En la partida de nacimiento de George Herriman figura la palabra colored. Su primera tira de prensa, la efímera Musical Mose, la protagonizaba un músico negro que se hacía pasar por blanco; al ser descubierto, una muchedumbre lo apaleaba. Herriman había nacido en Luisiana, en el ocaso del siglo XIX.
No era el mejor lugar para un mestizo. Así que la familia Herriman emigró pronto a Los Ángeles y, tras un periplo de costa a costa y un puñado de proyectos frustrados, George se instaló en Nueva York. Allí, como dibujante del New York Evening Journal concibió en 1913 un personaje que cambió la historia del cómic: Krazy Kat. Nacida como subsidiaria de una serie más antigua, The Dingbat Family, fue en principio una sencilla tira en la que un ratón agredía recurrentemente a un gato en el árido escenario de Coconino, Arizona.
Con este punto de partida, Herriman hizo germinar un universo propio, delirante y surrealista, en el que un gato antropomórfico enamorado del ratón Ignatz, recibía como respuesta certeros ladrillazos; el tercer vértice de la trama era un bulldog, el oficial Pupp, quien a su vez estaba enamorado del gato.
Aunque Krazy Kat nunca fue un éxito de público, el apoyo de ciertos críticos, el interés de dadaístas y surrealistas, y el empeño personal de W. R. Hearst –propietario del New York Evening Journal– permitieron que la tira se publicase sin interrupción durante más de treinta años. La audacia compositiva de Herriman, su evolución hacia un dibujo cada vez más refinado y sintético -tal vez auxiliado por su creciente artritis-, junto con unos diálogos intraducibles en los que se mezclan español, francés e inglés, en los que la jerga sureña convive con figuras retóricas, elevaron Krazy Kat a objeto de culto.
Pero cuesta creer que ese universo onírico y confuso, absurdo y prolífico, tenga su origen en la gris Nueva York. Como cuesta creer que la voz gutural de Hendrix se elevase desde el gélido Seattle. No. Es en el acervo criollo de Luisiana, en esa atmósfera irreal, pagana, primitiva y colorista, elemental y anfibia, en el vudú, y las historias turbias acalladas generación tras generación, donde nació Krazy Kat. George Herriman, como todos los grandes artistas, solo fue un catalizador.
Compré el libro y, de camino a casa, pensé que ilustrar textos debía de ser un enorme reto, pero también, quizá, un buen trabajo. Entonces, todo empezó a cambiar.