Arne Jacobsen fue un gran dibujante y aún mejor acuarelista. Cuando disfrutaba de unas vacaciones siempre le acompañaban sus lápices y pinceles. Disfrutaba con esta afición, que cultivaba desde su infancia. Siempre confesó que no era más que eso, una mera afición, que no tenía ninguna pretensión artística con aquellos dibujos o acuarelas1. Tampoco reconoció que estuviesen relacionados con su trabajo profesional como arquitecto. Pero esa ósmosis, aunque fuese involuntaria, se daba a menudo. Y más, en una persona que vivía con su familia, trabajaba como arquitecto, pintaba al aire libre y cultivaba su jardín en un mismo espacio: un sencillo (y precioso) adosado al norte de Copenhague, con vistas al estrecho marino del Øresund.
En uno de sus últimos viajes al Mediterráneo, Jacobsen hizo su propio tour por Grecia. Además de los lugares sagrados de la cultura helena por todos conocidos, visitó las ruinas de lo que fue el colosal templo de Zeus Olímpico de Atenas. La imponente escala de las escasas columnas que aún están en pie es sobrecogedora, tanto o más que la de una de ellas que permanece derrumbada en el lugar. Sus tambores se alinean con el desorden propio de un colapso sobre un terreno natural. La expresividad del apunte (imagen del encabezamiento de este post2) muestra la emotividad de la visita, raras veces contemplado en sus dibujos de viaje.
La anécdota podría haberse quedado ahí, pero no. Esos tambores pétreos reaparecieron metafóricamente pocos años más tarde en su ciudad natal, Copenhague, en lo que sería su obra póstuma: el Banco Nacional de Dinamarca3.
Seguramente todos recordéis el gran vestíbulo de ese edificio y, sobre todo, su escalera suspendida del techo. Pero al visitar su interior, uno descubre un gran patio interior (me refiero al que pudo ser construido antes de su muerte en 1971, pues hay dos) cuyo suelo es un extraño “paisaje en ruinas”. Allí yacen, en filas desordenadas, una suerte de piezas cilíndricas semienterradas, sobre las que crecen aleatoriamente especies vegetales rastreras, como si el tiempo las llevase cubriendo durante siglos cual ruina clásica olvidada. Fuera, sobre la acera, un par de réplicas de capiteles corintios reposan al pie del monumental edificio, que siempre desconciertan al paseante, y que no hacen sino recordarnos un cierto halo de perennidad aún perseguida por la Arquitectura.
O quizá no. Quizá solo sea un olvido, un error en el “traslado” (metafórico, en el espacio-tiempo) de aquellas columnas griegas hasta Copenhague. Desmembrada la columna clásica, hoy solo vemos sus vestigios, y acaso no puedan ser ya otra cosa que un mero (y bello) objet trouvé.
Rodrigo Almonacid [r-arquitectura] · doctor arquitecto
valladolid. septiembre 2013
Notas:
1 Entrevista concedida a Ninka (Anne Wolden-Raethinge) para el periódico Politiken, el 28 de febrero de 1971. Traducida al español bajo el título “Las nuevas ideas son siempre criticadas” en el Catálogo de la exposición (HEATH, Ditte – ed): Arne Jacobsen. Ministerio de Obras Públicas y Transportes. Madrid, 1993, pp. 69-72.
2 Apunte tomado del libro: SOLAGUREN-BEASCOA, Félix: Arne Jacobsen. Dibujos 1958-1965. Fundación Caja de Arquitectos, colección “Arquíthemas” nº10. Barcelona, 2002, p.155.
3 ALMONACID CANSECO, Rodrigo: Arne Jacobsen: el paisaje codificado. Tesis doctoral (inédita). Departamento de Teoría de la Arquitectura y Proyectos Arquitectónicos de la E.T.S. Arquitectura de Valladolid. Valladolid, 2013. (Disponible resumida en r-arquitectura)
No conocía ese patio. Me ha sorprendido mucho. (Ese gusto por los revivals sacados de contexto y por la «falsa ruina» es un poco demasiado postmoderno, ¿no?).
Muchas gracias por dármelo a conocer.