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Núm. 13El patrimonio

Publicado junio 29, 2025

VAD13 El patrimonio

Descripción del número

El término patrimonio se asocia indefectiblemente a bienes materiales con valor crematístico, pero aquí en este número de la revista VAD veredes, arquitectura y divulgación nos ocuparemos de ese otro patrimonio que es un valor colectivo, algo que pertenece a todas las personas por igual y que puede ser material, pero también inmaterial o intangible: es nuestra herencia cultural, la que se ha ido gestando a lo largo del tiempo y la que, conscientes o no de ello, estamos creando día a día y que será transmitido a las generaciones venideras.

Esta reflexión nos lleva a preguntarnos: ¿qué es realmente el patrimonio?

Nos referimos a un concepto que tradicionalmente ha estado asociado a la monumentalidad o a la belleza. Catedrales, castillos palacios, monumentos para ser observados y admirados, casi siempre desde la distancia; esa distancia que existe entre lo excepcional y lo cotidiano, lo ajeno y lo propio, lo inalcanzable y lo accesible. Pero el patrimonio va más allá. En la actualidad ese concepto decimonónico, que ha perdurado durante buena parte del siglo XX y aún hay quien lo mantiene, ha quedado obsoleto. Ahora somos conscientes de que al hablar de patrimonio estamos hablando de legado cultural, y poco a poco se han ido integrando en el imaginario patrimonial otros elementos que no se habían contemplado con anterioridad, e incluso habían sido denostados, como el patrimonio industrial, el patrimonio inmaterial o los paisajes culturales.

Son esos otros patrimonios que reconocen los valores culturales de la memoria del trabajo, con sus elementos construidos, sus archivos, sus oficios, sus huellas en el terreno. También de los que contemplan las formas de vida, las costumbres, las relaciones sociales o los saberes como valores culturales. Y, desde luego, de los paisajes culturales generados por el desarrollo de la actividad humana, entendidos ya no como lugares pintorescos de belleza excepcional sino como un entramado de relaciones, esas relaciones que se establecen entre los seres humanos y el medio que habitan, entre los elementos de diversa índole que lo integran y que conforman un todo, teniendo en cuenta que el TODO es más que la mera suma de las partes.

Todos ellos son también patrimonio. Ya no es, o no debería ser, algo distante, sino próximo e integrado en la vida cotidiana; lugares para vivir y compartir.

Pero no sólo ha cambiado con el tiempo el propio concepto de patrimonio, sino la forma de entenderlo y atenderlo. Hay certezas, como la necesidad de conocer, estudiar o investigar, que va más allá de la mera exhibición vacía de contenidos para ser contemplados, e incluso admirados, por un público estático; o el papel que juega la sociedad y la necesidad de la participación ciudadana en la toma de decisiones. Pero también hay muchas preguntas: ¿tiene fronteras el patrimonio? ¿es suficiente y/o adecuada la educación patrimonial? ¿es la antigüedad un valor per se? ¿cómo convive el patrimonio construido con las nuevas arquitecturas en un mismo espacio?

En un momento de incertidumbre, en que aún no conocemos que nos depararán los efectos de la globalización o de los avances tecnológicos, se impone un cambio de paradigma, establecer de partida unos conceptos básicos que permitan ir abordando las incidencias al mismo ritmo que se van presentando.

Quizá una de esas certezas resida en la lectura diacrónica del patrimonio, resultado de dos premisas indisociables: Espacio y Tiempo, única forma de entenderlo para su adecuada comprensión y su justa valoración.

Ante un devenir impreciso, supongamos que nos encontramos un pasaje y, como dice W. Benjamin, “en los pasajes se trata, no como en otras construcciones de hierro, de iluminar los espacios interiores, sino de amortiguar el espacio exterior”. Amortigüemos pues, en pro de su auténtica valoración, el impacto de las tendencias exteriores que empujan con fuerza hacia la banalización del patrimonio, como si de mercancía se tratase.

Sin necesidad de esperar que pase mucho más tiempo, hoy ya se está consolidando una idea de utilidad asociada a rentabilidad económica que también concierne al patrimonio. Pues bien, cuando esta nueva suerte de utilitarismo mal entendido extiende sus tentáculos (si no tiene valor material, si no es útil, no sirve para nada), parece apropiado reivindicar con N. Ordine la utilidad de lo inútil: “porque es fácil hacerse cargo de la eficacia de un utensilio mientras que resulta cada vez más difícil entender para qué pueden servir la música, la literatura o el arte”.

Miscelánea

Prólogo