Existe una fisura entre el arquitecto y la sociedad.
No es exactamente un abismo, no es una fosa profunda, pero hay algo que lo separa de aquéllos para quienes, en última instancia, concibe sus proyectos.
No se trata de averiguar quién tiene razón sino de asumir que existe un problema de comunicación y que, hasta fechas recientes, poco importaba; al fin y cabo, con tanto trabajo sobre la mesa, ¿quién iba a pararse a escuchar?
El primo Ramón
Amberes, otoño de 2013