Si quieres que alguien preste atención a lo que dices no debes alzar la voz, sino bajarla: es lo que realmente atrae la atención.
Así lo dice Julian Barnes en “El sentido de un final”, y se intuye una máxima sugerente en estos tiempos de hipérboles y baladros. Cuando todos levantamos la voz el resultado es un ruido blanco, apenas el zumbido de un moscardón molesto e incómodo, pero en el que acabas por no reparar.
El 09 de junio se celebró en Ciudad Real el acto de entrega de los primeros Premios de Arquitectura y Urbanismo del COACM, en un ambiente festivo entre los propios arquitectos, pero quizá con menos repercusión en la sociedad de la que un acto así parecería sugerir. La arquitectura lo envuelve todo, conforma nuestro lugar de trabajo, determina el entorno de nuestra familia y condiciona nuestros momentos de ocio; y aun así, parece que no terminemos de entender su importancia. Por otra parte, el arquitecto debe ser como el traductor: alguien que trabaja sin que nadie lo note, que hace visible lo que no estaba a la vista de todos, pero de un modo invisible, sin protagonismo, sin hacer ruido. Sin alzar la voz.
Y entendiendo así la disciplina de la arquitectura, como un trabajo constante de servicio público, pero alejado de los artificios sociales, es enteramente comprensible que el premio Distinción de honor a la trayectoria profesional haya sido para Rafael Moneo, que -en persona- es así; sereno, humilde y siempre dispuesto a escuchar, aunque eso implique renunciar a la propia voz y al protagonismo.
Moneo es un arquitecto extremadamente culto, y con un manejo poderoso del lenguaje arquitectónico, que selecciona las palabras arquitectónicas adecuadas con el rigor y discreción de un entomólogo. Pero no utiliza esos recursos al servicio de su propia imagen de marca, de manera que toda su arquitectura tenga una unidad compositiva reconocible. Al contrario, es Moneo el que se pone al servicio del proyecto, dejando a éste expresarse por sí mismo. Porque a menudo, dejar hablar es tan importante como no elevar la voz propia.
Por eso, no debe sorprender que su obra sea tan heterogénea. Desde el neoclasicismo de la sede de Previsión Española en Sevilla, hasta el formalismo de las rocas varadas en la playa del Kursaal en San Sebastián. Desde la luz filtrada y serosa de la Iglesia del Iesu, otra vez en San Sebastián, hasta la luz casi pétrea de la Catedral de Nuestra Señora de Los Ángeles. O desde el contraste entre el ritmo asíncrono de la fachada del Ayuntamiento de Murcia, hasta la cadencia serena y constante de las arquerías del Museo de Arte Romano de Mérida. Moneo parece renunciar siempre a su propia voz, dejando que sean los edificios los que hablen –en voz baja- con sus propios idiomas, siendo quizá tan sólo un traductor que nos expone lo que de alguna manera ya estaba en el lugar pero no sabíamos leer.
Y así, en su arquitectura busca siempre imbuirse del espíritu del lugar y del uso del edificio. Por eso no hay en Moneo un lenguaje propio y reconocible, casi caricaturizable, como sí lo hay en otros arquitectos; porque para Moneo, el edificio no es una extensión de sí mismo, sino que debe estar al servicio del lugar y de los lugareños.
El porfolio de Moneo es como una biblioteca, donde cada edificio narra su propia historia, utilizando un lenguaje propio y distinto –prosa o verso, realismo mágico o realismo sucio-, pero donde nadie levanta la voz, y todo se narra entre susurros encendidos y respetuosos.
Estamos cada vez más acostumbrados a ver en televisión a histriones que fingen ser presentadores a voz en grito, a periodistas que debaten elevando la voz y bajando los argumentos, e incluso a políticos vociferantes dispuestos a cualquier extravagancia a cambio de atención. Elevar la voz como modo de ocultar la nadería del discurso. E incluso esos alaridos están llegando a la arquitectura y a nuestras ciudades, con edificios que sólo buscan epatar al visitante, que parecen agarrarlo del cuello para gritarle improperios en el tímpano, y todo con el único propósito de hacerse visibles, de ser reconocibles y de chillar más que el edificio de al lado. Como respuesta a esta corriente, Moneo lleva 60 años bajando la voz y exigiendo la atención de su interlocutor. Porque se proyecta como se es.