‘Mientras hay muerte hay esperanza’,
afirmaba Fabrizio Corbera, el lacónico príncipe de la novela de Lampedusa.
Sin embargo los cementerios, esas ciudades de los muertos, reproducen los mismos excesos y desigualdades que sus análogas ciudades de vivos: unos han de apilarse o compartir un exiguo pedazo de tierra para que a su lado puedan florecer las grandes obras de la Humanidad.
Quizá Corbera fuese, en el fondo, un hombre optimista.
El primo Ramón
Spanish Town, Jamaica. Primavera de 2013