Resulta curioso pensar en los arquitectos como una especie en peligro de extinción, pero tal vez esta idea no esté muy lejos de la realidad.
Al menos en un país donde las leyes, la competencia feroz y (digámoslo alto, es terapéutico) la ausencia de ética de un amplio sector de la profesión cuando éramos un milagro, los han ido asfixiando poco a poco.
Tras generaciones imaginando el futuro –Le Corbusier, Sant’Elia, Archigram– éste parece excluir irremisiblemente al arquitecto.
El primo Ramón
Detroit, verano de 2013