Un premio de obra. Apuntes sobre la Praza do Curro en Noia.
Salgado y Liñares arquitectos
Hablar de arquitectura es difícil, mucho, hacerla todavía más, por eso vamos a intentar ser breves y no entorpecer con palabras innecesarias el acercamiento a los excepcionales y renovadores valores que la obra de Praza do Curro en Noia de Salgado y Liñares, aportan al entendimiento de las intervenciones sobre el espacio público histórico actual.
Existe la lectura aceptada de que gran parte de las actuaciones que versan sobre la rehabilitación y el acondicionamiento de espacios urbanos, históricos o de nueva planta, no son arquitectura sensu stricto, como si el trabajo y la acción sobre poco más que un plano de pavimentación tuviese escasas oportunidades de alterar nada más allá que esa piel de cota cero. Seguramente el ejemplo de Praza do Curro en Noia es, al contrario, la prueba de que el trabajo sobre la superficie de la pisada tiene, cuando se trata con sinceridad y honestidad, una capacidad irrefutable de activar y/o regenerar la espacialidad de un lugar.
Esta obra, además de cumplir con todas las expectativas del rigor constructivo y la conciencia del saberse trabajar en un espacio público, tiene un compromiso tanto con el tiempo pasado que es la historia y la memoria de la ciudad, como con el tiempo contemporáneo en el que se sitúa la nueva propuesta y los usos actuales demandados. Es una obra que nace en el vacío público de un hueco común, como decimos lleno de historia y uso, el locus de un mercado al aire libre, una plaza de abastos sin cubierta, que había perdido todo carácter hasta llegar a nuestros días con una clara desagregación entre el plano horizontal de paso y la escena urbana de tránsito que lo cierra. Si el conjunto se había desconfigurado por el paso del tiempo y muy especialmente por los usos y arquitecturas desnaturalizadas de la segunda mitad del s.XX, uno de los grandes valores que aporta esta solución es la de haber sabido traer de nuevo al emplazamiento la naturaleza de un significante, de una forma-lenguaje contemporánea, que permite volver a leer a partir de la horizontalidad del suelo, la totalidad del lugar. En este punto no podemos menos que remitirnos metafóricamente a la obra fotográfica del artista Rubén Ramos Balsa (S/T 2002 en la colección Purificación García) como ejemplo claro de lo que puede llegar a ser y significar la transformación de un espacio a través de la recomposición de la superficie densa del suelo. Actitud propositiva que redefiniendo ese plano bajo los pies deja claro que podemos alterar la percepción del todo, subvirtiendo y negando la lectura más simple y derrotista que tiende a asumir que las estereotomías de lo que caminamos sólo tienen importancia para el horizonte visual de cota cero. Sucede así tanto en la Praza do Curro de Noia, como en la obra de Rubén Ramos Balsa, que mediante la intensificación de la consciencia del suelo, le es devuelto el ser y el valor al entramado espacial que se habita más arriba. Así el lugar, puede nuevamente adquirir unidad e importancia gracias a la reformulación de una parte del mundo de la arquitectura que habitualmente se ve condenada a la marginalidad -el pavimento- uno de sus fundamentales agentes modeladores junto con la cerca que marca el recinto del dominio y más tarde la cubierta.
Después de ese tomar consciencia y de repensar, como si fuese la primera vez, qué es lo que corre bajo de los pies -por sí mismo y en relación a lo que está alrededor en el resto de planos de la escena urbana- no hay mucho más, un casi nada que decir… Un casi nada que permite orquestar y organizar -como dicen Salgado y Liñares- sus líneas de fuerza en relación a lo que ya está, los flujos, los recorridos, el acceso y la presencia de cada uno de los edificios que merecen diversos estatus o reconocimientos en el encuentro del vacío común. Una revisión, punto a punto, para observar qué elemento necesita un pódium que lo aposente o un rehundido que lo acerque, un remarcar en qué referencia apoyarse o a cual dejar volar, aligerarse. Finalmente saber por dónde hacer correr el agua de lluvia y en donde recogerla cuidadosamente, canales o sumideros, de manera similar, a como la buena arquitectura remata siempre su trabajo, con el saber hacer guiar las manos por las barandillas, poniendo el máximo énfasis en su diseño como última muestra de lo intenso. Una aproximación al cuidado de lo sutil, la del tacto en la barandilla, que a esta altura, la de suelo, ya no es necesario y cuya preocupación por el agarrarse tiene que ver no con las manos sino con los ojos, una guía que sujete la mirada en las líneas de fuerza que son también las de borde de canaleta, ese ingenio de antibordillo para la recogida del agua que sirve además para organizar las necesarias juntas de hormigonado…
Finalizamos pensando que este ejercicio de arquitectura en el espacio urbano podía haber transitado simplemente por los derroteros del oficio, de los caminos trillados y aceptados por las convenciones contemporáneas de intervención en el espacio público, sobre todo, teniendo tan cerca ejemplos de marcado carácter oficialista, no exentos de valor, en la cercana ciudad Santiago de Compostela. Pero contrariamente a esto, a Salgado y Liñares se les ha ocurrido como al masajista de Robert Walser1 traspasar la frontera de sus obligaciones, las normas de su profesión y, propasándose, llegar a donde no está permitido, al lugar de partida de quienes “actúan con la frescura de una primera vez” (nada más lejos de la realidad, sus premiados trabajos en Muiños de Pedrachan, A Chainza y en el acceso desde Praza de Raxoi a la del Obradoiro en Santiago de Compostela atestiguan el conocimiento profundo de las altas exigencias del arreglo histórico, bien sea en los contextos tradicional o urbano), demostrando el valor que proponen los amateur, no como ingenuos sino como amadores de lo suyo. Espíritu amador que sabe trabajar desde la imposibilidad económica, y más allá de las convenciones y pautas del protocolo aceptado de la actual rutina arquitectónica, para subvertir y repensar qué es o puede ser de nuevo una estereotomía, un reparto o zonificación del material en relación a uno de sus hábitats inmediatos, el suelo, y cómo desde allí abajo se puede remodelar el espacio hasta el cielo de la cornisa continua que compone la suma de la individualidad edilicia. Con esa actitud inconformista e inquieta, no es pues de extrañar que cuando algunos jurados de concursos de arquitectura valoran obras de esta sinceridad y riesgo (ver premio COAG 2015), se le pasen completamente desapercibidas sus cualidades, como el perfume pasa desapercibido al perro de Baudelaire, que sólo tiene su olfato programado para otros menesteres…
Rara vez una obra es un premio. No, no una obra con premio, sino un premio de obra, más aún cuando se trata de un trabajo en el plano del suelo, donde todo se densifica debido a la gravedad, y por donde la mayor parte de los ciudadanos corre sin apercibirse de la suerte que es tener un espacio común y compartido para pisar. Qué suerte poder adentrarnos, como ciudadanos, como arquitectos, en este suelo-espacio de Salgado y Liñares, en esta inmensa-intensa rayuela y poder recibir este gran premio.
Luis Gil+Cristina Nieto. arquitectos
santiago de compostela. mayo 2015
Notas:
1 “A mí, dicho sea de paso, me preocupa la pregunta casi aventurada, la trivial y sin embargo importante cuestión de palpitante actualidad de si le está permitido a un masajista besar a la mujer a la que tiene que frotar, casi modelar, con el objeto de hacer surgir por ensalmo la belleza. ¿No podría suscitar esto sorpresas, escenas teatrales, contrariedades de primer orden? , podrían decirle a un artista del cuerpo al que se le ocurriese traspasar la frontera de sus obligaciones, las normas de su profesión.” Walser, Robert. Extracto de El cuadro de Brueghel en Ante la pintura. Narraciones y poemas. Edición de Bernhard Echte de Siruela Edt, Madrid 2009