No es fácil, cada día menos, ver el uso de la naturaleza y la vegetación como motor de la arquitectura. El objeto de estas palabras es, sin embargo, observar cómo la obra de Manuel Gallego ha mantenido siempre un diálogo abierto entre el valor de la propia arquitectura y la de la naturaleza, bien la preexistente o bien aquella que es generada ex novo. Un diálogo que no es más que saber acompasar el tiempo propio del hecho arquitectónico, con el territorio pasado y futuro de su cultura, mediante el reloj de la vegetación, algo tan difícil.
Parece un contrasentido que la propia arquitectura siempre comience en su cuaderno burocrático de las mediciones y presupuesto de proyecto, con la partida de desbroce y limpieza del terreno, como intentando apartar y hacer desaparecer algo que estorba mismo al inicio. Borrar la naturaleza para introducir en su lugar la artificialidad de la arquitectura que el hombre propone. Por suerte, o por desgracia, para la arquitectura y sus habitantes, la naturaleza también incluye en su propio libro “el tiempo”, aquel ritmo que comienza a contar desde el minuto uno de terminar los trabajos de la construcción de un edificio, esa acción biológica espontánea que viene de inmediato a recolonizar la artificialidad que acaba de aparecer. Así poco a poco y a pesar del mantenimiento y esfuerzo de sus usuarios durante la vida o las varias vidas del edificio, la naturaleza reivindica la recuperación de su geografía hasta llegar a demostrarse de nuevo en todo su esplendor cuando llega la ruina. Ruina de la arquitectura que se expresa principalmente por la reaparición de la forma del hecho constructivo (cómo las cosas están hechas), tapado durante su uso, y por la aparición final de la vegetación que reclama su espacio desde que fue retirada…
Hay arquitectos conscientes de los límites de la arquitectura frente a la vida y el paso del tiempo, y su expresión mediante la naturaleza, arquitectos que con humildad aceptan el fracaso de la propia arquitectura como devenir biológico. Así Sir John Soane al proyectar algunas de sus obras y en concreto el Banco de Londres (1792-1823) ya prevé en sus dibujos, encargados a Joseph Gandy, su ayudante, las escenas de la futura ruina en la que habrá de convertirse el edificio que proyecta, mostrándose preocupado por un futuro que no habrá de conocer, pero que imagina. Como arquitecto de su tiempo reclama una ruina, aunque a la manera romántica la mantiene con un cierto control de su vegetación para la exploración y el paseo visual, que no obvia la presencia de la naturaleza en los márgenes de la representación acechando a esa descomposición cuidada del edificio, para apoderarse al menor descuido de los restos de la firmitas. La naturaleza siempre está aunque la hayamos suprimido durante un lapso de tiempo…
Fuera de esta interpretación de espectro temporal, la naturaleza es casi siempre utilizada en arquitectura como complemento edulcorante de la edilicia. Una naturaleza recolocada de manera adjetiva en los restos y huecos sobrantes que deja lo construido, y, por tanto, una forma de estar no estructurante, ni participativa de la génesis de la acción arquitectónica. Si nos acercamos a la obra de Manuel Gallego, por el contrario, éste acostumbra a plantear, en muchos de sus proyectos, la naturaleza como arquitectura propiamente dicha, como foco que irradia un dominio que construye o reconstruye su entorno, un ejercicio nacido de la implantación y el crecimiento posterior del lugar. Manuel Gallego plantea el ejercicio arquitectónico pensando la naturaleza no como paisaje, una perspectiva torcida de la modernidad que comenzó a explorarse en el s. XIX, si no la naturaleza como geografía, construida por sí misma o entreverada con la edilicia, para dar un soporte cambiante a sus habitantes y en la que se está de maneras diferentes a lo largo del tiempo.
Así se puede recorrer gran parte de la obra de Manuel Gallego, leyendo la génesis de sus proyectos como articulación entre el pensamiento abstracto que ha de organizar un programa y el hecho natural, que bien le ha de dar soporte, o bien será extensión y expresión de ese pensamiento sin forma. Una biografía arquitectónica, profundamente coherente y continua en el discurrir del tiempo en lo que atañe a esta especificidad, pues ya de da en sus primeros proyectos domésticos de Corrubedo (Casa de vacaciones), la Illa de Arousa (Casa del pintor Ortiz) o Veigue (Casa de fin de semana), y que más tarde pasa por aquellos de implantación y escala intermedia, como la piscina de Chantada o la Casa del presidente de la Xunta de Galicia, hasta llegar a otros de significado o escala geográfica como son los Institutos de investigación de Santiago o la Lonja de Lira.
Corrubedo, la Illa y Veigue se pueden describir como un mismo ejercicio preocupado por expresar de distintas maneras -derivadas del invariante de cómo hacer lugar-, la relación entre un núcleo doméstico habitable y lo que sucede con la naturaleza a su alrededor. Un diálogo que a veces debe ser duro y claramente marcado en relación al entorno hostil -Corrubedo-, otras magnetizador del dominio de lo construido sobre lo natural -A Illa- y otras entreverado e inseparable, entre el núcleo y su envolvente –Veigue-.
Más allá de esta forma de expresar relaciones desmultiplicadoras entre arquitectura y naturaleza como diálogo de colonización mutua, Manuel Gallego también propone en otras ocasiones confrontaciones directas. Un ejemplo de ello es el que presenta en el proyecto de los Institutos Tecnológicos del campus sur de Santiago de Compostela, a través de la generación de estancias exteriores que se expresan como un negativo u opposite del interior cerrado. Un ámbito exterior para hacer un lugar, que es una trasposición del espacio de trabajo cubierto hacia un exterior arborizado, que debe ser el recreo y descanso imprescindible a la tensión de unas oficinas de investigación. Ese desdoblamiento dentro-fuera, servirá, al mismo tiempo que como lugar de esparcimiento, como protección solar para las fachadas oeste durante la época estival, y como reloj estacional que hace variar la composición general y la escala y ritmo del conjunto de los cuatro edificios aislados que componen el total de la edificación a lo largo del año. Si en el caso de los institutos la naturaleza ocupa la arquitectura, que le reserva un sitio acotado frente a ella, en la ladera a naciente de la intervención de Monte Pío, localización de la residencia oficial del presidente de la Xunta, sucede y se propone el ejemplo contrario, es la naturaleza la que reserva un sitio a la arquitectura de las estancias y caminos intermedios, para servir de pistas e islas de descanso arquitectónicas, en el paseo de ascenso a través del mundo natural de la colina.
Igualmente Manuel Gallego también ha sabido atender a la naturaleza de forma inclusiva en su arquitectura, aún cuando ésta era una preexistencia y se encontraba alejada de la estricta implantación de sus obras, captándola visualmente en la sección de sus edificios sin necesidad de tocarla. Dos ejemplos radicales, pero sutiles, fijan esta forma de actuar, una la piscina cubierta de Chantada, donde la sección arborizada del cercano río Asma es atraída hacia el interior, a través del planteamiento de construir un continuo ventanal a lo largo de toda la dimensión del vaso de la piscina, soportado por una gran viga a naciente que enmarca sin interrupciones esa geografía próxima. Otra, la superestructura en voladizo de la Lonja de Lira, alero continuo de cubierta que es capaz de recoger y atrapar la geografía lejana del Monte Pindo, demostrando que se está físicamente en un lugar, pero que el dominio de ese lugar, cuando se es consciente del mundo alrededor, puede abarcar un horizonte mucho más amplio, incluso lejano. Y de vuelta, estos ejercicios son propuesta de arquitectura que nos muestran que captando el sentido de lo natural y geográfico alejado, este pude ser utilizado como motor del interior del habitar interior, de lo físico y próximo.
Finalizamos pensando en la manera que Manuel Gallego tiene de dibujar con la vegetación, como con el sfumato que sale de sus lápices de colores, que es paradójicamente un construir a través del deshacer la arquitectura. Una manera de actuar que ejemplifica perfectamente otro intenso proyecto, esta vez no construido, como era la propuesta para la reconversión del antiguo campo de futbol de Punta Insua en Carnota como espacio público. Usar la naturaleza como materia física inasible para ablandar el contacto entre lo construido y la geografía que ha de albergar la nueva función. Esa geografía-arquitectura rehecha, estará poblada unas veces de naturaleza preexistente, otras de arborización propuesta o de emparrados o de estructuras del dominio de lo agrícola reinterpretados, que no son, como decíamos, un complemento sino la extensión y desmultiplicación del límite unas veces, de la frontera otras. Acciones de proyecto desde la naturaleza, que permiten subvertir los principios más básicos arquitectónicos, dándole la vuelta al calcetín, lo que le permite seguir usándolo como tal, sin ninguna contradicción dejando ver la costura que es aquello que nos dice cómo está construida la cosa…
Si a Manuel Gallego, la vegetación, siempre le ha servido como argumento propositivo del proyecto, tal como acabamos de esbozar y ver, también le vale, como a Sir John Seoane, como elemento de futuro que articula y mejora sus edificios en el tiempo, los modifica, los cambia con cada estación y con cada década que pasa, hasta que algún día se le conviertan en ruina. Una extraordinaria ruina como la del Banco de Londres, The Old Lady of Threadneedle (manera coloquial como se conocía a este edificio en Londres), y como las que puedan llegar a ser un futuro muy lejano Lira, Veigue o Chantada….
nacidas de la verdadera materia con la que se hace la arquitectura: el tiempo.
Luis Gil Pita, arquitecto
Santiago de Compostela, Noviembre 2019
Texto compuesto con motivo de la entrega del IV Premio Ägora do Orcellón a Manuel Gallego por el Instituto de Estudios Carballineses en Enero de 2020.