Si tuviera que escoger una editorial de arquitectura que por rigor e interés de sus contenidos se asemejen a la mi voluntad reflexiva, sin duda situaría en el número 1 a la editorial Lampreave. Ricardo Sánchez Lampreave es un editor exquisito, de los que desgraciadamente no quedan demasiados. Su fondo editorial es de una intensidad argumental sin fisuras. Cualquiera de los títulos del sello, es un proyecto intelectual de primer orden.
Evidentemente es una editorial personal, donde el editor se juega en cada título publicado una parte de su cosmología arquitectónica. Autores como Ángel González, Juan José Lahuerta, Fernando Espuelas, Federico Soriano, Luis Martínez Santa-María y últimamente María Teresa Muñoz, forman parte de un mundo singular. Para rizar el rizo, Lampreave es una editorial que cuida el libro como objeto de forma obsesiva. El papel, la cubierta, la tipografía, el cuerpo de letra, etc., hacen de cada publicación un ejercicio de impecabilidad.
Ahí va ese homenaje.
Toda esta laudatoria inicial viene justificada cuando una vez más tomo unos de sus últimos títulos publicados Jaulas y Trampas1 de María Teresa Muñoz. En la contraportada, a modo de declaración de intenciones, y como pequeña presentación del libro, está escrito el siguiente texto:
«La antítesis entre lo físico y lo programático en arquitectura ha sido el fundamento de prácticamente toda la crítica a la modernidad a lo largo de casi un siglo, pero construcciones como la “jaula” y la “trampa” se resisten a admitir una escisión crítica que aísle su forma física de su significación social o las pautas de comportamiento que conllevan, su materia de su esquema organizativo, por lo que cabría pensar que otras arquitecturas podrían también ser resistentes a una escisión semejante.
Sin embargo, con estos ensayos, en que el contenido y los aspectos políticos, jurídicos, ideológicos o sociales de la arquitectura se ponen en evidencia a través de la consideración particular de los conceptos de “jaula” y de “trampa”, no se pretende tanto presentar un modo de repensar los límites de la disciplina, sino más bien llamar a atención hacia la importancia de prestar a la propia forma, de las jaulas y las trampas, la atención que merece.
Lejos de seguir insistiendo en la oposición entre crítica formal y crítica cultural, se trata de reflexionar sobre alguno de los artefactos o sistemas más maravillosos y complejos conocidos por la experiencia humana –las jaulas y las trampas– con la esperanza de que la disciplina arquitectónica pueda verse enriquecida con el reconocimiento del papel que juegan estas construcciones para su comprensión y desarrollo.
Argumentar la pertinencia de este tipo de consideraciones en el campo disciplinar de la arquitectura es la razón de ser de esta colección de escritos, que solo coyunturalmente y a posteriori, ha sido considerada con un único hilo argumental».
Nada más radicalmente contemporáneo y pertinente se me antoja como reflexión.
En el proceso convulso y deslavazado de una reflexión profunda y abierta de la disciplina arquitectónica que por todas partes nos desborda, esta lectura prometedora de la mano de su autora y el fino olfato de su editor, pone sobre la mesa la condición a la vez formal y cultural del artefacto. La idea de la arquitectura como artefacto capaz de convocar una dialéctica compleja entre lo físico, lo formal, lo social y lo cultural. Sin restringir, ni acotar una visión compleja, el nudo narrativo sobre el que cabalga la arquitectura hoy día viene a ser exactamente el anunciado en el texto precedente.
La importancia en la construcción del relato de la arquitectura vuelve a primera línea de playa, a ser de forma contundente, el tema central. Más allá de posicionamientos efímeros alrededor de lo formal o lo social y cultural, tomados como enemigos irreconciliables, el despliegue de los textos de Muñoz, vienen a conformar un fresco intelectual, donde la crítica social y cultural y la crítica formal se entremezclan en la consideración principal de la arquitectura como artefacto.
En el primer texto del libro, Jaulas, de forma brillante, Muñoz contrapone la archiconocida estructura maison Dom-ino de Le Corbusier, con la menos conocida maqueta de la maison Citrohan, también de Le Corbusier. Ambas propuestas se enmarcan en un mismo tiempo de investigación, 1914 y 1920 respectivamente y por tanto en una búsqueda del maestro suizo por la modelización y la síntesis de la vivienda moderna. En esta contraposición de dos modelos, un esqueleto portante de pilares, forjados y escalera donde no importaban los materiales ni la fachada, el primero y una configuración más cerrada con una única gran abertura en una de sus caras y dos muros portantes longitudinales, la segunda, reside en esencia una contraposición fundamentada en una misma consideración: la de entender que toda arquitectura es un artefacto.
Ahora bien, un artefacto puede entenderse como un programa puramente técnico, tal como Muñoz se refiere a la maison Dom-ino, o puede entenderse como un programa de comportamiento social, en referencia a la maison Citrohan. En otras palabras, y tal como resalta la autora, como una jaula, es decir, un artefacto técnico que condiciona un comportamiento social.
Si reflexionamos un instante sobre la arquitectura como artefacto y la idea de jaula, veremos que si bien no deja de parecer una descripción sintética algo dura y áspera, la arquitectura de la modernidad siempre ha sido algo extraña, un mecanismo gigante, con una elevada dosis de aplicación técnica, con la capacidad de inducir un comportamiento social prefigurado. Esta especie de distopía arquitectónica, es uno de los aspectos que, cegados por la confianza en la tecnología, el movimiento moderno no llegó a asimilar.
Lejos de luchar por una naturalización del hábitat humano, buena parte del siglo XX se empeña en transformar el espacio doméstico en un artefacto aséptico, implacable y eminentemente utilitarista, con la creencia, bienintencionada, de que una máquina de este calibre seria capaz de sacar al individuo de su apego por la ruralidad. Esta especie de misión salvadora, que más tarde iría tomando matices incluso en el propio Le Corbusier2, podría aventurarse que era la larva del fracaso de la modernidad a principios de los años 60.
En todo caso, en términos contemporáneos, la arquitectura ha trascendido al mero hecho de su constitución física. Si bien mantiene una elevada dosis de artefacto, no ya solamente en el sentido al que antes nos referíamos como un artefacto técnico y un artefacto social, también hoy entendemos la arquitectura como un artefacto cultural, un artefacto económico y un artefacto político.
Y no solamente eso, producto de la compleja interacción entre las diferentes facetas de lo que significa un artefacto arquitectónico hoy día, dicho artefacto se asume como algo necesariamente próximo a lo natural, y por tanto resulta ser un artefacto medioambiental e interactivo. En otras palabras, lejos de construir artefactos para desapegarnos de la naturaleza, empezamos a construir artefactos para provocar una alianza con ella.
Miquel Lacasta Codorniu. Doctor arquitecto
Barcelona, Mayo 2014
Notas
1 MUÑOZ, María Teresa, Jaulas y Trampas, Ed. Lampreave, Madrid 2013
2 En este sentido me parece muy interesante la tesis doctoral de Ernest Ferré, Text i Tectònica, de la que tuve la suerte de ser miembro del tribunal, donde se da luz a la segunda etapa de Le Corbusier bajo la idea de que esta supuso una época mucho más emocional, abierta, sensible y poética y por tanto menos moralista, menos rígida en sus preceptos y a riesgo de provocar algún síncope, yo diría que menos moderna. La tesis puede encontrarse aquí.