A veces vivimos en mundos y ciudades, a veces pienso en los libros como si fueran ciudades, que cuando los tomas emprendes un viaje y luego al tomarlo entre las manos haces el tuyo, viviendo entre las paginas, también pestañeando a entre dos apóstrofes y sujetándote entre corchetes como si el Modulor quisiera rectificar medidas.
Cuando retornas el libro al librero ocupa otro lugar, nunca es el mismo y quien lo retorna tampoco.
Cuando los regresas al estante a veces con nostalgia -por el tiempo que habitó fuera-, es como despedir a un visitante en la puerta de casa, no lo dejas ir, solo alargas esa estadía.
Los libros se hacen compañía cuando tú no estás, y cuando regresa a su “otro lugar” se contagia de sus nuevos vecinos, a veces contemporáneos a veces no, ellos no siempre escogen su vecino, lo escoge uno al hallar un espacio, a veces encima y otras veces entre libros medianeros.
Los libros son ciudades, tienen plazas, tienen rincones y espacios donde quedarse, esculturas desde donde esconderse, calles en perspectiva, cornisas, zaguanes.
Los libros nos miran curiosos y cuando pasamos delante de ellos, son ellos los que nos eligen, y no nosotros como pensamos, nos toman de la mano y juntan nuestro índice con el suyo, nos toman y nos leen.
Toca hablar de ellos, contarles a sus vecinos de ellos, dejarlos de ver un tiempo, despedirse, abordar otro viaje y luego visitarlos y encontrarlos más maduros, toca leer, hoy toca ser uno de ellos.
Muy cierot lo que dices , tengo la costumbre de tener en mi mesa de luz 2 o 3 viajes pendientes que casi transcurren simultaneamente.