En 1996, Bernard Tschumi escribe ‘Violence of Architecture’ –un capítulo del libro Architecture and disjunction– en el que presenta a la arquitectura como un elemento en constante tensión: entre el cuerpo que la ocupa el espacio y la geometría que contiene al cuerpo. La disyuntiva de Tschumi hace que el arquitecto deba decidir si se inclina de uno u otro lado o trata de salvaguardar, en la medida de lo posible, el equilibrio entre ambas partes.
Una elipsis es una omisión. Algo que se elimina sin que por ello afecte al significado del conjunto. En el caso de la arquitectura: si esta se posiciona a favor de uno de los lados antes mencionados, limitándose a la construcción de espacios –más o menos bellos– y eludiendo hablar sobre el uso –que no función– está presentado esa elipsis en su narración. Bien es cierto que al proyectar objetos (arquitecturas), imaginamos cómo se puede vivir el espacio. Pero la arquitectura –y el territorio– ofrece muchas posibilidades de las imaginadas. Éste es el punto en el que se sitúa ‘La elipsis arquitectónica’.
Inaugurada el 27 de febrero (2013) en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco y curada por Ruth Estevez y Javier Toscano, recoge distintas piezas artísticas que se enfrentan a la arquitectura, pero construyendo unas otras narrativas desde sus mismas herramientas: planos, fotografías, maquetas y mapas… Estos elementos, en otras manos, muestran la arquitectura más allá de sus posibilidades concebidas en origen, desvelando lo no mencionado, descubriendo lo oculto, demostrando nuevas posibilidades más allá de cualquier supuesto funcionalismo.
El acercamiento a la exhibición podría realizarse en torno a dos tiempos –en ocasiones mezclados– situados antes o después de que se realice la arquitectura. El primero, el antes, trabaja con los mecanismos de producción –como la planta arquitectónica– para desarrollar mundos posibles capaces de contar el universo personal del artista o la situación política de un país, tal y como ocurre en Self portrait as a building de Mark Manders o las Heliografías de Luca Frei.
El otro extremo, el después, experimenta la arquitectura una vez levantada, ilustrando aquellas situaciones ocultas u olvidadas por la memoria. Enrique Ježik ajemplifica a la perfección esta búsqueda de un recuerdo silenciado tras los muros al recuperar la fatídica historia del mismo Tlatelolco en 1968; por su parte, ‘White Marble Everyday’ de Clarissa Tossin, descubre el coste real que supone el mantenimiento de los icónicos edificios de Brasilia, y Jordi Colomer construye nuevas formas de recorrer la arquitectura y experimentarla: su Istanbul map descubre en las azoteas una nueva forma de deriva urbana con personajes que no se limitan a aquellos movimientos que damos por sentado en la ciudad. Similar idea recogen las cartografías de Larissa Fassler, marcando los recorridos que realizan en la Plaza de la Concordia personajes marginales como ladrones, vendedores o pandilleros.
Trabajos que ilustran la tensión establecida por Tschumi: la arquitectura no sólo como un hecho estético y acabado, sino como un espacio que puede ser afectado y modificado por el que lo habita. Ahí cabe destacar la mirada de Tania Candiani sobre el uso real que ofrece el espacio doméstico de la habitación moderna (o lo que es lo mismo, la cocina), heredera de un supuesto funcionalismo que medía hasta los movimientos que una persona (mujer) debería hacer. Esos estudios son repetidos ahora ilustrando la tensión del proyecto y la realidad vivida. Una idea que también resume a la perfección la obra de José Jiménez Ortiz: Un mapa no es el territorio.
La exposición además reúne trabajos del colectivo madrileño Democracia, Jimmie Durham, Luca Freii, Mark Manders, Erik Olofsen; Matt Mullican, Esteban Azuela y Anri Sala; completándose con un libro que acompaña la muestra y compila estudios e investigaciones que expanden la exposición en el tiempo y permiten ampliar las ideas presentadas: una invitación a pensar en la vida que el espacio ofrece… u omite.
Pedro Hernández · arquitecto
Ciudad de México. noviembre 2015