Hablar con la planta es redibujarla en la mente, es delinear en la mente el contorno de sus límites, es de alguna forma construirla nuevamente, pero allanando esas huellas causadas por las indecisiones y el fragor de un carboncillo.
Una planta es capaz de construir las horas, de invocar historias, si entonces aprendemos a leerlas habremos caminado un tramo – de la mano– junto a sus autores.
Es narrar en voz alta el sentido que nos señalan los espacios, es reconocer las actividades cotidianas, es sentir ese apego por los olores; llegar, dejar el bolso, el abrigo, caminar hacia la cocina, dejar-guardar- la compra, saludar a los invitados en el comedor, salir a la terraza, darle un beso en la frente al abuelo que toma el sol, luego a la tarde lo recibimos en la sala con el té, junto a todos porque afuera ya hace viento.
Es ver a los niños marcharse y dejar solos a los adultos con sus ruidos y sus quejas. La abuela – que descansa en la habitación principal- se levanta, sale por la terraza, desde el salón una mano levantada le hace señas- como bisagra – de que se sume a los demás.
Toda la planta nos devuelve ese sentido el habitar, la planta es capaz de contarnos una o más historias entonces ya la habremos vivido, si, vivido una experiencia, que es un material con el que se construye.
Diseñamos una casa a partir de imaginarnos la vida en ella, sino nos imaginamos la vida en ella antes de hacerla, no la estamos haciendo, hacer o diseñar algo sin simular cómo lo habitaríamos nos dejará solo cierta evidencia de una energía desgastada sobre un folio.
Pensar antes de hacer es también hacer, y habitar sin construir es de alguna manera comprender nuestra vida, debemos dejar hecho un lugar desde donde se puedan contar historias desde lo imaginado, incluso antes de que aparezca lo físico.
José del Carmen Palacios Aguilar, M.Arch. ETSAB
Lima, 2021