El museo ICO de Madrid cerró hace unos días una magnífica exposición que, durante unas semanas, permitió acercar al público las figuras de Carlos Arniches y Martín Domínguez, dos arquitectos que definían su propia obra no como racionalista, sino como razonable.1
Los arquitectos razonables no parecían tener demasiada cabida en la España posterior a la Guerra Civil, por lo que gran parte de la exposición, el catálogo y una entrañable mesa redonda que tuvo lugar en la Residencia de Estudiantes en el mes de octubre giraba en torno al trabajo de Martín Domínguez en sus exilios cubano y estadounidense.
Es sabido que la trayectoria de una de las parejas de arquitectos más brillantes de nuestra historia contemporánea se vio interrumpida a causa de la identificación política de ambos. Domínguez hubo de optar por el exilio exterior, Arniches por el interior.
El Régimen nacido de la Guerra Civil no tardó en adoptar represalias contra los que consideraba enemigos a los que la alambicada prosa del primer franquismo etiquetaba como ‘desafectos’. Determinados grupos sufrieron estas represalias de forma particularmente violenta. Entre un 25% y un 30% del cuerpo de docentes fue ‘depurado’, y se estableció un férreo control sobre el material escolar. Al fin y al cabo, el Régimen no necesitaba tanto maestros como instrumentos de adoctrinamiento.
En el campo de la arquitectura, el proceso de depuración tuvo unas características muy diferentes. La Junta Superior de Depuración tramitó 1088 expedientes, de los que se derivaron 179 propuestas de sanción. Tras una revisión de estos casos, la Orden Ministerial del 9 de julio de 1942, que daba oficialidad a las sanciones, reducía la lista a 79 nombres,2 a los que aplicaba penas que iban de la “inhabilitación perpetua para el ejercicio público y privado de la profesión” —la mayor pena prevista, reservada a Luis Lacasa, Manuel Sánchez Arcas y Bernardo Giner de los Ríos— hasta la “contribución de tercer grado en el ejercicio privado de la profesión” —la más leve, que recayó en Carlos Arniches y Alejandro Ferrant Vázquez.
Con diversos grados de castigo encontramos, por citar a los más conocidos, a Amós Salvador, José Luis Sert, José Puig y Cadafalch, Martín Domínguez, Rafael Bergamín, Matilde Ucelay, Ignacio de Cárdenas, Vicente Eced, Secundino Zuazo, Fernando Chueca y Fernando García Mercadal. Sería un error valorar de manera uniforme los casos de todos estos arquitectos, que conforman un grupo dispar en cuanto a sus ideas y su práctica profesional. Bergamín, Lacasa y Sert, como el propio Martín Domínguez, prosiguieron su trabajo en el exilio.
En otros casos, la relativa moderación de los castigos permitió su reintegración progresiva en la vida laboral —casos de Ignacio de Cárdenas, Zuazo o Carlos Arniches— o incluso su incorporación posterior a organismos del Régimen, como sucedió con el nombramiento de García Mercadal como arquitecto del Instituto Nacional de Previsión, en 1946.
Los arquitectos que optaron por permanecer en España tuvieron que enfrentarse a un proceso de readaptación que debió ser, al menos, tan duro como el de sus compañeros exiliados. La obra de Carlos Arniches es un claro ejemplo de esta obligada adhesión al nuevo estilo ‘español’.
Resulta complicado encontrar al decidido y elegante arquitecto de la Granja El Henar o la Residencia de Señoritas de la calle Fortuny en proyectos conservadores, pesados y poco convencidos como la residencia El Pinarillo, en El Escorial, desarrollada en los años inmediatamente posteriores a la Guerra sobre un proyecto original de Pedro Muguruza. La brillantez de Carlos Arniches sale a relucir, sin embargo, en sus trabajos para el Instituto Nacional de Colonización. La pareja ya había experimentado con la incorporación sutil de lo vernáculo en sus proyectos de juventud, incluso en piezas tan relacionadas con la modernidad como el hipódromo de la Zarzuela.
A aquella ‘razonabilidad’ que ya defendían en 1928 hubo de echar mano Carlos Arniches cuando, más a menudo de lo deseable, las directrices de las autoridades pretendían convertir lo tradicional en folclórico y resumían la arquitectura española en ese pastiche historicista que definía de esta forma el entonces director general de Arquitectura, Francisco Prieto-Moreno:
La tradición arquitectónica madrileña se funda en las realizaciones de los siglos XVI y XVII, en las que destacan como hitos fundamentales el Monasterio de El Escorial, el desaparecido Palacio del Buen Retiro, el Palacio Real y el Museo del Prado. La difícil labor de los arquitectos contemporáneos ha de ser mantener y continuar esta tradición sin dejar de comprender y asimilar en todo su verdadero valor el conjunto de posibilidades técnicas y necesidades sociales que ofrece la vida moderna.3
Los poblados de Algallarín y Gévora son una delicada muestra, adaptada a las circunstancias, de lo que la arquitectura española hubiera podido alcanzar de no ser por la Guerra Civil. Un ejemplo de la calidad de los arquitectos del ‘exilio interior’, profesionales que sirvieron de puente y ejemplo a la generación de los Fisac, Cabrero, Sota y Oíza. Quizá sus anhelos de modernidad se vieron sepultados bajo el peso de la depuración pero es necesario reconocer su mérito al seguir desarrollando obras de gran calidad en las más difíciles circunstancias sociales y económicas.
Fernando Chueca relataba una anécdota sobre Carlos Arniches:
«Una vez íbamos andando, creo que por El Escorial y se paró complacido ante una sencilla fachada. “¿Has visto qué bien hace? –dijo-. No parece de arquitecto».
Para Arniches, el valor de una obra anónima, sin imposturas ni prejuicios, sin protagonismos ni rasgos de autor, residía precisamente en su cualidad de auténtica tradición, en su austeridad y sencillez. En su condición de arquitectura razonable, al fin y al cabo.
Alberto Ruiz. Arquitecto, docente e investigador.
Madrid. Abril 2018.
Notas:
1. Encuesta sobre la nueva Arquitectura. La Gaceta Literaria. 15 abril 1928.
2. Para un estudio pormenorizado de este proceso de depuración, consultar Suau Mayol, Tomàs. «La depuración franquista de los Colegios de Arquitectos, 1939-1942.» Actas del II Encuentro de Jóvenes Investigadores en Historia Contemporánea. Granada: Editorial Universidad de Granada, 2010.
3. La Vanguardia. “El Gran Madrid proyectado”. 11 de septiembre de 1946, pág. 1