La transformación del lenguaje pictórico del arte progresista a las formas arquitectónicas construibles tuvo un escalón muy importante en los proyectos para los kioscos de propaganda y agitación. Se trataba de construcciones de escala reducida, constructivamente sencillas, realizadas en base de listones de madera y perfiles metálicos, cuyo carácter efímero certificaba la intensidad de la experimentación en las formas y los significados.
Desde los primeros años post revolucionarios, estas pequeñas obras representaron el esfuerzo más directo de integrar al arte constructivista en el medio urbano. Fueron el inicio de la búsqueda por una nueva imagen arquitectónica del mundo socialista y, gracias a su flexibilidad funcional, el kiosco acabará personificando los diferentes estados de la vida urbana, hasta la degradación definitiva del espacio público como centro urbano y social.
Uno de los primeros proyectos de este tipo fue el kiosco de venta de periódicos y literatura de propaganda presentado por Alexander Rodchenko en un concurso de 1919. Se trataba de una composición de tres niveles, con el más bajo dedicado a la venta de diarios, al contacto directo con la ciudadanía, el techo de este nivel era la tribuna de oradores y los elementos estructurales se utilizaban como suportes para carteles.
Por tanto el segundo nivel proporcionaba el contacto indirecto pero más amplio con la gente, mientras que en el nivel más alto se colocaba el reloj con insignias rojas, actuando como un típico referente urbano.
La serie de proyectos para la propaganda o tribunas, herederos del proyecto de Rodchenko, que fue desarrollada por Gusav Klutsis entre 1920 y 1922 acercaba a la práctica constructiva la abstracción pictórica de constructivismo, siguiendo los “Proun” de El Lissitsky. De toda la serie, algunos ejemplos se aproximaban más al uso clásico de un kiosco que otros, pero todos tenían un papel importante en definición de la forma de estos elementos efímeros y de su posición urbana. Los kioscos de Klutsis tenían funciones diversas, todas ellas propagandísticas: algunos eran soportes para los altavoces llamados “los radio oradores”, otros llevaban carteles o diarios y textos de propaganda escritos e incluían las tribunas para actos públicos.
Se trataba de construcciones de madera de estructura reticular con uso profuso de tipografía y colores significativos como el rojo y negro. Se incluían elementos dinámicos muy innovadores para el momento: rótulos rotativos o pantallas desplegables. Las axonometrías de estas estructuras espaciales fueron grabadas en linóleo e impresas en técnica de litografía y se pensaron para acompañar las conmemoraciones del quinto aniversario de la Revolución de Octubre y la celebración del IV congreso de la Komintern (La Internacional Comunista).
La forma dinámica de estos proyectos experimentales fue realizada en el kiosco de Gosizdat, la Editorial Estatal de la URSS, situado en la Plaza del Teatro de Moscú, obra del arquitecto Anton Lavinsky de 1924. La doble simetría de la forma repetía las cuatro paredes-pantallas inclinadas hacia el espectador, formadas por estantes para colocar libros y enseñarlos cómodamente. La parte baja consistía de mostrador y el antepecho, un plano liso y opaco con la misma inclinación que la “pantalla” grande con libros, mientras que el techo llevaba el cartel de la editorial. Estos son sólo los proyectos más significativos para el papel urbano de los kioscos. La gran mayoría seguía las formas heredadas y fue construida de elementos típicos de madera o de metal.
El kiosco más conocido y unificador de los espacios públicos de las ciudades de la Europa socialista fue el kiosco K67 del diseñador esloveno Sasha Mächtig de 1966 que fue producido en Ljubljana y masivamente implementado en las ciudades Yugoslavas a partir del año siguiente. Se trata de sistema modular realizado en poli-fibra reforzada cuyo elemento básico era el kiosco de planta cuadrada con conexiones en cada cara que lo hacían infinitamente ampliable.
Posteriormente se añadieron elementos angulares para facilitar la generación de conjuntos más diversos. El uso del kiosco K67 era muy variado: generalmente para vender prensa y comida rápida, pero también como puntos de información, taquillas, tiendas de juguetes y suvenires e incluso llegó a estudiarse su aplicación para la vivienda unifamiliar. Heredero de las ideas del estructuralismo y metabolismo, este elemento de mobiliario urbano seguía la estética y colores de las piezas de Lego, que imponían el elemento de mobiliario urbano a la diversidad de su contenido comercial, haciéndole partícipe del paisaje urbano de una manera determinante.
A mediados de los años 80 las medidas de liberalización económica empezaron por permitir el pequeño comercio de titularidad privada, medida que facilitó la vida en las zonas agrícolas y contribuyó al desarrollo del sector terciario en las ciudades. El punto de partida para el comercio privado en las zonas urbanas fue el kiosco, como modelo de infraestructura de reducido tamaño pero completa y flexible en relación con el contenido. En las ciudades donde el espacio público era dominado por los K67, éstos rápidamente cambiaron de dueños y de usos convirtiéndose en tiendas de productos importados, moda, panaderías y pastelerías, bares, casas de apuestas y, en las épocas de la crisis económica, en casas de cambio de divisas.
Este fue el destino de miles de kioscos que llenaron las ciudades, auto-construidos ilegalmente que muy a menudo repetían las formas de la casa tradicional. Un recuento de 1992, estimaba la presencia de unos 4000 kioscos ilegales sólo en la parte céntrica de Belgrado. El mapeado de su posición y formas daba una imagen precisa del valor económico del suelo de la ciudad y de los paradigmas culturales que definían la arquitectura popular de aquella época. Del cruce de ambos se llegaba a obtener la identidad cultural de la emergente clase media en Europa oriental.
El valor que se acostumbra destacar para el diseño de un kiosco actualmente es su apariencia neutra (Oriol Bohigas, p. e.), aunque esta apariencia sea visible únicamente cuando el establecimiento esté cerrado. En los momentos de apertura, el contenido comercial se apodera de toda la volumetría y se expande a las aceras, algo que marcó la transformación del mobiliario urbano de las ciudades socialistas. Los kioscos como la forma-función mínima y absolutamente flexible fueron los protagonistas de ese cambio, una especie de germen de la economía liberal de escala estatal.
En los tiempos de cuestionamiento de este modelo y de su impacto en la forma y el uso del espacio urbano, quizás vale la pena recordar los kioscos experimentales como referentes urbanos o transmisores de un mensaje determinado o kioscos como elemento que marca y unifica a los territorios más amplios, permitiendo el uso flexible y la expansión libre, pero sin comprometer su carácter arquitectónico.
Jelena Prokopljević. Doctora Arquitecta.
Barcelona. Junio 2016.