Don Alejandro daba liebres a quien le pedía gatos.
Sota, el arquitecto, construyó aulas que flotaban sobre un gimnasio, vació la fachada de un gobierno civil, suspendió miradores vítreos sobre una calle vestida de piedra.
Sota, el dibujante, garabateó edificios y rostros con líneas quebradizas, escasas, agonizantes.
Sota, el profesor, gallego y teimado, declinó pisar la universidad que le había negado una cátedra.
Don Alejandro encontraba hilarante la arquitectura, al contrario que la vida.
El primo Ramón
Malpica de Bergantiños, otoño de 2014