La huella de los maestros permanece indeleble en la trama de Nueva York. A la presencia distante y apasionada de Le Corbusier, desde su provocadora visita iniciática de hasta su retirada con el desencanto por el edificio de la ONU en 1947, se suman las de otros maestros, entre ellos los dos paradigmas de la modernidad arquitectónica.
Frank Lloyd Wright dejó escrito su epitafio en cursiva, sobre la 5ª avenida, frente a la gran pradera de la ciudad. Otro maestro, que pudo ver el Guggenheim recién terminado me confesó:
«Todos sabían que era un mal museo, pero era un magnífico edificio».
Para quién desconozca la calidez y domesticidad de la obra wrightiana, recorrer la blanca espiral es una buena aproximación.
En las mismas fechas, otro maestro —europeo en su origen— corona su carrera americana en el cielo de Nueva York. Frente a la dinámica del paseo, Mies opta por la serenidad de la plaza. La secuencia calle – exterior – interior se proyecta y se construye al detalle en el Seagram: Cada peldaño, cada banco, cada paso. Quien observa estas nuevas y antiguas lecciones deja a su espalda otra lección magistral de ocupación en altura: la Lever House.
Le Corbusier dijo que Nueva York era una catástrofe, pero una bella y digna catástrofe. El paso de los maestros permite ver hoy una suma inconexa de bellas y dignas obras. Al mismo tiempo, el recorrido urbano ofrece líneas de conexión, puntos de contacto y debate. Y la catástrofe como enseñanza.
antonio s. río vázquez . arquitecto
a coruña. agosto 2012
Autor del blog, El tiempo del lobo