Las arquitectas pioneras: la presencia de la ausencia (V) | Cristina García-Rosales
Pasamos ahora a una etapa algo posterior -1924-1949- y nos vamos a Finlandia, el llamado país de los mil lagos.
Aino Marsio Aalto, fue una arquitecta finlandesa graduada en 1924 en Helsinki, compañera del arquitecto Alvar Aalto.
Aino e Alvar Aalto. AAA. La firma de las tres aes en todos sus proyectos permanecerá siempre hasta la muerte por cáncer de Aino en 1949. Sin embargo, la discreta compañera brilla por su ausencia en la mayoría de los textos y en las enciclopedias. Tampoco ha sido reconocida en su justa dimensión, su figura se ha silenciado y olvidado como si pudiera temerse que hiciera sombra a Alvar Aalto.
Si Eileen Grey era la sofisticación y el glamour, Aino, podría ser la sencillez y la funcionalidad.
Dotada de gusto innato, no aceptaba la moda, utilizaba su propia sensibilidad vanguardista, apreciando los materiales y técnicas naturales finlandesas tanto en la fabricación de muebles como en el diseño de espacios y objetos.
Fueron, ella y su marido, una excepcional pareja de arquitectos que trabajaron activamente como asociados durante 25 años, anticipándose a su momento histórico, no sólo en sus proyectos sino en su modo de trabajar, formando una pareja fuera de época. Hasta que ella falleció y él se volvió a casar con Elsa, arquitecta también, que se ciñó a los deseos arquitectónicos de su compañero, limitándose a dibujarlos.
Aino y Alvar acometieron en su joven treintena primeros encargos de arquitectura de tanta envergadura como el Sanatorio Antituberculoso de Paimio en 1929, la Biblioteca de Viipuri, con sus techos ondulantes, o el Pabellón de la Feria Mundial de París en 1938, todo un adelanto a la modernidad. Juntos también se implicaron en el diseño de muebles y objetos que fabricaron en serie y distribuyeron por medio de la firma Artek (junto con sus amigos, el matrimonio Gullichsen). Firma que contribuyó a lanzarles al estrellato internacional.
Sus obras de arquitectura conjuntas tenían algo de collage tridimensional, de composición por partes, de complejidad evidente o de falta de unidad generadora, características propias de la obra de Alvar Aalto, pero también características de las obras realizadas por dos manos diferentes.
En este sentido, su máximo exponente es, sin duda, la Villa Mairea construida entre 1937 y 1939, y en la que se evidencia la acumulación de diferentes ideas que se superponen, dando un bellísimo resultado repleto de matices.
La Villa Mairea es una vivienda de lujo situada en un claro del bosque, no lejana al mar, diseñaba para la pareja Gullichsen, sus amigos multimillonarios con los que se unieron empresarialmente a través de la firma Artek y con los que les unía unos mismos ideales. Una vivienda que se ha convertido en un emblema de la arquitectura contemporánea finlandesa. Una casa, entendida por los Aalto como un laboratorio experimental.
Una casa compleja con rasgos modernos y un planteamiento vernáculo o tradicional. Moderna por la composición en distintos elementos diferenciados en planta. Y tradicional por la manera de asentarse en el terreno y por muchos de sus múltiples detalles y formas constructivas: las láminas superpuestas de pizarra negra bajo las ventanas, que entonan con sus bastidores de madera de teca o la banda amarilla de abedul que se extiende a todo lo largo, en su parte superior.
De esta villa el historiador Sigfried Giedion escribió:
“Es como una pieza de música de cámara en la que, solamente con la máxima atención, se percibe la finura de sus soluciones e intenciones. Las amplias ventanas permiten la interpenetración de los espacios interior y exterior, parece como si el bosque penetrara en la casa y como si hallara su correspondiente eco en las sutiles columnas de madera, envueltas en cuerdas, que los representan.”
Alvar y Aino Alto se complementaban como ocurre con muchas parejas de arquitectos. Y el secreto de su éxito se basaba, tal vez, en una profunda relación integradora entre cualidades humanas y artísticas complementarias. Si Alvar era inquieto, ardoroso e imprevisible, Aino era constante, perseverante y reposada; si él era extrovertido, mundano y gran comunicador, ella valoraba su mundo interior y actuaba firme, pero entre bastidores; si él prefería dejar volar su fantasía e imaginación y dibujar “free hand”, ella era práctica, moderada, hábil delineante y profesional eficiente, cuidando hasta el más mínimo detalle. “Tal vez”, escribe Giedion,
“le sea beneficioso a un volcán, que la mole de la montaña se halle circundada por las tranquilas aguas de un río…”
No hay duda que la práctica mente de Aino se combinaba -con singular maestría- con la intuitiva y espontánea imaginación de Alvar. Pero tampoco hay duda que, mientras él ha sido internacionalmente reconocido, ella ha sido ninguneada y silenciada.
Cristina García-Rosales. Arquitecta
Madrid. Marzo 2014
Las arquitectas pioneras: la presencia de la ausencia (VII) | Cristina García-Rosales