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(entre paréntesis) (IV) | Jorge Rodríguez

(entre paréntesis) (III) | Jorge Rodríguez

Retrato de la madre del artista. Pablo Picasso. 1896

Quiero terminar ésta serie de artículos que se agrupan bajo el paraguas de mi paréntesis con esta imagen. Éste retrato de finales del siglo XIX, una estampa de lo más común, una madre adormilada, echando una siesta. El de hoy, es un texto muy especial.

La influencia que tiene en el ser humano el entorno en que se desarrolla es incalculable, y alguno de los factores que lo definen podrían entenderse como invariantes si lo ponemos en relación con el carácter cambiante del ser humano1. Esas circunstancias son a veces tan próximas que pasan a formar parte de un ego en el que no se distinguen fisuras, donde las modificaciones por añadidura o sustracción que el tiempo le infligen configuran las cicatrices propias de un rostro curtido; materializan la experiencia.

En los primeros pasos de cualquier proceso de expresión artística acudimos a nuestro entorno más próximo para obtener un sustrato fértil que satisfaga el instinto creativo. Buscamos en nosotros mismos a través del trabajo de otros2, tratando de destilar nuestra esencia para plasmarla y comunicarla. Ese instinto creativo, que nos lleva a sentir, expresar y comunicar, en definitiva, a vivir, es algo inherente al ser humano. Es nuestra manera de tratar de calmar ese impulso escópico que nos fuerza a mirar, y ser mirados, y que con tanta frecuencia nos transporta al mundo de lo imaginado, de la estética.

Por otro lado, aparece por sistema entre los artistas de principios del siglo XX un intento de conocer lo que está más allá del horizonte. De viajar a los estados más primitivos, alejándose de la influencia de generaciones precedentes. Tratan de acercar unos límites y de ampliar el entorno del que se nutría su obra, ya que sentían un hastío y agotamiento por las influencias de su entorno más cercano y los motivos de la cultura occidental.

Me gusta especialmente el ejemplo que nos trae Borges en las Norton Lectures del 67, en Harvard, en esta ocasión hablando sobre la poesía y la épica. Decía que durante siglos el ser humano se satisfizo contando tres historias, la Ilíada, la Odisea y el Evangelio. Todas las historias giraban en torno a éstas y las reflexiones que encierran, que no es poco. A partir de un punto que no acierta a localizar, comenzaron a aparecer nuevas historias, las cuales carecen de la potencia de las anteriores por no ser “parte” del ser humano, por carecer de ese carácter casi familiar que tiene la épica clásica, en la que podemos reconocer todas nuestras inquietudes, nuestros miedos, nuestros deseos. Así, dice, ve imposible empatizar con el Ulises de James Joyce, pero sin embargo en el de Homero reconoce a cada hombre, luchando contra sí mismo, su soledad y su mar. Distingue este punto como el momento en el que los poetas dejaron de contar historias.

Sin embargo sorprendente es el hecho que nos muestra Picasso. Cuando habla del arte negro, que apareció en su vida a través de la compra compulsiva de máscaras africanas en un anticuario del boulevard de Clichy, habla con una cercanía pasmosa, en lugar de necesitar un esfuerzo interpretativo excepcional para conocer su naturaleza reconoce la esencia de nuestra cultura, podríamos hablar incluso de cercanía en el campo del primitivismo. Esa capacidad de reconocer en una cultura tan remota en tiempo y lugar, lo más primitivo y profundo de nuestro ser puede que esté reservada a los genios. Porque la capacidad de extraer de un gran conglomerado de lugares, materiales, personas, tiempos, sentidos, emociones… el combustible que impulse nuestro proyecto es fundamental y muy compleja. Me atrae especialmente lo que sucede en el momento de comenzar a producir, una vez dejado atrás el lugar de la observación y el estudio4. Ese momento en que la herramienta toma contacto con el soporte y comienza a establecer las reglas del juego, los límites con los que vamos a interactuar. Ese momento en el que a Matisse se le convertían las flores en bailarinas5.

Esos instantes de transformación dependen en gran parte de lo asimilado de nuestras influencias. Aquello que ha pasado a formar parte de nuestro yo más personal se traduce y codifica de una manera natural. Sin embargo, el conocimiento recién exprimido, que aún no ha sido digerido, intoxica nuestro lenguaje arrebatándole una característica fundamental; la capacidad de expresar lo que somos. Por ello, quiero hoy hacer una pequeña apología de lo inmediato, de los nuestros. De lo cercano. Como ya he compartido con vosotros, llevo un tiempo mirando con cariño aquello que me rodea en proximidad, lo que se deja sentir. Esas construcciones inmediatas, hechas con pocos medios y mucho sentido común que van creciendo del suelo allí donde hace falta. Me interesan las lecciones tan depuradas que nos dejan como legado al que acudimos menos que poco. Esa atención a los materiales inmediatos y a las técnicas manejadas, casi genéticas, transmitidas lejos de una academia que rigidice, tipifique y clasifique; aprendidas de abuelo a nieto, como se aprenden las cosas realmente divertidas de la infancia. Me interesa mucho éste canal de pensamiento. Me interesa dónde colocamos lo barrera de lo cercano. Me interesan las esculturas de Giacometti. Y sus dibujos y pinturas. Y las casas de Le Corbusier.

Me explico. Una pregunta casi irreverente, desafiante, que Enric Miralles se hacía a la hora de empezar un proyecto era ¿De qué tiempo es éste lugar? Reflexionaba sobre el paso del tiempo y la huella que deja en un lugar, tremendamente influyente a la hora de establecer un límite temporal en el que trabajar. De esa forma, aseguraba que entendía como cercano en el tiempo todo lo que ocurría a partir del siglo XVI, su límite era Michelangelo Buonarroti. Ahí comenzaba lo cercano, esos eran sus límites; sin establecer esas reglas de juego y ese marco, no hay cabida para la cabriola, el salto y giro mortal del trapecista. Dando por válido este concepto de cercanía, hoy me interesan aquellas influencias cercanas no sólo en el tiempo o el lugar, sino también en un plano emocional. Esas figuras que tanto nos afectan hasta que superamos la pubertad, forman parte de un primer estado de cercanía sensorial; tenemos un conocimiento profundo sin necesidad de estudio ni descubrimiento. Una conexión mucho más allá del tiempo y la distancia, que diría Ferreiro. Reivindicar éstas figuras es difícil, pero debemos hacerlo.

Alberto Giacometti, nacido en 1901 en Borgonovo, Suiza, disfrutó enormemente su estancia en Roma, pero sin embargo, maldijo sus días en París. Quizás por sus raíces casi italianas. La Urbe le permitía acompasar sus ritmos sin corsé, disponía del arte en cualquier momento, para su estudio o producción. Sin embargo, París, le constreñía, se sentía esclavo de un ritmo que le marcaba las horas para el arte, como si se tratase de un empleo a jornada partida.

Fue incapaz de retratar ni esculpir según las doctrinas beauxartianas, de estudio de hasta seis modelos diarios. Sufría retratando estudios anatómicos superficiales, gestos, posturas. Giacometti quería abrir la piel con escalpelo y beberse el modelo; quería retratar algo más que lo que veía, quería expresar lo que sentía a través de la escultura. Por eso, retrató hasta la saciedad a su hermano Diego, a su padre Gianni y a su esposa Annette. Capítulo aparte merece el excelente retrato que realizó de su madre, sin la cual no se entiende la obra de Giacometti, siendo el fuego profundo que la sostiene y le da vida.

Retrato de la madre del artista. Alberto Giacometti. 1947

El grueso de la obra de Giacometti tras su pronta inmersión en el movimiento surrealista y el estudio de las máscaras africanas y las formas rotundas; gira siempre entorno al retrato, a través del dibujo, escultura, pintura y litografía de sus familiares, y la plasmación de sus dudas y sus miedos así como su interpretación del papel del hombre del siglo XX, en sus caminantes. Un enfoque muy personal que cambió por completo la escultura de las generaciones sucesivas.

Éste camino de la renuncia de la mera reproducción de una realidad y la búsqueda de un carácter, de un sentimiento, ya había sido transitado antes de Giacometti por las primeras vanguardias del siglo XX, entre otros por Picasso, que marcado por su habilidad para el dibujo y la pintura desde corta edad, entendió su carrera como una constante evolución6 y búsqueda de un lenguaje que le permitiese ir resolviendo los problemas que encontraba en las generaciones precedentes, y a su vez, avanzar planteando perplejidades sobre las que trabajar y extender su campo de experimentación. Durante sus diferentes etapas, acometió distintas empresas como el problema del color, la construcción del plano, la luz, las volumetrías, el problema de los ángulos etc. Pero si intentamos encontrar un hilo conductor, quizás la idea de plasmar aquello que se escapa al terreno de lo inmediato nos sirviese como guía. Ese empeño en pintar lo que piensa y no lo que ve.

Especial es el caso de otro suizo, que tuvo una relación, podríamos decir que estrecha, con el artista malagueño. Le Corbusier decidió ser mediterráneo. Fue señor de cadenza pausada, que disfruta del matiz y que es capaz de ver el mundo en una copa de vino. Que lleva siglos conviviendo con la belleza y se crió en tierra de santos, poetas y navegantes. Aunque en realidad nada de esto fue cierto. Ni siquiera su nombre.

Este afán empático, casi camaleónico de Le Corbusier, despunta de manera especial en la India, cuando a la vuelta de su primer viaje destrona sus magnánimos planes urbanísticos (Voisin, Ville Radieuse, Obús) en Chandigarh. Sintío el desahogo de una sombra, había visto como en verano las azoteas se llenaban de camas por el calor asfixiante. Sin abandonar su impertérrito espíritu mediterráneo, se acercó a una cultura tan distinta como la hindú y fue capaz de parir la villa Sarabhai. Mi palabra carece del peso y la impronta necesaria para entrar en juicios de valor o interpretación de la obra de Le Corbusier, pero no quiero dejar de reconocer el mérito y el valor de aceptar, con 70 años, el reto de construir una ciudad en la India. Y no contento, responder como lo hizo, dejando a un lado un discurso destilado por años de estudio, ensayo, éxito y reconocimiento para despegarse, adentrarse en lo desconocido para llegar a buen puerto. Cierto es, que no era la primera vez que lo hacía, tampoco sería la última7.

Las obras del maestro suizo han supuesto millones de páginas de estudio, loa e interpretación. Repartidas por el mundo son vía de peregrinación para los amantes de la arquitectura que vemos en ellas el planteamiento y solución de tantas perplejidades. El amplísimo repertorio de edificios abarca todas las escalas, presupuestos, clientes y situaciones imaginables. Sus referencias, crípticas, que nadan entre las artes plásticas más completas (dibujo, pintura, escultura, grabado, collage) precisan de un estudio minucioso, muy atento, con los ojos bien abiertos.

De entre sus obras, siempre me ha sorprendido, gratamente, una. 60 m2 al borde del lago Lemán, une petit maison. Recién iniciados los felices años 20 de las villas blancas, aflora el Corbu más carnal. Con un proyecto que viajó en su bolsillo hasta encontrar el lugar adecuado, donde encajase como un guante, es capaz de concentrar el cariño que profesaba a su madre Marie Charlotte, para que disfrutase de sus días viejos después de una vida de trabajo.

No hace falta explicar demasiado, basta visitarla, o por lo menos, echar un vistazo a las fotos y releer hasta el empacho el maravilloso librito que el cuervo nos dejó para su disfrute. Un lugar de ésos donde realmente la arquitectura, importa poco. Un lugar donde se está a gusto. O eso parece, no hay más que verla.

Retrato de la madre del artista. Le Corbusier. 1951

Con todo mi cariño.

Jorge Rodríguez Seoane
Finales de 2013. La Coruña.

Citas:
1.- Jorge Luis Borges en las Norton Lectures de 1967 en la universidad de Harvard dedicó una de sus sesiones a la metáfora. En un pasaje, admitió su asombro y angustia por la famosa metáfora griega, “nunca un hombre baja dos veces el mismo río”. Achacaba esa angustia al paso del tiempo, en concreto a los modos en los que se evidencia y se hace tangible.
2.- Escribe Borja López Cotelo en su tesis doctoral “Sverre Fehn desde el dibujo” parafraseando a Glenn Murcutt, que todos amamos lo que está en nosotros y es a través del trabajo de otros como nos damos cuenta de qué es lo que realmente somos. Sirve como conclusión a la tesis, afirmando que probablemente se trate de un autorretrato.
3.- “Si buscas influencia en las producciones de otras culturas [nótese la influencia en su obra de las luces de Tahití, el arte africano o las cerámicas persas] conseguirás algo mucho más completo. El pintor no podrá perder las aportaciones de la generación que lo ha precedido por estar, muy a su pesar, en él”. Matisse, H. Del color. París, Agosto de 1945.
4.- No quiero penalizar ésta fase tan importante pero la extensión del artículo me impide acercarme con el detenimiento preciso. Huelga decir que la riqueza de este proceso es capital en las posteriores. Tómese como ejemplo la reflexión que Guillaume Apollinaire hizo sobre Pablo Picasso “Un hombre como Picasso estudia un objeto, como un cirujano disecciona un cadáver.”
5.- “Pongo un ramo de flores sobre la mesa, quisiera que en el cuadro, una vez terminado, un jardinero pudiera reconocer todas las variedades de flores, pero no sé qué ocurre por el camino, las flores se convierten en chicas que bailan.”  Matisse, H. XX Siècle nº 2, Enero 1952.
6.- Sirvan como ejemplo las siguientes citas recogidas en las conversaciones de Brassaï con el artista.
“Siempre hay que buscar la perfección […] Para mí significa: de una tela a otra, ir siempre más lejos, más lejos”.
Brassaï, Conversations avec Picasso (1964). París, Gallimard, 1997, p. 132
“Pero se cambia continuamente […] Sólo se puede seguir realmente el acto creador a través de la serie de todas las variaciones.”
Brassaï, Conversations avec Picasso (1964). París, Gallimard, 1997, p. 285
“Mis cuadros antiguos ya no me interesan… Siento mucha más curiosidad por los que aún no he hecho. [Picasso, a los 80 años]
Brassaï, Conversations avec Picasso (1964). París, Gallimard, 1997, p. 352
7.- La vida de Le Corbusier está llena de un transitar de caminos inexplorados. Su legado arquitectónico juega con todos los palos de la baraja. Desde sus inicios con Ozenfant en el purismo y L´Espirit Nouveau, no cesó en su empeño de renovarse evitando convertirse en agua estancada, asumiendo riesgos. Que mejor manera de irse pues, que nadando.

Jorge Rodríguez Seoane
Jorge Rodríguez Seoane
Arquitecto y socio fundador y gerente de Seoane Arquitectura. Experiencia activa en evaluación de riesgos y plan de negocio, gestión de personal y dirección de proyectos de ejecución. Gestión de carteras de inversión inmobiliaria, búsqueda de activos singulares y representación de intereses.
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marcelogardinetti
marcelogardinetti
11 years ago

Muy interesante reflexión Jorge. Indudablemente el entorno es condiconante del guion cultura de cada persona !

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