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La extinción de los cuerpos | Landa Hernández Martínez

Apuntes sobre la posible trasformación del espacio y lo sensible en un capitalismo acelerado
La extinción de los cuerpos | Landa Hernández Martínez. La durée poignardée, René Magritte
La durée poignardée, René Magritte
Acelerar

En La durée poignardée, René Magritte nos ofrece un paisaje surrealista en el que una locomotora emerge del salón de una casa burguesa a través de la chimenea. Sobre ella destaca otro elemento: un reloj. El diálogo entre ambos se establece, además, en que el círculo del frente de la máquina tiene las mismas dimensiones que la circunferencia del reloj. Las coincidencias no parecen casuales. Ambos fueron aparatos importantes, si no decisivos, en la construcción de la modernidad y en la expansión del capitalismo, ayudando a definir un único ritmo sobre el mundo.

La locomotora, además de otorgar la confianza en un progreso apoyado en la técnica, expandiéndose a través de la homogénea superficie/red de los raíles a todos los puntos del globo, se alió con los relojes y juntos se esforzaron por sincronizar la medida del tiempo incluso en los lugares más remotos. No es anecdótico que fuera Sandford Fleming, ingeniero de ferrocarriles, quien, después de perder un tren en el año 1876, propusiera un horario universal basado en husos horarios que sería la base del actual Tiempo Universal Coordinado (UCT, por sus siglas en inglés), que es utilizado por elementos tan cotidianos para nosotros como Internet o la World Wide Web.

La idea de un único tiempo devino en una aceleración del mundo marcada por un modelo de eficiencia capitalista: el tiempo es dinero. Así, tardar menos es una necesidad y matar al tiempo, desplazar mercancías — o personas — un lugar a otro lo más rápido posible, se convertirá en la prioridad de los nuevos prodigios técnicos, hasta desarrollar una inmediatez que ha mutado la naturaleza de las cosas para adaptarse a este tiempo acelerado. De la mano de esta aceleración, la economía alcanza mayor abstracción. La vieja economía de mercado, basada en la venta de productos, queda atrás y se sustituye por un modelo financiero en el que no hace falta vender sino especular con los valores.

La única posibilidad para seguir acelerando es quitar materia y peso a las cosas; abstrayéndolas o haciendo que su contacto sea cada vez más suave, sutil, minimizando la fricción, para que todo siga deslizando, sin interrupciones.

La extinción de los cuerpos | Landa Hernández Martínez. New York Stock Exchange 1980
New York Stock Exchange 1980
Totalizar

Los tiempos veloces son además tiempos precarios, donde el freelance — Free-Lance, “Lanza libre”, soldado que no estaba atado a ningún amo durante el medievo — se manifiesta como el mejor exponente de las mutaciones sufridas en el contexto laboral contemporáneo. Deslocalizado, generalmente al servicio de industrias creativas, el freelance se mueve de un trabajo — o de varios — a otro, apoyándose en las posibilidades que ofrece la tecnología de nuestros ordenadores y dispositivos portátiles, que permiten responder un correo o realizar un encargo desde cualquier lugar y liberado de horarios clásicos. Sin ese compromiso — contrato — que lo ate a un tiempo acotado o al espacio concreto de una gran empresa — de la que no recibe ni contrato ni prestaciones — , el freelance concatena trabajos que garanticen unos recursos económicos durante, al menos, un tiempo, en largas jornadas laborales autoimpuestas definidas por la autoexplotación.

Beatriz Colomina, extracto del periódico The Wall Street Journal
Beatriz Colomina, extracto del periódico The Wall Street Journal

Desde aquí, la historiadora e investigadora Beatriz Colomina, en una de sus últimas investigaciones, se sirve de un dato extraído del periódico The Wall Street Journal que advierte que el 80% de los profesionales jóvenes de la ciudad de Nueva York ya no se sirven de la oficina tradicional:

“en situaciones como Nueva York, donde el espacio es muy reducido y donde la mayoría de la gente vive en un estudio en el que, prácticamente, abres la puerta y te tiras en la cama, esta — la cama — se ha convertido en el centro del universo, un universo en el que no hay ni noche ni día”.

Esta confusión de horarios destruye la vieja estructura temporal que dividía el día en tres periodos diferenciados de ocho horas cada uno — dormir, trabajar y disfrutar — en el que se asentó gran parte del urbanismo moderno. Ahora, bajo la economía acelerada, el trabajo ha colonizado todo el tiempo y el espacio, reconfigurando lo privado y lo público, el ocio y el negocio; la cama, convertida en la oficina, hace evidente esta transformación, permitiendo no sólo reducir los costos de una oficina sino que impide pensarla como su uso original: el descanso.

En las camas no se duerme ni se disfruta, sino que se nos condena a la pantalla, en vilo y permanente conexión para poder llegar a fin de mes. La cama, en definitiva, se ha sometido a los designios del capitalismo y, por ello, a sus requisitos de eficiencia. En ella se debe trabajar, recuperar la inversión, eficientar el tiempo. Una lógica que se extiende también al resto de espacios y elementos domésticos, donde empresas como Airbnb sacan partido a una habitación/sofá/cama que tenemos vacía en casa; donde otras como UBER o Cabify te aseguran que puedes usar tu propio coche y ser tu propio jefe haciendo de chofer, y otras como Glovo te convierten rápidamente en un repartidor que presta su propia bicicleta a la causa — la mochila se alquila.

Este modelo, llamado capitalismo de plataformas, se basa en una hipotética idea de colectivización de los espacios — coliving, coworking — pero en realidad marca la imposibilidad de la privacidad, del espacio propio, que cede ante el rendimiento económico en el que se fundamenta una vida precarizada.

Mientras la aceleración, habíamos dicho, produce un mundo con la menor fricción posible, que obliga al menor peso para seguir moviéndose, la formulación de un trabajo que conquista cada aspecto de la vida, impide que pueda ser vivida de forma plena, pues aunque se ocupan espacios no se llegan a habitarlos. Pudiendo estar sólo fugazmente, como pasa con la mesa o la habitación que alquilamos durante un tiempo para trabajar o viajar, el vínculo hacia un lugar o un objeto es efímero, marcado por las condiciones que impone alguna empresa establecida en algún lugar remoto.

Automatizar

Nacida como una empresa que vendía libros, con la particularidad que su sistema de envío los mandaba a la casa del comprador, Amazon se ha expandido hasta convertirse en la mayor minorista del mundo, acogiendo casi cualquier producto y servicio imaginado: desde artículos de segunda mano a películas en streaming o la industria militar y, pese a no producir nada, sí ha desarrollado algunas invenciones destacables que han hecho de Amazon una obra de arte total.

En sus gigantescos almacenes de retail se amontonan millones de productos catalogados de acuerdo a lógicas de eficiencia espacial bajo el sistema del “caos organizado” que no ordena los artículos por marcas, colores, tamaños o cualquier otro criterio de orden aparente, sino que sitúa el producto allí donde haya hueco suficiente para que quepa. Es un código alfanumérico el que permite ubicarlo sin problemas y ponerlo en circulación hacia el comprador tan sólo 15 minutos después de haber hecho click en su pantalla. Una lógica funcional basada en la eficiencia del espacio y el tiempo que le ha permitido cierta superioridad sobre su competencia y que afecta también a la maquinaria y a los trabajadores que operan dentro de los almacenes.

Desde su área de investigación Amazon Robotics, la empresa creó Kiva, una línea de robots inteligentes capaces de desplazarse por el almacén con hasta 1000 libras de peso sobre ellos gracias a una estantería especialmente diseñada para ello. Su diseño e implementación ha permitido reducir los espacios de circulación y, con ello, aumentar el volumen destinado al almacenaje, permitiendo incrementar el número de productos sin por ello ampliar la superficie. En el mundo imaginado por Amazon, cualquier producto puede estar en movimiento y a la espera de un nuevo destino.

Con la aparición de Kiva, los empleados han sido reubicados en áreas delimitadas y protegidas de la circulación de la máquina. Su trabajo se ha limitado, bien al mantenimiento, bien a la colocación y comprobación del estado de los productos que se depositan en las cajas para su envío. Estos gestos mínimos del cuerpo, son el objeto central de las nuevas pulseras patentadas por la empresa que no sólo permiten geolocalizar a los trabajadores, sino también medir el tiempo que tardan en alargar la mano y coger o dejar los productos. En cada uno de estos gestos, la pulsera funciona además como escáner y pequeño ordenador portátil que va rellenando o comprobando inventarios. El objetivo, más allá de las polémicas, es sencillo: incrementar, de nuevo, la eficiencia través de la medición detallada de cada aspecto vital.

Este imperativo de eficiencia innecesario se amplía a muchos de sus otros proyectos e invenciones. Así, Amazon Go — su línea de supermercados sin colas, donde el cliente toma los productos sin pasar por caja al ser cobrados gracias a una aplicación que lleva en su teléfono móvil — o Alexa — el asistente personal con voz femenina que nos ayuda a hacer la compra, revisar el clima o el tráfico, reproducir música, establecer alarmas o temporizadores, controlar dispositivos inteligentes o hacer un resumen de las noticias — exploran el uso de la tecnología para hacer más rápidamente accesibles los diferentes servicios, mientras se obtiene una valiosa información de nuestras formas de vida.

Este proceso de datificación de nuestra vida es posible gracias al uso de algoritmos. Estos códigos — patentados — tienen diferentes funciones, desde conectar nuestro teléfono móvil con los sensores de un supermercado hipertecnificado para saber qué tomamos de una estantería a decidir el trayecto más eficiente de Kiva, pasando por detectar qué gestión del tiempo hacen los empleados. Se trata de condicionar y dirigir el comportamientos mediante sugerencias y predicciones cada vez más minuciosas.

Bajo su uso, los procesos son automatizados, insertándose en nuestro lenguaje, modulando los afectos, y con ello los cuerpos, con un número limitado de posibilidades de elección, lo que supone, a su vez, una reducción de la sensibilidad espacial y corporal de los usuarios. Al reducir la elección a un número de posibilidades limitadas, aparentemente, por nuestros gustos, lo inesperado, la sorpresa, lo conflictivo, aquello que, en resumen, fricciona, se reduce. Lo imprevisible desaparece y se sustituye por lo programado.

Coda. El fin de lo humano

La reducción del marco sensible sucede en paralelo a la destrucción del marco natural, apuntalado por factores como el cambio climático o las desigualdades sociales cada vez más evidentes y los discursos sobre la imposibilidad de acceso al futuro se repiten sin cesar. Esta incapacidad de imaginar otros mundos y alternativas posibles pone de manifiesto cómo la imaginación, expresión de una amplitud sensible, ha sido capturada por el capitalismo. Véase cómo el cine ha destruido el planeta tantas veces, exponiéndolo a ataques extraterrestres, los designios del cosmos o con una naturaleza rebelada contra la humanidad, que pensadores como Fredric Jameson han advertido que nos es más fácil imaginar el fin del mundo que el final del capitalismo, haciendo suyas, de algún modo, aquel lema thatcheriano según el cual ya no hay alternativa.

A diferencia de las posturas aceleracionistas, que creen que pueden hacer quebrar al sistema desde la potenciación de sus cualidades — llevándolo al límite — , otra posibilidad es aquella en la que sólo el capitalismo sobreviva a esta lucha, creando un mundo de mercancías y especulación monetaria en permanente aceleración que ha dejado atrás a la humanidad — y a las demás especies — como si se soltara un vagón que sólo lastra la posibilidad de una mayor aceleración.

El capitalismo muestra que mientras la precariedad económica y laboral hace manifiesta un contexto de cuerpos cansados y autoexplotados, los algoritmos impulsan un diálogo informacional ente objetos tecnológicos sin necesidad de interacción humana. Bajo la acción de un capitalismo acelerado y digital, el cuerpo corre el riesgo de quedar atrás: pesa demasiado, su carne es débil y blanda y su mente, en comparación de la velocidad de procesamiento de nuestros ordenadores, poco eficiente.

El sujeto se encuentra ante una disyuntiva: o se redefine o desaparece. Las teorías y filosofías transhumanas describen la primera posibilidad construyendo una humanidad mejorada que tanto a nivel físico como psicológico o intelectual gracias a la tecnología. Sin embargo, el contexto aquí expuesto, en su afán totalizador, somete la producción de este nuevo cuerpo, adaptado a las nuevas condiciones aceleradas, a los intereses de unos pocos que imponen, en la búsqueda de una mayor eficiencia de sus ganancias, una vida homogénea y simulada.

¿Cuál es este nuevo sujeto?

¿Uno cuyo cuerpo es perfectible gracias a implantes tecnológicos?, ¿ese donde la complejidad de la mente se ha reproducido con programación y descargado a la red?, ¿ese que pese a tener apariencia humana carece de carne y es completamente autómata?, ¿uno capaz de imitar en su voz, en su escritura, forma de mirar o comportamiento a lo humano pero cuya única fisicalidad es la de un código algorítmico reproducido a través de un dispositivo?, ¿o uno nuevo, completamente extraño y ajeno a nosotros?

Este trabajo no sólo busca analizar las transformaciones espaciales bajo la acción del capitalismo acelerado, sino que quiere construir la imagen de este posible sujeto acorde a las condiciones aceleradas que impone el sistema.

Pedro Hernández · arquitecto
Madrid. Julio 2019

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Landa Hernández
Landa Hernándezhttp://laperiferiadomestica.tumblr.com/
Soy arquitecto por la Universidad de Alicante, pero mi interés sobre esta disciplina se encuentra alejado de su papel tradicional de diseño de espacios. Más bien, me interesa entender cómo las representaciones de la arquitectura, el paisaje, el diseño o el territorio construyen y materializan determinados discursos ideológicos, imponiendo posturas, subjetividades y formas de acción sobre los cuerpos que la habitan. En mi trabajo edito estos discursos –sus imágenes, sus historias o sus restos materiales– y reelaboro comentarios críticos que ponen en evidencia sus controversias y contradicciones, formalizándolos en diversos formatos como textos, fotografías, vídeos, objetos o instalaciones, muchas veces entrecruzados entre sí. He publicado artículos y ensayos en diversos medios de Estados Unidos, Italia, Croacia, España, Chile y México. Desde enero de 2013 resido en la Ciudad de México donde trabajo como coordinador de contenidos en Arquine.
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