Si el borde, como limite o frontera, sólo se puede abordar mediante la fuerza (la energía en estado puro sin cultivar) o la estrategia unida a su concreción la técnica (el invento que permite actuar engañando a la adversidad), la historia las arquitecturas gestadas en la frontera también se ha concretado en una doble formalización. De esta manera al espacio de liminar y fronterizo sólo consiguen sobrevivir por un lado las construcciones rotundas, de masa, cerradas sobre sí mismas o bien en el extremo opuesto las arquitecturas frágiles, ligeras y que son susceptibles de la movilidad, del cambio rápido y la adaptación flexible.
Unas aportan su masa, su corporeidad y su intención de ser cuerpos inamovibles. Objetos pesados cuya densidad es muestra y prueba irrefutable de su inaccesibilidad. Así se entienden los cubos que fortalecen los lienzos de muralla y en otra escala, las fortalezas en avanzadilla protegiendo la ensenada marítima. De la misma forma los búnqueres de costa que controlan amplias zonas de costa cubriendo con la física del radio de tiro1 el espacio interior del territorio o dominio a proteger. Son todas ellas arquitecturas de frontera, de lucha abierta.
Las otras, las del límite, como obstáculo natural, son las nómadas, las del movimiento circunstancial o constante, arquitecturas que tienen el doble de arquitectura si así pudiésemos hablar, que a los conceptos básicos del recinto y la protección añaden el de la ligereza y la racionalidad en su construcción y desmontaje que hace que sean transportables2 mostrándose de naturaleza dura, pero no rígida. Son flexibles en distintos sentidos, en el físico propiamente dicho, soportando las mismas inclemencias que las construcciones fijas, o las todavía más duras de estos espacios desasosegados que son los límites, y lo son también en el sentido de que admiten la variación y la adaptación del sistema en función del paisaje en que se encuentren. Ser flexibles procurando diferentes opciones es condición imprescindible para sobrevivir en el espacio de confusión y agresión continua liminar.
Arquitecturas del camino se adaptan también a las distintas culturas contemporáneas, como las de casas que se aligeran y se adaptan a la carretera produciendo una optimización que ya era común a las construcciones nómadas clásicas anteriormente descritas. La ligereza que le es propia a priori, a estas arquitecturas, va unida a otras nociones inherentes como la aerodinámica, el almacenamiento y apilamiento.
Cuando hoy en día observamos las más elaboradas arquitecturas nómadas del viaje, las últimas máquinas a habitar que son el tren, el barco y el avión de pasajeros en las que Le corbusier y Buckmister Fuller se inspiraron nos parecen sólo pasos intermedios hacia el quiebro que la inteligencia del caballo de Troya le hizo al límite como barrera artificial.
Luis Gil Pita, arquitecto
Santiago de Compostela, Noviembre 2019
Notas:
1 Ver. Bunker Archéologie de Paul Virilio. Edt Centre Georges Pompidou, Paris 1975
2 Ver. Transportable Enviroments editado por Robert Kronenburg, Londres 1997 y Light-ness, The inevitable renaissance of minimum energy structures, edt 010, Rotterdam 1999.
Dominio doméstico. Frontera y límite como “recinto” | Luis Gil
Capítulo del artículo Alegoría de la frontera y el límite, publicado originalmente en la revista Obradoiro nº34, invierno de 2009.