Sobre la adecuación de un espacio público en los Tilos. Teo 2018. Eduardo Cruz Aguiar
“Me gustó siempre hablar de Arquitectura como divertimento; si no se hace alegremente no es Arquitectura. Esta alegría es, precisamente, la Arquitectura, la satisfacción que se siente. La emoción de la Arquitectura hace sonreír, da risa. La vida no”.
Alejandro de la Sota
Releyendo a Alejandro de la Sota uno se da cuenta al instante de que la mayor parte de la arquitectura se ha vuelto triste, muy triste, no el verla sino el vivirla, entenderla, porque pocas veces se descubre algo más allá de su fotografía. Incluso en este sentido, el de su representación fotográfica, ha venido a darse últimamente un paso más hacia el nulo riesgo que toman hoy día los arquitectos, produciéndose una novedad atonal, pues, si hasta hace poco, a algunos fotógrafos los arquitectos los llamaban para acabar su obra y suplir la falta de carácter de lo propuesto -es decir los fotógrafos ponían con su trabajo la tensión de la que carecía la arquitectura que retrataban-ahora en ciertas obras lo arquitectos llegan a preparar con su vana arquitectura el trabajo de las fotografías al fotógrafo.
Una previsión que se demuestra perversa, en un adelanto a lo que debería ser la función del fotógrafo como observador, rigidizando y anulándola libre lectura que todo edificio debe generar a sus espectadores y usuarios, introduciendo un doble falsete, en un retorcer de lo ya inexistente e imaginario, de algo que obviamente debería ser real. Estos planteamientos arquitectónicos, tan publicables, se han ido convirtiendo en una cárcel, un funeral para la propuesta creativa y vital que todo ejercicio de arquitectura debe proveernos, traicionando la confianza y la esperanza que llegaba a darse incluso en la arquitectura que fallaba, porque ésta al menos era la que se arriesgaba. Decepciones de estas hay muchas, cada día más y muy cerca.
Pero la vida, que no da risa, como dice Sota, también te procura momentos de reencuentro e ilusión con arquitectos de siempre (también gracias a la labor de fotógrafos que nos los permiten revisar como Ana Amado– aquí al contrario de lo citado anteriormente los arquitectos Oíza, Arniches-Domínguez, Fdez. del Amo hacen arquitectura y los fotógrafos fotografía…- ), y con otros nuevos y jóvenes, que te reaniman como arquitecto y te devuelven la esperanza como ciudadano. Son proyectos y obras menores, sólo en su apariencia y escala, porque a estos arquitectos prácticamente sólo les quedan los resquicios y los márgenes para poder trabajar, pero grandes en su intensidad y conciencia transformadora. Les preguntas a estos profesionales y, de manera indirecta a sus obras y, al contrario que a los arquitectos a los que nos referíamos en el párrafo anterior, te responden que son imperfectas, que están llenas de tropiezos, que no merece la pena que los y las cites, y lo dicen sin falsa modestia.
Les entendemos, pues para seguir trabajando con ese nivel de compromiso en la difícil contemporaneidad que les ha tocado habitar, es preferible pasar desapercibido. Sin embargo esas conscientes torpezas o imperfecciones nos parece que son –como las propuestas que Javier Tomeo hace en su literatura mediante sus personajes literarios, imperfectos, asimétricos, cojos, sordos, bizcos, con pequeños defectos o con lesiones y taras, que les han permitido llevar otra vida diferente mucho más dura pero más rica de la ordenada y prevista en primera instancia- la tectónica del auténtico proceso creativo, el argumento real que es lo que hace de la vida y de la propia arquitectura algo dificultoso y enrevesado pero al mismo tiempo tenso y natural.
Decíamos que uno de estos momentos de ilusión leído en proyectos llenos de vida, es la reconfiguración del espacio público del Parque de los Tilos en Teo, ayuntamiento colindante con el de Santiago de Compostela, del arquitecto Eduardo Cruz Aguiar. Terminada en 2018 es un proyecto no fácilmente definible, pues se trata de una actuación sobre un espacio público que cruza transversalmente muchos de los principios básicos de la arquitectura y, sin quererlo, de la profunda cultura de la misma.
El propio arquitecto al ser interpelado sobre su significado dice:
“No sabría cómo definirlo. Tal vez sea un artefacto. Un espacio-mecanismo para usos inciertos. No deja de ser una infraestructura soporte de actividad diversa en un espacio exterior cubierto”.
Ese no saber muy bien qué es lo que uno ha realizado, esa inseguridad consciente, es la primera pista que nos hace sentir y poder leer que estamos ante esta construcción habitando una obra de arquitectura de raíz.
Sólo en apariencia, esta pieza es una sencilla cubrición a manera de losa plana de planta cuadrangular, cuyo fin es proteger un área preexistente que se extiende -en forma circular- más allá de la propia y nueva cubrición, sin marcar un dominio estrictamente definido. El objetivo de esta protección es reservar al menos una parte del espacio total de la plaza de las inclemencias atmosféricas, especialmente del agua –en forma de recinto abierto-permitiendo usar parte de la misma en días de lluvia o bien en otros momentos estivales ofreciendo sombra bajo el fuerte soleamiento.
La referida losa de cubrición se encuentra perforada de forma asimétrica por una serie de lucernarios impermeables al agua mediante la interposición de una membrana del tipo ETFE. Lucernarios que son cañones de luz proyectada y variable sobre el plano del suelo, al mismo tiempo que ayudan a rigidizar la propia losa. La principal acción arquitectónica provocada por esta cubrición, la de proteger un ámbito abierto y en apariencia indefinido, se completa con la reserva de un núcleo semicerrado, para los aseos y el guardado de materiales comunes varios, y con la ubicación de una serie de mesas circulares al interior y exterior de la protección, todos ellos especie de bumpers de un habitable pimball que genera una amplia variabilidad de usos al ciudadano.
El dominio cambiante que se genera en forma de sombra o de protección, se proyecta centrífugamente hacia un perímetro exterior más alejado, mediante el posicionamiento de unos amplios bancos de forma semicircular abierta.
Poco más diría su autor, excepto los esfuerzos constructivos que lleva aparejado, resolver una estructura tan sutil y tensa. Bastante más –arquitectura-, dice la contemplación del reestructurado lugar al ver los usos abiertos y diversos que hacen los ciudadanos–los niños, los ancianos, los comerciantes, los músicos, las asociaciones…- de esta arquitectura cuando permaneces en ella un tiempo.
Que no exista cerca, no quiere decir que no exista recinto, como sería preceptivo según los principios clásicos de la arquitectura, sólo que en el caso de este edificio “abierto”, la cerca se materializa mediante un borde libre, un muro invisible pero bien perceptible, nacido de la proyección cambiante de la sombra, y también de la mancha del agua arrojada, acciones ambas que “construyen” el limite seco y húmedo de un dominio cambiante según las condiciones atmosféricas. Más allá de este dominio más físico, el edificio se expande en otros sentidos mediante las relaciones cambiantes de control y dependencia visual entre el banco exterior y las acciones a cubierto, bien sean de los juegos de los niños y la vigilancia de los mayores, bien de los conciertos de música o mercado que se emplazan al interior, pero que crecen hacia fuera…
Y entretanto, la proyección al interior de la luz natural de los lucernarios durante el día, regresa durante la noche mediante la iluminación artificial al exterior por los mismos huecos, volviéndose ahora lámparas a la vecindad doméstica colindante del parque, en un movimiento de sístole-diástole, de respiración yóguica, que procura expresión arquitectónica en diferente horarios, también los nocturnos.
Una arquitectura casi precaria, al margen de la edilicia estandarizada, que es un presente para los ciudadanos, pero también un regalo a los arquitectos por la presencia y riqueza de profundas referencias a la cultura de la arquitectura. Un lujo el que podamos sentir de manera cruzada, habitando la sombra de este edificio, la lectura abierta de los clásicos Aldo van Eyck, Le Corbusier, Noguchi, Mies, pero también más allá, la referencia de su propuesta arquitectónica al compromiso social y ético con una ecología de la infraestructura del maestro Maarten Struijs.
Struijs lo dice bien claro
“El espacio perfecto es aquel que aloja en su interior un morar desinteresado procurando un entorno más estable para así prevenir al ciudadano de las urbes de sentirse en un permanente estado de extrañeza en su propia ciudad”.
Algo que nos parece muy evidente en esta obra y siendo así ésta y todas las referencias proporcionadas indirectamente por Eduardo Cruz Aguiar valen, porque quien reflexiona y propone el proyecto, se deja, sin preconceptos, entreverar de las necesidades más básicas de la arquitectura, que son las que más necesita el ciudadano libre y la también la alta cultura de la arquitectura alegre…
Una alegría-risa en la manera que decía Sota, como satisfacción que se siente y se transmite al emanar de la propia acción proyectual, algo tan poco habitual. La misma satisfacción que al jugar a la máquina del millón, al flipper, al pimball, sentíamos al ver bailar y correr a la bola de acero, como ciudadana libre, entre los bumpers y los pasillos abiertos antes de escuchar el “tac” seco de la partida extra.
Luis Gil Pita, arquitecto.
Santiago de Compostela, noviembre 2018