«Los ritmos, los objetos y los acontecimientos existen, pero el tiempo y el espacio son las triunfantes invenciones del hombre. Cada individuo crea de nuevo el pasado, el presente y el futuro».
Kevin Lynch, ¿De qué tiempo es ese lugar?«Que caian as casas, pero que permanezan as árbores».
Fernando Blanco
Manuel Gallego afirmaba, con motivo de un aula magistral impartida en 2012 en el Consello da Cultura Galega, que
«en este país han sido muchos los pasos que no se han dado»,
refiriéndose con ello a las escenas culturales internacionales de la segunda mitad del siglo xx que no fueron transitadas en Galicia, en el amplio sentido de la cultura de la arquitectura, sino por ciertas individualidades y excepciones. La marginalidad política y económica a la que la autarquía y la dictadura sometieron a toda España (y especialmente a Galicia) apartó a la sociedad y a los profesionales de aquel tiempo de la llegada fluida y natural de las corrientes culturales de su época. A pesar de ello, algunos de los huecos temporales de esa historia de la arquitectura y del diseño pudieron ser ocupados gracias al esfuerzo y planteamiento individual de ciertos creadores (unos, mejor conocidos) pertenecientes a una primera generación, como Sota, Albalat, Isaac Díaz Pardo o Luis Seoane, otros todavía por descubrir y valorar adecuadamente, y que ya pertenecen a la generación de la salida del confinamiento y la posterior transición española. Este último es el caso que ocupa esta publicación, en la figura del arquitecto y artista Fernando Blanco Guerra. La capacidad de construir cultura y el modo como esta se asienta en la historia son la sangre que alimenta el corpus de todo grupo social. Por ello, resulta fundamental recuperar y registrar esos lugares, caminados al menos por unos pocos, para dar aliento al tránsito de una sociedad dentro de ese magma (a veces sin referencias) que es el tiempo. Este fue, en parte, el afán de esta sucinta publicación, cuya intención es ser puerta de entrada a los planteamientos y formas de Fernando Blanco en el contexto de su propio tiempo.
El objetivo buscar, a través de diferentes acercamientos (el arquitectónico o el docente, entreverados con el pictórico y el escultórico), el relato del viaje que, casi siempre solo y a contracorriente, realizó Fernando Blanco en la difícil escena cultural gallega que va desde el inicio de su carrera en los años 1970 hasta nuestros días. Esta descripción no se propone únicamente desde lo visible, lo cercano, como la narración obvia de una biografía que son sus obras, sino queriendo mostrar la lectura de la variación del ritmo temporal en la percepción de su trabajo por la mirada explicativa de otros. Así, el comportamiento vital y creativo de Fernando Blanco se fijó en las diferentes voces que participan en el libro Recortes, Aproximación a la obra de Fernando Blanco (Manuel Gallego, Paulo Ferreira, Daniel Hermosilla, Julio Grande y Guillermo Bertólez), además de la suya propia.
Los textos, que se recogen en la publicación, transitaron (no siempre explícitamente) por la pintura, la escultura, la arquitectura e igualmente por la didáctica experimental ejercida como profesor invitado en la escuela de Arquitectura de Guimarães, haciendo un esfuerzo de interlocución con sus ideas y planteamientos, imprescindible para aproximarnos a un argumento creativo interior que crece y se amplía en cada lectura de su obra. Estos apuntes escritos como recortes servirían de guía al lector que se acercase a Fernando Blanco para ayudarle a mantener una atención perceptiva coherente, dentro del riesgo continuo al que este autor somete al observador en la aprehensión de cualquiera de las facetas de su trabajo. Estos textos son así una introducción a su proceso creativo donde el tiempo real se transforma en una elongación continua de sucesos y acciones construidas que se amplifican y subvierten continuamente, y a cuyo entendimiento sirvió de forma explícita el análisis biográfico de Julio Grande.
El ritmo interior de la obra de Blanco es siempre una lucha continua por evitar quedarse en ese lugar del tiempo cerrado, permitiendo al hecho creativo moverse y deformarse a medida que lo exploramos, algo que, como planteó el arquitecto y profesor portugués Paulo Ferreira, sus alumnos del curso experimental de Proyectos del antiguo DAAUM pudieron aprender del planteamiento teórico y práctico del ejercicio «Conductores de espacio», pero que también se podría aplicar a casi todas sus facetas de trabajo, bien del campo arquitectónico, bien del plástico. Así, el viaje y la narración de sus propuestas plantea siempre poder demorarse, como en una derivada jazzística, para repensarse desmontando la linealidad del discurso y poder volver mucho más compleja y enriquecedora la experiencia del cuadro, del habitar de la arquitectura o de la reflexión hablada o escrita, experiencias o lecturas que, aunque siempre son humanas y cercanas al observador, no acostumbran a ser cómodas, pues Fernando retira los horizontes y referencias más obvias para que el tiempo se le pierda al habitante de sus obras tanto como a él en el planteamiento de sus propuestas. Así, de esa elongada manera, nos facilita ganar la más generosa libertad que proporciona una auténtica exploración tectónica, espacial y pictórica.
Como se concluye de la lectura genérica de los textos y específicamente del de Guillermo Bertólez, esta deriva de la percepción, de lo sensible, no nace únicamente de la riqueza de sus formas (solo una apariencia), sino de la propia vida de la arquitectura o de la pintura que se ve engendrada por una multiplicación controlada de referencias, tanto de la propia acción de construir el momento creativo como de los innumerables y muy amplios registros de la cultura (literaria, geográfica, matérica, musical) que siempre ha manejado Fernando Blanco.
Esta publicación ha querido mostrar indirectamente los vacíos de la historia (tal como se citaba a Manuel Gallego al inicio de este texto) que Fernando Blanco rellena, por ejemplo, resolviendo a finales de los ochenta varias de sus propuestas con una perfecta interpretación de la geografía temporal del Venturi de Complejidad y contradicción en la arquitectura, algo que en el ámbito español solo había sido afrontado por los catalanes Viaplana y Piñón. Pasos —zancadas, otras veces— para trabajar y explorar la realidad y la expresión de la gran escala mediante la tecnología del prefabricado civil para llevarnos a la cultura del edificio público americano (a la manera brasileña, venezolana o mejicana, un mundo muy próximo al ideario de Fernando Blanco), pero sin contradecir en nada el propio contexto gallego. Tal es el caso, por ejemplo, del centro de salud de Castro de Ribeiras de Lea, en Lugo. La prefabricación está dentro de su pensamiento mucho antes del entendimiento de lo industrial a través del profundo conocimiento pretecnológico de los oficios tradicionales ligados al territorio y a sus materiales propios, que tan claramente explica el texto de Daniel Hermosilla. Se trata de una manera trasversal de querer mirar y conocer lo modular que abarca desde el mundo tradicional (el estudio de los despieces casi estandarizados de la estereotomía de los hórreos, de los muros de cierre del tejido agrícola y de los emparrados vitivinícolas) hasta el espacio contemporáneo donde lleva al extremo, en dimensión y esfuerzo, los actuales sistemas que los grandes especialistas de la industria ponen a su servicio. Antes incluso, previa a esta atención a la prefabricación, se interesa y propone singulares sistemas en la manera de pensar el objeto arquitectónico, en particular, por la denominada «modulación contrapuesta. Así, en la nave para la multinacional Renault (proyecto de patente fallida para su reproducción en toda Europa) mantiene una actitud propositiva, radical y casi heroica que le permite tensionar la arquitectura al límite, como lo haría estructuralmente un Hannes Meyer en la Petersschule de Basilea o formalmente un Konstantín Mélnikov en el pabellón de la URSS para la exposición de París de 1925. Otras veces —para alegría y riesgo de la arquitectura— maneja acciones de «vaciado reactivo», como en la rehabilitación de la biblioteca de O Carballiño donde, sin dejar de ser coherente con el edificio original, desmonta los discursos más habituales entre sus contemporáneos para el tratamiento de este tipo de intervenciones, que le facilitarían a él mismo el camino, introduciendo un organismo casi autónomo, altamente funcional y expresivo, en un contenedor de trama rígida historicista.
Así se van sucediendo propuestas e ideas radicales, pasos por veredas casi inexistentes que había que abrir y que nos permiten ahora transitar y citar la más alta cultura de la arquitectura, pero que, igualmente, mantienen una atención respetuosa hacia los procesos constructivos y los materiales más básicos del entorno histórico de Galicia. Esto requiere un conocimiento profundo de las maneras de hacer propias del anonimato de los antiguos oficios y tradiciones para poder subvertirlas, reinventando nuevas formas de estar ahora, en una contemporaneidad sin más tradición que el mundo neoliberal que les tocó habitar. Son procesos y adaptaciones tecnológicas cruzadas en el tiempo que, al ser entendidas en profundidad, le han permitido a Fernando Blanco, no solo domesticar la robustez de la prefabricación de elementos concebidos para la construcción civil, sino conseguir llegar a resolver y reinventar sistemas, como el muro-celosía artesanal y portante, por ejemplo, en la casa Arístides, donde, como quien espiga, reaprovecha los postes de las parras de la geografía inmediata. Esta estereotomía salteada se acompaña al interior con una carpintería continua practicable para construir una suerte de muro portante, traslúcido y flexible, pero ya liberado de la función de ventilar mediante la tradicional ventana. Separación o integración de mundos, interior y exterior, inventando, como menciona en su texto Manuel Gallego, «significados nuevos» para esta dialéctica clásica del tema del cierre y del borde en arquitectura.
A través de los planteamientos de Fernando Blanco, esta publicación se propuso para demostrar finalmente cómo el trabajo plástico o arquitectónico se puede construir con un material, el tiempo, que muy pocos se atreven a usar. Con esta herramienta, Fernando altera continuamente la narración de su propia obra para hacernos de manera paralela trabajar y gozar al recorrer el mundo interior de sus trabajos. El tiempo, también, como acompasamiento entre el envejecimiento de la materialidad de las propias obras y las ideas previas —en el inicio del proyecto— que gestionaron su posibilidad. Una especie de materialización de los acuerdos que el espacio intelectual que se propone al arranque del proceso creativo debe negociar con la ruina que está por venir. Sus propuestas parecen siempre tener presente esta premisa del paso y la cadencia del ritmo de la naturaleza, lo que se refleja en la atención a las relaciones con el territorio y el paisaje, y que se materializa en la arquitectura de las cubiertas —como prolongación de la sección—, fenómeno del cual deja constancia en su único texto en esta publicación.
No obstante, también, por desgracia, se concibe el tiempo como derrota, pero aclaremos: no como ruina natural, que es como Fernando la entiende y casi promociona, sino como ruina premeditada y propiciada por la incomprensión de la anomia del país que las propuso, teniendo que ver desaparecer, una detrás de otra, algunas obras de referencia de la escultura pública, como en el caso de la que celebraba el xxv aniversario del Parlamento de Galicia o la del árbol de acero de O Carballiño (recientemente, trasladado a otra localización), o de la mejor de su arquitectura doméstica, como la demolida vivienda unifamiliar de Reza.
Esta edición de textos en torno a Fernando Blanco Guerra ha intentado, por tanto, reconstruir, rellenar y dar sosiego a aquellos huecos de la historia que citaba Manuel Gallego, mostrando un trabajo afrontado mediante una actitud radicalmente propositiva que pasó en la escena del noroeste español por donde casi ningún otro arquitecto de su generación pudo o quiso transitar. Si, como lo define Adolf Loos, el arquitecto es aquel «albañil que sabe latín», a Fernando le debiera ser aplicada otra definición más propia a su contexto, aquella en la que el arquitecto es el «herrero que sabe música».
Luis Gil Pita, arquitecto
Santiago de Compostela, 1 de Marzo 2021
Texto que forma parte del prologo del libro, con el mismo nombre, Recortes, Aproximación a la obra de Fernando Blanco.