Las notas que he escrito sobre este tema tienen que ver con mi participación en Valencia, España, en el Seminario Pensamiento y Arquitectura organizado entre otros por el colega José María Lozano de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica. Se realizó entre el 11 y el 15 de Noviembre del 2011. El documento editado como convocatoria incorporaba frases de Peter Eisenman, entre las cuales destaco éstas dos:
“…no podemos ser los vanguardistas que siempre hemos querido ser, no podemos serlo cuando no hay un nuevo paradigma. No se puede ser nuevo cuando es imposible ser nuevo” y “necesitamos estar involucrados con los paradigmas de nuestro tiempo”.
Frases que resumen el “sesgo” de Eisenman, y que me incomodaban como referencias. Pero no era el único de los participantes que pensaba así. Había campo para un intercambio crítico.
Dos cosas resaltan de las citas. Una la idea de la vanguardia, lo nuevo y la otra la de los
“paradigmas de nuestro tiempo”.
Sobre el tema de ser vanguardia en el mundo del arte conviene ir hacia lo que ya he mencionado, que las vanguardias de principios del siglo veinte perdieron la frescura inicial para convertirse en interpretaciones sectarias, reflejadas en normas, de los contenidos ideológicos de la modernidad.
Algo parecido ocurre con la idea de “lo nuevo”. Se delimita el concepto, se propone un significado sobre el cual habría que acordarse. Se hace rígido el sentido de la palabra. Rigidez que excluiría incluso a la arquitectura de Peter Eisenman. Porque no surge de un “nuevo paradigma” la Ciudad de la Cultura de Galicia, y la arquitectura resultante ofrece pocas sorpresas. Lo nuevo no está pues en el discurso sino en lo que la arquitectura muestra.
Premio bienvenido.
El muy reciente Premio Pritzker a Eduardo Souto de Moura (1952) es una inesperada muestra del sentido de lo que digo. Su arquitectura es buena, es de hoy, nueva. ¿Lo es en el sentido de las frases de Peter Eisenman? No. Carece de esa ansiedad por la novedad que busca sorprender con desmesuras, siendo sin embargo un “modo de hacer” diferente, expresión de un camino de reflexión personal. Lo nuevo de sus edificios está en las jerarquías que establece, en el modo de usar viejos materiales, en sutilezas surgidas de una intimidad. Hay poesía personal, hay drama, conmueve (atributo esencial de la arquitectura para Le Corbusier). Pero no hay ansiedad por ser distinto. Es un aporte a la tradición moderna: manejo de los volúmenes y la luz, rigor constructivo que se expresa, rechazo al ornamento superpuesto. Hay además en la obra de Souto de Moura huella de su maestro, Álvaro Siza (1933), de cuyos edificios podríamos hablar en parecida forma.
Hacia allí orienté mi exposición del seminario, hacia la poca utilidad de recurrir a la “explicación” como instrumento de la labor crítica versus la palabra dicha por el edificio, lo que éste muestra con su realidad física. Dicho en otra forma, se trata de hablar del edificio destacando sus valores concretos y haciendo uso de la capacidad expresiva, poética o no, del que asume la crítica, haciendo visible la dirección de sus preferencias. Algo que parece sencillo y no lo es, porque la crítica vista así exige más calidad literaria, menos retórica, y más sinceridad. Y para no menospreciar la descripción, recordemos que la gran tradición novelística es descripción y sentido de lo poético.
En cuanto al compromiso con el juicio de valor, ya lo he escrito aquí muchas veces, lo veo como un asunto esencial. La crítica es útil si se compromete con la orientación del debate, lo cual exige decir lo que nos parece bien y señalar lo que rechazamos.
Reservas.
Y expresé reservas sobre la tradición crítica que se viene estableciendo en algunos medios académicos de España, con doctorados que parecen diseñados como alimentadores de sí mismos.
Este movimiento hacia una crítica que se mira a sí misma y el escape a favor de la arquitectura del espectáculo, la complacencia con el exceso, es parte de un cambio de actitud en el ambiente cultural español que subraya las distancias con las condiciones de nuestro ejercicio. Nuestros excesos son otros, acaso más destructivos, pero en el terreno estrictamente disciplinario no podía dejar de atacar la condescendencia hacia la arquitectura de la demasía.
Que eso ocurra en España sorprende si recordamos que en tiempos del posmodernismo el debate español resistía al discurso predominante. Y ayudó a preservar la frescura de la arquitectura española hasta convertirla en referencia inescapable.
¿Cuáles han sido los impulsos que han llevado a las generaciones recientes de España a ver en otras direcciones cuando tenían en casa lo sustantivo, lo más permanente?
Hay muchos. Uno de ellos, el más obvio, que los más jóvenes rechazan el papel histórico de pariente pobre, semiatrasado técnica y económicamente, y se esfuerzan en mirar como iguales, casi compulsivamente, al resto del viejo mundo. Otro, la fascinación de la opulencia, cuyo polo magnético está fuera de la península, hacia el noreste y noroeste. Y finalmente la reacción a esa suerte de deriva hacia América que intentó poetizar Saramago en su novela La Balsa de Piedra. Esto lo recalco porque erosiona los vínculos con un espacio cultural, el nuestro, que desde sus limitaciones ha hecho más completa la mirada universal de España. Disminuida aún más por un separatismo interno ensimismado. Se hizo lejana la llamada hacia la anchura y desigualdad del mundo, sin la cual no hay equilibrio posible.
Óscar Tenreiro Degwitz, Arquitecto.
Venezuela, abril 2011,
Entre lo Cierto y lo Verdadero