Cada vez encuentro más interés en sumergirme en la naturaleza que en visitar los últimos ejemplos de arquitectura de autor. En un reciente viaje a Australia un arquitecto europeo se maravillaba de que no tuviera pensado visitar la Ópera de Sydney. Pese a las distancias del continente australiano, parecía escandalizado en mi interés por la naturaleza, por los bosques de la época del Holoceno o por anteponer la barrera coralina a una obra maestra del siglo XX.
Estoy plenamente convencido que en mi próxima visita a las antípodas, la obra de Utzon seguirá allí, incluso con nuevos descubrimientos, como el tapiz de Le Corbusier para el vestíbulo, colocado solo recientemente en el lugar para el cual fue pensado,1 mientras que las forestas milenarias o los arrecifes de coral se habrán reducido o habrán perdido parte de su carácter único, por muchos esfuerzos que se realicen para su salvaguarda.
Pocos se sorprenderán que uno de los textos que marcaron mi formación fue Genius Loci, de Christian Norberg Schulz, pero el interés que los arquitectos dedican a la naturaleza es recurrente. Citaría solamente a Careri y el colectivo Stalker, que reconocen la práctica muy situacionista de vagar por los paisajes periféricos de las ciudades, y el Manifiesto del tercer paisaje de Gilles Clément,1 ambos más centrados en los espacios marginales, abandonados por las presiones edificatorias contemporáneas, pero que al igual que los paisajes emblemáticos, ofrecen una catarsis reconciliadora con el mundo en el cual vivimos.
Creo firmemente que esta relación con la naturaleza fomenta una mejor comprensión de las necesidades proyectuales, ayuda a entender los valores de permanencia y de cambio a los que hace referencia Pallasmaa,2 y a proyectar con la necesaria atención que exigen los valores naturales, culturales, sociales del entorno en el cual nos situamos. El trabajo de Alberto Campo Baeza y de RCR, solo para citar algunos ejemplos que estarán en la memoria e imaginario de cualquier lector, ahondan en esta aproximación.
Una aproximación fenomenológica que no es exclusiva a la arquitectura, en una época dominada por las herramientas virtuales y de fabricación digital, y que nos permite volver a respetar la tierra y el paisaje que son el origen de nuestra subsistencia, pese a los continuos intentos de huir de las obligaciones ecologistas buscando soluciones alternativas.
Permitiría también entender la arquitectura como parte de un desarrollo global en el cual la sostenibilidad ambiental, económica y social juega un papel relevante frente a muchos monumentos al despilfarro entendidos como objetos mediáticos más que como herramientas de desarrollo realizados en las últimas décadas.
Guido Cimadomo, Doctor Arquitecto
Sevilla, Julio 2018
Notas:
1 Gilles Clément, Manifiesto del tercer paisaje, Gustavo Gili mínima, Barcelona, 2007.
2 Juhani Pallasmaa, Los ojos de la piel, Gustavo Gili, Barcelona, 2006.