Hace tiempo que Max dejó de ser el hombre detrás de El Víbora, el melenudo subversivo que en los años setenta vendía cómics autoeditados por las calles de Barcelona. Pero algo queda de aquel admirador de Crumb y su Zap Comix; al menos, las ganas de mirar hacia fuera.
Así, mirando con atención, dejó que su dibujo se contagiase de corrientes lejanas: la línea clara, tan belga y tan ajena a Crumb, se convirtió en la base de su trabajo a partir de los años ochenta. Y si bien esto lo convierte en uno de tantos bisnietos de Hergé, Max subraya que él prefirió mirarse en el espejo de otros belgas que reinterpretaron ese estilo, como el malogrado Yves Chaland o Ever Meulen.
Pero Max , con el paso de los años, ha ido mirando cada vez más lejos. En algunos de sus dibujos hay algo del gran Elzie. C. Segar; en su sentido del humor hay mucho de Georges Herriman; hay surrealismo y dadaísmo, porque sin ellos no se comprende Bardín el superrealista. E insistió en este camino singular e íntimo, haciendo que sus ilustraciones trasluciesen su interés por gigantes como Herman Melville, Gilbert Keith Chesterton, Joseph Conrad o Kafka, por los presocráticos o la filosofía oriental.
Todo esto hace de Max un autor diferente, un extranjero allá donde va. Un ilustrador apátrida que dio su último giro al destripar en diferentes blogs su proceso creativo.
Interesante, sin duda, para los críticos pero ante todo terapéutico para los compañeros de profesión.
El primo Ramón
Barcelona, verano 2021
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