Política del WC.
Quizás el asiento por excelencia, el más universal apoyo y el que de forma más extraña y promiscua compartimos a lo largo del día con otras personas: el trono, el WC. Esta denominación proviene del acrónimo inglés para “water close” y hace referencia al cierre hidráulico, el mecanismo de sifonamiento mediante el cual el tubo que conecta nuestra vivienda con las cloacas queda cerrado al paso de olores y agentes insalubres de forma sencilla, automática e infalible.
Desde las primeras letrinas talladas en piedra hace más de 4.000 años en Gnossos hasta la incorporación de la electrónica para mejorar nuestra experiencia sobre el inodoro, el diseño, perfeccionamiento y popularización (el retrete es algo obligatorio desde hace más de 200 años), constituyen una historia jalonada de episodios reseñables.
El éxito del invento y la velocidad con que se popularizó no es extraño. El WC resuelve de forma aparentemente definitiva un problema de salud e higiene públicas. Mediante el accionamiento de su sencillo mecanismo, el retrete aleja nuestros residuos para mayor comodidad propia y de nuestros congéneres.
Pero…
¿Se trata de un logro meramente funcional? ¿Implica el retrete una forma de entender el mundo?
Gracias a este nuevo aparato llamado WC, en el siglo XVIII podremos hacer desaparecer por primera vez y de forma casi mágica aquella parte de nosotros con la que ya no nos identificamos. No es de extrañar que Slavoj Žižek vea en la forma y funcionamiento del retrete una metáfora de la forma en que cada sociedad se libra de sus “marrones”.
Efectivamente el WC nos libera de nuestra mierda, pero contribuye también a una importantísima evolución del espacio en que vivimos. El inodoro opera como una máquina higienizadora del espacio. Es capaz de unificar parcelas de nuestra existencia tradicionalmente separadas de forma radical. Gracias al cierre hidráulico las nuevas letrinas no son insalubres siendo posible domesticarlas, es decir, incluirlas en las viviendas de las que hasta entonces estuvieron claramente segregadas cuando no directamente excluidas.
Es gracias al WC y su vasta red de alcantarillado que el espacio público se dignifica quedando atrás los tiempos de “agua va” y los callejones inmundos en que el gris se aliviaba. El retrete en definitiva, hace posible un estado de claridad y limpieza universales que pronto encontrará su expresión estética. En lo doméstico será el espacio luminoso y diáfano. En lo urbano la apertura de viales y la inédita domesticidad del espacio público. En ambos casos triunfa un Foucaultiano espacio “en orden de inspección”.
Desde un punto de vista de la ética de la autoexigencia, de la moral del esfuerzo, la posibilidad de pulcritud que el WC hace posible en el espacio es un mandato. Si es posible deshacerse de la marrones de forma discreta y definitiva, es obligado hacerlo de esa manera. Se inicia así una carrera de nuestros interiores (e interioridades) hacia lo inmaculado, una tendencia que es tan formal como moral, tan estética como ética.
Resulta obscenamente violenta la forma en que Le Corbusier proyectó (¡y publicó!) algunos de sus interiores domésticos haciendo desinhibida apología de la desnudez y limpieza de los espacios de aseo: Como espacios diáfanos que se muestran bajo una impenitente luz cenital directa del sol, sin posibilidad si quiera de un puntual oscurecimiento de alguno en sus rincones. Cualquier atisbo de intimidad, discreción o simple sombra es eliminado a favor de una amplitud y luminosidad higienistas cuya íntima incomodidad Tanizaki describe con tanta sutileza en “Elogio de la sombra”.
En el WC se impone la estética de la inspección. Los sanitarios se presentan como iconos de modernidad, en una incuestionada asociación de limpieza y salud, formal y moral.
Mierda y sostenibilidad: tabú y totem.
Blanco, de porcelana y de formas redondeadas, este es el hegemónico aspecto del WC desde su primera construcción. Pocas piezas son tan invariables en su forma y aspecto como este asiento. Hubiera querido ilustrar estas líneas con diseños de interés pero cualquier esfuerzo de creatividad y originalidad en su diseño resulta forzado y rápidamente evoluciona hacia el ridículo. Cualquier manipulación o personalización del aspecto del retrete violenta al espectador de manera especialmente directa.
Resulta paradójico lo categórico de la forma del váter, lo intocable de su diseño y material, aparentemente protegidos de cualquier cambio, como si el WC fuese un tabú del diseño y la microsociedad del diseño y los diseñadores hubiesen acordado una moratoria de originalidad entorno al “trono”.
Apelo a la paciencia e interés del lector para comentar la última revolución en el diseño de WCs: el W+W de Roca y su antecesor, de menor impacto visual pero idéntica filosofía, el Profile 5 de Caroma fuera ya de fabricación. En ambos casos se trata de un dispositivo que unifica lavamanos e inodoro. Se trata de reducir el consumo de agua utilizando las aguas grises del lavamanos como provisión de la cisterna del retrete, una solución a la que por urgentes problemas de economía muchos llegaron antes a través del bricolage.
Como anteriores avances en materia de fontanería y saneamiento, la simplicidad del planteamiento está lejos de ser un inconveniente y además de garantizar el buen funcionamiento del mecanismo se presta a equivalentes morales sobre los que bien nos hubiera gustado haber escuchado hablar a Slavoj Žižek.
La provocación del elaborado (y costoso) diseño de Roca reside en el hecho de que se trata una pieza de diseño que propone una nueva forma para el WC. Un cambio en la forma del WC sólo es presentable si argumentos muy poderosos lo soportan. Me complace especialmente especular con la posibilidad de que esta última transformación de ese tabú del design que es el retrete resida en un nivel aún mayor del tradicional higienismo funcional y moral tan típicamente centroeuropeo que parece soportar todos los WCs:
La sostenibilidad.
En efecto, si el WC es un tabú del diseño, la sostenibilidad es un totem de esa misma disciplina. En el W+W la novedad formal se ampara en la reducción en el consumo de agua. Y es gracias al carácter exorbitante del concepto sostenibilidad que resulta tolerable una manipulación formal de WC que de otra forma sería rápidamente denostada.
Sostenibilidad en definitiva, una materialización de posibilidades que, precisamente por ser posibles y para la moral más autoexigente, deviene inmediatamente en un mandato…
Elías Cueto, arquitecto
Santiago de Compostela, marzo 2012
Publicado en Nº 313 [sillas…]