Cuando se habla de la relación entre la arquitectura y el paisaje, se suele valorar la relación del volumen con el entorno, la relación de su materialidad con la naturaleza del contexto, fondo y forma, o incluso las relaciones de escala que se generan. En pocas ocasiones se suelen valorar los nuevos puntos de vista, en cuanto nuevas lecturas que permitirán entender el paisaje, que las arquitecturas generan. Se suele hablar de las vistas, pero no del concepto de visión, de nueva sensación que determinados emplazamientos pueden ofrecer.
El estudio de Steven Holl ha finalizado la compleja construcción de un nuevo equipamiento cultural en Nanjing, cerca de Shangai en China. El Museo de Nanjing dedicado al arte y la arquitectura esta considerado como la puerta de entrada a un nuevo modelo cultural todavía en desarrollo en China, el que liga turismo y arte.
Desde este punto de vista el edificio del museo debía ser en sí mismo un reclamo turístico y dotarse de cierta espectacularidad para atraer a los turistas, más allá del valor de sus colecciones o exposiciones.
El museo transformado en sí mismo en un objeto escultórico explora los puntos de vista cambiantes, las visuales sobre los paisajes que rodean su ubicación intentando recuperar las sensaciones de las composiciones espaciales que se pueden ver en las pinturas tradicionales Chinas mostradas en las galerías del propio museo. Su planteamiento formal persigue el de una atalaya que se eleva en las orillas del lago.
El edificio se divide en dos piezas una inferior, a ras de suelo construida con muros de hormigón negro encofrados con cañas de bambú de la región, lo que otorga a este volumen una textura que conecta perfectamente con el imaginario del paisaje rural de Nanjing. Sobre este zócalo oscuro se levanta en el aire una pieza blanca y horizontal que apoyada en dos grandes núcleos de comunicación caracteriza la imagen del edificio, además de dotarlo de esa pretendida espectacularidad.
Una escalera exterior metálica cruza el vacío entre estos dos espacios para permitir al visitante acceder al volumen superior e iniciar un recorrido por esas salas que le permitirá múltiples y cambiantes visiones sobre los bosques, el lago y la niebla que cubre la región, hasta finalizar su recorrido en una sala cuyo inmenso ventanal se abre sobre la visión lejana de la ciudad de Nanjing, antigua capital de la dinastía Ming y centro del arte Chino.
Un ejemplo más cercano es el del Centro KREA de Vitoria, obra del estudio de Roberto Ercilla y Miguel Angel Campo. Si en el caso de Holl el paisaje a interpretar es el natural del entorno, en el caso del KREA se transforma en el paisaje edificado.
En un área en expansión de la ciudad nace este complejo conformado por un antiguo convento neogótico y una nueva estructura construida en acero y vidrio. La obra se articula en el diálogo entre el antiguo Convento y la nueva edificación, que serpentea junto al viejo edificio, se eleva por encima de él para acabar posándose en el claustro. Este complemento está concebido como un icono, con una imagen formal rotunda y a la vez sencilla y reconocible, que actúa de contrapunto al antiguo convento transformado hoy en centro de arte.
Los dos edificios tienen una lectura independiente y se confrontan entre si, pero sin establecer competencias formales dada su distancia histórica, material y volumétrica. El nuevo edificio revaloriza la arquitectura preexistente, y su fachada compuesta por varias capas de diferentes vidrios acentúa el contraste entre ambos y a su vez el cerramiento elegido permite una lectura limpia de la forma y de la estructura. Es por este motivo por el que la rotundidad formal de la nueva edificación permite una manipulación cambiante sin que por ello pierda su identidad y al mismo tiempo refuerza la imagen representativa del centro de arte.
Los espacios amplios y diáfanos de la arquitectura contemporánea contrastan con los espacios propios de la arquitectura tradicional, generando de nuevo por oposición un diálogo entre ambas edificaciones. Pero tal vez uno de los puntos más interesantes del nuevo elemento es que su recorrido permite novedosos puntos de vista sobre el convento y los nuevos espacios generados entre ellos. Permite ver las cornisas o los detalles del viejo edificio a la altura de los ojos, o incluso desde arriba, es decir provocando nuevas lecturas sobre un antiguo edificio ya consolidado en la trama de la ciudad.
En una época en la que la visión está sobrevalorada respecto cualquier otro de los sentidos, la arquitectura no tiene porqué limitarse a lecturas hechas desde el exterior, desde la contemplación de su volumen o fachadas, sino que por sí misma puede generar nuevas imágenes, nuevas realidades vistas desde otros puntos de vista.
íñigo garcía odiaga. arquitecto
san sebastián. julio 2011
Publicado en ZAZPIKA 03.07.2011