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Precarias vidas en línea | Landa Hernández Martínez

Interior del metro en Milán, uno de los centros de la primera ola de la epidemia de la COVID-19. Durante ese periodo de cuarentena, sólo los llamados trabajos imprescindibles seguían operando y los únicos usuarios del metro son riders, empleados — aunque esto está en discusión — de UBER Eats, Rappi, Glovo u otra empresa de reparto de comida a domicilio similar. Cargados con sus bicicletas, esperan para ahorrar tiempo a su destino. A efectos de negocio, el tiempo es oro, y el transporte público, si además va medio vacío y con suficiente espacio para cargar la bicicleta en él, es mucho más rápido — y descansado — que pedalear por la ciudad.

La conexión permanente de nuestra vida, desarrollada en las últimas décadas y que la crisis sanitaria parece querer celebrar destacando las posibilidades de teletrabajo, de las clases online, de las celebridades haciendo directos y de una ilimitada oferta de museos y demás instituciones culturales — que debieran mantenernos ocupados mientras dure el encierro — , ha ido en paralelo a transformaciones laborales, en especial el descenso en la calidad de sus condiciones. Son procesos conectados, que inciden sobre lo urbano, y que se ponen de manifiesto a través de diferentes crisis.

Como apunta Nick Srnicek,

“hay tres momentos en la historia relativamente reciente del capitalismo que son particularmente relevantes (…): la respuesta a la recesión de 1970; el boom y la caída de las punto-com en los años 1990, y la respuesta de la crisis de 2008”.1

Precarias vidas en línea | Landa Hernández Martínez
Planta de ensamblaje de Bell Aircraft Corporation en 1944. Los aviones que se ven en distintas frases de montaje corresponden a dos modelos, el Bell P-39Q-30-BE «Airacobra» y el Bell P-63A-8-BE «Kingcobra». Fuente: Wikimedia Commons.

Si la posguerra de la Segunda Guerra Mundial había sido un “insostenible buen periodo”, con una industria manufacturera centrada en la producción en serie y masiva, que organizaba a sus numerosos trabajadores en grandes fábricas y con una fuerte organización sindical que aseguró que “los salarios crecieran”, que los trabajos fueran “relativamente permanentes” y que las jubilaciones estuvieran garantizadas; los años 70 estarían marcados por la perdida de inversión pública y las privatizaciones. La crisis comenzó con el auge de las industrias alemana y japonesa, que aumentó la competitividad global; la sobreproducción de manufactura derivó en una bajada de los precios para poder ser competitiva.

La presión de las empresas japonesas y alemanas, junto a otras como las Corea, Taiwan, Singapur o China, generó una mayor competencia internacional y una nueva bajada en los precios. Eso acabó por afectar a los logros laborales:

“[los sindicatos en el mundo occidental] sufrieron trabas legales, la desregulación de varias industrias y una caída en la cantidad de afiliados. Las empresas aprovecharon para reducir los salarios y empezar a subcontratar o terciarizar cada vez más”2

y dando lugar a un empleo con sueldos menores, más flexible y sometido a mayores presiones laborales.

En la década siguiente,

“el eco del viejo y conocido eslogan de Margaret Thatcher, There Is No Alternative, situó al liberalismo económico, y con ello al libre comercio y la desregulación del mercado, como el mejor y único modo para el desarrollo de las sociedades modernas”.3

La caída de la URSS y el anuncio del “colapso y agotamiento de ideologías alternativas”4 terminaron por permitir una ilimitada expansión capitalista en su modelo neoliberal:

“A partir de los años 80, estamos obligados a trabajar cada vez más para compensar la merma continua del poder adquisitivo de los salarios [y] para enfrentar la privatización de un número creciente de servicios sociales”.5

Los 90 comenzaron bien, con el auge de las empresas punto-com, que supuso “la comercialización de lo que había sido, hasta ese momento, una Internet mayormente no comercial”.6 Ese periodo se caracterizó por la alta especulación financiera, “alimentada por grandes capitales de riesgo” y centrada en del sector de la telecomunicaciones — a fin de sustituir un cada vez más estancado sector manufacturero. Las inversiones se orientaron en una supuesta rentabilidad futura, centrada en negocios apenas rentables pero con los que se esperaba dominar un nicho de mercado del que se esperaba diera frutos años después.7

Esa misma inyección de capital también propició una mayor inversión en tecnología de la información:8 mejora en los equipos técnicos, desarrollo de software, creación de nuevos y mejores servidores y bases de datos y expansión de infraestructura mundial, con la instalación de enormes cables submarinos y fibra óptica en las ciudades. Internet llegó a las oficinas como parte integral de la cotidianidad laboral, y la mejora de las telecomunicaciones hizo posible una mayor deslocalización y terciarización, desplazando los centros de producción de manufactura hacia la ‘periferia global’,

“dado que los costos de coordinación se redujeron drásticamente”.9

La burbuja de las punto-com explotaría al final de la década. Y una más en 2008, esta de carácter inmobiliario, causa de la bajada de las tasas de las hipotecas como un mecanismo de hacer frente a la crisis previa a finales de los 90.

Este proceso se concreta hoy en “una demanda de servicios más baratos y más oportunidades de ganarse la vida, sin importar cuán precarias sean las condiciones de trabajo”.10 Con el aumento de los niveles de desempleo, las políticas laborales avanzaron hacia una mayor temporalidad, presionando más a los trabajadores y defendiendo estas condiciones como únicas posibles.11 Esto, a su vez, se combina con la nueva realidad tecnológica, que impone horarios ilimitados, provocando

“la disolución de la mayoría de las fronteras que separan el tiempo privado y profesional, el trabajo y el consumo”.12

La economía digital ha propiciado nuevos conceptos. De un lado, nuevos modelos de empresas, que Nick Srnicek denomina como Plataformas,

“infraestructuras digitales [que] se posicionan como intermediarias que reúnen diferentes usuarios: clientes, anunciantes, proveedores, productores, distribuidores e incluso objetos físicos”13

y entre las que encontramos grandes conglomerados, como Amazon o Google, o empresas centradas en la logística de servicios a bajo costo, como UBER, que hacen del transporte o del envío de comida parte de su negocio. Con estas se da el surgimiento de nuevos empleos bajo la economía digital, como los mencionados riders, ha generado una ser de trabajos precarios, tanto en sueldo como en tipo de contrato,14 que los vincula laboralmente — muchas veces se emplean como trabajadores de cuenta propia permitiendo a la empresa reducir los gastos derivados de su contratación.

La fábrica, ejemplo de la sociedad disciplinaria, ha dado paso a un nuevo tipo de modelo:

“un nuevo tipo de fábrica móvil, portátil e inmaterial, capaz de generar trabajo en cualquier lugar. (…) [Una] fábrica permanente, atomizada, que evita, por supuesto, la asociación gremial y entre trabajadores”15

que quedan por ello más expuestos. Estos trabajadores precarios, se definen una sociedad de rendimiento y la optimización.

“Gracias a [su] salario, por mínimo que sea, y a lo que queda del Estado social, [logran] tener suficiente como para sustraer[se] a la constante lucha por la supervivencia”.16

Una supervivencia que se ve marcada siempre por la posibilidad de quedar fuera del sistema:

“Tener un empleo ya no te garantiza una vida digna. (…) Todas esas garantías y seguridades muchas veces colectivas, en forma de derechos sociales, y derechos colectivos, se ven sustituidos por un traslado al riesgo, digamos, que debe adoptar uno individualmente y, por tanto, todo nuestro tiempo de vida tiene que ser tiempo disponible para lo que pueda surgir. Es decir, para encontrar ingresos necesarios para poder vivir toda vez que, cada vez más, en más esferas de la vida, y más partes de la sociedad, hay una incapacidad estructural para reproducir la vida a través del salario”.17

La solución es convencerse de seguir trabajando18,[18] incluso pese al riesgo de la enfermedad, más evidente en estos días de cuarentena:

“al turbocapitalismo no le gustan los trabajadores que se dan de baja temporal por razones de salud”.19

Las medidas adoptadas post-crisis del coronavirus, como la entrega sin contacto, no serían suficientes para protegerle de la exposición. Este desamparo se complementa con una situación en la que los trabajadores riders — y demás mensajeros — carecen de espacio de trabajo propio, sin oficina ni lugar de descanso; carecen incluso de intermediarios, teniendo que relacionarse con la empresa únicamente a través del teléfono móvil. Sólo pueden descansar parados en algún jardín — los mismos que en las ciudades europeas están ahora cerrados — o en medio de la calle a la espera de recibir un nuevo pedido.

Precarias vidas en línea | Landa Hernández Martínez
Rider de Uber Eats en la ciudad de Turín

En la comodidad de los que podemos ejercer nuestro trabajo conectados o disfrutar de una película de una plataforma de streaming, debemos recordar que hacer click a través de la página de compras online o en una App de comida a domicilio va acompañada de todo un sistema laboral que se apoya en horarios extenuares, acciones repetitivas y sueldos bajos. Como otros similares, como reponedores y cajeros o trabajos de limpieza, estos trabajos han sido hasta hace bien poco simplemente invisibilizados.

Al ver cómo estos empleados siguen ocupando a solas la ciudad, la aparición del virus, que habría provocado que el mundo se “pare” pero que no la permitido que estos trabajos — junto a las sanitarios — se detengan — incluso las compras online se han incrementado — , ha acabado por poner de manifiesto nuestra dependencia de esos empleos para seguir teniendo acceso a estantes de supermercados llenos o comida en la mesa.

Replantear las condiciones de nuestras ciudades después de la aparición del coronavirus pasaría no sólo por pensar el interior doméstico — algo necesario y a lo que enseguida se han lanzado muchos arquitectos a repensar — sino también por la inclusión de que modelo urbano tenemos y que ha propiciado que un grupo de personas, en tiempos de cuarentena, calles vaciadas y crisis sanitaria, carezcan de un lugar donde poder estar sin miedo a contagiarse.

Pedro Hernández · arquitecto
Madrid. Abril 2020

Notas:
1. SRNICEK, NICK, 2018, Capitalismo de plataformas, Caja Negra Editora, Buenos Aires.
2. Íbid.
3. AGUIRRE, PEIO, 2016, en FISHER, MARK, 2016, Realismo Capitalista. ¿No hay alternativa?, Caja Negra Editora, Buenos Aires.
4. FUKUYAMA, FRANCIS, 1992, El fin de la Historia y el último hombre, Planeta, Madrid.
5. BIFO BERARDI, FRANCO, 2007, Generación post-alfa: patologías e imaginarios en el semiocapitalismo, Tinta Limón Editores, Buenos Aires.
6. SRNICEK, NICK, 2018, Capitalismo de plataformas, op. cit.
7. Es famoso el caso de Google. Lanzada en 1998, su web se rehusó hasta el año 2000 a tener publicidad. Como apunta Nick Srnicek, “Google fue de las primeras empresas en recibir financiación de riesgo en 1998. (…) A estas alturas, Google había estado recopilando datos de usuarios a partir de sus búsquedas y usando estos datos para mejorar[las]. (…) Pero no había un valor sobrante del que google pudiera generar ingresos. (…) Eventualmente comenzó a utilizar los datos (…) para vender espacio publicitario personalizado a los anunciantes mediante un sistema de búsqueda cada vez más automático”. Con la introducción de AdWords debido a presiones de los inversores en 2000, Google renunció a esta política inicial, en la que la ausencia de publicidad se definía “como un signo de la independencia de los resultados de una búsqueda”, Ibíd.
8. “En 1980 el nivel de inversión anual en computadoras y equipamiento periférico fue de 50.100 millones de dólares; para 1990 había alcanzado los 154.000 millones, y en el punto más alto de la burbuja, en 2000, llegó a un pico de 412.800 millones”, Ibíd.
9. “En la década de los 90, Nike se convirtió en un ideal corporativo por subcontratar, dado que mucho de su trabajo lo contrataba a terceros. En lugar de adoptar una integración verticalista, Nike se armó sobre un pequeño núcleo de diseñadores y promotores de marca, que luego terciarizaban la fabricación de sus productos a otras empresas. Como resultado, para 1996 la gente ya expresaba la preocupación de que estábamos haciendo la transición hacia una era del ‘justo a tiempo’ [just-in-time] de trabajadores ‘desechables’”, Ibíd.
10. MOROZOV, EVGENY, 2018, Capitalismo Big tech ¿Welfare o Neofeudalismo Digital?, Enclave de Libros, Madrid.
11. “No importa que te quejes de las horas extra sin pagar, de que el salario no te permite sobrevivir o de que no se cumple tu contrato: siempre hay alguien dispuesto a recordarte que debes estar agradecido por tener trabajo”, PUERTAS, NAIARA, 2019, Al menos tienes trabajo, Antipersona, Madrid.
12. CRARY, JONATHAN, 2015, 24/7. El capitalismo tardío y el fin del sueño, Ariel, Madrid.
13. Ibíd.
14. ZUBOFF, SHOSHANA, 2014, Entrevista con Jörg Heiser: Safety in Numbers? Disponible en: https://frieze.com/article/safety-numbers (Última consulta: 15 de agosto de 2019).
15. ABENSHUSHAN, VIVIAN, 2017, Trabajo, en HERNÁNDEZ GÁLVEZ, ALEJANDRO (Ed.), Revista Arquine №80 | 20 años, Ciudad de México.
16. CAMPAGNA, FEDERICO, 2015, La última noche. Anti-trabajo, ateísmo, aventura, Akal, Madrid.
17. MORUNO, JORGE, 2019, Entrevista en Millennium (TVE2): La sociedad cansada. Disponible en: http://www.rtve.es/alacarta/videos/millennium/millennium-sociedad-cansada/4956433/ (Última consulta: 2 de septiembre de 2019).
18. “El sujeto de rendimiento está libre de un dominio externo que lo obligue a trabajar o incluso lo explote. Es dueño y soberano de sí mismo. De esta manera, no está sometido a nadie, mejor dicho, solo a sí mismo”. HAN, BYUNG-CHUL, 2010, La sociedad del cansancio, Herder Editorial, Barcelona.
19. BIFO BERARDI, FRANCO, 2015, En la solitaria cabina de nuestras vidas. Disponible en: https://www.eldiario.es/interferencias/Andreas_Lubitz_6_372422775.html

Landa Hernández
Landa Hernándezhttp://laperiferiadomestica.tumblr.com/
Soy arquitecto por la Universidad de Alicante, pero mi interés sobre esta disciplina se encuentra alejado de su papel tradicional de diseño de espacios. Más bien, me interesa entender cómo las representaciones de la arquitectura, el paisaje, el diseño o el territorio construyen y materializan determinados discursos ideológicos, imponiendo posturas, subjetividades y formas de acción sobre los cuerpos que la habitan. En mi trabajo edito estos discursos –sus imágenes, sus historias o sus restos materiales– y reelaboro comentarios críticos que ponen en evidencia sus controversias y contradicciones, formalizándolos en diversos formatos como textos, fotografías, vídeos, objetos o instalaciones, muchas veces entrecruzados entre sí. He publicado artículos y ensayos en diversos medios de Estados Unidos, Italia, Croacia, España, Chile y México. Desde enero de 2013 resido en la Ciudad de México donde trabajo como coordinador de contenidos en Arquine.
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