‘Cuando emprendas tu viaje a Ítaca.
Pide que el camino sea largo,
Lleno de aventuras, lleno de experiencias.’
Vamos cerrando el caseto, que todos queremos playa y juerga, y en verano un buen sarao apetece hasta los domingos.
Y ya puestos a cerrar, finiquitamos esta serie que empezó (bueno, empezamos, tú eres el primer cómplice) hace ya más de un año. Esta colección de rincones que hemos ido descubriendo, y que no ha intentado más que ser un lugar para la tranquilidad. Me explico.
Con este pequeño viaje a través de los lugares de Man, Higueras, Miralles, Bofill o Tusquets, hemos conocido un poco más su pensamiento, que al final, es su mejor herencia. Hemos visto cuanto tenían de ellos mismos sus pequeños rincones. Para despedirnos, quiero traeros el último pequeño rincón desde el que ver la vida.
Si los anteriores eran algo difusos y recónditos, este último va a ser difícil de encontrar. Os invito a explorar y redibujar el límite de lo que consideramos
‘un lugar’.
Un lugar es una entidad sencilla tremendamente rica en matices, que puede configurarse desde muchos aspectos, pero hay uno imprescindible. Habrá un lugar allí donde haya pasado algo.
El señor Gómez de la Serna decía con mucho tino
‘Donde rompen los amantes para siempre, queda el monumento de su despedida. Lo volverán a ver intacto y marmóreo cuantas veces pasen por este sitio.’
Ejemplo descarnado que nos trae al recuerdo un atlas de vida, un catálogo de primeras veces. Y también de últimas, grabadas a fuego.
Estas sesiones a las que llamé ‘Pequeños instrumentos de medida del tiempo’ si algo me han dejado claro, es que lo único realmente fundamental para ser feliz (vamos al turrón, nos dejamos de gilipolleces de arquitectitos y pamplineros, ¡a vivir carajo!) es sentirnos queridos. En un proceso de ensayo y error, expeditivo y arbitrario, vamos construyendo nuestro lugar en el mundo, nuestro espacio de confort, eligiendo con quien y donde queremos compartir nuestro tiempo. Vuelvo a Don Ramón,
‘El amor nace del deseo repentino de hacer eterno lo pasajero’.
Otro yunque.
La escultura entendió perfectamente ese rol, congelar un momento de lucidez con la aportación del hombre a la piedra inerte. César Vallejo lo explicó mejor que nadie
‘Este mármol no es escultura. Y este cuadro no es pintura’.
A pesar de que Miguel Ángel (fuera sombreros) solo tuviese que retirar la piedra excedente para sacar el David, el Moisés o las pietàs, su escultura no estaba en esa piedra. Estaba en su mirada, en su ingenio, su talento. Estaba en su tiempo, que fue su vida.
Sin embargo desde la arquitectura, nos estamos perdiendo en la mediocridad de los insensibles. No podemos fiarnos de aquellos que defienden que la buena vida está en los códigos y los manuales. Se me vienen a la cabeza los templos de Selinunte, los campos de Castilla, las parras de la toquera o la plaza de Azcárraga.
Para completar la definición del lugar, vamos a intentar trascender lo físico, lo material. Está claro que la arquitectura sin la technè se nos queda coja, pero vamos a intentarlo, a ver qué pasa. Si atendemos a los consejos de Don Ramón, necesitamos gente que nos provoque incendios, que entre en nuestras vidas como una ola (si, a todos se nos escapa un canturreo por la Jurado) y nos enseñe a vivir. Solo con esa gente podremos disfrutar los días de vino y rosas, esos ratitos pá nosotros.
Creo que ya tenemos suficientes mimbres. Está claro que buscamos, y qué es necesario para conseguirlo, así que terminamos.
Quiero acabar con un homenaje al hombre tranquilo. No me refiero al bueno de John Wayne, que también, sino al hombre que pide un camino largo, para tener tiempo de que le sucedan muchas cosas. El hombre tranquilo como figura de todas aquellas personas encargadas de hacernos tener claro que ellos, y sus momentos, van a ser nuestro lugar, nuestro último cajón.
No se me ocurre mejor homenaje que terminar esa maravilla de poema de Cavafis con el que abrimos esta última sesión.
‘Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.’
Bueno, parece fácil. Buen tiempo, alguna que otra cerveza y el Bambino en clave de Fa. Para el sarao, digo. Lo de elegir el lugar, se lo dejo al lector, ya dije que no iba a ser fácil de encontrar…
Jorge Rodriguez Seoane
Julio 2015. Coruña