La respuesta es clara: aportamos la firma que avala nuestra capacidad profesional.
Pero antes definamos un par de términos, arquitecto y arquitectura.
Primero nosotros, arquitecto, del latín architectus, que deriva a su vez del griego architekton, compuesta por archi, principal o jefe y tekton, obra. El arquitecto es pues el jefe o maestro de obras. Según la Real Academia es, sencillamente y en una frase, aquella
“persona que profesa o ejerce la arquitectura”.
Y segundo, la que está por encima de nosotros, arquitectura, del latín architectūra, definida como el
“arte de proyectar y construir edificios”.
Así, sin más, en dos fases consecutivas, proyectar y construir; lo que la convierte inmediatamente en un acto cuasi indivisible. Un arte, pues así lo dice, compuesto por dos partes con una finalidad, construir, pero que une a una fase previa, proyectar.
Louis Kahn, que tanto juego da en esto de hablar de arquitectura, decía en su ya famosa conferencia en el Politécnico de Milán de 1967, una de sus famosas sentencias:
“Ante todo debo decir que la arquitectura no existe, existe la obra de arquitectura”.
Hasta aquí la cosa parece clara, compliquémosla un poco.
En La estructura ausente1 Umberto Eco nos dice:
“El arquitecto se verá obligado continuamente a ser algo distinto para construir. Habrá de convertirse en sociólogo, político, psicólogo, antropólogo, semiótico… y la situación no cambiará si lo hace trabajando en equipo, es decir, haciendo trabajar con él a todos los profesionales anteriores.
Obligado a descubrir formas que constituyan sistemas de exigencia sobre los cuales no tiene poder; obligado a articular un lenguaje, la arquitectura, que siempre ha de decir algo distinto de sí mismo (lo que no sucede en la lengua verbal, que a nivel estético puede hablar de sus propias formas; ni en la pintura, que puede pintar sus propias leyes; y menos aún en la música, que solamente organiza relaciones sintácticas internas a su propio sistema), el arquitecto está condenado, por la misma naturaleza de su trabajo, a ser con toda seguridad la única y última figura humanística de la sociedad contemporánea; obligado a pensar la totalidad precisamente en la medida en que es un técnico sectorial, especializado, dedicado a operaciones específicas y no a hacer declaraciones metafísicas.”
Ya en los años setenta escribía Antonio Miranda la situación de la profesión en los siguientes términos:
“La realidad compleja y la cantidad de agentes que intervienen en el proceso de producción de la arquitectura, y sobre todo, la indiscriminada y masiva banalización de los códigos arquitectónicos para su incorporación a la economía de mercado, han obligado a la mayoría de arquitectos a prescindir de su endogámica capacidad creativa, para convertirse en piezas mecánicamente estereotipadas del engranaje productivo.”
Poco parece haber cambiado.
Desde ese punto de vista somos un agente necesario para la sociedad, ésta nos confía la ideación y construcción de las, otra vez en palabras de Kahn, instituciones del hombre que conforman el hábitat construido del hombre.
El panorama parece cuando menos de mutua dependencia, pero desgraciada o afortunadamente la ecuación no es tan sencilla y son muchos los condicionantes que se interponen en tan aparentemente clara relación. Una relación que es cada vez más distante y más difusa. Una relación difícil en la que creemos partir de una posición de ventaja desde nuestra exclusiva atribución. Quizás por ello se nos ha llegado a ver como un mal necesario a menudo incómodo.
Esta sensación heredada de momentos pasados de la profesión hoy no es real; la sociedad demanda hoy otro tipo de relación más participativa y las iniciativas colectivas surgen mostrándonos otra manera de ejercer y entender la profesión. Todo ello quizás debido a las circunstancias socio-económicas actuales, o a una evolución de la profesión que ha agotado el modelo actual de trabajo y nuestra relación con él.
El aparente e inevitable ensimismamiento que nuestra profesión parece que propicia, debido a la especial naturaleza de su arte, de su praxis, o a un modelo determinado de docencia que los planes de estudio de nuestras escuelas continúan aplicando sin evolución, y a los que la reciente implantación del plan Bolonia no creo que mejore, y ojalá me equivoque por la parte que me toca2; ha hecho que tardemos en reconocer que ciertas relaciones han cambiado y que se demandan otros modelos de actuación. Nuevos modos de relación con una sociedad que avanza rápida cada vez más concienciada socialmente y mejor educada en nuevas necesidades y de la que surgen, o resurgen, nuevos y distintos modelos de relaciones sociales y urbanas.
Las cada vez más inevitables e indispensables redes sociales, con sus relaciones virtuales, no han hecho sino aflorar y acrecentar esas relaciones que, de vuelta a la calle, a la realidad, han cristalizado todos esos anhelos en nuevas acciones.
Los sistemas complejos, y la sociedad lo es, evolucionan por medio de sus propias crisis, está en su propia naturaleza; se necesitan revulsivos y hartazgos, o empachos como el que hemos pasado, para ayudar a ver las cosas de otra manera. Como decía Lampedusa por boca del Gatopardo,
“si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.
Las activas y cada vez más generalizadas acciones colectivas no se derivan sólo de la falta de encargos, sino que son consecuencia de una nueva sensibilidad social hacia los temas urbanos, de nuevos usos de la ciudad y sus espacios, y de inquietudes sobre el estado de nuestra profesión. Y quiero pensar que esto no es debido exclusivamente al enrarecimiento de los encargos sino que es fruto de una nueva inquietud acerca de un modelo de profesión que necesita y quiere repensarse.
Por otro lado las iniciativas de carácter urbano, con la rehabilitación de usos y espacios, surgen como si nos hubiéramos dado cuenta ahora de que la ciudad es realmente nuestra; en la que han de insertarse nuevos espacios y repensar los existentes para que acojan todas estas iniciativas. Bienvenidas sean todas aquellas que ayuden a rehabilitar y regenerar tanto mentes como espacios.
Hemos sido actores y espectadores a partes iguales de una creciente vulgarización y un inexorable empobrecimiento de nuestro trabajo. Hemos participado, por acción o por omisión, en la degradación de nuestras condiciones de trabajo y por extensión de los resultados del mismo. Hemos admitido premisas inasumibles, condiciones, plazos, honorarios, etc. por parte de los agentes encargantes, públicos o privados, con los que difícilmente se puede realizar lo que todos entendemos que debe ser un buen trabajo de arquitectura. Esto ha pasado y hemos entradoa la fuerza en un juego en el que todo se ha banalizado, relativizado y degradado.
Esa banalización es la que no instruye a una sociedad, y la que la hace confundir arquitectura, el trabajo de arquitectura del que Kahn nos hablaba, con otros fines. Al final todo se simplifica y se confunde.
Reclamamos por todo ello una autocrítica del estado de la profesión.
El desconcierto y la desazón de las circunstancias actuales quizás nos brinden un buen momento para reestructurarnos como colectivo. Quizás no vendría mal un poco de corporativismo saludable que nos una y nos dote de una voz más coherente y conjunta, que aprenda a transmitir y conectar.
Tenemos en estos momentos una de las generaciones de arquitectos mejor preparados, más capacitados y con más medios que nunca. Nuestra arquitectura es ejemplo y nuestros arquitectos solicitados. Es un capital que no se puede desperdiciar, desaprovechar o degradar.
De todas las crisis se sale y se suele salir reforzado, mientras tanto preparemos el camino.
Alguien dijo que es en los comienzos cuando las cosas deben quedar bien establecidas. Conviene recordar los inicios de determinadas situaciones para ver más clara su trayectoria, con sus errores y aciertos, y ver su final o las soluciones para su arreglo.
Al igual que Kahn recordaba:
“Me encantan los comienzos. Me maravillan los comienzos. Creo que es el comienzo lo que confirma la continuación. Siento veneración por el aprendizaje porque es una inspiración fundamental; no es sólo algo que tiene que ver con la obligación, sino que nace dentro de nosotros. La voluntad de aprender, el deseo de aprender, es una de las más importantes inspiraciones”.
El trabajo de arquitectura es un hecho compacto que fusiona proyecto y obra. El proyecto es una fase fundamental que no se inicia con el encargo, con el programa o con el lugar; es una fase previa a todo que lleva implícita tanto una actitud como unos conocimientos. Empieza el día en que empezamos a mirar las cosas de otra manera.
Un proyecto es un proceso y eso es en lo que estamos. Un proceso constante de regeneración. Un proceso tan completo como complejo. Hay tantas arquitecturas como arquitectos y definir una única arquitectura es una tarea fútil y estéril. Hablar de arquitectura es adentrarse en un quehacer, en una profesión que es tanto un modo de ver las cosas como un modo de hacer las cosas. Hace falta una ética del trabajo.
Un proyecto de arquitectura es, inevitablemente, un proceso personal, diríamos que íntimo, en el que se dan cita todas aquellas cosas que con el tiempo se van adquiriendo. Toda creación es un acto de intimidad, es un acto solitario, individual, cualquier acto de creación, cualquier acto de comprensión lo es. Todo sentimiento es individual.
Se trata de la búsqueda de una nueva aproximación a la arquitectura, y por extensión de la profesión, en respuesta a las dificultades, la degradación y la manipulación de la escena arquitectónica actual. Se trata de operar a nivel emocional frente a arquitecturas que operan en el campo meramente material, o directamente vacías de contenido; arquitecturas que no dicen nada frente a aquellas en las que la emoción de su creación expone su realidad. La emoción de la arquitectura.
Jorge Meijide . Arquitecto
Coruña. Noviembre 2017
Notas:
1 La estructura ausente. Introducción a la semiótica, Umberto Eco, 1968.
2 Cinco años han pasado desde que esto se escribió y a día de hoy he de constatar que, tristemente, las cosas en este campo no han mejorado ni tienen visos de mejorar.
Texto para las Jornadas del Laboratorio de Ideas celebradas en la sede del Colegio de Arquitectos de Vigo en junio de 2012, revisado en noviembre de 2017.