¿La mesa es arquitectura? No, pero sí en otros algunos sentidos. No es arquitectura, porque no se trata de ningún recinto o dominio cerrado y a cubierto, eso está claro. Pero tal vez sí es arquitectura si la pensamos como objeto construido sujeto a unas leyes de la estática y también de la práctica uso-función y por tanto susceptible de ser pensada como objeto arquitectónico.
A mí, sin embargo, siempre me han admirado mucho más las mesas por cuestiones antropológicas y sociales que por las estrictamente constructivo-arquitectónicas porque ese espacio sobre el que se desarrollan tantas funciones habituales y diarias del hombre no es más que un pedazo de suelo elevado, una artificialidad revolucionaria desde el más simple invento, que nos permite ser nosotros frente a los otros.
Un lugar, el suelo repensado, saneado y traído a la cintura que se acompaña del asiento para producir cultura y sociedad. Cultura de la discusión, del encuentro del habla y de la relación social entre varios, del juego, de la comida y del trabajo. El lugar artificial donde se debate y se pactan armisticios verbales bajo ciertas medidas de dominio que evitan llegar a las manos… ¿qué sería de ciertas reuniones familiares o de trabajo si no existiese la distancia marcada por los bordes del perímetro de este invento?
La mesa así vista, es una escena, un pequeño teatro, donde sólo aparecemos de cintura para arriba disimulando nuestros defectos de hombre erguido, para representar lo que somos, o tal vez lo que no somos de cuerpo entero, frente a los demás. Como la mesa es escena y casi siempre amplia, para varios, es también más torpe, menos ligera y más arquitectónica en este sentido de su inmovilidad que su prima la silla. A la mesa no nos la podemos llevar de paseo en el coche, no resiste las mudanzas y los cambios tanto como los asientos, y muchas veces se queda, agarrada a su dominio espacial, cuando se suceden cambios de residencia o local.
Pero las mesas también nos gustan por lo que guardan en su interior, es decir debajo del sobre, bajo el mantel, donde se tapan las patas del animal, ese mundo onírico de lo escondido que es donde juegan los niños al margen de las conversaciones de los mayores. Juegos también escondidos de los mayores, del roce cómplice y la sexualidad no mostrable o espacio tapado para las trampas y el paso de información no visible.
Hoy la mesa, ese plano sobre el que trabajamos o discutimos, ya no es sólo real, sino que como tantas cosas se ha transformado en el escritorio del ordenador o en la pequeña pantalla del teléfono donde nos encontramos con nuestros comensales o interlocutores presentes en un tablero con otros bordes o vértices mucho más alejados que los del mueble tradicional que era la mesa con patas… Aun así nos sigue maravillando capacidad de encuentro con nosotros mismos, en el trabajo, y con los demás en la acción de comer y estar discutir que genera de esta no arquitectura que es la mesa.
Luis Gil Pita, arquitecto
Santiago de Compostela, marzo 2017