La crisis ha terminado. Los políticos sonríen de nuevo en los periódicos y los medios ensalzan un país que supo mantener la compostura durante cinco años de impía tempestad. Han vuelto las palmadas en la espalda.
Pero tal vez el milagro haya pasado ante mi puerta, una vez más, sin detenerse: los clientes no se agolpan en mi estudio y nadie en mi entorno inmediato ha visto mejorar repentinamente su situación laboral. Por el contrario, en muchos casos, desarrollar la profesión para la que uno se ha formado sigue sonando a quimera. Hay quien incluso encuentra obscena esta aspiración, propia de jóvenes reticentes a mancharse las manos, cuando no de caprichosos, vagos o maleantes.
Mientras tanto, muchos de aquellos que ahora sonríen en los periódicos vanagloriándose de la recuperación económica siguen visitando a menudo los juzgados; de modo que este nuevo milagro tampoco me hará abandonar mi escepticismo.
Así las cosas, es inevitable preguntarse qué hacer. Qué camino debe tomar un arquitecto joven –cada día un poco menos- asentado en una región periférica de un país marginal dentro del gran proyecto paneuropeo, cuando la celebrada catarsis parece ajena a su realidad cotidiana.
Pelea
Roberto Bolaño era de los que creían, según él mismo confesaba, que el ser humano está condenado de antemano a la derrota pero que debe salir y dar la pelea. Considero no obstante –sin ánimo de contradecir al gran Bolaño- que es necesario puntualizar ciertas cosas porque, para el arquitecto, pelear no siempre es sencillo.
Asumamos que la arquitectura, como profesión y como disciplina, es necesariamente mediada. Hay un largo trecho desde la concepción de la obra, abstracta, y su concreción en realidad física; hay muchas manos que intervienen en el proceso, muchas leyes –algunas cabales, otras delirantes o interesadas- que lo condicionan, hay un usuario a menudo ajeno a las sesudas cavilaciones del proyectista, y una realidad tozuda que a menudo se empeña en desfigurar la apolínea arquitectura imaginada. Son, todas ellas, reglas del juego.
Ahora bien, construir –ése es, no lo olvidemos, el fin último y razón de ser de la arquitectura- no es sencillo cuando solo se conocen para llegar a ello dos caminos y ambos están sembrados de minas.
Siempre pensé que los concursos de arquitectura eran uno de esos caminos; que en ellos todos peleaban de igual a igual, sin guantes y a cara descubierta. Imaginaba a los grandes arquitectos bajando a la arena como el insolente Cómodo, como un encapuchado Zidane entregado a duelos nocturnos en canchas de barrio contra pandillas de inmigrantes argelinos1. El tiempo me demostró que no es así. Algunos concursos recurren a mecanismos cuestionables (como el asumido empresa y obra) o incluso perversos. En otros casos sencillamente el fallo es poco transparente o inevitablemente sospechoso; y la sospecha, señala el judío Jacobi, atormenta a aquellos que la albergan2.
El otro camino para construir son los encargos privados. Y en ese camino las piedras las han ido poniendo, día a día, compañeros de profesión. Esto lo hace, si cabe, más doloroso. Los honorarios se han reducido y las condiciones se han degradado en una lucha fratricida por conseguir clientes. Sin reglas, sin ética, sin un sentido de colectivo que ha hecho fuertes otras profesiones.
Por todo ello, pelear por construir es hoy una guerra de desgaste; una campaña encarnizada en la que afloran tanto las desigualdades estructurales –concursos- como los más bajos instintos de supervivencia–búsqueda de clientes-, que en ocasiones derivan en canibalismo. Habrá que leer de nuevo a Bolaño, poeta y vago3,para no desfallecer.
Critica
Según recoge Platón en sus Diálogos, Sócrates -el griego4– reflexionó con algunos de sus discípulos acerca de la inmortalidad del alma en los instantes previos a ingerir con una mansedumbre y una tranquilidad admirables la cicuta que acabaría con su vida. En ese momento postrero, Sócrates se significó como el más clarividente e íntegro de los hombres.
Sin embargo, en la agónica circunstancia actual la crítica arquitectónica tampoco parece haber dado un paso al frente. Si bien la situación es propicia para la calma y la pausa, base necesaria para reflexiones profundas que identifique errores cometidos y extraigan lúcidas conclusiones para el futuro, poco aire fresco parecen haber aportado los críticos durante este lustro de merma en la actividad.
Están, por supuesto, los de siempre. Hay en España mentes claras, con una enorme capacidad de análisis y grandes dotes para la síntesis. Pero ninguna de las que conozco ha sido engendrada por la situación actual, ninguna representa una esperanza longeva para las próximas generaciones.
Pero desgraciadamente son mayoría los que utilizan potentes altavoces para adaptar su discurso al viento dominante. Y han sobrevivido a la crisis. Leemos editoriales de quienes no hace mucho ensalzaban los grandes estudios, de quienes vitoreaban a los vigorosos cadetes del star system –think BIG, exhortaban- defendiendo hoy una arquitectura de mínimos, una arquitectura necesaria (poliédrico adjetivo); encumbran arquitectos o -siempre que es posible- colectivos cuya labor se desarrolla lejos del primer mundo. Incluso se celebran congresos para celebrar el descubrimiento de ese nuevo camino.
Resulta difícil comprender por qué solo una ínfima parte de la crítica ha reaccionado a esta apología de la vacuidad.
Emigra
Quizá el consejo más recurrente en estos días sea el de abandonarse a la búsqueda de nuevos horizontes. Al fin y al cabo, así lo hicieron nuestros abuelos y otros antes que ellos. Lo sabemos sobre todo quienes nacimos en ciertas partes del mundo: se atribuye al maestro Castelao la máxima de que el gallego no protesta, emigra.
Es comprensible la emigración como opción personal. Tal vez hoy sea incluso recomendable, o abiertamente admirable, pues pocos toman esa decisión por propia voluntad. Pero no debemos ver en ello la solución a los males colectivos pues eso sería una venda en nuestros ojos. Un país que pierde a sus jóvenes de forma masiva se desangra; un estado que invierte en formación para mostrarse luego incapaz de consolidar un tejido profesional sustentado por ese capital humano, no solo representa una paradoja sino un absoluto fracaso económico y social.
Para un arquitecto español –al menos para uno formado en ciertas escuelas de España- existe además una particularidad que no facilita su inserción laboral: durante generaciones, la educación del arquitecto tendió a habilitar a profesionales autosuficientes. Esto tiene, obviamente, implicaciones positivas –capacidad de control sobre el proyecto global, sólidos conocimientos técnicos- pero cabe preguntarse si la supervivencia de estos diminutos estudios es posible en el escenario actual. Incluso cuando estos estudios, en una suerte de metamorfosis, devienen a menudo en estructuras horizontales y procesos colaborativos.
Corremos el riesgo de padecer esa sensación de gélido desapego de la realidad encarnada en aquel Meursault que fue extranjero en Argel como lo habría sido en cualquier otra parte5.
Pero a pesar del gris que nos rodea, a pesar de la imposibilidad de luchar en igualdad, de la tibia respuesta de la crítica y de la incierta vía de la emigración, esta generación no debe aún capitular. Porque, queramos o no, todavía nos quedan cosas bonitas por hacer6.
Borja López Cotelo, doctor arquitecto
Coruña, julio 2014
Notas:
1 Según reconoce Zidane en una entrevista publicada en el número 22 de la revista Panenka. Aunque en ella señala como instigador a Edgar Davis…
2 Parafraseando a Isak Jacobi, el usurero de la obra de Bergman Fanny y Alexander (1982).
3 Así rezaba su tarjeta de visita: Roberto Bolaño, poeta y vago. Carrer Ample n13 2-1, Blanes (Gerona).
4 Sócrates (470-399 a.C) fue condenado a morir de este modo por un tribunal ateniense. Es importante precisar que me refiero a este Sócrates, el griego, porque también existió un elocuente Sócrates brasileño.
5 El extranjero, de Albert Camus, es un libro terapéutico en ciertos momentos. Si he de escoger una edición recomiendo la de Gallimard, ilustrada por el gran José Muñoz, que en España publicó Alianza Editorial (2013).
6 Jep Gambardella, cínico protagonista de La gran belleza, responde aliviado: Meno male… Ci rimane ancora qualcosa di bello da fare! cuando una amiga le recuerda que nunca han hecho el amor.
Amnesia necesaria
Publicado por Fredy Massad el jun 23, 2014. en «La viga en el ojo»
Caprichos es la palabra que la directora de la Fundación Arquitectura y Sociedad aplicó −durante el marco del reciente congreso «Arquitectura Necesaria» organizado por dicha fundación− a todas esas «obras llamativas y espectaculares que brotaron en España» (durante el reciente periodo de bonanza económica, se sobreentiende). El uso de tal término no tendría nada de reprochable si no fuera porque el director del congreso, Luís Fernández-Galiano, fue una de las figuras que con más intenso ahínco apoyó y difundió la construcción de dichos caprichos cuando los tiempos eran favorables a estos. Por ello, al asistir ahora a tal afirmación uno no sabe, de entrada, si se encuentra ante un sarcasmo o si bien uno se ha perdido algún acontecimiento, sucedido en el interludio, en el que se encuentre la justificación para este extremo cambio de perspectiva.
[…]
http://goo.gl/y1WV01
Respecto a la crítica, o la teoría, añado un par de apuntes pues es a lo que me he dedicado estos años. Soy de los que considera que el arquitecto es ante todo un pensador, una máquina de pensar, pues la sustancia de su trabajo es literalmente ideal, intelectual. Y los grandes cambios en la historia de la arquitectura han ido de la mano indefectiblemente de la renovación de los paradigmas ideológicos, de la «forma de pensar» como proceso valorativo. Un arquitecto que maneje conceptos caducos sólo puede producir ideas obsoletas, y ellas producirán proyectos anacrónicos. Pero sucede que «pensar» es una tarea mucho más compleja de lo que suponen los arquitectos ibéricos, muy pagados de sí mismos y de su supuesta alta capacitación intelectual.
Sin embargo los que nos movemos en los terrenos pantanosos de la ideación especulativa, encontramos una capacidad de inventiva conceptual infinitamente mayor en el entorno continental y el anglosajón. En España hay gente muy valiosa produciendo crítica de riesgo, pero se encuentran con el muro del ostracismo y la incomprensión de sus colegas, que creen que con manejar cuatro tópicos de sociología y filosofía ya están capacitados para opinar con legitimidad sobre asuntos muy complejos: de aquellos polvos vinieron estos lodos, y tópicos fashion entre los arquitectos jóvenes como la «arquitectura social»; la «ciudad como proceso / organismo» o las «sinergias» llevan en la agenda académica anglosajona, y a un nivel mucho más riguroso del habitual por aquí. La cacareada «Multidisciplinariedad» de la arquitectura española es una broma: asociarse con sociólogos o diseñadores gráficos es ineficaz mientras en otros países se investiga alta tecnología, bioquímica, lógicas complejas o matemáticas topológicas. Por no hablar del absoluto analfabetismo económico de nuestros profesionales, que ni siquiera tras el mayor tsunami financiero-inmobiliario del último siglo se han molestado en aprender las mínimas nociones de estructura económica y el rol del parque construído en ella (más allá, claro está, de simplísimas concepciones bucólicas sobre el origen de los males). Las escuelas se han apoltronado en idearios pleistocénicos, malvendiendo una idea del «arquitecto como Héroe / pastor» absolutamente inoperativa, mientras en otros países trabajan codo a codo con la élite de otras profesiones y disciplinas intelectuales.
Creo que el fracaso de la arquitectura española se debe ante todo a que nuestros arquitectos no son tan brillantes como suponen. Es un hecho: podíamos habernos convertido en la primera potencia de la arquitectura del nuevo siglo (pues la profundidad de la crisis nos hubiese debido llevar a agudizar nuestro ingenio ideativo) pero en la arquitectura de este país cada vez suceden menos cosas interesantes. Por suerte aún estamos a tiempo de enmendar la situación, y dar las oportunidades que se merecen a la gente con talento.
Los nuevos modelos necesitan nuevas estructuras. El caso de la arquitectura española
Juan Freire. 31 octubre 2012
Vivimos una época de transformaciones profundas en que los modelos obsoletos tratan de evitar el cambio o al menos intentan que sea solo cosmético y no afecte a las estructuras de poder que se han mantenido y de las que han vivido (casi siempre por encima de sus posibilidades) hasta hace poco. La arquitectura, los arquitectos y sus instituciones y organizaciones son un caso paradigmático de este proceso conflictivo de transformación. En Babelia Antaxu Zabalbeascoa, Tras el tsunami de la crisis, explicaba hace poco la transformación que se está operando en la práctica de la arquitectura que la autora asocia a la crisis. En mi opinión no deberíamos colocar la crisis como el origen, dado que este profundo cambio cultural y social se inició antes y se ha fortalecido por necesidad o convicción en las circunstancias actuales. Entre este cambio en las prácticas y los intereses de los arquitectos Zabalbeascoa sitúa el activismo urbano y la recuperación del espacio público, destacando el trabajo de Zuloark o Paisaje Transversal, y la reparación de lo ya construido.
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http://goo.gl/M73k91
Pasan los años y parece que el panorama sigue igual…