El paisaje se ha convertido en los últimos años en un término extremadamente complejo, al que diferentes campos de estudio se acercan desde diferentes perspectivas. A la sociología, el arte o la geografía se les suma la arquitectura, disciplinas que buscan en el paisaje su contexto, su campo de juego. Pero también la economía o el turismo buscan en el paisaje una materia prima a explotar.
Nadie discute el valor que el paisaje aglutina, en algunas ocasiones como un elemento característico de una identidad, en otras ocasiones como un valor naturalístico o tal vez como un valor económico si se trata de un paisaje modelado al gusto de la explotación agrícola y cuya característica principal es esta precisamente. Pero el paisaje puede ser también un legado, una idea idílica de la naturaleza que nos rodea, una expresión de la fuerza natural y de su armonía.
Puede que sea precisamente esta ilusión de perfección la que lo arruine y es que allí donde hay un paisaje idílico aparece antes que cualquier otra preocupación la necesidad humana de poseerlo. Apropiarse del paisaje mediante su contemplación parece ser un impulso irrefrenable que se antepone, no en pocas ocasiones, incluso a su protección, mantenimiento o cuidado.
Sin lugar a dudas en una sociedad saturada ya por el poder mediático de lo ecológico, incluso el turismo, el ocio, y su actividad económica asociada están buscando nuevas ofertas de perfil eco. Explotar el paisaje es posible, se da al visitante la posibilidad de acceder y capturar la naturaleza mientras éste desembolsa parte de sus ahorros en el sector turístico local.
En cambio en este proceso aparentemente inmaculado aparece una contradicción instantánea y es que para facilitar el acceso del turista a una naturaleza salvaje, hay que domesticarla primero. Construir accesos, miradores, puestos de observación, servicios y cómo no, parkings que permitan al visitante acceder en su coche hasta el borde de la catarata más inhóspita.
La arquitectura tiene aquí el reto de proponer soluciones, de mantener el equilibrio, de plantear proyectos en los que la construcción sea delicada, reversible, es decir que se pueda desmontar sin dejar rastro. Una arquitectura en definitiva de perfil light, en la que la sencillez, la liviandad y su propia desaparición y falta de presencia frente al espectáculo del marco natural se hace obligatoria.
Noruega tiene un territorio con un paisaje natural excepcional, al que se le añaden unas condiciones meteorológicas extremas durante el invierno, lo que hace que únicamente sea accesible durante los meses veraniegos, reforzando aún más la idea de disfrutar de la naturaleza durante las vacaciones.
En el año 2005 se inició la construcción de las Rutas Nacionales de Turismo, un proyecto que pretende comercializar 18 rutas por el norte del país, que están siendo dotadas de puntos de interés, es decir de pequeñas actuaciones arquitectónicas, que complementan las antiguas carreteras con servicios, miradores o paseos. (www.turistveg.no)
Dentro de este plan que se espera finalice en el año 2012 se han realizado ya un gran número de actuaciones, todas ellas bajo la convocatoria de un concurso arquitectónico previo, para buscar la mejor solución posible al enclave concreto.
Uno de los proyectos más representativos de los realizados dentro de este plan es el ejecutado por Jensen & Skodvin sobre la cascada de un río en Gudbrandsjuvet. La plataforma del mirador principal está construida con láminas de acero de 25 mm cortadas mediante un láser, que se prefabricaron en un taller durante los meses de invierno para posarlas en el lugar cuando el tiempo lo permitiese.
La ligereza del plano metálico y su sencillez contrasta con la violencia geométrica de las rocas de la garganta así como con el estruendo del curso de agua. La barandilla que protege a los visitantes esta formada por pequeñas barras de acero continuas que mediante una pequeña inclinación hacia el interior garantizan la seguridad a la vez que no cortan la sensación de estar flotando sobre el arroyo de montaña.
Otro proyecto destacable dentro del plan de rutas turísticas es la realizada por Code Arkitektur en la ruta que discurre por Senja. Senja es una isla en el norte de Noruega y el proyecto se encuentra en la punta de una península entre dos fiordos. La espectacular vista del mar del norte se enfrenta a los picos y acantilados del monte Okshornan.
El proyecto comienza en un pequeño aparcamiento, junto al viario. Las barandillas de madera que arrancan desde el aparcamiento delimitan toda la intervención cuyo uso esta limitado exclusivamente al verano.
A partir de ahí una estructura de 80m de largo se abre paso hacia un área de picnic, que se encuentra en las rocas costeras. La primera estructura es una rampa de hormigón que siguiendo la pendiente del terreno une la carretera y las rocas costeras. Desde allí, la estructura continua en una serpenteante pasarela de madera, que zigzagueando flota sobre las rocas.
La pasarela y sus barandillas formalizan una geometría irregular que es un eco de la forma en que se asienta la estructura sobre ese tipo de terreno. El puente termina en una pequeña área de picnic realizada con un hormigón tratado de color gris que reproduce el tono de las rocas y que parece un corte de la roca original.
Dentro de las mismas premisas que presentan estos proyectos se encuentra la llamada pasarela de Mompás (de Fernando Ruiz de la Casa) que se pretende construir sobre los acantilados del monte Ulía en Donostia y que pretende rematar el paseo de la explanada de Sagües. Como en los casos anteriores la clave estará en el cuidado del proyecto que comenzará a construirse el año que viene, ya que adueñarse del paisaje, en el caso de que haya que hacerlo, no puede suponer en ningún caso deteriorarlo o acabar con sus valores.
íñigo garcía odiaga. arquitecto
san sebastián. noviembre 2010
Publicado en MUGALARI 10.11.19