La frontera espacio de contacto, encuentro e intercambio | Luis Gil
Las ciudades liminares, lo son de entrada y salida, susceptibles de ser asediadas y por tanto obligadas a protección en momentos adversos. Son espacios o territorios circundados luchando al mismo tiempo contra el exterior que con la necesidad propia por crecer al igual que otras comunidades en situaciones más estables.
La ciudad cerrada o amurallada, tanto la marítima, la construida en la costa, como la interior, ha sido la ciudad en lucha continua, en constante readaptación en función de lo exterior, que se protege, cierra o repliega sobre ella misma evitando el mundo extramuros que la asedia, la flota enemiga que intenta acceder, colarse. La historia de la arquitectura está llena de ejemplos marcados por la concreción y fosilización del limite cuando éste ha de entenderse de manera cerrada, la muralla como recinto protector.
Porque la ciudad de frontera cuando intuye el peligro se viste con otra frontera menor, un traje rígido que marca su vida y su crecimiento. Es la ciudad cofre, baluarte o fortín, el punto de acceso al continente, el lugar de reagrupamiento y llegada de mercancías, desde donde más tarde se distribuye la riqueza acumulada a otros espacios del continente.
La ciudad fronteriza es una ciudad puerta, tanto de entrada como de salida de mercancías como de personas (observadas estas últimas también como mercancías desde la antigüedad hasta nuestros días) en busca de una nueva vida dentro de culturas y comportamientos alejados. Puerta por tanto en un sentido más abstracto y general como espacio de acceso y también puerta en sentido concreto y definido como el hueco que existe en el baluarte que la protege.
Han existido y existen ciudades de borde, puertas de entrada basadas en la acumulación, referencias condensadoras, antes quizás de una nueva misión exterior para esas mercancías, antiguas ciudades de manufactura y comercio como Ámsterdam y otras ciudades que son puertas de primera recepción con un claro y rápido sentido centrifugador y distribuidor de lo que a ella accede sobre el territorio que la circunda como es el caso de Nueva York, punto primero de repostaje en la trasgresión de la frontera hacia el oeste.
Sin embargo cuando esta presión en forma de conquista exterior desaparece sobre la ciudad baluarte y lo extranjero se entiende en relación al intercambio económico o cultural, entonces la ciudad es capaz de variar profundamente su fisonomía. Las murallas y fortines desaparecen permitiendo el acceso no sólo de lo exterior sino, al mismo tiempo, favoreciendo la expansión, la descompresión de la vida interior y la colonización extramuros. La ciudad se afloja y expande en torno a su anterior limite artificial de defensa hasta que la necesidad de protección vuelve a surgir con el tiempo…
Luis Gil Pita, arquitecto
Santiago de Compostela, Noviembre 2019
Capítulo del artículo Alegoría de la frontera y el límite, publicado originalmente en la revista Obradoiro nº34, invierno de 2009.