Suelo prestar poca atención a los premios. El tiempo, a menudo, ha dejado en evidencia sus errores, ha desnudado la incompetencia -cuando no la vileza- de sus jurados. Sin embargo, al leer el fallo del Premio Nacional de Ilustración 2015, pensé que no todo estaba perdido: el reconocimiento había recaído en Elena Odriozola.
Aunque hay en la trayectoria de Odriozola un hilo conductor, éste es muy borroso. A menudo parece incluso perderse; una rareza en una industria que, en gran medida, busca autores con un lenguaje -llamémosle estilo– definido, reconocible. Pero la voluntad de experimentación es, precisamente, el gran valor de Elena Odriozola: su capacidad para empezar de cero una y otra vez, para explorar hasta perderse y, luego, regresar con historias que contar. Solo una estricta disciplina puede hacer que uno mismo se imponga la obligación de dibujar con la mano izquierda, en palabras de un célebre coterráneo de Odriozola1. Solo así se entienden obras tan heterodoxas como su Frankenstein o tan radicales como Tropecista.
Sin embargo, no fue a través de obras tan singulares como conocí el trabajo de Elena Odriozola, sino gracias a un trabajo -en apariencia- naïf. Fue una mañana, deambulando por una librería de arquitectura, cuando descubrí un libro pequeño, un relato corto del que nunca había oído hablar: ¿Cuánta tierra necesita un hombre?
Llamó mi atención la portada, la edición y, cómo no, la cara del hombre que adornaba la solapa: esa mirada glacial y esteparia, esa barba ensortijada, ese gorro calado, ¡solo podía ser Tolstoi! Luego abrí el libro y me topé con unas ilustraciones dibujadas a mano, un trabajo de una enorme sensibilidad compositiva fruto de un delicado entendimiento del espacio en blanco y una equilibrada presencia de la textura y el color en las figuras.
Compré el libro y, de camino a casa, pensé que ilustrar textos debía de ser un enorme reto, pero también, quizá, un buen trabajo. Entonces, todo empezó a cambiar.
Notas
1. Confiesa Eduardo Chillida en una entrevista publicada en el número 9 de la revista Babab: ‘…Un día, tenía ya tantos dibujos en mi cuarto, que me quedé toda la noche viéndolos, me pasé toda la noche sin dormir viendo mis dibujos y de repente como a las cuatro de la mañana me dije a mi mismo: “esto no puede ser arte, es demasiado fácil”. Yo notaba que mi mano iba demasiado rápido y dejaba detrás a la cabeza y a la sensibilidad, a la emotividad y a todas las cosas que tienen que acompañar al arte. Lo único que había era una mano hábil, pero yo tenía que frenar lo peligroso de esto. Entonces, se me ocurrió dibujar con la mano izquierda, y así mi mano tendría que ir más despacio que mi cabeza y mi emotividad.’