El hombre cuervo
Un buen día, Charles-Edouard Jeanneret-Gris decidió que, en adelante, se llamaría Le Corbusier. Decidió también que ya no sería suizo sino francés, y se convirtió en cuervo -¿o fue en urraca?-.
Planeó ingrávido entre la escritura, la pintura y la arquitectura, se posó en los hombros centelleantes de su primo Pierre, de Amedeé Ozenfant o Charlotte Perriand, y levantó el vuelo con el oro usurpado.
Regaló a cambio un puñado de villas blancas y unidades de habitación, un pabellón para estudiantes suizos, un hombre armónico de ciento ochenta y tres centímetros; imaginó una capilla en Los Vosgos y un claustro de hormigón, erigió una ciudad en el Punjab.
Desde entonces, dilucidó la fortuna de monarcas sucesivos, encerrado en el jardín de la Torre Blanca, alimentándose de cerveza y carne fresca por los siglos de los siglos.
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El primo Ramón
Londres, invierno de 2014