A menudo el tiempo diluye la certeza. Aldo Rossi emergió en la segunda mitad del siglo XX como el hombre llamado a iluminar una generación a la sombra de la modernidad. Iconoclasta precoz en su propuesta revisionista del urbanismo contemporáneo, muchos creyeron ver en su teoría el camino a seguir en la definición de una nueva arquitectura. Sus postulados sobre el valor de lo heredado o la capacidad semiológica de la forma, su crítica al ‘funcionalismo ingenuo’ o su firme defensa de la especificidad de la disciplina, sedujeron a sus coetáneos con la misma intensidad que su obra construida lo condenó ante las nuevas generaciones.
Pero pocos dudan aún hoy de la capacidad de sugestión de sus dibujos. Sus edificios transmiten, en ocasiones, una apática distancia con respecto a quien los mira y, en otras, una casi infantil voluntad de comunicar las obsesiones de quien los ha concebido. Rossi nos legó el hieratismo del cementerio de San Cataldo y la ingenuidad formal del Teatro del Mondo.
Sus dibujos, sin embargo, son capaces de evocar visiones sustraídas de una realidad extraordinariamente densa. Dibujaba sus recuerdos y deseos, los inventariaba en catálogos de imágenes que llamaba ‘objetos de afecto’ 1 : chimeneas industriales, viviendas reducidas a esqueletos extraídas de su infancia padana, enormes frontones que había reconocido a lo largo de su vida en teatros o casetas de playa, pilares que sugerían construcciones palafíticas del Adriático. Todos reaparecían de manera obsesiva en los cuadernos de Rossi mucho antes de materializarse en Gallaratese, Broni o Segrate.
Estos bocetos desnudan al arquitecto milanés y lo muestran como un hombre permeable a otras artes y otros tiempos. Hasta sus planos se filtra la influencia de Boullée, del mismo modo que sus dibujos revelan su fascinación por la pintura de De Chirico.
Rossi nunca lo aceptó. El único vínculo que reconocía con Boullée era haber sido responsable de la traducción de sus obras2. Pero las secciones que presentó al concurso del Cementerio de Módena, realizadas en 1971, se empeñan en llevarle la contraria. Es difícil no ver en ellas la herencia de las arquitecturas que, dos siglos antes, había dibujado Boullée. Sólo así se entiende su indefinición constructiva, su rotundidad geométrica o la solidez de las sombras arrojadas.
La pintura siempre había fascinado a Aldo Rossi. En su ‘Autobiografía Científica’ señala ciertas obras de Angelo Morbelli o Antonello da Messina como inspiración de su arquitectura. Pero en esta relación de pintores, lo más llamativo es la omisión de quien parece haber tenido una influencia más determinante, Giorgio de Chirico.
Sus escenas en las que sombras alargadas y colores intensos sugieren un ocaso permanente, sus edificios basados en la repetición secuencial de ventanas y pilares, sus alteraciones de la perspectiva alejadas de la composición renacentista, parecen haber condicionado el modo de ver el mundo de Rossi y, en última instancia, su manera de hacer arquitectura. El vínculo se hace aún más evidente cuando el arquitecto milanés dibuja escenografías pobladas por maniquíes, seres inanimados entre el sujeto y el objeto que habían caracterizado la obra de Giorgio de Chirico. Sin embargo, Rossi parecía empeñado no sólo en matar al padre, sino en hacerlo sin dejar huellas.
No se distingue en el dibujo del arquitecto italiano ningún parentesco con Le Corbusier, con su línea serrada heredera del cubismo. Tampoco con los extraordinarios dibujos de Louis Kahn o Alvar Aalto, ni con las precisas perspectivas de Mies van der Rohe. Su voluntad de alejamiento de la ortodoxia moderna parece haber comenzado con el dibujo. Quizá por eso, en sus años de estudiante en el Politécnico de Milán, el profesor Sabbioni le recomendó el abandono de la carrera3. Rossi no sólo decidió seguir, sino que siempre pareció añorar la torpeza de esos croquis inexactos: ‘…hoy intento recuperar aquella felicidad del dibujo confundido con la impericia y la estupidez…’ 4.
Borja López Cotelo. Doctor arquitecto
A Coruña. febrero 2011
Notas:
1 Rossi, Aldo ‘La Arquitectura Análoga’, en 2C num.2, 1975. pp. 8-11
2 Rossi, Aldo ‘Autobiografía Científica’, p.24 (Ed. Gustavo Gili, 1981)
3 Rossi, Aldo ‘Autobiografía Científica’, p.50 (Ed. Gustavo Gili, 1981)
4 Rossi, Aldo ‘Autobiografía Científica’, p.50 (Ed. Gustavo Gili, 1981)
El teatro flotante regresa a Venecia
MILENA FERNÁNDEZ 1 ABR 2010
En un día de niebla densa y escasa luz, apareció delante de la Punta de
la Aduna, el Teatro del Mundo. Quienes lo vieron no podían creerlo: ¿Un
teatro flotante?. De la noche a la mañana un pedazo de Venecia se había
desprendido y se negaba a hundirse. En realidad se trataba de un nuevo
espacio escenográfico, construido hace 30 años por el célebre arquitecto
Aldo Rossi (Milán, 1931-1997), a quien la Bienal de Venecia dedica la
exposición El Teatro del Mundo, edificio singular. Homenaje a Aldo Rossi, abierta al público hasta el 21 de julio en la sede de la institución cultural.
http://goo.gl/Jnn936