viernes, noviembre 22, 2024
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Distancias | Óscar Tenreiro Degwitz

En el Delta del Orinoco hoy, arquitectura con raíces y deseo de mundo. Foto Juan Tenreiro

He insistido mucho en las distancias entre nuestro espacio cultural y el de los centros donde se produce la arquitectura más divulgada. Nuestro mundo sigue estando en muchos aspectos asediado por múltiples dificultades de convivencia. Esa carga se proyecta junto a muchas otras en nuestras posibilidades de dar forma a una arquitectura. Por ejemplo, no es posible discurrir sobre la vida doméstica tropical, marcada por la apertura, el espacio intermedio (interior-exterior: el corredor, el balcón), la comunión con un ambiente grato, la vivencia de un clima, hacer de ello doctrina o premisa para la concepción de la casa, si la realidad urbana de todo el país nos obliga al encierro, al límite, a la cerca electrizada, a la protección permanente. Recuerdo en mis tiempos de estudiante (nuestro crimen urbano es de vieja data) que en Caracas toda idea de ventana exigía la superposición de rejas protectoras. Eso, en tiempos de la “Glass House” de Philip Johnson en Connecticut, y en California las viviendas de Richard Neutra y las “Case Study Houses” de Craig Ellwood. Referencias de una arquitectura abierta al ambiente inmediato, al paisaje, que circulaban en la Facultad.

Eso era un simple detalle en ese entonces porque había una actividad muy vigorosa, y parte importante de nuestro sector dirigente veía en la arquitectura “moderna” un medio para sumarse a una prevaleciente idea colectiva de avance y progreso. Desde aquí, pensábamos, podía decirse una palabra válida en la escena arquitectónica universal. Podían reinterpretarse para relanzarlos, hallazgos de otros medios, aunque las restricciones negativas del proceso social, como ese temor al crimen, actuasen, como siguen actuando hoy, como un peso incómodo.

Alejamiento

Pero ahora la carga negativa se ha hecho enorme. Acompañada por un estancamiento cultural con muchas direcciones. Como síntoma también parcial y focalizado, vale hacer notar que la clase media acomodada, que abrió espacio durante décadas a la realización de experiencias arquitectónicas de valor, se entrega hoy a reproducir el Kitsch internacional. En el importantísimo terreno de la vivienda de interés social, que produjo muy buenos ejemplos, hemos sufrido perniciosos rebotes del populismo. Que alejó con la excusa de la optimización económica la idea de los modelos arquitectónicos como referencias necesarias y generalizables. Desde el marxismo se insistió por décadas en que la vivienda era un problema de número y producción relegando el valor arquitectónico o la formación de ciudad. Y se impuso un prejuicio que abrió paso a la bajísima calidad de la vivienda económica en nuestro país, campo de vendedores de sistemas constructivos que sirven para construir ratoneras. Hasta caer hoy en manos de las mediocridades iraníes, chinas, bielorusas o cubanas, preferidas del oficialismo por revolucionarias. Y más grave aún, mientras en los centros, la arquitectura ha ganado terreno como expresión esencial de la cultura, aquí lo ha perdido. Una situación que si es atribuible a nuestra fragilidad también es fruto de los coletazos tardíos (como es propio en las periferias) del relativismo posmoderno que le dio un segundo aire a los estilos, convirtiendo además en premisa la sujeción al cliente.

Mercadería

Ese apaciguamiento posmoderno del empuje moralizante de la arquitectura, para convertirla en mercadería, se regó por todas partes, pero en medios culturalmente inmaduros como el nuestro, tuvo un efecto devastador porque legitimó la imitación epidérmica, lo falso, la idea de la arquitectura como simple escenario, tendencias típicas de las periferias pero ya convertidas “ideológicamente” en opciones válidas. Si los arquitectos universalmente se quitaron el ropaje de luchadores sociales, las sociedades desarrolladas de todos modos imponen exigencias. Mientras en países como el nuestro, sin un peso institucional equivalente, con un nivel muy bajo de capacidad crítica, ese cambio actuó como la licencia para entregarse a la fiesta de las imitaciones “light”, ajenas e incluso antagónicas a las realidades sociales, culturales y técnicas.

En nuestras escuelas de arquitectura, con la excepción de nichos que resisten, encontramos a cada paso ejemplos de torpes lecturas de lo más conocido. El vendaval formal de la arquitectura de éxito se convierte en manjar que seduce al joven, deseoso de integrarse a ese mundo brillante sin percibir lo que conforma su territorio, el espacio que le dará valor y especificidad a sus esfuerzos. El auge de la parafernalia cibernética, trajinada como “lo nuevo” en los centros, se convierte aquí en fiesta provinciana de disfraces. Y aunque sabemos que la imitación puede ser el origen de un proceso de asimilación que se va dejando atrás como etapa que permitió el desarrollo de un lenguaje personal, se requiere rigor. Se requiere superar lo superficial, en búsqueda de mucho más que la imagen. Se impone el esfuerzo por dominar el mundo técnico-económico que permite construir una arquitectura con raíces. De otro modo, como sostenía el Ing. August Komendant en una entrevista que publicamos hace algunos años, esa especulación con figuras no es sino producción de imágenes “sopladas al viento”.

Esto último es lo que uno siente al ver por Internet algunos de los premios y menciones de cierto concursos. No es fácil entender lo que pasó por la mente del Jurado y menos por la de los miembros ilustres de lo mismos. El grueso de los resultados premiados no enorgullece sino a los autores. Una muestra del estancamiento que vivimos. Que iremos superando: hoy daremos una señal.

Óscar Tenreiro Degwitz, arquitecto.
Venezuela, septiembre 2010,
Entre lo Cierto y lo Verdadero

Óscar Tenreiro Degwitz
Óscar Tenreiro Degwitzhttps://oscartenreiro.com/
Es un arquitecto venezolano, nacido en 1939, Premio Nacional de Arquitectura de su país en 2002-2003, profesor de Diseño Arquitectónico por más de treinta años en la Universidad Central de Venezuela, quien paralelamente con su ejercicio ha mantenido ya por años presencia en la prensa de su país en un esfuerzo de comunicación hacia la gente en general de los puntos de vista del arquitecto acerca de los más diversos temas, entre los cuales figuran los agudos problemas políticos de una sociedad como la venezolana. Tenreiro practica así lo que el llama el “pensamiento desde y hacia la arquitectura”, insistiendo en que lo hace como arquitecto en ejercicio, para escapar de los estereotipos y cautelas propios de la “crítica arquitectónica”. Respecto a la cual no oculta su desconfianza, que explica recurriendo al aforismo de Nietzsche sobre el crítico de arte “que ve el arte desde cerca sin llegar a tocarlo nunca”.
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