinterías originales exteriores, y que ha contagiado el diseño de los espacios interiores dotando de nobleza los lugares de almacenamiento y estanterías.
El proceso de transformación de estos espacios en oficinas se ha llevado a cabo con la intención de crear zonas de trabajo confortables para los usuarios, con una fuerte presencia de la luz natural y con múltiples entornos de trabajo que permiten aportar la flexibilidad necesaria para el día a día del Centro de Arte Hortensia Herrero.
Obra: Oficinas Centro de Arte Hortensia Herrero
Arquitectos: ERRE arquitectura
Emplazamiento: Calle del Mar, 29, 46003 Valencia, España
Año de construcción: 2021 – 2022
Superficie construida (m2): 511 m2
Constructora: Uransa S.L.
Proveedores: TAU cerámica (revestimientos), Premo (mámparas), Interface (moqueta)
Instalaciones: Adypau Ingeniería.
Carpinterías: Jesús Sánchez Carpinteros S.L.
Mobiliario: Viccarbe, Vitra, Herman Miller, Poltrona Frau
Iluminación: Phillips.
Fotógrafo: Adriá Goula + errearquitectura.com
La estética, en tanto que reflexión sobre la imagen, no se puede entender como una disciplina inmutable. La percepción de los valores estéticos, sean estos relativos a la belleza o la fealdad, a la armonía o al desequilibrio, han venido determinados históricamente por condicionantes sociales, científicos o filosóficos.
Aunque el concepto es tan antiguo como la humanidad, la primera vez que se utilizó el término como tal en un título fue en Aesthetica (1750) de Alexander Baumgarten, quien delimitó la disciplina y la diferenció del resto de ramas de la filosofía que tienen que ver con la teoría de la sensibilidad. En los prolegómenos de esta obra, se definía la estética como la
Teoría de las artes liberales, gnoseología inferior, arte del pensar bellamente, arte análogo a la razón, [en definitiva, como la] ciencia del conocimiento sensible.
Baumgarten presentaba la estética como la filosofía del arte bello, y la belleza como la perfección percibida a través de los sentidos en lugar de a través del puro intelecto:
El fin de la estética es la perfección del conocimiento sensible como tal. Esta perfección es la belleza.
Aunque Baumgarten tituló su libro con el término latino, los filósofos griegos ya se referían a la aisthetike como aquello que estaba dotado de sensibilidad, y vinculaban la palabra directamente con la percepción de la belleza y el influjo que ejerce sobre nuestra mente. Pero, su entendimiento de lo bello iba mucho más allá. El ideal de virtud griega se basaba en el Kalos-kai-agathos, es decir, la unión entre la belleza física y lo bueno, entendiendo esa bondad como la colaboración del ente en la consecución de su propio fin. En definitiva, para que algo fuese considerado bello, debía ser también útil, es decir, conveniente y adecuado a su función.
Cuatro siglos más tarde, y refiriéndose concretamente a la arquitectura, Vitruvio no sólo añadió la solidez como una tercera condición a considerar, sino que separó de nuevo lo bello y lo útil, y acuñó así la famosa tríada que marcaría a partir de ese momento una buena parte de las reflexiones teóricas en torno a la disciplina: firmitas, utilitas y venustas. Cuando Leon Battista Alberti escribió De re aedificatoria (c. 1450), utilizó el modelo vitruviano de los diez libros y volvió sobre la tríada, aunque introdujo algunos cambios en su significado, entre ellos que la belleza, además, debía provocar deleite. Así, se recuperó a un actor que había perdido protagonismo, el usuario, pues el deleite entroncaba directamente con la percepción o disfrute del entorno edificado a través de nuestros sentidos y, por tanto, dependía, de la respuesta subjetiva que suscitaba en los individuos.
La importancia de este último agente disminuyó sensiblemente a principios del siglo xx, cuando algunos arquitectos, como Hannes Meyer, presentaron el deleite como el resultado de la obtención de la máxima funcionalidad de uso y de la manifestación externa de la estructura. Según Leland Roth:
La fórmula vitruviana había cambiado para siempre, de manera que utilidad más solidez equivalía a deleite.
Así, muchas de las propuestas de las primeras vanguardias tendieron a obviar no sólo los valores estéticos tradicionales, sino la idea de la estética en sí. Como afirmaba Antonio Fernández Alba, se pretendía:
Formalizar racionalmente el espacio […] de manera tal que se pueda llegar a un todo conforme, donde los hábitos del ser humano queden excluidos.
Este hermético planteamiento dejaba fuera de la discusión aspectos como la relación de la arquitectura con la tradición y la naturaleza, o con el símbolo y la representación. Es decir, supeditaba los valores humanos a una pretendida superioridad de la función sobre la forma. Probablemente en esa inflexible búsqueda de respuestas desde el uso y la tecnología radiquen buena parte de los motivos de las viscerales reacciones de oposición al Movimiento Moderno surgidas a partir de 1965.
Medio siglo después cabe cuestionarse muchas vicisitudes de ese momento, entre otras, si ese debate sigue vigente. ¿Qué importancia tienen los criterios estéticos en la arquitectura del siglo xxi? ¿Se ha superado el debate entre forma y función? ¿Cómo influye el cambio de valores de la sociedad en lo que se demanda de una obra arquitectónica?
En este contexto, este número de la revista VAD, se presentan trabajos que reflexionan sobre el concepto de estética no solo desde posturas conceptuales –donde tradicionalmente se ha situado el debate–, sino también desde el análisis de ejemplos concretos, históricos o contemporáneos, que permitan acotar la relevancia de lo sensorial en la arquitectura; textos que ayuden a entender si se ha superado la tradicional dicotomía entre forma y función y, más aún, si esta discusión sigue siendo hoy pertinente.
SUMARIO
Ilustración
– La belleza y la emergencia climática. Ekain Jiménez Valencia
Prólogo
– La estética. Ana Esteban Maluenda
Editorial
– Quod oculus fallit: Lo que el ojo engaña. Alberto Ruiz Colmenar
Artículos de investigación
– Cuando las catedrales dejaron de ser blancas. Disquisiciones sobre la idea de muro en la filmografía contracultural. Ignacio Grávalos Lacambra
– Less esthetics, more aesthetics: A-estética moderna o el fondo como argumento. Francisco F. Muñoz Carabias
– Cuidar el paisaje habitable: por una estética del cuidado. Carla Zollinger
– Representaciones y estilos del hábitat popular en Buenos Aires (1915-1955). Florencia Amado Silvero | Lucio Magarelli
– Arquitectura y escenografía: estética del espacio escénico. Aarón Jara Calabuig
– Más allá de la función y la estética: los casos de Alfredo Jaar y Francis Alÿs. Gonzalo Mardones Falcone
– Hacia una estética de la destrucción: Desmantelamiento del silo de barras de grafito de la central nuclear de Vandellòs I. Carlos Gonzalvo Salas
Artículos de crítica
– Coyunturas. ¿De qué estamos hablando los arquitectos en Brasil? Carlos Eduardo Comas
– El gusto es mio. Sobre la estética real. Miguel Ángel Baldellou Santolaria
Respirar, trabajar, acomodarse – por un instante – en el regazo de la mente, procurando hacernos un espacio, pero sin incomodarnos, nadar en el agua quieta de la fuga del pensamiento, olerlo silenciosamente, acariciar su temple, llegar a tocar el fondo con los dedos, recoger lo hallado, levantarlo con el alma, salir a la superficie orientados por la luz y luego depositarlo en el cuenco de una mano.
Así es la mente que nos persigue hasta pasar desapercibida, como la estela del ancho buque que navega y deja un rastro espumoso apenas corpóreo sobre el mar. Ese buque que anda raudamente sin mirar atrás, ignorando su huella, esa que se va borrando hasta involucrarse absolutamente en el mar que le dio vida.
Cuando pausamos, cuando pensamos…: trabajamos, estamos inmersos en nuestro océano, nadando, pescando, soñando.
La pausa es una nuestra barca, esa que nos lleva sin rumbo por el pensamiento fugaz de la bien querida rutina. Por ello, la pausa es necesaria para rectificar el rumbo o desear perderse en nuevos mares.
La pausa, -como se piensa- no nos detiene, nos acecha constantemente, para colocarnos nuevamente en el juego; obedece a esa “inminente quietud”, nos deja nuevamente en la meta, así continuamos, y esa pausa, como la estela dejada por el buque o la barca, desaparece y el rumbo se vuelve hacer visible.
Así es la pausa, así es la mente, cuando pausamos pensamos, trabajamos, pero no paramos.
El término del cuerpo es el que veis, el del alma será según obréis, advierte al paseante desde lo alto de la puerta del cementerio de San Amaro una inscripción desgastada. La examiné una vez más esa tarde, al pasar frente a ella, mientras la neblina se posaba como una boina sobre el Seixo Branco al otro lado de la ría. Tan severa bienvenida le pareció adecuada a Fernando Domínguez Romay cuando, allá por 1812, diseñó esta entrada monumental. Me pregunté qué escribiría yo si algún día llegase a proyectar un cementerio: podría ponerme tremendista y reproducir esa exhortación a abandonar toda esperanza que Dante emplazó en la puerta de su infierno –Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate– o plagiar el perspicaz epitafio de Marcel Duchamp, que más o menos dice:
Por otro lado, los que mueren son siempre los demás.
La portada de San Amaro, en sí misma, siempre me ha resultado bastante antipática: pilastras dóricas, severas, frontón triangular y la insoslayable cruz culminando el conjunto. Pero si uno se acerca lo suficiente, descubrirá a uno y otro lado de su arco de medio punto dos calaveras que tengo la costumbre de saludar cada vez que hago ronda por la trinchera oblonga y arbolada que separa el cementerio de la calle Orillamar.
Supe por un plano antiguo que la necrópolis, al principio, fue un recinto cuadrado dividido en cuatro sectores que se correspondían con las parroquias de la ciudad: Santiago, Santa María, San Nicolás y San Jorge. La puerta se alineaba entonces con el eje central, hasta que una reforma temprana la desplazó para situar en su lugar una capilla neoclásica, académica y armónica, que con su cúpula rebajada recuerda a esos proyectos de Juan de Villanueva que brotan como hongos en las bibliografías universitarias. Miré la capillita de reojo antes de asomarme al interior del cementerio. Al fondo, suspendida en el mar ártabro, flotaba como de costumbre la isla de A Marola con su perfil de tortuga. Quen pasou a Marola, pasou a mar toda, asegura aún hoy más de un vecino.
Ante mí -recordé entonces, cambiando de tercio con tono solemne- yacían muchos gallegos ilustres. Literatos como Eduardo Pondal o Wenceslao Fernández-Flórez, artistas como el inmenso Luis Seoane o Álvaro Cebreiro, próceres como Manuel Murguía o Juana de Vega, incluso un naturalista sospechoso de plagio como Víctor López-Seoane o el mismísimo crooner del Fin del Mundo, Pucho Boedo. No obstante, a mí me suele resultar más emotivo el hecho de que allí repose lo que queda de la mayoría de mis muertos.
Por otro lado, el mito de San Amaro me parece magnético a pesar de mi recalcitrante ateísmo: cuentan que el tal Amaro fue un hombre nacido en Asia Menor que, tras una revelación inefable, se empecinó en alcanzar el Paraíso Terrenal. Con ese propósito construyó una barca para perseguir el sol en su recorrido más allá del océano, y fue así como se embarcó en un periplo homérico a través de islas encantadas y mares infestados de bestias. Finalmente, logró contemplar esa tierra prometida a través de una hendidura en la puerta que custodiaba la puerta del Paraíso. Al apartar la vista, para su sorpresa, comprobó que habían transcurrido casi trescientos años y que él se había convertido en un santo venerado en aquella tierra. Puede que la historia no sea del todo verosímil -me dije entonces- pero al recordarla sentí el impulso de exclamar, parafraseando a Paul Valéry:
¡Qué sería de nosotros sin el auxilio de las cosas que no existen!
Decidí proclamar en ese mismo instante a San Amaro patrón de los derivistas cascarilleiros. No se hable más.
Salí satisfecho del cementerio para continuar mi camino. Pasé de nuevo frente a la capilla neoclásica en la que esta vez me pareció adivinar un aire palladiano. Exhibía ese día plomizo una dignidad que el deterioro solo conseguía subrayar, como la de esas villas renacentistas a las afueras de Vicenza. La lluvia zigzagueaba entre los hierbajos que invadían su pórtico. Unos cuantos pasos más adelante, me crucé con un mirlo elegante de gafas amarillas, luego con una familia de urracas y con un grupo de estorninos que, de luto riguroso, echaron a volar con prodigiosa sincronización en cuanto me acerqué. Un enjambre de gaviotas me vigilaba desde muy arriba, como satélites rusos. Entre las ramas de los árboles alineados frente al British Cementery distinguí una tórtola turca que velaba difuntos cristianos. Quién se lo iba a decir a su tatarabuelo el día que echó a volar en Ankara o en Esmirna…
Seguí caminando, apreté el paso. Volvió a aparecer fugazmente A Marola al fondo de las calles sucesivas de San Pedro y San Amaro. A continuación comprobé aliviado que todavía resistía, como testigo de otra escala y otra época, la casa baja del bar La Parra. En ella comprábamos los niños del barrio miñoca antes de bajar a pescar. O, para ser más exactos, a intentarlo.
A partir de ese punto -pensé entonces, tajante- solo podía contemplar el verdadero derivista dos opciones: subir por la calle Santo Tomás para adentrarse en las honduras de Monte Alto, o descender hacia la playa que comparte nombre con el cementerio. La tercera vía, la avenida que desemboca en el faro, queda reservada a los forasteros. Esa vez opté por la cuesta abajo.
El camino hacia la ensenada de San Amaro me pareció triste ese día. Siempre me lo parece. Recuerdo bien la zona antes de que el delirante paseo marítimo la aniquilase. Había veredas flanqueadas por ortigas y por barracas en cuyas paredes se apoyaban chalanas que olían a brea. Me vino a la cabeza en ese momento un tango escuchado mil veces -uno tiene sus vicios- que, en la voz atávica del Feo Rivero, añora su barrio de
casitas desparejas y rincones donde se amansan recuerdos de cosas viejas, donde las calles son canchas y el sol se tira a sus anchas y en todo hay calor de hogar.
Cerca de allí, en la playa, me hicieron una de mis primeras fotografías en la que -gordo como Pichuco Troilo y rubio como el Polaco Goyeneche- intento torpemente mantenerme en pie sobre la arena. Era 1981 y empezaban a germinar ensortijados bloques de viviendas en torno al arenal.
Mucho antes de eso, en San Amaro hubo un castillo. Era en realidad una fortaleza humilde, un actor secundario en el sistema defensivo de la ría de A Coruña, pero menos da una piedra; hoy, su sitio lo ocupa el Club del Mar. Esta zona aparece rotulada en algunas cartografías antiguas como Ensenada de Dormideras porque allí crecían amapolas. Ese vivero de opiáceos -conjeturé sobre la marcha- lo habrían disfrutado de buena gana Charles Baudelaire o Thomas de Quincey, quien tituló su autobiografía Confesiones de un inglés comedor de opio. Entonces tuve una revelación, casi una epifanía, y supe al instante cuál sería la inscripción destinada a presidir la puerta de ese cementerio que tal vez proyecte algún día:
Podemos mirar a la muerte de frente; pero sabiendo, como algunos de nosotros sabemos hoy, lo que es la vida humana, ¿quién podría sin temblar mirar de frente la hora de su nacimiento?
Así, con tan escaso optimismo, empezaba su libro el escéptico de Quincey.
Sea como sea, cuesta imaginar aquí castillos o campos de amapolas. Pero los planos casi nunca mienten, zanjé. Luego reparé en esa estructura que se erigía estoica al otro lado de la playa. De niño, mientras la usaba como trampolín a las aguas glaciales de San Amaro, me preguntaba quién habría levantado allí lo que irrefutablemente era una réplica de la Torre de Hércules. Años más tarde entendí que era parte de la infraestructura destinada a transportar las piedras extraídas de la cantera que ahora ocupan las casas de Adormideras hasta el otro lado de la bahía, donde un ferrocarril provisional las llevaba hasta su destino final en el dique de abrigo que estaba siendo construido.
Nunca he buceado en los fondos de San Amaro, así que no puedo confirmar ni desmentir una historia que he escuchado en más de una ocasión. Los hechos se remontan a 1809 cuando, derrotadas las fuerzas inglesas que había comandado el caído general Sir John Moore, los franceses del mariscal Soult los persiguieron hasta el confín de la ciudad. Llegados a esta ensenada, los soldados de la brigada Beresford decidieron decapitar a sus caballos antes de embarcar, con el fin de que el enemigo no se sirviera de ellos. Desde entonces, quienes se han sumergido aquí aseguran haber visto entre algas, estrellas de mar y algún que otro lorcho de nadar errático, los huesos de aquellos infortunados animales. ¡No se me ocurre osario más hermoso! -concluí instantáneamente, sin lugar a la duda- al tiempo que recordaba el deseo que Le Corbusier había confesado a su ayudante Jerzy Soltan antes de desaparecer en las aguas luminosas del Mediterráneo:
Qué bonito sería morir en el mar, nadando hacia el sol…
La metodología Building Information Modeling entra en un proyecto de remodelación de estadios de béisbol que ofrecen a la juventud mexicana una alternativa frente a la violencia que se sufre en las calles del país.
Que México es uno de los países más peligrosos del mundo es un hecho de sobra conocido. Estudios recientes, como el del Instituto Belisario Domínguez, lo sitúan en él puesto 18 de las 50 ciudades más violentas de todo el planeta. Y si esto ya es una durísima realidad para la población adulta, para la infantil y juvenil la situación todavía se agrava más. Consciente de la peligrosidad que se vive en todo el país, el Gobierno presidencial ha buscado una vía de escape para la juventud, y ha hecho del deporte su mejor aliado, mediante la remodelación de diferentes estadios de béisbol que servirán a partir de ahora para acoger, formar y ofrecer una nueva oportunidad a los jóvenes del país. Un proyecto en el que, cabe mencionar, la metodología BIM (Building Information Modeling) ha tenido un papel fundamental.
Los datos son escalofriantes: solo el año pasado, cerca de 8.500 jóvenes de entre 15 y 34 años murieron a causa de la violencia. Así lo refleja un estudio del Instituto Nacional de Estadística y Geografía del Gobierno de México, que la sitúa como la principal causa de muerte entre la juventud del país. Una cruda realidad a la que el Gobierno presidido por Andrés Manuel López ha decidido poner fin mediante un proyecto innovador. Concretamente, se trata de la remodelación de antiguos estadios de béisbol, reconvertidos en imponentes infraestructuras de gran nivel en las que se ofrece formación académica y deportiva.
BIM para el deporte
Detrás de este proyecto de gran impacto social se encuentra la empresa de ingeniería y arquitectura FSGROUP Engineering, con sedes en España y México.
El gobierno mexicano comprendió el gran beneficio social que tiene el deporte, por lo que invirtió en infraestructuras clave como lo son los estadios de béisbol, aprovechando que es uno de los deportes más practicados en el país,
relata José Andrés Olivas, BIM Manager de esta empresa multidisciplinar, en una entrevista para la sección ‘AbiertoXObras’ de la consultora especializada Espacio BIM.
La empresa, encargada principalmente de la estructura del proyecto, está especializada en la implementación de BIM en sus proyectos, por lo que esta metodología ha sido una pieza fundamental durante los procesos de diseño y construcción. Para su puesta en marcha, cuentan con una serie de directrices que marcan cuáles son los roles BIM que deben estar presentes y cómo serán los flujos de trabajo. En esta ocasión, “el equipo ha estado conformado por un consultor calculista/arquitecto, un modelador BIM especializado en estructuras” y el mismo Olivas como BIM Manager. Esta figura, de suma importancia, tiene como “principal función liderar la correcta implantación y uso de la metodología BIM”, como explica Borja Sánchez Ortega, Director de Proyectos y Director del Máster BIM Manager Internacional (+VR) de la citada consultora Espacio BIM.
Respecto a los flujos de trabajo, el ingeniero revela que “cuando se trata del cálculo de estructuras” parten de información generada en AutoCAD para después, en la parte de arquitectura, llevar a cabo un modelado en Revit desde el cual generan “todo el diseño del edificio” y obtienen
Toda la documentación que se precise: desde planos para el proyecto básico o ejecutivo a cuantías del proyecto.
¿Cómo se ha aplicado el BIM y el deporte?
Y esto mismo es lo que han realizado con aquellos antiguos estadios de béisbol, modernizados y reacondicionados. Un trabajo arduo y complejo que ya ha finalizado y que ha permitido modificar y reforzar las gradas de hormigón, así como sustituir “la estructura metálica de la cubierta, respetando la disposición de las cerchas y su configuración”, cuenta Olivas, quien apunta que también se han podido crear diferentes estancias como aulas, bibliotecas, gimnasios, laboratorios, habitaciones y espacios recreativos, además de nuevas jaulas de bateo.
Estamos muy contentos por haber podido formar parte de un proyecto de gran calado como este, donde no solo se tiene en cuenta la estética y magnitud de los estadios, sino que además existe un trasfondo social que nos anima a seguir creyendo que nuestro trabajo realmente cambia la vida a las personas,
dice el BIM Manager. Y, aunque todavía es pronto para realizar valoraciones, lo cierto es que, gracias a este proyecto, se han dado los primeros pasos en el largo camino de erradicar la violencia juvenil en México. En esta ocasión, gracias al deporte y, también, a BIM.
La propuesta arquitectónica para la construcción de una residencia para gente mayor en Pórtol, consiste en la implantación de un edificio de tipología compacta, de PB+1+Sótano y de planta rectangular, estructurada alrededor de cuatro patios ajardinados en su interior.
El solar, limita al norte con un entorno de protección arqueológica que conserva su aspecto de zona verde arbolada. Se propone enlazar ambos solares a partir del tratamiento especial de sus zonas verdes fundiéndolas, entre sí, como una única masa forestal. Los árboles tienen un papel destacado en la propuesta, su presencia la encontramos tanto en las fachadas sudoeste, sud-este y Nord-este, así como en los patios interiores.
El edificio se asienta con naturalidad y discreción en el entorno urbano y con una clara vocación de contención y coherencia formal. Tiene la escala singular que identifica a los edificios públicos, pero con un lenguaje discreto y preciso.
Su fachada esta modulada y definida a partir de la repetición sistemática de un mismo sistema de aberturas, de composición vertical, que al multiplicarse de forma pautada a lo largo de las fachadas, proporciona el contrapunto a la horizontalidad del volumen construido y le permite insertarse en el entorno construido con una escala adecuada
El programa del edificio se organiza en cuatro bloques funcionales: tres destinados a los módulos residenciales, áreas de servicios específicos, dirección y administración, y el cuarto, ubicado en la planta semisótano del edificio, que se destina a servicios generales y del personal. El área residencial está distribuida en cinco módulos de habitaciones. Cuatro de estos módulos se sitúan, en planta baja y planta piso, alrededor de los dos patios situados en los extremos del edificio. El quinto módulo ocupa la planta primera de la superficie situada entre los dos patios centrales.
Los patios posibilitan que todas las dependencias y zonas de circulación tengan luz natural, ventilación cruzada, y vistas sobre un espacio exterior quilificado. El tratamiento de vidrio de sus fachadas perimetrales, proporcionan una excelente relación del espacio interior con el jardín, y posibilita un fácil control visual de los módulos de las habitaciones. Los dos patios centrales se prolongan hasta la planta sótano de manera que las dependencias de servicio tienen también luz y ventilación natural.
El proyecto se ha redactado a partir de criterios medioambientales y de eficiencia energética máxima y trata de aproximarse a un edificio de demanda energética Zero. Con la obtención de una calificación energética A, la intervención prioriza las estrategias pasivas sobre las activas y reduce la demanda energética, garantizando la eficiencia del edificio.
Se trata de un volumen compacto y eficiente gracias a la sencillez constructiva. Los patios interiores permiten que se produzca una refrigeración adiabática que junto con la ventilación cruzada permite minimizar las pérdidas energéticas, reduciéndose el consumo de refrigeración en verano.
La protección solar es individualizada para cada espacio, mediante ”screens” exteriores motorizados que se activan cuando se detectan una alta incidencia solar o de viento, optimizando el rendimiento energético. La disposición de pérgolas vegetales caducifolias protege las terrazas de uso exterior en verano y permite la entrada de radiación solar en invierno, convirtiendo los espacios intermedios en captadores energéticos.
La piedra de Marés proviene de canteras locales y en general se ha priorizado el uso de materiales fácilmente reciclables y producidos en la isla. Se ha conservado todo el bosque de pinos del parque arqueológico y la vegetación se ha completado con la plantación de especies mediterráneas en los patios y zonas de recreo exteriores.
Obra: Residencia para personas mayores en Pòrtol, Marratxí
Ubicación: Pórtol. Marratxí. Mallorca (Islas Baleares)
Cliente: Consorcio de Recursos Sociosanitarios de les Illes Balears
Arquitectos: Santi Vives Sanfeliu, Tomás Montis Sastre, Adrià Clapés i Nicolau.
Equipo: Francesco Colinucci, Sofia Garcia, Leni Marcon, Alejandro Mora Martín, Juan Bonilla Morell. Dimark (Estructura). IDOM (Ingeniería técnica)
Superficie: 4317 m2
Premios: 1er premio del concurso público abierto / Ganadores en el apartado de Criterios Básicos de Arquitectura y Urbanismo de los Premios de Arquitectura CSCAE 2021 / Seleccionado Premios FAD 2022
Fotos: Alejandro Gómez Vives
De niño, Bruno Stagno creció en la ciudad de Traiguén a 700 km al sur de Santiago,1 donde el gobierno había invitado a colonos suizos, franceses y de otras nacionalidades para asentarse y trabajar el campo. Es por eso que Stagno creció fuertemente influenciado por la cultura de los inmigrantes, especialmente la italiano-genovesa de su padre y la suiza-francesa de su madre.
En Traiguén, los franceses establecieron el primer colegio francés de América del Sur, para mantener y desarrollar su cultura. Gracias a esta influencia, no es de extrañar que realizará su educación secundaria en el Lyceé Alliance Française de Santiago,2 obra en que intervino el arquitecto Emilio Duhart Harosteguy (1917-2006), descendiente también de inmigrantes franceses y que, según Boza se dejó influenciar por Gropius y la Bauhaus en ese proyecto (Boza, 1990, pág. 62).
Duhart era nativo de la región de la Araucanía, más o menos de la misma generación de la madre de Stagno y buen amigo de la familia. Además, cuando recién regresaba de sus estudios en Harvard, diseñó junto a su socio Mario Pérez de Arce Lavín (1917-2010) la nueva casa familiar, en el año 1956, luego de que la primera casa quedará muy dañada por un sismo.
Mientras asistía al Liceo en Santiago, el joven Stagno vivía con su abuelo materno en una casa estilo Bauhaus de techo terraza, paredes curvas y muebles modernos. Incluso, el abuelo poseía uno de esos autos Studebaker3 diseñado por Raymond Loewy (1893-1986); una temprana exposición a lo moderno que es considerada por Stagno como el origen de su sensibilidad hacia la modernidad.
Sin embargo, a pesar de tener una fuerte relación con el diseño, el hecho de que su padre Dino Stagno Maccioni (1909-1990) fuera un respetado médico con una importante obra social,4 fue una fuerte influencia para estudiar medicina; como lo haría, de hecho, su hermano mayor. Pero el destino quiso que él no entrará a medicina y como opción apareció la arquitectura.
Para cuando llegó a la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica era decano Sergio Larraín García Moreno (1905-1999), uno de los principales arquitectos modernos de Chile, graduado de esa misma universidad (1928), profesor de taller por más de 30 años, ganador del Premio Nacional de Arquitectura (1972) y doctor honoris causa de su propia alma máter (1984).
Larraín fue uno de los primeros en llevar a Chile los textos de Le Corbusier (1887 1965); además de visitar la Bauhaus, donde conoció a Hannes Meyer(1889-1954) y a Marcel Breuer(1902-1981). Todo eso le permitió en palabras de Murtinho desarrollar el Plan Reforma (1950) para romper con el Beaux Arts e iniciar la enseñanza de la arquitectura moderna en la Universidad Católica (Murtinho, 1990).
Larraín fue socio de un joven Duhart en varias obras, entre ellas el Lyceé de la Alianza Francesa (1958) –aquel donde Stagno realizó sus estudios de secundaria– y otros proyectos como el Colegio Verbo Divino (1947), el edificio Plaza de Armas (1955), o el Seminario Pontificio (1955). Además del decano, los tres profesores que más marcaron al estudiante fueron: Fernando Castillo Velasco (1918-2013), Jaime Bellalta (1923-2012) y Emilio Duhart.
Fernando Castillo en la Universidad Católica fue alumno de Sergio Larraín y de Jorge Aguirre Silva5 (1912-1998). Formó parte de la firma Bresciani, Valdés, Castillo y Huidobro (BVCH), de gran prestigio, pues lograron desarrollar más de un millón de metros cuadrados de construcción y mantenerse vigentes por más de 20 años. Castillo, incluso, recibió el Premio Nacional de Arquitectura en 1983.
En 1965 fue nombrado primer alcalde de la comuna de La Reina, cargo para el que fue reelegido en 1967; y desde ese mismo año y hasta 19736 fue Rector de la Universidad Católica, puesto que ocupaba al graduarse Stagno como arquitecto. Desde 1974 fue profesor en la Universidad de Cambridge y luego en la Universidad Central de Venezuela. En 1977 ganó la primera Bienal de Arquitectura7 de Chile, antes de regresar definitivamente a su país a dar clases el año siguiente.
Stagno recuerda con especial cariño al arquitecto Castillo:
“La gente quería mucho a Fernando, era muy fino, asequible y muy amistoso, tenía una especie de aureola, él fue mi profesor de último año y de mi último proyecto que era de interés social. Escogí a Fernando por su visión social”.
Emilio Duhart, después de graduarse de la de la Universidad Católica, cursó un magíster en la Universidad de Harvard (1942) con Walter Gropius (1883-1969), y posteriormente trabajó en su oficina; además de asistir a cursos con György Kepes (1906-2001) y László Moholy-Nagy (1895-1946). En esa época consiguió el segundo lugar en el concurso “Post-war housing” junto con I.M. Pei(1917-2019).
Posteriormente, en 1952, obtuvo una beca para estudiar urbanismo en París,8 donde trabajó con Le Corbusier.9 Paralelamente, Duhart consiguió que Josef Albers (1888- 1976) viajara a Chile a trabajar en la Universidad Católica. Su obra más reconocida es el Edificio de la CEPAL (1966), sede de la Comisión Económica para América Latina, obra que según Celis y otros, posee claras referencias formales con algunas obras de Le Corbusier realizadas a partir de 1950 (Celis d’Amico, Echeverria Valiente, & Da Casa, 2013).
Sobre Emilio, Stagno recuerda que:
«Era un arquitecto de edificios únicos. Visite varias de sus obras en construcción, por ejemplo, como estudiantes de la universidad nos hizo una visita guiada antes de entregar el proyecto de la CEPAL. A él no se le podía tutear, era don Emilio para todos, pero yo siempre tuve una muy buena relación con él”.
Jaime Juan José Bellalta (1923-2012), estudió en la Universidad Católica de Chile, en la Universidad de Harvard y en la Universidad de Londres. Fue profesor en la Universidad Católica (1968-1975) y, desde 1976, de la Universidad de Notre Dame, donde llegó a ser profesor emérito. En Chile fue director de la Agencia Nacional de Renovación Urbana, donde trabajó Stagno en sus últimos años de universidad.
Sobre Bellalta recuerda:
“Mientras hacíamos la tesis nuestro profesor guía era Jaime Bellalta, que venía llegando de Londres con las ideas muy claras de que el CIAM no era suficiente. Él nos dio referencias claras de Louis Kahn y nos empezamos a interesar en él”.
También en la Escuela de Arquitectura tiene contacto con otros arquitectos destacados, uno de ellos sería Roberto Dávila Carson (1889-1971), que llegó como parte del jurado para un proyecto de taller:
“Mi proyecto era un poco sui generis, no tenía nada que ver con el CIAM, había tenido ciertas dificultades para entenderlo, y más para explicarlo, pero, el maestro Dávila escucha toda la presentación y me dice: lo haz presentado mal, esto es un Soho árabe– para luego continuar explicándolo tal como se debió presentar”.
Gracias a ese pensamiento claro y conciso, Stagno y varios compañeros70 decidieron visitarlo y conversar con él regularmente. Dávila Carson había viajado a París gracias a una beca,11 lo que le facilitó ser primer arquitecto chileno que trabajó con Le Corbusier (1932),12 estudió con M. Georges Vantongerloo (1886-1965) y Theo Van Doesburg (1883-1931).13 Además, en Bruselas asistió al Tercer Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (CIAM),14 visitó la Bauhaus de Mies van der Rohe (1886-1969), en Viena ingresó al taller de arquitectura de Peter Behrens (1868-1940) y estudió con él en la Academia de Bellas Artes.
Su obra más reconocida es el restaurante Cap Ducal15 (1936) ubicado en Viña del Mar. Dávila vivió casi toda su vida en la casa de la calle Catedral 1814, esquina con Almirante Barroso, a unas pocas cuadras de la Plaza de Armas; fue la casa de su padre y posteriormente su oficina y taller arquitectónico. Hasta allá llegaban los jóvenes a escuchar sus experiencias y para acompañarlo en sus caminatas nocturnas al cerro San Cristóbal, mientras conversaban sobre arquitectura.
París: A la sombra del cuervo y el impacto de Kahn
Stagno llega a París en enero de 1969, donde entra en contacto con dos arquitectos que colaboraron estrechamente con Le Corbusier: Joseph Oubrerie (1932) y con el también chileno Guillermo Jullian de la Fuente16 (1931-2008). Bajo esa influencia, Stagno hizo la primera traducción al español de las cartas que Le Corbusier le escribió a su maestro Charles L’Éplattenier17 (1874-1946).
Stagno trabajó en el proyecto de la Iglesia Saint-Pierre de Firminy-Vert, basado en lo que se hizo en el 35 rue de sevres hasta la muerte de Le Corbusier, sumado principalmente el trabajo posterior desarrollado por él y Oubrerie. Sobre la iglesia, recuerda que
“La idea formal de Le Corbusier era como la de un dedo pulgar puesto en un cruce de caminos; sin embargo, en el último anteproyecto Le Corbusier le bajo la altura”.
Sobre el diseño de Le Corbusier, Stagno destaca:
“La iglesia tiene una costilla que rigidiza para que no se deflecte la estructura; para mi esas son las actitudes que distinguían a Le Corbusier: él no escondía la razón de ser de las cosas, si vamos a sacar el agua, que se vea, si tenemos que poner un elemento estructural, que se vea, que sea parte de la arquitectura”.
Otro hecho relevante en París, fue la visita de Louis Kahn (1901-1974) que se llevó a cabo en los primeros meses de 1969, evento al que asistieron Stagno y Oubrerie. Stagno aún recuerda la impresión de ese día:
“Tuve un shock importante con Kahn, para mí era evidente que estaba ante un genio, primera vez que me sentí así, fue un balde de humildad que asimilé, me puso en mi nivel, me hizo darme cuenta de mis debilidades y de mi ignorancia”.
Terminada la actividad, Stagno se entera de que Louis Kahn se interesaba en la iglesia de Firminy, por lo que de inmediato existió empatía con él: un café y varias horas más de escuchar al maestro y a Oubrerie hablar, aunque parecía que allí terminaría todo. El sábado en la mañana entra una llamada de Jullian, que le dice:
“Bruno ven a mi taller, va a venir Louis Kahn a hablar del hospital de Venecia”,
así que de nuevo Stagno pudo estar cerca de Kahn.
Santiago y la urgencia de salir
Stagno regresa a Santiago en 1971 para trabajar en el Instituto Nacional de la Vivienda, desarrollando la propuesta de edificios para lo que se llamaba los campamentos urbanos. Sobre ello recuerda:
“No me gusto la experiencia excesivamente politizada, muy manipulada”.
Ilustración 12 Fotografía de Bruno Stagno preparando la exposición de la Iglesia en Firminy en 1970
Sin embargo, también es justo acotar que el arquitecto que volvió de París no era el mismo que salió de Santiago, y no sólo porque el país había cambiado; él también había cambiado y a los seis meses ya la situación era inmanejable. Fue entonces que la familia decidió buscar opciones y apareció en el horizonte el nombre de un pequeño país llamado Costa Rica.
Notas:
1 Traiguén (del mapudungun trayén, cascada o Traiken, Caída de Agua) es una ciudad y comuna de Chile, localizada en la Provincia de Malleco en la Región de la Araucanía. Fue el centro del gran desarrollo del trigo de Chile, se le conoció como «El Granero de Chile». Además, se desarrollaron actividades industriales en el sector de muebles, y de tejas y ladrillos. 2 Ubicada en la calle Luis Pasteur nº 5418 en la comuna de Vitacura en Santiago. Actual Lycée Saint Exupery. 3 Studebaker: fue fabricante de automóviles de Norte América fundada en el año 1852 que trabajó hasta 1963, afincado en la ciudad de South Bend en Indiana. NA 4 Fue tal la importancia del trabajo del doctor Stagno Maccioni, que desde Italia se le nombró Caballero de la Orden al Mérito de la República Italiana. N.A. 5 Jorge Aguirre Silva: Estudia Arquitectura en la Universidad Católica de Chile entre los años 1929 y 1934. Realiza labores docentes en esta Universidad desde el año 1934, es nombrado Profesor Emérito en al año 1981. Presidente del Colegio de Arquitectos entre 1958 y 1960. Premio Nacional de Arquitectura 1985. 6 Es expulsado anticipadamente de su cargo de manera violenta por el Golpe Militar liderado por el militar Augusto Pinochet. 7 Gana con el proyecto la Quinta Michita. 8 En el Institut d’Urbanisme de La Sorbona y también en el Centre Technique du Bâtiment. 9 Los principales proyectos en que participó fueron los de Ahmedabad y Chandigarh. 10 Entre ellos el arquitecto Cristián Agustín Boza Díaz (1943-2020) Graduado de la Universidad Católica de Chile (1968). Posgrado en Diseño Urbano y Planificación en Universidad de Edimburgo. Fue asesor urbano de la Municipalidad de La Reina (1969-1970), y del ministro de Vivienda y Urbanismo (1996-1997). Se ha desempeñado como profesor en las universidades Católica, Andrés Bello, del Desarrollo y San Sebastián, en la cual también fue decano entre 2006 y 2012. 11 El viaje de Roberto Dávila Carson a Europa sucede entre marzo de 1930 y principios de 1933. Incluyó también algunas ciudades latinoamericanas como Buenos Aires y Río de Janeiro. 12 Principalmente participó en los proyectos de la Ville D’Alger y en Fort de L’Empereur ambos en Argelia. 13 Ambos fueron fundadores de del grupo De Stijl 14 CIAM III: Sobre el desarrollo racional del espacio, realizado en 1930 en Bruselas, Bélgica. 15 El nombre Cap Ducal viene de la mezcla entre la sigla de los barcos de la Compañía de Aceros del Pacífico (CAP) y el palacio Ducal de Venecia. 16 Entre los proyectos destacados en que colaboró con Le Corbusier están: el Palacio de las Asambleas en Chandigarh, el Convento de la Tourette, el Congreso de Estrasburgo, el Museo del Conocimiento en Chandigarh y el Estadio Olímpico de Bagdad. 17 Le Corbusier lo conoce en la Escuela de Arte de La Chaux-de-Fonds en 1902.
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Stagno Levi, B. (05 de Setiembre de 2019). Conversaciones con Bruno Stagno. (L. Monge Calvo, Entrevistador) San José, Costa Rica.
Me sorprendió el mediodía sentado a unos metros de la estatua de Porlier, cercado por un ejército de gorriones. Estaba por tanto, ineludiblemente, en la plaza que no hace mucho volvió a llamarse de la Leña pero que en otro tiempo fue de España y mucho antes campo de la Horca. El propio Juan Díaz Porlier podría explicar el motivo de aquel nombre antiguo: en este preciso lugar fue ahorcado el héroe liberal por designio de un rey infame que él mismo contribuyó a entronizar. Mientras trataba de discernir si eso es una paradoja histórica o una simple bajeza, imaginé cómo sería ese campo de la Horca que aparece dibujado en los planos antiguos: apenas un terreno baldío entre la Pescadería, las maltrechas murallas de la Ciudad Alta -que no se llamaba Vieja porque aún no lo era- y las primeras casuchas del arrabal de Santo Tomás. Me convencí de que no debía de ser gran cosa, salvo quizá esos días en que una multitud expectante y morbosa se apretujaba para asistir a la hora final de los reos.
Empecé a caminar. Solo así esa mañana tan parecida a cualquier otra podía transformarse en algo provechoso. Pasear, sin otra pretensión que dar un paso tras otro, es una actividad proscrita en los tiempos que corren. Al fin y al cabo, es una pérdida de tiempo. Precisamente por eso no debemos dejar de hacerlo. Baudelaire no tenía dudas al respecto. Fue él quien nos dejó la más hermosa definición del flâneur, ese caminante que se entregaba al vagabundaje urbano con los ojos bien abiertos porque sabía que solo así llegaría a conocer su ciudad y su tiempo:
…un caleidoscopio dotado de conciencia que en cada uno de sus movimientos reproduce la multiplicidad de la vida, la gracia intermitente de todos los fragmentos de la vida.
Concluí que el flâneur es, en una palabra, un holgazán. Recordé la tarjeta de visita de Roberto Bolaño, que escribía solo dos palabras bajo su nombre: Poeta y vago. Quizá haya algo de verdad en ese elogio de la pereza, tal vez -pensé entonces- sea imposible hacer algo realmente interesante sin entregarse antes a la contemplación durante un buen rato.
Me dirigí a la calle San Roque rumiando una palabra que había escuchado en la Escuela de Arquitectura, como de pasada: deriva. El profesor solía proyectar cada vez que la mencionaba un collage con flechas de un rojo casi obsceno que pretendía explicar el concepto con escaso éxito. El padre del término, Guy Debord, consideraba el paseo una forma de resistencia. Cuánta razón tenía -me dije-, aunque personalmente nunca haya llegado a comprender del todo en qué consistían sus derivas. Las mías, mucho más modestas, son estas divagaciones concatenadas que me acompañan habitualmente cuando empiezo a caminar.
Olía a pollo asado. El olor llegaba desde un local situado en un edificio de planta baja encallado en un repecho. Su forma de gota siempre me ha parecido extravagante, como su posición en medio de una calle que inevitablemente bifurca y esa terraza que lo corona. Caí entonces en la cuenta de que allí mismo se levantaba una ermita dedicada a San Roque, que dejó el nombre en herencia a la calle e incluso al propio edificio, a menudo referido como la lágrima de San Roque. Denominación bastante lírica para una sucesión de locales de nombres enxebres -Don Pollo, Foto Tonecho- encajados donde antes hubo un lugar de culto.
Y no era el culto a un santo cualquiera. A San Roque lo veneraron con devoción varias generaciones de coruñeses. Prueba de ello es que en 1598 un grupo de fieles propuso convertirlo en patrón de la ciudad, tras el auxilio concedido por el santo durante una epidemia de peste. Y aunque la propuesta no prosperó, dos siglos y medio más tarde la ciudad volvió a implorar su ayuda ante el azote implacable del cólera. Los ruegos funcionaron, cosa que -según apostillaba la prensa de la época- a los católicos no debe admirarnos, pero que los impíos califican de casualidad. Es comprensible que los creyentes recurrieran a San Roque en esa tesitura -me digo-, teniendo en cuenta que es el santo patrón de los apestados y los coléricos.
Cuando pienso en San Roque, se me aparece la imagen de un peregrino andrajoso flanqueado por un perro -el mismo que, según el trabalenguas, no tiene rabo– con un pan en la boca. Acto seguido, me pregunto por qué el barrio coruñés del mismo nombre no creció en torno a este templo diminuto sino al otro lado de la medialuna del Orzán, que hoy atraviesan a lo lejos, con parsimonia, descomunales cargueros de pabellón panameño.
Todas estas cuestiones me abordaban en marcha, mientras caminaba con paso mecánico. Sin previo aviso, casi a traición, la calle había cambiado de nombre y había pasado a llamarse Hospital. De esta denominación sí conocía a ciencia cierta el motivo: aquí estuvo el Hospital de Caridad que funcionó desde 1793 hasta fechas más o menos recientes. La institución albergaba la casa de Expósitos, donde eran entregados los niños cuyos padres no podían o no querían criar. De esa casa fue rectora durante los primeros años del siglo XIX Isabel Zendal, mujer gallega que tuvo un papel determinante en la expedición fletada por la corona española para llevar la vacuna de la viruela hasta sus territorios de Ultramar. Poco se habla en la ciudad de ella, a pesar de haber sido reconocida por la Organización Mundial de la Salud como la primera enfermera en misión sanitaria internacional de la historia. Más le habría valido matar un inglés que salvar quién sabe cuántas vidas allá en México y Filipinas, reflexioné bajo el muro del instituto que hoy ocupa el solar del Hospital.
Estudié en este instituto, que todos llamábamos Zalaeta aunque su nombre oficial fuese Ramón Menéndez Pidal. Desde nuestras ventanas veíamos una callejuela que hoy ya no existe. La calle Papagayo, sustituida hoy por un edificio abominable con pretensiones posmodernas, era aún el eje de prostitución que reclama toda ciudad portuaria. Nunca logré desentrañar la razón de su nombre, capaz de evocar aves exóticas y paraísos lejanos, pero el ex alcalde Liaño Flores apuntó tres teorías sobre su origen: la primera hablaba de las muchas cometas que se volaban en las calles próximas, conocidas en portugués como papagaios; la segunda aludía a unas plantas de amaranto existentes en esa calle, también llamadas papagayos; la última señalaba a un cliente habitual de los burdeles del callejón, un indiano que un buen día decidió pagar los servicios prestados con uno de esos pájaros nacidos para ennoblecer el hombro de algún filibustero.
Liaño Flores lo contó en una ceremonia durante la cual entregó la placa con el nombre de la calle a Camilo José Cela, Nobel de Literatura y putañero confeso. Cela empleó en un lupanar del Papagayo a uno de sus personajes más emblemáticos, Pascual Duarte:
…hice de todo un poco hasta que terminé mi tiempo de puerto de mar viviendo en casa de la Apacha, en la calle del Papagayo, subiendo a la izquierda, donde serví un poco para todo, aunque mi principal trabajo se limitaba a poner de patitas en la calle a aquellos a quienes se les notaba que no iban más que a alborotar.
La casa de la Apacha, al contrario que Pascual Duarte, existió en realidad. Ostentaba, a mi juicio, el nombre más rotundo de A Coruña, a medio camino entre el spaghettiwestern y la prefiguración del empoderamiento.
Incluso en sus últimos años, fantasmal y castigada, el Papagayo exhibía ese notable poso literario. No solo Cela la incluyó en su imaginario, sino también la poetisa Luisa Villalta
Éramos poucas tan de mañá, porque sempre podía vir algún mariñeiro de volta co quiñón e aquel cheiro mais cartos limpos, frescos
o la célebre María Casares, que había residido en el barrio durante su infancia.
Yo recuerdo el Papagayo como un callejón agonizante, pero otras generaciones lo pintan como reducto de una malavita casi familiar, coral e hilarante como salida de la imaginación voluptuosa de Federico Fellini. Supongo que fue eso lo que me llevó a pensar, mientras continuaba el paseo calle abajo, en Amarcord. El título, según leí en alguna parte, es una deformación de la forma dialectal romañola m’arcord, literalmente ‘me acuerdo’; recordar es un acto tan subversivo como pasear. Vuelvo a Bolaño sin querer:
Solo la fiebre y la poesía provocan visiones. Solo el amor y la memoria.
Caminé por la cicatriz que la calle Papagayo ha dejado, como último acto heroico de quien muere matando, en medio de ese atroz apilamiento de viviendas que ahora ocupa su lugar. Descubrí una plazuela y, aunque estaba a punto de llegar a Panaderas, empezó a caer un orballo fastidioso que recomendaba ponerse a cubierto. Me prometí encontrar pronto tiempo para derivar a lo largo de otras rutas. Decidí quedarme a comer allí mismo. Era jueves, había cocido.
La arquitectura reivindica su poder transformador en diálogo con la naturaleza
– Creatividad, sostenibilidad e hibridación entre naturaleza y construcción han sido los ejes de la cita
– CIRCULAR ha reunido a la Premio Pritzker de Arquitectura Carmen Pigem, a la Premio Nacional de Diseño Inma Bermúdez, y al Premio Architizer A+ José Luis Campos Rosique
– Esta segunda edición de la jornada ha trascendido el ámbito de la disciplina arquitectónica y reflexionado sobre sus implicaciones en el deporte y la gastronomía como pilares de una vida saludable
– El encuentro ha tratado también el deporte y la gastronomía con la presencia del ciclista y medallista olímpico Carlos Coloma y Francisco Cano, propietario del restaurante con una estrella Michelin El Xato
– CIRCULAR está organizado por el Ayuntamiento de La Nucia, el estudio de arquitectura CRYSTALZOO, la Universidad de Alicante, el Colegio Territorial de Arquitectos de Alicante y el Colegio de Arquitectos de la Comunidad Valenciana
II Jornada de Arquitectura CIRCULAR
Se ha celebrado la II Jornada de Arquitectura CIRCULAR, en la localidad alicantina de La Nucia (Alicante). Esta segunda edición ha puesto el foco en las personas, con una visión más humanista que trasciende el ámbito de la disciplina arquitectónica y reflexiona sobre sus implicaciones en el deporte y la gastronomía, como pilares de una vida saludable.
La jornada, que se ha desarrollado de 10h a 13h, ha sido inaugurada por Catalina Iliescu, vicerrectora de Cultura, Deporte y Extensión Universitaria de la Universidad de Alicante. En la cita se han reunido Carme Pigem, premio Pritkzer de arquitectura; Inma Bermúdez, Premio Nacional de Diseño; José Luis Campos Rosique, premio Architizer A+; el ciclista Carlos Coloma, medallista olímpico, y Francisco Cano, propietario, jefe de sala y sumiller de El Xato, restaurante local con una estrella Michelin.
La creatividad y la sostenibilidad han sido los hilos conductores de esta cita interdisciplinar, como explica la comisaria y moderadora de la jornada, Anatxu Zabalbeascoa:
“En diseño, arte, deporte, gastronomía, paisaje o arquitectura no basta con conocimiento y constancia. Con esa base llega el momento de imaginar, es decir de arriesgar. Los protagonistas de Circular 2022 nos descubrirán sus imaginaciones transformadoras”.
Zabalbeascoa ha reivindicado
«La necesidad de recuperar las identidades de los lugares a través de la creatividad. Estamos en una situación de urgencia. Tenemos que reconocernos como parte de la naturaleza, renaturalizar todo lo que hacemos, renaturalizar a ciudades y ciudadanos».
Esta búsqueda de la singularidad de cada paisaje, sin negar su esencia, ha sido uno de los ejes de la jornada.
En primer lugar ha intervenido Carme Pigem, socia del estudio RCR. La Premio Pritzker de Arquitectura ha hablado sobre paisajismo y diseño de arquitectura centradas en las personas, subrayando la importancia de mirar a la naturaleza:
«Naturaleza y construcción son conceptos que no deberían poder separarse. Precisamente uno de los pilares de la sostenibilidad es explorar cómo podemos reutilizar y reconvertir lo que ya existe. Proponemos una mirada que penetre, que revele, que vaya más allá. Nosotros buscamos la belleza en lo que ya hay, revelando las potencialidades de los lugares, sin llenarlo todo, vinculándonos a ellos a través también de los silencios y de los vacíos. Llegando al origen, hibridando naturaleza y construcción».
A continuación ha tomado la palabra la diseñadora valenciana Inma Bermúdez, Premio Nacional de Diseño, que ha compartido con los asistentes los secretos del diseño de producto a partir de ejemplos reales en su trayectoria profesional, subrayando el valor del diseño industrial como un solucionador de problemas en lo cotidiano. Ha hecho hincapié en conceptos como sostenibilidad, innovación y reutilización.
El tercer ponente, Francisco Cano, jefe de sala y copero-sumiller de El Xato de La Nucia, restaurante con una estrella Michelin, ha reivindicado el siglo de tradición de su restaurante y también sus «108 años de evolución, recuperando sabores y saberes», así como el valor del equipo para desarrollar los procesos de creación gastronómica.
Ha participado también en el encuentro Carlos Coloma, medallista olímpico de ciclismo de montaña, bicampeón mundial de ciclismo de montaña y campeón de Europa. Coloma ha destacado la importancia de la «prueba y error» y como es necesaria
«una transformación personal para conseguir una transformación profesional».
Por último, el arquitecto José Luis Campos Rosique, al frente del estudio alicantino Crysalzoo, galardonado con varios reconocimientos internacionales, ha explicado el concepto de sostenibilidad de su estudio, «embebido del espíritu del Mediterráneo». Ha apuntado ejemplos de arquitecturas que son «una propuesta de paz con la naturaleza».
CIRCULAR está organizado por el Ayuntamiento de La Nucia y el estudio de arquitectura Crystalzoo, junto con la Universidad de Alicante (UA) y el Colegio Territorial de Arquitectos de Alicante (CTAA). Patrocinan Andreu World, Livingceramics y Signify.
· “Entre Arquitectos” un proyecto compuesto por tres subcampañas: El arquitecto en su estudio; El arquitecto nos enseña su obra; Familias de arquitectos. A través de entrevistas, ASEMAS, la mutua de los arquitectos, difundirá el talento de la profesión en nuestro país
· El arquitecto Alberto Campo-Baeza, ampliamente galardonado, entre otros con la Medalla de Oro de la Arquitectura Española y el Premio Nacional de Arquitectura inaugura esta campaña y abre a ASEMAS las puertas de su estudio en la capital madrileña
ASEMAS, Mutua de Seguros y Reaseguros a Prima Fija, quiere poner de manifiesto el enorme potencial y talento de los arquitectos en nuestro país, y entre sus diversas acciones a favor de la profesión, acaba de lanzar la campaña “Entre Arquitectos” formada por una serie de entrevistas que muestran la Arquitectura desde la cercanía de sus protagonistas.
Los videos serán difundidos en las diferentes plataformas de la aseguradora (YouTube, Facebook, Instragram y asemas.es) desde el día de hoy con una periodicidad mensual. En ellos, los protagonistas compartirán sus aprendizajes de vida y sus conocimientos entorno al campo de la Arquitectura.
En palabras de Fulgencio Avilés, presidente de ASEMAS
“Tenemos un rol importante en el apoyo a los arquitectos tanto en materia de prevención como de visibilidad del talento. Somos una aseguradora formada por y para arquitectos lo que nos permite saber acercarnos y entender la profesión. Compartir experiencias entre nosotros y con la sociedad no cabe duda que es un aporte de valor”.
El arquitecto en su estudio
Alberto Campo-Baeza, ampliamente galardonado a nivel nacional e internacional, entre otros como Premio Nacional de Arquitectura, Medalla de Oro de la profesión y Académico de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Apasionado divulgador, creador y docente, inaugura esta serie y abre las puertas de su estudio a ASEMAS en la que lleva toda su carrera confiando.
El proyecto contará con contenidos y entrevistas con los más destacados del campo de la Arquitectura. Un producto, creado y producido por ASEMAS, que difundirá fuera de su oferta de seguros para arquitectos y otros agentes de la edificación.
El proyecto para ‘El Pabellón de Luz’ nace de ofrecer nuevas respuestas –transformando conceptos arquitectónicos primitivos– a partir de las nuevas preguntas formuladas por la nueva situación vital experimentada frente al Covid 19:
¿qué es lo que somos y qué nos permitirá seguir siéndolo a través de nuestras experiencias?
Una experiencia de nuevas sensaciones
‘El Pabellón de Luz’ es una construcción conceptual que trabaja principalmente con el blanco ofreciendo una pieza pura que transforma la luz a su paso y permite el libre movimiento del aire a través. Se trata de un pequeño edificio que se ofrece como Pabellón-Restaurante Terraza para posibilitar nuevas experiencias espaciales en un entorno de encuentros culinarios, donde la luz sea percibida distinta de día que de noche en el momento en el que la iluminación artificial nos emocione –a través de la piel de la arquitectura– como si de un truco de magia se tratase.
Potenciar lo visual, pero principalmente lo táctil
El confinamiento nos ayudó a recordar que, tanto los espacios abiertos y la ventilación, así como la importancia del sentido del tacto, son imprescindibles para nuestras experiencias vitales. Por medio de este proyecto, se vuelven a potenciar los aspectos visuales de la arquitectura (diagonales abiertas, interdependencia de espacios abiertos-cerrados / interiores-exteriores) y también sus aspectos táctiles, aportando ‘geometrías de percepción de interioridad’ donde las texturas de la piel de la arquitectura dialogan con la piel de los usuarios a través de la manipulación formal de la materia.
La fluidez del espacio
El Pabellón de Luz opera con la fluidez conjunta del espacio exterior y del espacio interior, proponiendo un nuevo espacio experiencial que se estructura por medio de una secuencia de episodios espaciales interrelacionados que vinculan la escala humana con la escala del entorno y, también, con los aspectos climáticos y ambientales del lugar –ángulo del sol (incidencia solar), ventilación natural, transpiración a través de la piel, temperatura y humedad, etc.–.
Una geometría de flujos
La geometría final del Pabellón se obtiene al materializar aquellos elementos constructivos mínimos imprescindibles que posibilitan el doble flujo de movimiento que se produce en el paisaje abierto: el primero, mediante el trazado de un recorrido peatonal principal de entrada y salida de los usuarios que llegan desde el aparcamiento adyacente; el segundo, mediante el trazado de los recorridos que establecen los camareros desde la cocina del restaurante anexo hasta los espacios de trabajo del Pabellón.
Una envolvente ligera
Las paredes sólidas y pesadas de las habituales construcciones se han transformado en ligeras pieles que transpiran la luz y el aire de una forma tamizada y sutil –como si fueran elementos textiles– mediante la relación de superposición que se propone entre dos chapas metálicas paralelas de color blanco que han sido manipuladas mediante plegados y perforaciones –separadas por medio de una estructura metálica interior lacada en color negro–, del mismo modo que lo hace nuestra piel con la luz y con el aire que nos envuelven.
Autor: Esculpir el Aire – José Ángel Ruiz-Cáceres
Arquitecto Director: José Ángel Ruiz Cáceres
Colaboradores: Juan Luis Castelló, Laura Blanco, Felipe Pascual, Manuel Buitrago
Año: 2022
Superficie construida: 225m2
Ubicación: Partida Matola P3-108. Elche. España
Programa: Pabellón-Terraza Restaurante
Coste: 112.967,35 €
Cliente: Paellaco, SL (Restaurante Matola)
Fotografía: Alejandro Gómez Vives + esculpirelaire.com
El Colegio Mayor Santo Tomás de Aquino, obra que les reportará a los Arquitectos José María García de Paredes y Rafael de La-Hoz Arderius, el premio Nacional de Arquitectura en 1957. Proyecto promovido por la Orden Dominicana donde la conceptualización de un complejo programa de necesidades, la depuración del lenguaje arquitectónico y la fusión de las artes, desembocará en este innovador resultado.
Memoria Colegio Mayor Santo Tomas de Aquino
El hecho de estar construido sobre una ladera muy pronunciada en dirección norte-sur condicionó el diseño de las distintas partes del conjunto. Formado por varios pabellones interrelacionados y rodeados de jardines, resueltos a base de plataformas para salvar la topografía accidentada, se compone de: residencia universitaria y religiosa, capilla, servicios generales e instalaciones deportivas.
El bloque vertical, destinado a residencia de alumnos, constituye el elemento principal; destaca su planta dentada, con espacio abierto continuo. Las plantas altas se comunican a través de un núcleo central de escaleras, a ambos lados las habitaciones pareadas, que tienen el acceso desde los balcones corridos en las fachadas longitudinales.
La capilla, también de planta dentada, ocupa una posición central en el conjunto. A partir de ella se distribuye el convento, con una disposición tradicional de celdas alrededor de un claustro cerrado en tres lados, y a su espalda se organizan el resto de las dependencias en torno a otro patio.
Las fachadas de ladrillo son de gran simplicidad, con grandes superficies acristaladas y los balcones corridos que favorecen la integración en el paisaje, jardines e instalaciones deportivas.
Coleccionar postales de los lugares visitados fue «uno de los más boyantes negocios del turismo de masas antes de la llegada de las redes sociales y la democratización total de la fotografía a través del móvil o las cámaras digitales»; como recuerda Estrella de Diego en su libro Rincones de Postales. Aunque hoy se ha transformado ese modo de coleccionar el mundo, pasando del objeto a la imagen compartida en la pantalla, las postales son los testimonios de una época, la del turismo de masas, que tuvo su expresión arquitectónica desde la vivienda estacional hasta la planificación urbana que acompañó a la industria «del sol, del mar y de la arena».
La complejidad espacial de esta arquitectura que se produce en el Mediterráneo, a partir de los años sesenta, fue estudiada por Georges Candilis en Arquitectura y urbanismo del turismo de masas, publicado en 1972, centrándose en las distintas maneras de agrupar las unidades de alojamiento, ya sea de modo horizontal —donde cada porción de suelo se ocupa por un solo alojamiento—, o en vertical. Se estudian también las distintas tipologías de hoteles y moteles, los equipamientos colectivos y el urbanismo. El resultado conforma un conjunto de tapices edificados con una imagen característica, recogida muchas veces a través de las postales.
En cuanto a los establecimientos hoteleros —siguiendo a Candilis—, «la clientela masiva exige soluciones nuevas». Las investigaciones
«Apuntan ya concepciones más acordes con las nuevas funciones del ocio, la principal de las cuales es librar a las personas de las complejidades de la vida cotidiana y conseguir que adopten durante las vacaciones una forma de vida sencilla, libre y ligada a la naturaleza.»
En la misma línea, la revista Arquitectura había dedicado el número de mayo de 1964 al estudio del turismo de masas en sus múltiples escalas, advirtiendo desde la editorial que
«Somos los arquitectos quienes, más o menos directamente, más o menos conscientemente, traducimos esas cifras abrumadoras en unas realidades físicas. Somos quienes creamos el medio físico de una industria para la que el medio lo es casi todo».
Sin llegar a la intensidad de la costa mediterránea, la industria turística también llegó a Galicia en esos años, dejando algunos ejemplos notables de estructuras residenciales para estancias temporales, como los moteles proyectados por Andrés Fernández-Albalat Lois (A Coruña, 1924 – 2019) en Corcubión (1963) y en Pontedeume (1965). El apilamiento horizontal de las unidades habitacionales en un paisaje construido que se extiende por el borde costero nos presenta un modo de componer el proyecto emparentado con otras propuestas suyas coetáneas —como las viviendas para pescadores en Sada (1967) y en Pontedeume (1968) o el centro cívico en la Zapateira (1968), desarrollado con Manuel Gallego— al tiempo que se vincula con otras arquitecturas a nivel internacional desarrolladas bajo la estrategia del mat-building, el concepto que, según Alison Smithson,
«Personifica el anónimo colectivo; donde las funciones vienen a enriquecer lo construido y el individuo adquiere nuevas libertades de actuación gracias a un nuevo y cambiante orden, basado en la interconexión, los tupidos patrones de asociación y las posibilidades de crecimiento, disminución y cambio».
Varias de estas propuestas se quedaron solamente sobre el papel, esbozadas mediante las audaces perspectivas que acompañaban a los documentos de proyecto. En otras ocasiones, como sucedió con los apartamentos del motel «El Hórreo» en Corcubión, lo construido —«una solución de volúmenes fragmentados y escalonados, modulada por la repetición de lo igual»— se fue transformando o desapareciendo con el paso de los años, dejando la fotografía de la postal como el único testigo de aquel viaje.
Las derivas son una visión subjetiva de de A Coruña, escritas con el propósito de invitar al lector a pasear por la ciudad mirando a su alrededor de una manera diferente al habitual: con los ojos bien abiertos, imaginando no solo que existe sino también lo que existió e incluso, a veces, lo que estuvo a punto de existir.
Las calles coruñesas, recorridas sin prisa ni rumbo al modo de las universales derivas de Guy Debord, hilan un conjunto de reflexiones inevitablemente arquitectónicas pero de irrenunciable vocación literaria, en las que se incrustan leyendas locales, referencias y recuerdos personales.
«Entre los procedimientos situacionistas, la deriva se presenta como una técnica de paso ininterrumpidos a través de ambientes diversos. El concepto de deriva está ligado indisolublemente al reconocimiento de efectos de naturaleza psicogeográfica y a la afirmación de un comportamiento lúdico-constructivo que la opone en todos los aspectos a las nociones clásicas de viaje y de paseo.
Una o varias personas que se entregan a la deriva renuncian durante un tiempo más o menos largo a las motivaciones normales para desplazarse o actuar en sus relaciones, trabajos y entretenimientos para dejarse llevar por las solicitaciones del terreno y por los encuentros que a él corresponden”.
En su mezcla de pasos, mapas y memoria las derivas son un viaje espaciotemporal a una realidad intuida, una forma de hacer arqueología sobre la marcha. Son un paseo anacrónico, una especie de aplastamiento de ese tiempo que es el principal material de construcción de cualquier ciudad. Y son, al mismo tiempo, una terapia personal contra la tentación de tomarse la vida demasiado en serio.
Hace prácticamente un año presentamos Mucho cuento. Relatos de arquitectos, el primer título de nuestra colección Habitar Iberoamérica. Hoy estamos encantados de poder decir que acaba de salir del horno nuestro segundo libro: Cuánto cuento. Relatos de arquitectos.
Como ocurrió en la edición anterior, contamos con nombres muy conocidos dentro del entorno de la arquitectura iberoamericana que, una vez más, se adentran en el mundo de la narración corta, mostrándonos una faceta desconocida hasta el momento.
¿Qué historia podrá contar Solano Benítez?¿Y Sandra Barclay?¿Cómo será un cuento escrito por José María Sánchez?
Entre los relatos hay historias casi biográficas, otras que rozan el surrealismo, cuentos futuristas, situaciones desternillantes… y, qué duda cabe, alguna referencia a la arquitectura.
– Solano Benítez. «Inventarios»
– José María Sáez. «El sueño de la manzana»
– Sandra Barclay. «Escaleras al cielo»
– Jean Pierre Crousse. «Sobrevivir a la belleza»
– Pola Mora. «Fauna y epifanía»
– Carlos Quintáns Eiras. «Litolatría»
– Pía Mendaro Larramendi. «Quién quisiera ser ermitaño»
– Fernando García Pino. «Ahora que te veo»
– Covadonga Carrasco, Juan Creus. «Lagartos»
– Juan Creus. «Aquella isla»
– Carlos Seoane. «O Pazo»
– José María Sánchez García. «A propósito de correr»
– Jacobo García-Germán Vázquez. «El único juego en la ciudad»
– Jesús María Susperregui Virto. «Plenitud»
– Javier Bernalte. «Aquel mañana»
– Lina Toro Ocampo. «La gata duplicada»
– José Vela Castillo. «Peña Blanca. O Turbina»
Podéis encontrarlo disponible en la web, así como las fechas de presentación.
Un joven ingeniero mecánico que se independiza del negocio familiar e inicia su propio camino. La instalación de un taller de maquila de blancos en el patio de su casa. El taller crece y va tomando los demás espacios hasta requerir la ampliación formal de un nuevo nivel.
Al desarrollo –inicialmente llevado por la vía de la autoconstrucción– se suma el ejercicio profesional del despacho ADMA Arquitectos.
Análisis de los procesos, flujos y necesidades de trabajo
A la par del análisis de los procesos, flujos y necesidades de trabajo, para su óptima reorganización el en taller ya existente, se proyectó la ampliación hacia el segundo nivel: un espacio completo para la instalación de máquinas de coser.
El proyecto se llevó a cabo con tres objetivos claros. Primero, aprovechar los recursos y la superficie disponibles; luego, incrementar el rendimiento del taller y, el más importante, mejorar la atmósfera de trabajo de las veinticinco personas que en él confluyen cotidianamente.
Para lo primero, la solución se encontró en la selección de materiales que pudieran quedar aparentes: vigueta y bovedilla, block de 40 x 20 y cemento pulido. Esto significó, a la vez, el reto de cuidar el manejo y los detalles durante todo el proceso de construcción. Las instalaciones quedaron francamente expuestas para enfatizar la atmósfera industrial en un espacio sobrio matizado por los descansos visuales de las ventanas y de una celosía de 12 metros.
Dicha celosía –que, estratégicamente, intercala huecos de vidrio y huecos libres– permitió controlar la entrada de luz natural y las corrientes necesarias para una ventilación que regulara la temperatura interior. Lo que apuntó principalmente al segundo objetivo: el rendimiento de las jornadas, ya fuera en época de lluvias o en época de calor.
Dando continuidad al concepto del espacio interior y aprovechando el remanente del material utilizado, se diseñó una banca con jardinera a partir del ensamblaje de bovedillas. Esto dio como resultado un espacio de terraza para el esparcimiento y descanso de los y las trabajadoras del taller.
La inclusión de la planeación arquitectónica no solo significa el crecimiento y evolución del taller, como negocio, sino la suma de valores espaciales, materiales y económicos y, sobre todo, la dignificación del trabajo.
Obra: White Workshop
Autor: ADMA Arquitectos (Adrian Alonso Sosa, Alejandro Reyes Matias, Christian Medina, Mario Palomino)
Texto: Fernanda Escárcega
Año: Marzo-Junio 2021
Cliente: Blancos Juliet
Tipología: Industria
Área: 75 m2
Área predio: 250 m2
Ubicación: Nezahualcóyotl, Edo. México Fotografía: Zaickz Moz
Resiliencia es la palabra de moda. Probablemente sea cosa de la pandemia, el cambio climático, los fenómenos naturales excesivos… La RAE la define como la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos.
El sustantivo más usado en los últimos dos años se aplica a conceptos mucho más allá de las personas, entre ellos, a la aspiración del modelo de crecimiento económico de una Unión Europea que sueña con el futuro de un entorno más sostenible y duradero.
Y ahí entran en juego las grandes urbes, uno de los principales desencadenantes del cambio climático. Según datos de ONU Hábitat, a pesar de ocupar menos del 2% de la superficie terrestre, las ciudades consumen casi el 80% de la energía mundial y producen más del 60% de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Los edificios, que dan cabida a una población que no para de crecer impulsada por el éxodo rural, son el factor que explica este sobreconsumo de combustibles fósiles que trae de cabeza a los gobiernos de medio mundo por sus efectos inflacionistas y por su coste político y ambiental.
El aumento incesante de la temperatura, la proliferación de los fenómenos meteorológicos extremos, la carestía de la energía y la necesidad imperiosa de contener las emisiones de carbono se conjugan para aplicar soluciones de urgencia en la edificación, tanto en las nuevas construcciones como en un parque de viviendas viejo y anticuado.
No en vano, los fondos europeos contemplan ayudas de 3.240 millones de euros para la rehabilitación en busca de soluciones de durabilidad, aislamiento y respeto medioambiental tras constatar que los edificios son responsables de gran parte de este consumo energético y emisiones contaminantes de las ciudades.
Según un estudio de Idealista, solo en España la mitad de las viviendas tiene más de 40 años, con construcciones en las que la fuga de frío o calor es una constante.
En este entorno en el que es necesario adaptarse a las temperaturas, las grandes ciudades sufren adicionalmente lo que se denomina efecto isla de calor, con temperaturas mucho más altas que en zonas rurales por la actividad urbana y la densidad de la población.
En una ciudad resiliente, el correcto aislamiento de los edificios es una de las principales herramientas para abordar esta solución urgente pensando en el futuro y en el bienestar del conjunto de la sociedad.
La legislación urbanística avanza a marchas forzadas en la obligatoriedad del uso de materiales sostenibles y eficientes y en la certificación energética de unos edificios que forman parte esencial del progreso.
Desde AGACER, la Asociación Gallega de Ceramistas, junto a Hispalyt, Asociación Española de Fabricantes de Ladrillos y Tejas de Arcilla Cocida, ponemos en valor la sostenibilidad de los materiales cerámicos a través de la campaña “Cerámica es Sostenibilidad”.
Nuestra apuesta inequívoca por soluciones y productos con materiales cerámicos parece demostrar su idoneidad más que nunca. El sector cerámico español no solo es uno de los mayores productores europeos sino también una referencia para otros países en innovación y tecnología industrial gracias a las inversiones en I+D+i que nos sitúan en la vanguardia normativa y de esa resiliencia tan buscada.
El aislamiento acústico y térmico, el ahorro energético, la durabilidad y la protección contra incendios son los elementos que definen nuestra familia de productos cerámicos, desde el adoquín cerámico a los forjados, pasando por el ladrillo, tabiques y muros, tableros y, cómo no, tejas, ese elemento milenario que tanto ha aportado a la historia.
Todo ello, con materiales respetuosos con el medioambiente, al ser fabricados íntegramente con materiales naturales y ecológicos. Y con un elemento adicional, nada despreciable en momentos de hiperinflación e incertidumbre económica: el ahorro. Menores costes de instalación, mayor resistencia y un aislamiento óptimo para reducir unas facturas ecológicas y monetarias disparadas por el aire acondicionado o la calefacción que empleamos en climatizar nuestros hogares.
La Asociación Gallega de Ceramistas (AGACER) desarrolla la campaña “Cerámica es Sostenibilidad” con la colaboración de la Vicepresidencia Primeira e Consellería de Economía, Industria e Innovación de la Xunta de Galicia, cuyo objetivo es dar a conocer las razones por las que los materiales cerámicos de construcción son social, económica y medioambientalmente sostenibles.
«Los ritmos, los objetos y los acontecimientos existen, pero el tiempo y el espacio son las triunfantes invenciones del hombre. Cada individuo crea de nuevo el pasado, el presente y el futuro».
Kevin Lynch, ¿De qué tiempo es ese lugar?
«Que caian as casas, pero que permanezan as árbores».
Fernando Blanco
Manuel Gallego afirmaba, con motivo de un aula magistral impartida en 2012 en el Consello da Cultura Galega, que
«en este país han sido muchos los pasos que no se han dado»,
refiriéndose con ello a las escenas culturales internacionales de la segunda mitad del siglo xx que no fueron transitadas en Galicia, en el amplio sentido de la cultura de la arquitectura, sino por ciertas individualidades y excepciones. La marginalidad política y económica a la que la autarquía y la dictadura sometieron a toda España (y especialmente a Galicia) apartó a la sociedad y a los profesionales de aquel tiempo de la llegada fluida y natural de las corrientes culturales de su época. A pesar de ello, algunos de los huecos temporales de esa historia de la arquitectura y del diseño pudieron ser ocupados gracias al esfuerzo y planteamiento individual de ciertos creadores (unos, mejor conocidos) pertenecientes a una primera generación, como Sota, Albalat, Isaac Díaz Pardo o Luis Seoane, otros todavía por descubrir y valorar adecuadamente, y que ya pertenecen a la generación de la salida del confinamiento y la posterior transición española. Este último es el caso que ocupa esta publicación, en la figura del arquitecto y artista Fernando Blanco Guerra. La capacidad de construir cultura y el modo como esta se asienta en la historia son la sangre que alimenta el corpus de todo grupo social. Por ello, resulta fundamental recuperar y registrar esos lugares, caminados al menos por unos pocos, para dar aliento al tránsito de una sociedad dentro de ese magma (a veces sin referencias) que es el tiempo. Este fue, en parte, el afán de esta sucinta publicación, cuya intención es ser puerta de entrada a los planteamientos y formas de Fernando Blanco en el contexto de su propio tiempo.
El objetivo buscar, a través de diferentes acercamientos (el arquitectónico o el docente, entreverados con el pictórico y el escultórico), el relato del viaje que, casi siempre solo y a contracorriente, realizó Fernando Blanco en la difícil escena cultural gallega que va desde el inicio de su carrera en los años 1970 hasta nuestros días. Esta descripción no se propone únicamente desde lo visible, lo cercano, como la narración obvia de una biografía que son sus obras, sino queriendo mostrar la lectura de la variación del ritmo temporal en la percepción de su trabajo por la mirada explicativa de otros. Así, el comportamiento vital y creativo de Fernando Blanco se fijó en las diferentes voces que participan en el libro Recortes, Aproximación a la obra de Fernando Blanco (Manuel Gallego, Paulo Ferreira, Daniel Hermosilla, Julio Grande y Guillermo Bertólez), además de la suya propia.
Los textos, que se recogen en la publicación, transitaron (no siempre explícitamente) por la pintura, la escultura, la arquitectura e igualmente por la didáctica experimental ejercida como profesor invitado en la escuela de Arquitectura de Guimarães, haciendo un esfuerzo de interlocución con sus ideas y planteamientos, imprescindible para aproximarnos a un argumento creativo interior que crece y se amplía en cada lectura de su obra. Estos apuntes escritos como recortes servirían de guía al lector que se acercase a Fernando Blanco para ayudarle a mantener una atención perceptiva coherente, dentro del riesgo continuo al que este autor somete al observador en la aprehensión de cualquiera de las facetas de su trabajo. Estos textos son así una introducción a su proceso creativo donde el tiempo real se transforma en una elongación continua de sucesos y acciones construidas que se amplifican y subvierten continuamente, y a cuyo entendimiento sirvió de forma explícita el análisis biográfico de Julio Grande.
El ritmo interior de la obra de Blanco es siempre una lucha continua por evitar quedarse en ese lugar del tiempo cerrado, permitiendo al hecho creativo moverse y deformarse a medida que lo exploramos, algo que, como planteó el arquitecto y profesor portugués Paulo Ferreira, sus alumnos del curso experimental de Proyectos del antiguo DAAUM pudieron aprender del planteamiento teórico y práctico del ejercicio «Conductores de espacio», pero que también se podría aplicar a casi todas sus facetas de trabajo, bien del campo arquitectónico, bien del plástico. Así, el viaje y la narración de sus propuestas plantea siempre poder demorarse, como en una derivada jazzística, para repensarse desmontando la linealidad del discurso y poder volver mucho más compleja y enriquecedora la experiencia del cuadro, del habitar de la arquitectura o de la reflexión hablada o escrita, experiencias o lecturas que, aunque siempre son humanas y cercanas al observador, no acostumbran a ser cómodas, pues Fernando retira los horizontes y referencias más obvias para que el tiempo se le pierda al habitante de sus obras tanto como a él en el planteamiento de sus propuestas. Así, de esa elongada manera, nos facilita ganar la más generosa libertad que proporciona una auténtica exploración tectónica, espacial y pictórica.
Como se concluye de la lectura genérica de los textos y específicamente del de Guillermo Bertólez, esta deriva de la percepción, de lo sensible, no nace únicamente de la riqueza de sus formas (solo una apariencia), sino de la propia vida de la arquitectura o de la pintura que se ve engendrada por una multiplicación controlada de referencias, tanto de la propia acción de construir el momento creativo como de los innumerables y muy amplios registros de la cultura (literaria, geográfica, matérica, musical) que siempre ha manejado Fernando Blanco.
Esta publicación ha querido mostrar indirectamente los vacíos de la historia (tal como se citaba a Manuel Gallego al inicio de este texto) que Fernando Blanco rellena, por ejemplo, resolviendo a finales de los ochenta varias de sus propuestas con una perfecta interpretación de la geografía temporal del Venturi de Complejidad y contradicción en la arquitectura, algo que en el ámbito español solo había sido afrontado por los catalanes Viaplana y Piñón. Pasos —zancadas, otras veces— para trabajar y explorar la realidad y la expresión de la gran escala mediante la tecnología del prefabricado civil para llevarnos a la cultura del edificio público americano (a la manera brasileña, venezolana o mejicana, un mundo muy próximo al ideario de Fernando Blanco), pero sin contradecir en nada el propio contexto gallego. Tal es el caso, por ejemplo, del centro de salud de Castro de Ribeiras de Lea, en Lugo. La prefabricación está dentro de su pensamiento mucho antes del entendimiento de lo industrial a través del profundo conocimiento pretecnológico de los oficios tradicionales ligados al territorio y a sus materiales propios, que tan claramente explica el texto de Daniel Hermosilla. Se trata de una manera trasversal de querer mirar y conocer lo modular que abarca desde el mundo tradicional (el estudio de los despieces casi estandarizados de la estereotomía de los hórreos, de los muros de cierre del tejido agrícola y de los emparrados vitivinícolas) hasta el espacio contemporáneo donde lleva al extremo, en dimensión y esfuerzo, los actuales sistemas que los grandes especialistas de la industria ponen a su servicio. Antes incluso, previa a esta atención a la prefabricación, se interesa y propone singulares sistemas en la manera de pensar el objeto arquitectónico, en particular, por la denominada «modulación contrapuesta. Así, en la nave para la multinacional Renault (proyecto de patente fallida para su reproducción en toda Europa) mantiene una actitud propositiva, radical y casi heroica que le permite tensionar la arquitectura al límite, como lo haría estructuralmente un Hannes Meyer en la Petersschule de Basilea o formalmente un Konstantín Mélnikov en el pabellón de la URSS para la exposición de París de 1925. Otras veces —para alegría y riesgo de la arquitectura— maneja acciones de «vaciado reactivo», como en la rehabilitación de la biblioteca de O Carballiño donde, sin dejar de ser coherente con el edificio original, desmonta los discursos más habituales entre sus contemporáneos para el tratamiento de este tipo de intervenciones, que le facilitarían a él mismo el camino, introduciendo un organismo casi autónomo, altamente funcional y expresivo, en un contenedor de trama rígida historicista.
Así se van sucediendo propuestas e ideas radicales, pasos por veredas casi inexistentes que había que abrir y que nos permiten ahora transitar y citar la más alta cultura de la arquitectura, pero que, igualmente, mantienen una atención respetuosa hacia los procesos constructivos y los materiales más básicos del entorno histórico de Galicia. Esto requiere un conocimiento profundo de las maneras de hacer propias del anonimato de los antiguos oficios y tradiciones para poder subvertirlas, reinventando nuevas formas de estar ahora, en una contemporaneidad sin más tradición que el mundo neoliberal que les tocó habitar. Son procesos y adaptaciones tecnológicas cruzadas en el tiempo que, al ser entendidas en profundidad, le han permitido a Fernando Blanco, no solo domesticar la robustez de la prefabricación de elementos concebidos para la construcción civil, sino conseguir llegar a resolver y reinventar sistemas, como el muro-celosía artesanal y portante, por ejemplo, en la casa Arístides, donde, como quien espiga, reaprovecha los postes de las parras de la geografía inmediata. Esta estereotomía salteada se acompaña al interior con una carpintería continua practicable para construir una suerte de muro portante, traslúcido y flexible, pero ya liberado de la función de ventilar mediante la tradicional ventana. Separación o integración de mundos, interior y exterior, inventando, como menciona en su texto Manuel Gallego, «significados nuevos» para esta dialéctica clásica del tema del cierre y del borde en arquitectura.
A través de los planteamientos de Fernando Blanco, esta publicación se propuso para demostrar finalmente cómo el trabajo plástico o arquitectónico se puede construir con un material, el tiempo, que muy pocos se atreven a usar. Con esta herramienta, Fernando altera continuamente la narración de su propia obra para hacernos de manera paralela trabajar y gozar al recorrer el mundo interior de sus trabajos. El tiempo, también, como acompasamiento entre el envejecimiento de la materialidad de las propias obras y las ideas previas —en el inicio del proyecto— que gestionaron su posibilidad. Una especie de materialización de los acuerdos que el espacio intelectual que se propone al arranque del proceso creativo debe negociar con la ruina que está por venir. Sus propuestas parecen siempre tener presente esta premisa del paso y la cadencia del ritmo de la naturaleza, lo que se refleja en la atención a las relaciones con el territorio y el paisaje, y que se materializa en la arquitectura de las cubiertas —como prolongación de la sección—, fenómeno del cual deja constancia en su único texto en esta publicación.
No obstante, también, por desgracia, se concibe el tiempo como derrota, pero aclaremos: no como ruina natural, que es como Fernando la entiende y casi promociona, sino como ruina premeditada y propiciada por la incomprensión de la anomia del país que las propuso, teniendo que ver desaparecer, una detrás de otra, algunas obras de referencia de la escultura pública, como en el caso de la que celebraba el xxv aniversario del Parlamento de Galicia o la del árbol de acero de O Carballiño (recientemente, trasladado a otra localización), o de la mejor de su arquitectura doméstica, como la demolida vivienda unifamiliar de Reza.
Esta edición de textos en torno a Fernando Blanco Guerra ha intentado, por tanto, reconstruir, rellenar y dar sosiego a aquellos huecos de la historia que citaba Manuel Gallego, mostrando un trabajo afrontado mediante una actitud radicalmente propositiva que pasó en la escena del noroeste español por donde casi ningún otro arquitecto de su generación pudo o quiso transitar. Si, como lo define Adolf Loos, el arquitecto es aquel «albañil que sabe latín», a Fernando le debiera ser aplicada otra definición más propia a su contexto, aquella en la que el arquitecto es el «herrero que sabe música».
Luis Gil Pita, arquitecto
Santiago de Compostela, 1 de Marzo 2021
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