En el libro Grandes Calles, Allan B. Jacobs dedica la segunda parte a recopilar una serie de «calles que enseñan». Entre ellas figura la Quinta Avenida, a la altura de Central Park. Jacobs apunta que
«Tanto el parque como la calle parecen de fácil acceso».
En torno a la Quinta Avenida aparecen varios de los principales museos de Nueva York. Algunos se ubican en antiguos edificios residenciales. Otros destacan entre el caserío, como el MET o el Guggenheim. Mientras que otros se descubren en las inmediaciones, como el Whitney o el MoMA.
Recorrer los museos neoyorkinos continúa la experiencia de recorrer sus avenidas. La afluencia de público o la cantidad de obras a las que se puede acceder convierten un paseo por sus salas en una experiencia agridulce, dónde se combina la fatiga con la sorpresa.
Amplificado y domesticado por Yoshio Taniguchi, el MoMA se ha transformado en un «supermercado de dos velocidades, una para los ricos, con restaurante francés, y la otra para la multitud, con cafetería» —en palabras de Marc Fumaroli—, sin renegar su vocación primera de celoso templo del arte. Centenares de fieles se elevan ávidos en una escalera mecánica mientras Christina aguarda paciente en su lienzo.
La vida de la calle se ha trasladado a los museos. En la ciudad que bautizó y canonizó al arte moderno —volviendo a Fumaroli— son extensiones de la trama urbana, con su historia, sus hitos y sus imágenes. Y, siguiendo el juego, las calles, las grandes calles, se han convertido en museos.
antonio s. río vázquez . arquitecto
a coruña. augusto 2012
Autor del blog, El tiempo del lobo