Al cruzar la puerta del hotel Radisson SAS, en la bulliciosa avenida Vesterbrogade, algo extraño ocurre. El tiempo parece suspendido. Al otro lado de la calle, el Tívoli se enfrenta con su onírica exhuberancia a la estricta geometría que Arne Jacobsen dibujó para su torre en el Centro de Copenhague.
Pero en el vestíbulo del Radisson, todo parece responder a un universo de formas puras, de líneas rectas. Hasta que al fondo distinguimos, agrupadas en racimos, unas figuras ovoides: allí se encuentran varios ejemplares de la silla huevo.
El diseñador noruego Henry Walter Klein había patentado a lo largo de la década de 1950 diferentes procesos de moldeado de plástico y en 1956 había fabricado su silla Modelo 1007.
Jacobsen asumió en su silla huevo los avances que las investigaciones de Klein habían supuesto en la fabricación de muebles, y se fijó en el Modelo 1007 para dar forma a la silla que poblaría el enorme vestíbulo del Hotel SAS.
Como en otras ocasiones, la manufactura del diseño sería confiada a Fritz Hansen, empresa que hubo de utilizar bajo licencia algunas de las patentes de Henry W. Klein.
La silla huevo exprimía las posibilidades esculturales de los nuevos procesos de moldeado del plástico pero conseguía, ante todo, unir en un todo coherente las diferentes piezas de cualquier silla:
el asiento, el respaldo y los reposabrazos se resolvían con una única carcasa cóncava.
Para optimizar las posibilidades del modelo, la fijación al suelo se resolvió con un mecanismo metálico que permitía un leve balanceo de la silla, y se le añadió un cojín que hacía más cómodo el asiento. La forma resultante parecía una invitación a sentarse, casi una estancia antes que una silla, un objeto envolvente destinado inevitablemente a albergar a alguien en su interior.
La producción de la huevo nunca fue masiva. La fijación del recubrimiento a la estructura debía ser hecha manualmente y el proceso exigía una precisión que no estaba al alcance de cualquier empresa. Al margen de los procesos de moldeado mecánicos, cada ejemplar de la silla requiere un trabajo artesanal que supone que, aún hoy, la producción no supere los diez ejemplares por semana.
Para Fritz Hansen, la huevo se convirtió en un símbolo desde los primeros modelos producidos en 1958. Con motivo de su cincuenta aniversario lanzó una serie limitada de ejemplares estampados, que mostraban la vigencia del diseño de Jacobsen.
En un recorrido por los iconos del diseño del siglo XX no podríamos obviar las aportaciones de Jacobsen -la silla huevo, la Swan o la Ant– pero tal vez excluiríamos las piezas del noruego Henry Klein. Sin sus patentes y sus ensayos con materiales plásticos, sin embargo, habría sido imposible concebir una pieza integral y rotunda como la huevo.
Pero el reconocimiento llega, a menudo, para quienes intuyeron el potencial de una idea antes que para quienes la engendraron.
Y la historia tiene una memoria frágil.
Borja López Cotelo. Doctor arquitecto
A Coruña. enero 2011