En 1993, el prestigioso arquitecto y crítico finlandés Juhani Pallasmaa, formulaba una idea de refundación de la Arquitectura en base a una vuelta a los orígenes de la disciplina, apelando a la ecología como compañero de viaje de los futuros arquitectos:
“No puedo imaginar otra perspectiva deseable en el futuro que una forma de vida ecológica, en la que la arquitectura retornaría a la idea inicial del funcionalismo, derivado de la biología, y arraigaría nuevamente en su substrato cultural y regional. Esta arquitectura, que podría llamarse funcionalismo ecológico (…) implicaría una tarea paradójica hacerla contemporáneamente más primitiva y más refinada… La arquitectura ecológica significa que el edificio es más un proceso que un producto”.
En el actual momento de crisis, perdida ya la confianza de la sociedad en el colectivo de arquitectos, la identidad del licenciado en Arquitectura se ve menoscabada hasta hacerle dudar de la necesidad o demanda que el resto de la sociedad tiene de sus servicios profesionales. No es para menos, habiendo demostrado que tanto las altas esferas políticas han sobrepasado los límites imaginables de las fantasías faraónicas ayudados de su arquitecto de cámara más fiel que cumpliera sus inefables deseos y ambiciones de posteridad.
Sí, unos 4.700 años después, hemos asistido a la construcción de todo tipo de Saqqara (por citar el primer gran ejemplo de arquitectura faraónica), donde el propio faraón Djoser reclamaba al gran arquitecto Imhotep que su legado arquitectónico lograse alcanzar un lugar digno para su cuerpo momificado. Elige tú, querido lector, cualquiera de las recientes o futuras Saqqaras (llámense “Ciudad de las Artes y las Ciencias”, “Ciudad de la Cultura”, “Eurovegas”…), sustituye al faraón por un politiquillo con ínfulas de los de ahora, elige un starchitect, y … voilá, “Beguin the beguine”!!
Ejercer una sana crítica es oportuno y hasta necesario. Pero siempre he entendido que todo buen ejercicio crítico siempre posee dos cualidades básicas: una, un análisis profundo y riguroso del problema; y otra, un diagnóstico encaminado a abrir vías de exploración por donde otros (los atentos receptores del mensaje) transitarán más tarde a la búsqueda de nuevos horizontes. En este sentido, quería aprovechar este post para compartir contigo, amigo lector, esa preocupación por el desarrollo sostenible en lo que concierne al papel del arquitecto en el futuro inmediato en vías a la implementación de la Directiva 2010/31/UE hacia el objetivo del 20/20/20 para su puesta en marcha en 2020 en todos los edificios de nueva planta (o sea, pasado mañana), y en 2018 en los de la Administración Pública (mañana mismo, vaya).
Con motivo de la feria CONSTRUARQ 2013 que acaba de concluir, fui invitado a dar pronunciar una conferencia en la E.T.S.A. de Valladolid donde abordé este tema. Por una parte, mostrando la responsabilidad que, como arquitecto, tenemos en el “compromiso con nuestro planeta” (por decirlo de alguna manera), en tanto que agentes del proceso de edificación, como dice la L.O.E. Sí, querido lector, el arquitecto debería saber que “el 40% del consumo total de energía en la Unión Europea corresponde a los edificios” (no lo digo yo, lo dice el punto 3 del preámbulo de la citada directiva europea, casi ná). Está también en nuestras manos como profesionales ayudar a corregir ese calentamiento del planeta por la emisiones de gases nocivos, con pocas y sencillas decisiones.
En la conferencia, expuse el caso nada conocido de Le Corbusier, quien sufrió como nadie y en sus propias carnes la crítica a una arquitectura que estaba por encima del bien y del mal, sin considerar al usuario, ni al promotor, ni al medioambiente (los tres grandes pilares de lo que llamamos “desarrollo sostenible”). En su Citè de Refuge (1929-33), el maestro franco-suizo se topó con e que sería el gran fracaso de su carrera, no solo por las quejas de los habitantes recocidos de su presuntuoso edificio con muro cortina, sino por estar incluso sentado en el banquillo al ser llevado a pleito por las autoridades parisinas. Tras esta nefasta experiencia, sus proyectos encaminados a conseguir la caja isotérmica perfecta y universalmente válida en todo lugar, Le Corbusier cambia el rumbo de su praxis profesional con la introducción del brise-soleil, verdadero “sexto punto de la nueva arquitectura” que nunca se incorporó a su célebre manifiesto de los “cinc points” de 1927. Este nuevo cambio ponía en valor al ser humano, finalmente representado por el Modulor, quien iba a habitar los espacios de sus nuevos edificios envueltos en una piel profunda de parasoles orientados según el “epure du soleil” aplicado a cada emplazamiento geográfico concreto. E incluso, a partir de 1950, pondrá en marcha un sistema metodológico para su aplicación sistemática en sus proyectos con el “Grille Climatique”. Ausentes estos asuntos de todos los estudios sobre Le Corbusier, no es menos cierto que quizá hoy más que nunca convenga desempolvar esa historia nunca contada del gran maestro de la arquitectura del siglo XX para recibir, otra vez más, una lección de Arquitectura para los nuevos tiempos que nos esperan.
Sin embargo, no podemos conformarnos solo con admirar la obra legada por el maestro. Le Corbusier nos advirtió del mecanismo heliotécnico. Oíza nos dibujaba la arquitectura en paralelo a la respiración del cuerpo humano, e incluso al de nuestro sistema nervioso. Hoy tenemos a nuestro alcance otros medios informáticos que nos permiten una aproximación más científica y completa a los parámetros bioclimáticos que afectan al emplazamiento en el que un nuevo edificio se va a levantar. Si al principio de cualquier proyecto pasamos días con un largo briefing tomando notas de todo tipo y procedencia, deberíamos incorporar estos desde el principio, de manera que el resultado pudiera estar comprometido en términos de sostenibilidad sin perder un ápice de interés en lo que a la Arquitectura se refiere. Y, como advertía Oíza, podemos conseguir que la arquitectura se comporte como un organismo o ser vivo, aplicando protocolos de actuación a las centralitas que deberían gobernar los sistemas de acondicionamiento activo de cualquier edificio, por pequeño que éste sea. Una sencilla red de sensores, un sistema de control, y una monitorización de los procesos bastan para que ese ideal de eficiencia energética esté más cerca. Y controlando el desorden, su entropía al fin y al cabo, podremos quizá recuperar nosotros, los arquitectos, el respeto, la confianza y la autoestima perdidos en los últimos tiempos. Y quién sabe si lograr eso que Pallasmaa creía ver hace justo 20 años para el futuro, ese “funcionalismo ecológico“…
Sin estar de acuerdo con Luis Fernández Galiano al dudar de “si es sostenible la arquitectura sostenible”, tampoco es menos cierto que hoy nos encontramos con “Premios de Construcción Sostenible” (en Castilla y León, sin ir más lejos), donde arquitectos se disputan un galardón de dudoso mérito sin que la cualidad de la Arquitectura exhibida sea objeto de valoración alguna, al tratarse de certámenes que devalúan nuestro oficio de la Arquitectura a meras construcciones. Porque digámoslo claro: ahora asistimos a una nueva farsa, con el nuevo mercadeo de “sellos verdes” en el que las autoridades confían para recobrar sus aspiraciones político-mediáticas… Pero éso, amigo lector, es un tema del que hablaremos en otro post, a no mucho tardar…
Rodrigo Almonacid [r-arquitectura] · doctor arquitecto
valladolid. abril 2013
Nota:
Mientras tanto os ofrezco la posibilidad de ver mi presentación PWP que he colgado en Slideshare con la conferencia de la CONSTRUARQ 2013 acerca de todos estos asuntos.