La Roiba es parte del lugar
La Roiba se construyó como mínimo en tres tiempos. Apilando capas, igual que se construyen las playas en las que se van acumulando estratos de sedimentos arrastrados por el mar. Su base, aquellos muros de mampostería de granito sobre los que se asienta, hablan de una historia previa, la de una fábrica de salazones que ocupaba el lugar. Sobre esos muros se levantó un volumen sencillo, con vuelos achaflanados que parecen intentar domar mediante su geometría las envestidas de las olas y de las mareas que intentan recuperar los lugares que la arquitectura les disputó. Años más tarde una ampliación en la cubierta, acabó por cerrar el perfil característico que hoy todos conocemos.
Sin lugar a dudas la construcción de esta casa habla de los que la habitaron, aquellos que querían disfrutar del lugar y para eso tenían que entenderlo; entender su mareas y temporales en unos primeros instantes y entender la pesada lluvia después, que la gran cubierta de la ampliación parece llevar en un gesto limpio hasta el mar.
Al fin y al cabo el lugar es topografía, pero también es clima. Poco a poco, paso a paso se construyó la casa y con ella el lugar. La arquitectura puso sus elementos y a ellos la naturaleza le sumó los suyos.
Puede que el tiempo aún siga construyendo el lugar y la casa, que ambos estén aún sin acabar, que sigan en transformación. Como un acantilado que siempre es el mismo, aunque constantemente se esté modificando, que por lo tanto es nuevo cada día, aunque se formase hace milenios.
Al pensar en La Roiba recuerdo las palabras que Eduardo Chillida dedicó a la música de Juan Sebastian Bach y no puedo librarme de ellas al ver la casa.
“Moderno como las olas. Antiguo como la mar. Siempre nunca diferente, pero nunca siempre igual.”
íñigo garcía odiaga. arquitecto
san sebastián. julio 2014