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Antropoceno: humanidad depredadora | Marc Chalamanch

“A lo largo de miles de años el hombre ha dejado su impronta en el mundo. Ahora el hombre se ha ido, seguramente por un tiempo, quizás para siempre. Incluso, si quedaran algunos supervivientes, necesitarían largo tiempo para obtener de nuevo la supremacía. ¿Qué le ocurriría al mundo y a sus criaturas sin el hombre? ¡Esto es lo que le quedaba por ver!».

George R. Stewart, Earth Abides (1949)

Todos los indicadores corroboran que nuestro planeta ha entrado en una nueva era geológica. Esta nueva era, llamada Antropoceno, está marcada por el calentamiento global provocado por la acción del hombre y su modelo de desarrollo basado en la economía del dióxido de carbono. La inacción contra las causas del cambio climático puede poner en peligro la propia supervivencia humana y, al mismo tiempo, amenaza con la transformación de nuestro planeta y sus formas de vida tal como las conocemos.

Antropoceno humanidad depredadora Marc Chalamanch Earth's_City_Lights_by_DMSP,_1994-1995
Craig Mayhew and Robert Simmon/NASA GSFC,  Marc Imhoff/NASA GSFC, Christopher Elvidge/NOAA NGDC | Fuente: visibleearth.nasa.gov

Empezamos a trazar la historia de la humanidad hace unos 200.000 años. Eran tiempos en los que el planeta Tierra no tenía nombre y abarcaba lo que se pudiera divisar. Nadie sabía, ni le interesaba saber, que se empezaba a escribir nuestra historia. Vivíamos para sobrevivir -al igual que el resto de los seres vivos del planeta- como animales insignificantes, y ya era mucho.

Fuimos adquiriendo conocimientos e ingeniando tecnologías para aprovechar los diferentes recursos que la naturaleza ofrecía. Los Homo Sapiens aprendieron a subordinar plantas y animales, a domesticar su entorno hace 12.000 años. La cultura nos permitió crecer en número y construir comunidades mientras íbamos ocupando nuevos territorios y nombrando las cosas. Las comunidades se jerarquizaban y su gestión obligó, a los intereses dominantes, a inventar narraciones de memoria colectiva. Relatos fundamentados en el miedo y en generar esperanzadores retos de futuros inalcanzables, aprovechando el misterio de la diosa ignorancia. De estos miedos la naturaleza era la gran protagonista aportando la magia de la dimensión desconocida, capaz de todo lo bueno y todo lo malo, pero su inalcanzable misterio forzó a diluir su propia existencia, dejándola en manos de dioses más manejables.

La historia siempre ha servido para apuntalar los estatus del presente convirtiendo las ambiciones sociales y de poder en objetivos de toda la comunidad. Los diferentes relatos generados por la avaricia sin medida de la especie humana, se han enfrentado continuamente para lograr erigirse en los herederos de la única verdad. Conseguir ganar esta hegemonía es imposible, pero sirve para forjar procesos continuos de autodestrucción que alimentan la creación de nuevas tecnologías, motores del progreso de la humanidad. El gran damnificado de este enfrentamiento siempre es el planeta y la magia que alberga, que después de regalarnos la vida se lo agradecemos expoliándolo, devorándolo y destruyéndolo. Al mismo tiempo, los grandes ejecutores de este proceso somos los seres humanos, esclavos de nuestro propio régimen de servitud y sus intereses, muchas veces de forma invisible y voluntaria. Hemos llegado a superar la selección natural para desarrollar a través del diseño inteligente los organismos que nos rodean. Cuando el planeta se convirtió en la Tierra, empezamos a darnos cuenta del apetito sin fin de la humanidad, hasta entender que este nos lleva irremediablemente hacia el colapso.

Antropoceno humanidad depredadora Marc Chalamanch EpicEarth-Globespin(2016May29)
NASA/EPIC, edit by Tdadamemd | Fuente: epic.gsfc.nasa.gov

Para encarar la difícil responsabilidad de revertir está dinámica, es importante saber cómo hemos llegado hasta este punto. Todo comenzó hace 6.000 años, a partir de la evolución de las tecnologías desarrolladas por la Humanidad. Estas tecnologías fueron las impulsoras del cambio global vinculado a la imposición de sistemas biofísicos: el calentamiento global y sus efectos sistémicos, la disminución acelerada de la biodiversidad, el agotamiento de recursos (no renovables y renovables) y la evolución de metabolismos en sistemas bióticos y abióticos (como suelos) (Chwałczyk, 2020).

Desde hace siglos se ha advertido de nuestra infinita capacidad depredadora y de sus consecuencias. Se estima que el 84% de la tierra no cubierta de hielo está hoy bajo la acción directa del hombre (Bonneuil, Christophe, Fressoz, 2016). Ya en el año 1778, el naturalista, matemático, biólogo, cosmólogo, filósofo y escritor francés, Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon, escribió en Les Époques de la Nature: “Toda la faz de la Tierra hoy lleva la huella del poder del hombre” (Buffon, 1778). El ecologista estadounidense George Perkins Marsh publicó en el año 1864, “El hombre y la naturaleza, geografía física modificada por la acción humana” y unos años más tarde, en el 1873, Antonio Stoppani, profesor del Museo de Milán, utilizó el concepto “Antropozoica” para denominar una nueva era geológica (Waters et al., 2014). Durante la Segunda Guerra Mundial, el geoquímico ucraniano Vladímir Vermadsky se refería a la actividad del hombre sobre la Tierra con las siguientes palabras:

“La humanidad en su conjunto se vuelve una poderosa fuerza geológica.”

A la civilización humana, a su pensamiento y a su trabajo, se les plantea el problema de la transformación de la biosfera en el interés del libre pensamiento de la humanidad como unidad indivisible.

“Noosfera es esta nueva condición de la biosfera, a la que nos acercamos sin percatarnos” (Vernadski, 2007),

definición esta que puede considerarse como el principio de la concepción de la idea de Antropoceno.

En la década de los 80 del s. XX, la huella dejada por el hombre ya era tan visible que, para explicarla, el limnólogo estadounidense Eugene F. Stoermer (1934-2012), empezó a utilizar informalmente con sus alumnos el término Antropoceno. Posteriormente, en el año 2000, en una conferencia en Cuernavaca (México), el químico atmosférico holandés Paul Crutzen (1933), Premio Nobel de Química en 1995 por sus trabajos sobre la descomposición de la capa de ozono, al escuchar mencionar el período Holoceno como la época geológica actual, de manera espontánea exclamó “Antropoceno”, creándose así el mito fundacional de los orígenes del término (Trischler, 2017). Más tarde, Paul Crutzen pidió a Stoermer escribir conjuntamente un artículo en el que desarrollar su hipótesis sobre una nueva era geológica, que pasaría a llamarse el Antropoceno, la edad del hombre, término que proviene del griego ánthropos-hombre y kainós-nuevo o reciente. El artículo fue publicado en mayo del 2000 en el Global Change News Letter, el boletín del “The International Geosphere-Biosphere Programme” (IGBP) (Crutzen & Stoermer, 2000). Dos años después Paul Crutzen publica en la revista Nature el artículo “Geology of mankind”, haciendo extensiva a toda la comunidad científica esta hipótesis (Crutzen, 2002).

Antropoceno humanidad depredadora Marc Chalamanch Geology of mankind, Paul J. Crutzen. Nature.
Geology of mankind, Paul J. Crutzen. Nature.

Esta nueva era pone punto final a la era del Holoceno, en la que habíamos vivido desde el final del último período glacial hace 11.700 años. El Holoceno se caracterizó por una estabilidad climática que favoreció la expansión del hombre hasta dominar el mundo. En cambio, esta nueva era en la que nos encontramos, el Antropoceno, está llena de incógnitas. En ella la humanidad tiene el papel central, convirtiéndose en la principal fuerza transformadora a nivel geológico y global.

Antropoceno humanidad depredadora Marc Chalamanch El resultado de la destrucción total del medio ambiente por la minería superficial
El resultado de la destrucción total del medio ambiente por la minería superficial de arenas bituminosas con el objetivo de obtener petróleo en Alberta, Syncrude Aurora Oil Sands Mine, north of Fort McMurray, Canadá. Los depósitos de arena bituminosa se encuentran entre 40 y 60 metros de profundidad, entre la turba, la arena y la arcilla por encima y la piedra caliza por debajo | Fotografía: Garth Lenz

Muchos son los factores que permiten justificar este cambio de era, entre ellos el uso de combustibles fósiles que, a raíz de las emisiones de dióxido de carbono, junto con las de otros gases de efecto invernadero, son responsables del calentamiento global. Alrededor de la Tierra, en su baja atmósfera, entre 0 y 15 km sobre el nivel del mar, se encuentran prisioneras e invisibles 1,4 billones de toneladas de CO2 emitidas desde el principio de la industrialización (Viallet, 2019). La humanidad utiliza por día 96 millones de barriles de petróleo que la tierra tardó 300 millones de años de elaborar (Dyas, 2019). Bajo tierra, las reservas conocidas de petróleo han sido quemadas en un 40% en los últimos 150 años. El 70% de la superficie terrestre ha sido transformada por la acción directa del hombre (Díaz et al., 2019) y más de dos tercios de los océanos se han visto comprometidos en alguna manera por la mano del hombre (Alexander, 1965); (Halpern et al., 2015).

Antropoceno humanidad depredadora Marc Chalamanch Campo petrolífero Kern River
Campo petrolífero Kern River. Este es el campo petrolero más densamente desarrollado en California, explotado desde 1899 y el quinto mayor productor (a partir de 2006) en los EE.UU | Fotografía: CC BY-SA 3.0

El consumo mundial de materiales de la economía global se ha cuadriplicado desde 1970 (Carrigngton, 2020) y su recirculación ha caído en los últimos dos años (Circle Economy, 2020). En un día la humanidad usa 69 millones de m3 de arena, material imprescindible para la construcción y para la producción de vidrio. El mantenimiento de la humanidad necesita de la extracción ingente de productos de la Tierra, un planeta que olvidamos que es finito. El propio crecimiento del consumo de materiales es más rápido que el propio crecimiento de la población mundial.

Antropoceno humanidad depredadora Marc Chalamanch Antamina, mina de cobre al norte de Lima, Perú.
Antamina, mina de cobre al norte de Lima, Perú.

Cada segundo se producen cuatro nacimientos y mueren dos personas, en un día 220.000 humanos aumentan la población de la Tierra (Dyas, 2019). Una población mundial que de los 1.000 millones de habitantes que tenía en 1800 creció hasta los 6.000 millones en el año 2000 ​(Hawks et al., 2000) y en diciembre de 2019 la cifra ya superaba los 7.700 millones de habitantes en todo el planeta (United States Census Bureau, 2020). ​ Las proyecciones de futuro no dejan de crecer y lo sitúan en 11.400 millones en el año 2050 y en 15.300 millones en 2100 (Roser et al., 2019).

El crecimiento de la población mundial está directamente relacionado con la urbanización del planeta y la concentración de dicha población en zonas urbanas. En 1900 solo el 13% vivía en ciudades, cifra que llegó en 1950 al 30% de la población mundial, un porcentaje que hoy en día supera el 54%. Este crecimiento constante lo recrea el geógrafo urbano Ducan Smith en un mapa interactivo mundial de los cambios poblacionales de las ciudades (Smith, 2020), el cual, según la London School of Economics and Political Science (LSECities), llegará al 66% hacia el año 2050 (Floater & Rode, 2014) . Se espera un crecimiento de la población que habita en las ciudades de 1,5 millones de personas adicionales por semana durante los próximos 33 años (West, 2017).

Antropoceno humanidad depredadora Marc Chalamanch Vista nocturna de ciudad de México
Vista nocturna de ciudad de México

En el año 1750 alrededor del 5% de la masa terrestre estaba ocupada por zonas de cultivos, de pastoreo y por las ciudades, hoy se considera que esta superficie llega al 30% (Bonneuil, Christophe, Fressoz, 2016). Se estima que alrededor del 1% de la tierra global se considera como área urbanizada, entiéndase ciudades, pueblos, aldeas e infraestructuras humanas (Roser et al., 2019). Estos centros urbanos representan aproximadamente dos tercios de la demanda de energía primaria y producen el 70% de las emisiones mundiales de dióxido de carbono, unas 25 gigatoneladas (ONU.org, 2019). El 90% de las zonas urbanas se encuentran en la costa, unas zonas amenazadas por las subidas del nivel del mar y los desastres naturales derivados del cambio climático. La cantidad de residuos sólidos que estas ciudades generan exceden mayoritariamente su capacidad para gestionarlos. Las “megaciudades” son enormes sumideros de recursos hídricos, energéticos y de materiales que generan gran cantidad de residuos de imposible reciclaje, lo cual provoca un serio problema de sostenibilidad ambiental (Hurtado, 2010).

La producción de energía abundante y barata ha permitido el desarrollo del capitalismo a costa de la depredación ambiental, a la vez que ha alimentado la injusticia social. En paralelo, la ciudad cimienta su crecimiento en la substracción de los flujos de energía y de materiales del campo (Fernández Durán & González Reyes, 2014). La producción y el consumo rivalizan. La humanidad consume 16.000 t aproximadamente de alimentos al día (Dyas, 2019).

Para conseguir alimentar a la población en crecimiento, se ha creado una industria alimentaria a gran escala acaparadora de tierras para destinarlas a monocultivos que están provocando grandes deforestaciones. A la par se fue eliminando la agricultura local, aniquilando la biodiversidad, acelerando las tasas de erosión y sedimentación, la sobreexplotación de los mares y de los recursos marítimos a causa de la sobrepesca, y aumentado la contaminación por el uso indiscriminado de fertilizantes y pesticidas, con lo cual se ha envenenado la tierra y acidificado los océanos.

Antropoceno humanidad depredadora Marc Chalamanch Mar de plástico en El Eljido, Almería. Foto CC BY-SA 4.0
Mar de plástico en El Eljido, Almería. Foto CC BY-SA 4.0

El sector primario, agricultura y ganadería, emplea el 5% de la población mundial para alimentar al 95% restante. A partir de aquí surgen paradojas como que en Estados Unidos haya más reclusos que agricultores. Este desajuste entre productores de alimentos y consumidores -para llegar a alimentar a la población mundial- se compensa a base de sofisticar los sistemas culturales, mecanizando y favoreciendo los monocultivos para centralizar los beneficios (Iglesias, 2017). Ya el 90% de la fotosíntesis que se genera en la Tierra proviene de la biomasa controlada por humanos (Bonneuil, Christophe, Fressoz, 2016).

La agricultura es uno de los principales aportadores de gases de efecto invernadero, con un 13,5% de las emisiones mundiales (Pachauri et al., 2007). La industria agroalimentaria está degradando todos los ecosistemas y los tejidos de vida, como son la salud de las personas y los animales, las plantas y el campo. Persigue continuamente aumentar al máximo, y a cualquier coste, los niveles de productividad agrícola; un ejemplo de esto son los rendimientos de producción de patata en el Reino Unido, que pasaron de poco más de 20 t en 1960 a más de 40 t por hectárea en 2014 (Ausubel et al., 2013). En este crecimiento y favoreciendo esta industria, siempre se encuentran los Estados con sus complicidades y ayudas. En los últimos 50 años se ha producido una drástica homogeneización global de las especies de cultivos alimentarios en todo el mundo (Khoury et al., 2014), de manera que unas 200 especies cultivadas se encuentran amenazadas de extinción con la pérdida de biodiversidad que esto significa (Hammer & Khoshbakht, 2005).

Antropoceno humanidad depredadora Marc Chalamanch Complejo industrial cárnico de la Union Stock Yards en Chicago, década de 1940
Complejo industrial cárnico de la Union Stock Yards en Chicago, década de 1940

La pérdida de biodiversidad, tanto en la tierra como en los mares, está provocando unos índices de extinción de especies semejantes a los transcurridos a final del Cretáceo, en tiempos de la desaparición de los dinosaurios. Una extinción que, geológicamente hablando, ha transcurrido a un ritmo cien veces superior al normal. A lo largo de la historia del hombre, la vegetación terrestre se ha reducido a la mitad (Erb et al., 2018), una pérdida que supone más del 20% de la biodiversidad original (Díaz et al., 2019). Los animales salvajes representan en la actualidad menos del 25% de los que se encontraban en el Pleistoceno tardío (Bar-On et al., 2018), y desde 1970 más del 60% de los vertebrados terrestres han desaparecido (WWF International, 2016), mientras que existe al menos un millón de especies amenazadas de extinción de los entre 7,3 a 10 millones de especies eucariotas del planeta (Mora et al., 2011).

Los insectos, considerados como los animales más variados y abundantes de nuestros ecosistemas, sufren también en un rápido declive (Bidau, 2018), (Forister et al., 2019). Su población a nivel mundial ha disminuido un 25% en la tierra y ha aumentado un 11% en agua dulce en los últimos 30 años (Klink et al., 2020). Otros estudios estiman en el 50% los insectos que se han perdido en los últimos 50 años y que 400.000 especies de insectos esenciales para la polinización se enfrentan a la extinción por el uso intensivo de pesticidas, pero también por la contaminación lumínica (Goulson, 2019).

Desde el s. XVI se ha registrado la extinción de más de 700 vertebrados (Díaz et al., 2019) y alrededor de 600 plantas (Humphreys et al., 2019), unas cifras que no tienen en cuenta las especies que se han llegado a extinguir sin ser antes detectadas (Tedesco et al., 2014). En los mares y océanos las noticias no son mejores, el coral vivo de los arrecifes se ha reducido a la mitad desde mediados del s. XIX (Frieler et al., 2013), mientras que los pastos marinos lo hicieron en un 10% por década en el siglo pasado (Díaz et al., 2019) y los bosques de algas disminuyeron un 40% (Krumhansl et al., 2016). Los grandes depredadores de los mares y océanos se redujeron a un tercio en el siglo XX (Christensen et al., 2014).

Los humanos representamos el 0,01% de toda la vida que existe en el planeta, dentro del 5% que representa la biomasa del mundo (insectos, hongos, peces y animales), y hemos sido capaces de destruir ya el 83% de los mamíferos salvajes. La dimensión de nuestra acción sobre la vida en el planeta resulta más crítica cuando comprobamos que el 59% de todos los mamíferos en la Tierra corresponde al ganado, el 36% a los humanos y solo el 5% son animales salvajes. O sabiendo que el 70% de las aves son de corral, mientras que el 30% son aves salvajes (Bar-On et al., 2018).

Muchos de estos cambios están vinculados con los ciclos bioquímicos ahora controlados por la mano del hombre, ciclos estos que son esenciales para el equilibrio de los ecosistemas y, en consecuencia, para la vida. Perturbaciones químicas a gran escala que se producen en los ciclos del agua, carbono, nitrógeno (unos flujos el doble que el natural por culpa de los abonos químicos), fósforo, oxígeno y otros elementos, que han sido alterados y transformados por la mano del hombre. En la actualidad, en todos los ecosistemas el nitrógeno fijado sintéticamente por la utilización de fertilizantes y la acción de combustibles fósiles ya es superior al nitrógeno fijado de forma natural (Svampa, 2019).

Igualmente, más de la mitad del agua dulce disponible es utilizada por el hombre. Queda menos del 15% de los humedales originales existentes en el s. XVIII (Davidson, 2014). El 15% del agua continental es retenida por presas hidráulicas y los acuíferos subterráneos se están agotando (Svampa, 2019). Los embalses construidos por el hombre contienen más de cuatro veces el agua dulce de todos los ríos del mundo (Dyas, 2019) y tres cuartas partes de los ríos de más de 1.000 km de curso no fluyen libremente, producto de la intervención del hombre en su recorrido (Grill et al., 2019). El uso de aguas subterráneas para el regadío se está incrementando rápidamente; en el 2007 casi el 40% de la superficie irrigada dependía ya de las aguas subterráneas como fuente primaria o como complemento de las aguas superficiales (Pachauri et al., 2007). Cada día la humanidad utiliza 25.000 millones de m3 de agua en un consumo sin freno de este bien imprescindible para la vida. Solo para producir una camiseta necesitamos 5.000 litros de agua (Dyas, 2019).

Los cambios bióticos también marcan el inicio de un cambio significativo del clima global y el nivel del mar, como son los niveles sin precedentes de especies invasoras en todos los ecosistemas de la Tierra. Igualmente se pueden encontrar una serie de señales en estratos recientes de la superficie de la tierra que incluyen partículas de plástico, aluminio y hormigón, radionucleidos artificiales, cambios en los patrones de isótopos de carbono y nitrógeno, partículas de cenizas volátiles y una gran variedad de restos biológicos fosilizables, los cuales constituyen huellas que permanecerán de forma permanente en diferentes estratos de la Tierra. Son cambios geológicamente duraderos, pero también a veces irreversibles (Zalasiewicz & Williams, 2016). Todo ello produce una huella ecológica global que excede hoy la propia capacidad regenerativa de los ecosistemas, con las consecuencias que esto tiene para la biodiversidad, los ciclos de nutrientes, la estructura, y la biología del suelo y el clima.

Antropoceno humanidad depredadora Marc Chalamanch Ecological Footprint of Consumption 2019, worldmapper.org.
Ecological Footprint of Consumption 2019, worldmapper.org.

En el reciente estudio “Future of the Human Climate Niche” (Xu et al., 2020) se pronostica un aumento de la temperatura global del planeta de 3oC en los próximos 50 años. Las temperaturas podrían llegar al extremo de la posibilidad de vida (un promedio de 29oC) desapareciendo la cómoda temperatura de 6 a 28oC que en los últimos 6.000 años nos ha permitido mantener nuestra salud y producir alimentos, es decir, prosperar como especie. Esto provocaría que algunas zonas de la Tierra altamente pobladas como la India, Pakistán, Nigeria, Sudán o Indonesia tuvieran que soportar temperaturas parecidas a las del Sahara, y por consiguiente aumentaría enormemente la presión migratoria debido al desplazamiento de entre 1.000 y 3.000 millones de personas, y con ello, el desafío sobre los sistemas de producción alimentaria a escala planetaria. Estas previsiones nos hacen pronosticar que habrá más cambios en el planeta Tierra los próximos 50 años que en los últimos 6.000 años.

Tendencia al aumento de la temperatura se aproxima a 1°C global desde 1850. Fuente Berkeley Earth
Tendencia al aumento de la temperatura se aproxima a 1°C global desde 1850 | Fuente: Berkeley Earth

Toda una batería interminable de datos nos hace pensar que el Antropoceno es un punto de no retorno para la Humanidad y para el planeta tal como lo conocemos.

Pero esta crisis climática tiene que responsabilizarnos en la búsqueda de nuevas oportunidades de futuro. De la misma manera que Copérnico en el año 1543 hizo cambiar la concepción que tenía el hombre sobre sí mismo y su entorno, cuando hizo comprender que nuestro planeta no era el centro del universo, y con ello que la humanidad no era el centro de todo (Viallet, 2019). Ahora es el momento de dejar atrás la insolencia con la que tratamos el planeta que nos dio la vida y hacer otra revisión radical y respetuosa sobre cómo nos relacionamos con la naturaleza de la que formamos parte. Esto supone un cambio de paradigma en nuestra forma de entender nuestro desarrollo devorador del planeta para responsabilizarnos de su cuidado. Es en nuestras capacidades creativas, intelectuales y también en la búsqueda egoísta de nuestra propia supervivencia, que tendremos que encontrar rápidamente los caminos hacia un nuevo paradigma.

Está claro que en este momento de emergencia tenemos que repensar lo que significa ser un ser humano y cómo nos posicionamos en este planeta. Reformulemos ya la manera en que nos tenemos que relacionar respetuosamente con la naturaleza de la que dependemos. Los humanos constituimos una fuerza poderosa llena de arrogancia y no nos damos cuenta de que somos naturaleza en sí, y que formamos parte de un todo imprescindible para impulsar la vida.

“Esta maravillosa ciudad, de la que se cuentan tantas leyendas, era después de todo sólo de ladrillo, y cuando la hiedra creció encima y los árboles y las plantas se extendieron, y por último surgieron las aguas subterráneas, la gran metrópolis fue derrocada enseguida.”

Richard Jefferies, After London, or Wild England (1886)

Antropoceno humanidad depredadora Marc Chalamanch fotógrafo italiano Massimo Sestini
Patera | Fotografía: Massimo Sestini

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Marc Chalamanch
Marc Chalamanchhttp://www.chalamanch.com/
Es co-fundador del estudio de arquitectura y urbanismo ARCHIKUBIK Arquitecto y Urbanista licenciado por la ETSA de Barcelona, Universitat Politècnica de Catalunya. Máster universitario «Sociedad de la Información y el Conocimiento» en la UOC (Universidad Abierta de Catalunya). Su investigación académica, apoyada en su experiencia profesional, va dirigida al análisis de la transformación de la ciudad con sus actores, problemáticas y retos en la Sociedad Red.
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