En 1917 la cartografía de la nueva Europa se dibujaba al ritmo de los cañones aliados. Gerrit T. Rietveld, ocupado en el trabajo cotidiano de su taller de muebles en Utrech, permanecía ajeno a esta realidad. Él prefería dibujar los planos de una nueva silla.
Gerrit T. Rietveld trabajaba en el taller de su padre desde el año 1900. Con doce años había abandonado la escuela primaria y había comenzado su relación con el diseño de muebles. Los cursos nocturnos de dibujo en la Kunstindus-Trieel Onderwijs der Vereeniging y los posteriores estudios con P. J. C. Klaarhamer despertaron en Gerrit T. Rietveld el interés por la arquitectura y las artes aplicadas. La atmósfera en Holanda durante esas primeras décadas del siglo XX estimulaba las nuevas búsquedas estéticas, en un país cuyas vanguardias preconizaban el colapso de los antiguos modos de hacer basados en la inspiración histórica y naturalista.
Una silla no parecía encajar en este clima de catarsis artística. Vilmos Huszár, Antony Kok, Johanes Jacobus Pieter Oud, Piet Mondrian y Theo van Doesburg fundaron la revista De Stijl en 1917 con la voluntad de encontrar nuevas vías de expresión adaptadas a su época. Su primer número contenía el manifiesto neoplasticista –era época de grandes manifiestos, en las artes y en la guerra- elogio del orden geométrico, los colores puros y la integración disciplinar. Ese mismo año, Gerrit T. Rietveld ultimaba su silla roja y azul, que entonces aún no tenía color.
‘En el fondo, sentarse es una actividad sencilla’,
escribió Gerrit T. Rietveld en 1930. Por eso le sorprendía que –a diferencia de otros objetos como la bicicleta o la cuchara, que parecían haber encontrado su forma óptima- la silla no hubiese sido todavía resuelta de manera satisfactoria.
‘La silla no necesariamente debe ser una representación de la idea de sentarse, sino que la silla es como si fuera la parte inferior de un hombre sentado, la prolongación de una ágil espina dorsal; por eso su estructura no se ha resuelto tan fácilmente…en cada período esto se ha realizado de forma diferente. De esta manera surgió una enorme variedad de tipos de sillas’.1
Así que la silla roja y azul quiso ser la silla de su época, y –deliberadamente o no- lo fue también de su lugar. Fue la silla del neoplasticismo, de la Holanda vanguardista del inicio del siglo XX. Su estricta configuración geométrica y su rigurosa jerarquía cromática –negro para el esqueleto, amarillo para los cantos de las piezas que lo componen, rojo y azul para las superficies de asiento y respaldo- hacen de la silla otro manifiesto neoplasticista, más elocuente que aquel publicado en el primer número de De Stijl.
Gerrit T. Rietveld había concebido la silla sin color, y sólo más tarde comenzó a experimentar con este nuevo factor: los primeros intentos con blanco, gris y negro fueron más tarde –debido en parte a la influencia de Piet Mondrian- sustituidos por los definitivos rojo y azul, inalterados desde 1918.
La silla se convirtió entonces en el primer ensayo tridimensional de los postulados neoplasticistas, que hasta ese momento no se habían emancipado de los lienzos de Piet Mondrian y sus compañeros. El diseño de la roja y azul respondía también a otra premisa: la facilidad de montaje y la posibilidad de producción en serie, evidenciando así una voluntad de ‘arte aplicada’ que saciaba la originaria aspiración del grupo de Leiden.
Pero la silla roja y azul no es un cómodo asiento donde arrellanarse, pues el cuerpo humano –a diferencia de ella – no está hecho de líneas rectas y planos secantes. Gerrit T. Rietveld nunca aspiró a eso, sino a llevar el nuevo arte a un objeto cotidiano.
La silla roja y azul no se ampara en la ergonomía para justificarse. La fuerza motriz en el nacimiento este objeto parece haber sido en cambio el inconformismo, el hastío hacia lo ya visto que reconocemos en un acorde inaudito, en un trazo novedoso o en el penalti insolente inventado por Panenka. Quizá porque Gerrit T. Rietveld la dibujó mirando hacia delante. Sin volver la cabeza.
Borja López Cotelo. Doctor arquitecto
A Coruña. agosto 2011
Notas: