Una de las piezas de mobiliario más fascinantes de la historia es la que pinta Antonello da Messina para San Jerónimo. Mediante sucesivas operaciones de encapsulamiento y como si de una narración de Borges se tratase, el pintor renacentista ubica un espacio dentro de otro y este dentro de uno más. El cuadro enmarca una pared, cuya puerta enmarca un espacio gótico dentro del cual una compleja pieza de mobiliario enmarca al santo que da nombre al cuadro.
La serie de enmarcaciones sucesivas no se acaba en el protector Scriptorium construido entorno a la persona de San Jerónimo. La mirada del santo nos dirige hacia la cápsula definitiva, un contenedor en cuyo interior cabe todo: un libro. A San Jerónimo se atribuye la primera traducción al latín del antiguo testamento conocido como la vulgata. Es precisamente ese libro el que brilla con luz propia en el centro “aureo” del cuadro y constituye el contenedor definitivo: la narración.
Tanto el pintor como el traductor centran su mirada en ese libro, si bien ambos lo contemplan desde la distancia. La pose hierática del santo es tan rígida como la sucesión de enmarcaciones del pintor. El complejo y rígido aparato formado por el mobiliario es como el complejo y rígido aparato de la perspectiva. Dos productos culturales destinados a enmarcar la narración, a dirigir nuestra mirada hacia ella. Apuntar hacia una narración que explica y da sentido a cuanto le rodea, tal es el propósito de la escenografía representada en el cuadro, del diseño del mobiliario, y, por qué no, el propósito de estas líneas.
Elías Cueto, arquitecto
Santiago de Compostela, julio 2011
Publicado en Nº 313 [sillas…]