Una manera de hacer las cosas.
«Amo los inicios. Los inicios me llenan de maravilla. Yo creo que el inicio es lo que garantiza la consecución. Si ésta no tiene lugar, nada podría ni querría existir. Tengo un gran respeto por la instrucción porque es una inspiración fundamental. (…) La voluntad de aprender, el deseo de aprender, es una de las mayores aspiraciones. No me emociona en igual medida la educación. Aprender está bien, pero la educación es algo que siempre está en discusión porque ningún sistema consigue captar jamás el verdadero significado de aprender».
Louis I. Kahn1
Ante todo las cosas claras: Un proyecto es un proceso.
Un proceso que sigue una evolución en el tiempo. Un proceso gradual en constante desarrollo nutrido por la adquisición paulatina de conocimientos y habilidades. Un proceso encaminado a la realización de la obra de arquitectura.
Si un proyecto es un proceso parece coherente que la docencia del mismo haya de serlo también. Hemos de entender al proyecto, en su evolución, como aglutinador de intenciones, de intereses y sobre todo de conocimientos, valorando su carácter propositivo.
La formación de un arquitecto es larga y continua, como lo es la de la persona. Creer que en lo que dura la estancia del alumno en la Escuela hemos formado a un arquitecto es, cuando menos, ingenuo. Lo mismo que pensar que hemos formado a un profesional por la mera acumulación de determinadas habilidades y conocimientos. Estamos hablando de calidad y no de cantidad.
Un proceso tan complejo como la formación de una personalidad arquitectónica, es cuestión de un largo e interno proceso de madurez y reflexión, así como de grandes dosis de serenidad y autocrítica.
Decía Goethe al respecto de la madurez del poeta joven,
«el defecto de la mayoría de nuestros poetas jóvenes, es que su personalidad subjetiva no es bastante interesante todavía y no saben hallar en lo objetivo asuntos para sus obras, a lo sumo hallan asuntos mediocres que responden a su propia joven subjetividad».2
Hemos de ser conscientes de que una docencia de proyectos basada en una sucesión en creciente dificultad tipológica de ejercicios corregidos y evaluados, no parece un buen camino para lograr el fin buscado.
Hemos de fomentar y valorar el proceso como herramienta de elaboración del proyecto más que su resultado final. Hemos de fomentar también la integración de todo aquello que lo enriquezca, de todos aquellos conocimientos que conduzcan a la formación de un espíritu arquitectónico completo y capaz de desarrollar esa obra de arquitectura merecedora de ser parte de ese tesoro de la arquitectura del que nos hablaba Kahn.
Valorar el trabajo del proceso en sí mismo y no el resultado es la manera de entenderlo, pero no como un fin en sí mismo, sino como el catalizador y aglutinador de experiencias, conocimientos, deseos y anhelos. Se trata de fomentar la motivación y el anhelo de emocionar.
Proyecto y Taller.
El proyecto debe aglutinar e integrar en sí mismo y en torno a si mismo todas aquellas disciplinas y conocimientos que lo hacen factible, en un continuo y constante flujo de influencias. Un taller3 aglutinador, entendido en sí mismo como una forma de trabajo, debe organizarse de manera gradual, tanto vertical como transversalmente, lo largo de la carrera, distribuyendo sus contenidos, no por su aparente complejidad, sino por sus contenidos conceptuales que abarquen las distintas escalas del trabajo proyectual y las diversas complejidades e imbricaciones que el hecho arquitectónico conlleva. Un hilo argumental con diferentes grados de compromiso en el que el alumno ha de ir profundizando e involucrándose.
La docencia es un camino de doble dirección. Es un proceso que se produce en continuidad con la experiencia diaria. Una enseñanza en la que aprendes, descubres y redescubres. Se aprende y se enseña a la vez. Enseñar a buscar y a través de ello entender y aprender a ver. El proceso se enriquece y se retroalimenta, generando ilusión y complicidad.
Hay que desarrollar y articular un conjunto de valores fundamentales que substancien el proceso como trabajo. Hay que fomentar la práctica crítica con debates acerca del contenido intrínseco de las cosas, su esencia y su realidad.
La arquitectura es una creación del pensamiento y la obra su concreción. Ambos, idea y obra, están indisolublemente unidos en una relación honesta y por ende verdadera.
Un proyecto de arquitectura es un proceso personal e intransferible, inevitablemente íntimo. Toda creación es un acto de intimidad, un acto solitario, cualquier acto de creación, cualquier acto de comprensión lo es. Todo sentimiento es individual, toda sensación lo es. Se trata de la búsqueda hacia una aproximación emocional al hecho arquitectónico.
Uno no aprende nada que no sea parte de sí mismo, decía Kahn.
Un trabajo de arquitectura comprende una ética. Una ética del quehacer que se debe a su proceso mismo. El tiempo, la madurez, y el conocimiento forjan un pensamiento; un pensamiento que destila los intereses, las afinidades y las necesidades, y que afina y delimita el modo de ver las cosas y las maneras de hacer.
A Kahn le gustaban los comienzos, y a mí también…
Jorge Meijide . Arquitecto
Coruña. Diciembre 2017
1 Amo los inicios. Ponencia de Kahn en Aspen, junio de 1972, sobre “La ciudad invisible”.
2 Eckerman, Johann Peter. Conversaciones con Goethe.
3 El nombre ya indica otra actitud de trabajo, de colaboración, hasta de artesanía.
Texto elaborado para una jornada de trabajo sobre la docencia de proyectos, organizada por el Departamento de Proyectos de la ETSAC, celebrada en el Pazo de Lóngora, A Coruña, en junio de 2011. Revisado en noviembre de 2017.