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Un muro de silencio | David García-Manzanares Vázquez de Agredos

Desear la inmortalidad es querer eternizar un error, podríamos decir siguiendo a Schopenhauer, aunque la Arquitectura sea -quizá- la única de las Bellas Artes que no puede eludir esa eternidad, aún cuando sólo sea una brizna de eternidad. Podemos evitar la Pintura y la Escultura, escondiéndolas en almacenes; podemos evitar el Teatro y la Danza, renunciando a lo que nos hace sociales; podemos evitar la Música, si somos lo suficientemente habilidosos; incluso, podemos evitar la Literatura, si renunciamos a explicarnos el mundo y a nosotros mismos. Pero no podemos evitar la Arquitectura, porque todo cuanto nos rodea es arquitectura o protoarquitectura.

Es por eso que la Arquitectura manifiesta ese ansia de inmortalidad, de transcender la época del hombre que la crea. Quizá porque al contrario del resto de las Artes, la arquitectura no nace del hombre, sino sobre el hombre. Siendo así, la arquitectura no se pliega a los límites temporales humanos, sino que se expande más allá de ellos, en una declaración de su rotunda independencia de quien la levanta. La eternidad es un tapial de silencio.

Desgraciadamente, sobrevivir a tu propio tiempo acostumbra a ser garantía de incomprensión y aislamiento. Y así sucede también con la Arquitectura, a menudo arrinconada, o incluso oprimida por los nuevos crecimientos urbanos de épocas recientes, que someten a los viejos edificios que han ido sobreviviendo con el mismo ímpetu con que las raíces levantan aceras pretendiendo su espacio. Atronador como un disparo con silenciador.

Así transitó, durante décadas, el Templo de Diana en Mérida, aprisionado entre edificios contemporáneos que no respetaban su espacio vital ni guardaban el debido respeto hacia su arquitectura. Acorralado, pasando desapercibido, sin molestar; en silencio.

Un muro de silencio David García-Manzanares Vázquez de Agredos Entorno del Templo de Diana previo a la intervención. Foto extraída de la web de José María Sánchez García
Entorno del Templo de Diana previo a la intervención © Foto extraída de la web de José María Sánchez García

A principios de siglo, Mérida se plantea liberar espacio para dejar respirar al Templo, y se inicia un proceso de expropiación y demolición; porque la Arquitectura tiene vocación de eternidad, pero en ocasiones, hay que aplicar una eutanasia asistida. Pero la construcción -que no es sino el crecimiento desordenado de la arquitectura-, tiene la fatigosa facultad de ocupar cualquier espacio que quede vacío, y acostumbra a hacerlo con unos plazos tan breves que a menudo no pueden ni ser registrados por los relojes humanos. Es por ello que era imperativo plantear una arquitectura que ocupase dicho espacio, para no dar lugar a que acabara ocupándolo cualquier construcción.

Un muro de silencio David García-Manzanares Vázquez de Agredos Adecuación del entorno del Templo de Diana tras la intervención. Foto extraída de la web de José María Sánchez García
Adecuación del entorno del Templo de Diana tras la intervención © Foto extraída de la web de José María Sánchez García

Es así como surge el proyecto de José María Sánchez García, para la adecuación del entorno del Templo de Diana. Un proyecto que es, esencialmente, un muro de contención; mera arquitectura con la ineludible función de detener e impedir el crecimiento descontrolado de otras arquitecturas no deseadas.

El proyecto carece de un programa definido, y se limita a abrazar y guardar al Templo de Diana. Porque se trata de un contenedor vacío, sin utilidad ni destino concreto. Tanto puede ser un centro social, unas salas expositivas o un sencillo lugar de encuentro. Nada queda determinado, y no por un afán de dotar de versatilidad al conjunto, sino porque no es esa su utilidad. Su único destino es ser muro de contención; y sólo así se explica el aligeramiento del espesor de ese muro practicando sucesivos patios, que dan la máxima rigidez a ese muro con la mayor ligereza posible.

Un muro de silencio David García-Manzanares Vázquez de Agredos Uno de los patios © David Gª-Manzanares
Un muro de silencio David García-Manzanares Vázquez de Agredos Uno de los patios © David Gª-Manzanares

No es banal, por tanto, que bajo el soportal que configura este muro de contención, se dejen a la vista de todos las trazas de antiguos muros romanos. Es la convivencia, tan frecuente en otras épocas y ahora sólo comprendida en Arquitectura. Lo que se proyecta es un abrazo de la nueva arquitectura hacia el Templo de Diana; un abrazo pausado y sereno, como son los verdaderos afectos, pasada la espuma de los ímpetus iniciales.

Un muro de silencio David García-Manzanares Vázquez de Agredos Muros romanos bajo los soportales © David Gª-Manzanares
Muros romanos bajo los soportales © David Gª-Manzanares

Así, esta convivencia necesita de sosiego, reposo y, sobre todo, silencio. Es por eso que el proyecto de José María Sánchez García es, antes que nada, silencio. Un muro de silencio. Una pausa, un gesto hecho con sigilo, para imponer el recato e inducirnos a un estado mental de serenidad que nos permita concentrarnos en el Templo de Diana, sin las distracciones de otras arquitecturas. Hacer arquitectura con mimo y delicadeza, para no romper el silencio.

Un muro de silencio David García-Manzanares Vázquez de Agredos Templo de Diana desde el muro de silencio © David Gª-Manzanares
Templo de Diana desde el muro de silencio © David Gª-Manzanares

En 1952, el músico John Cage, compuso la pieza 4’33”, en cuya partitura -“tacet”, es la única anotación en esa partitura-, se indica al intérprete que durante cuatro minutos y treinta y tres segundos ha de guardar silencio, evitando tocar su instrumento -es realmente complicado evitar la música-. Ha venido considerándose que, en este caso, la auténtica obra la componen los sonidos que el espectador escucha durante ese tiempo.

Y como en la pieza de John Cage, en este proyecto para adecuación del entorno del Templo de Diana, lo esencial no es la propia obra, sino lo que el espectador percibe durante la interpretación de la obra. Así actúa el proceso proyectual de José María Sánchez García: decretar el silencio, la ausencia de ruido, para permitir que -lenta y sorpresivamente-, comiencen a distinguirse el resto de sonidos que nos circundan.

Templo de Diana desde el interior del muro de silencio © David Gª-Manzanares
Templo de Diana desde el interior del muro de silencio © David Gª-Manzanares

Decíamos al inicio que la inmortalidad es el anhelo de perpetuar un error, y ante eso no existe mejor bálsamo que la humildad de aceptar la propia condición y pasar desapercibido. Hacerse translúcido a través del mutismo, del mismo modo en que las tradiciones populares representan a los fantasmas de una forma silente e insistiendo en volver discretamente a los lugares que habitaron.

Un muro de silencio David García-Manzanares Vázquez de Agredos Muro de silencio, atravesado por el tiempo derramado © David Gª-Manzanares
Muro de silencio, atravesado por el tiempo derramado © David Gª-Manzanares

 

Así, la obra de José María Sánchez García -el silencio de un hombre, como en el noir de Melville-, nace con la vocación de ser un espectro, no arquitectura contemporánea, sino mero recuerdo de la arquitectura clásica a la que sirve, como un lacayo del Templo de Diana. Y subordinándose a la arquitectura a la que sirve, ha de mimetizarse con ella. Es así que los muros de hormigón no se rematan con el preceptivo goterón -ese leve gesto para evacuar el agua-, sino que se dejan en la pureza de su plano, para que el agua de lluvia corra por ellos libremente -escorrentía atemporal-, arrastrando a su paso la suciedad del muro, y dotando de un poso a la textura del hormigón que lo emparente tempranamente con la piedra envejecida del Templo de Diana.

Es la misma estrategia seguida por Álvaro Siza en el Centro Gallego de Arte Contemporáneo, para conceder una pátina de irrealidad y de tiempo detenido a sus edificios, con el musgo aflorando, que no es sino el segundero del tiempo de la Arquitectura. El muro de silencio atravesado mortalmente por el tiempo derramado.

Y todo ello mecido por la luz, que es el único de los elementos que acaricia la inmortalidad. El silencio de la luz, que decía Kahn.

Un muro de silencio David García-Manzanares Vázquez de Agredos La luz meciendo el muro de silencio © David Gª-Manzanares
La luz meciendo el muro de silencio © David Gª-Manzanares

David García-Manzanares Vázquez de Agredos
David García-Manzanares Vázquez de Agredos
Nacido a temprana edad, pronto descubre su vocación por una vida contemplativa. Arquitecto por formación y escritor por deformación; se gana la vida mecanografiando infórmenes insustanciales, para no manchar la Arquitectura ni la Literatura. Escribe con pseudónimo para tener coartada en caso de ser detenido. Vive en las afueras, con buenas vistas y bien comunicado.
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Santos M. Protomártir Vaquero
Santos M. Protomártir Vaquero
8 months ago

Magnífica síntesis del trabajo arquitectónico del Templo de Diana. Soy yerno del coronel veterinario (daimieleño) don Pedro Sánchez-Cascado y Martín Portugués, me gustaría contactar contigo para un posible hermanamiento de los Insitutos de Daimiel y Almendralejo, ambos de Fisac (Bachiller por Badajoz). Un saludo muy cordial. Tel. 696 717264, mailabajo.

Luis Rivero Rubio
Luis Rivero Rubio
9 months ago

El arquitecto Garcia-Manzanares enlaza arquitectura y cine, arquitectura y filosofia, arquitectura y música, arquitectura clásica y arquitectura moderna y lo hace en un texto que titula «Un muro de silencio».
Pocas veces, el silencio de la belleza arquitectónica, ha sido proclamado con tanto acierto.

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