Todos los arquitectos conocemos la Exposición Universal de Barcelona de 1929 casi únicamente por lo que supuso para la arquitectura moderna la construcción del mítico “Pabellón de Barcelona”, es decir, el Pabellón de Alemania de Mies van der Rohe. Aquel evento internacional surgido de la necesidad de apertura de un país aislado al sur de los Pirineos tras la Primera Guerra Mundial, fue impulsado por el sector industrial (principalmente compañías eléctricas y energéticas) que albergaban grandes expectativas de futuro al final de “los felices años 20”, aunque en España esa “felicidad” estaba muy restringida a ciertas capas sociales favorecidas por una Dictadura Militar y por la herencia de unas estructuras socio-económicas decimonónicas totalmente obsoletas e inútiles para la gran mayoría de los ciudadanos.
En ese contexto, aquella exposición de palacios y pabellones —según la definió Solá-Morales1— mostraría una síntesis arquitectónica de ese confuso momento por el que transcurría la Arquitectura, aún deudora de un academicismo historicista (nacional) o de un noucetisme (catalán) por una parte, pero al tiempo con anhelos de desplegar las doctrinas de las nuevas vanguardias europeas en boga (neoplasticismo, funcionalismo y constructivismo, principalmente).
La fortuna quiso que coincidiera la voluntad de la Confederación Hidrográfica del Ebro (C.H.E.) de querer construirse su propio pabellón al margen del stand asignado dentro del Pabellón de España, y la joven madurez de un arquitecto aragonés, Regino Borobio Ojeda (1895-1976), consultor por entonces de la compañía industrial zaragozana.
Con apenas una década de experiencia profesional, pero habiendo demostrado su capacidad con interesantes obras de muy diversa índole2, Borobio recibió el encargo de proyectar apresuradamente el Pabellón para la C.H.E. ya estando inaugurada la exposición para entonces, proyecto que fue completado en el mes de mayo y terminado de construir entre junio y septiembre, siendo finalmente inaugurado por el rey Alfonso XIII el día 4 de octubre.
De su repercusión en los medios de comunicación de la época deducimos su mínima relevancia, algo que tampoco es de extrañar. Tampoco en las revistas especializadas tuvo apenas cabida. Sin embargo, hoy podemos juzgar que aquella pieza, síntesis personal del autor de ciertas arquitecturas holandesas (Berlage, Dudok, Oud, Rietveld, Buijs,…), se erigió en una de las más vanguardistas de la exposición, comparable en tema, expresión formal y modernidad al Pabellón de Suministro de Electricidad en Alemania, casi tan desconocido como el de Borobio si no hubiera sido por el renombre de su autor: el mismísimo Mies van der Rohe.
El incuestionable valor plástico del pabellón de Borobio fundamenta su interés en una moderna oposición de contrarios. Se trata de un juego dialéctico con modernos equilibrios alcanzados por contraste y dinamismo: el cubo central contra la torre y volúmenes periféricos, la cubierta horizontal contra el hito vertical, la desnudez de las lisas fachadas blancas contra el grupo escultórico alegórico de tres diosas situadas para recibir al visitante, la masividad y ausencia de huecos contra la ligereza de la esbelta torre de vidrio con luminoso nocturno y lettering… y, a otra escala, su rotunda abstracción como “edificio-objeto” en clara oposición al conjunto figurativo del ecléctico e historicista vecino Palau Nacional.
Desconocemos la opinión de los visitantes acerca de este Pabellón para la C.H.E., pero su corta vida y la entidad del promotor tampoco presuponían gran trascendencia. Aquel efímero y silencioso objet trouvé pasaría seguramente muy inadvertido entre tanto ruido y parafernalia. Ni siquiera la historiografía moderna (Carlos Flores, Oriol Bohigas, Lluís Doménech) supo rescatar su valía, quedando en el mayor de los olvidos hasta que fuera “rescatado” en una monografía del arquitecto aragonés más recientemente3. Tampoco sus planos originales han llegado hasta nosotros, lo cual deja en serias dificultades a cualquiera que desee seguir investigando en él…
Sirva esta pequeña nota como reconocimiento a este episodio vanguardista que resultó ser tan fugaz como precoz en la incipiente Modernidad española. Un historia de “lo moderno”, por cierto, aún pendiente de ser completada con otros muchos objets trouvés dispersos e ignorados como éste.
Rodrigo Almonacid [r-arquitectura] · doctor arquitecto
valladolid. junio 2017
Notas:
1. SOLÁ-MORALES RUBIÓ, Ignasi: La arquitectura de la Exposición; Palacios y Pabellones. BARCELONA: Ed. Grandes Temas L’Avenç S.A., 1979.
2. POZO MUNICIO, José Manuel: Regino Borobio Ojeda (1895-1976). Modernidad y contexto en el primer racionalismo español. Zaragoza: Ed. Colegio Oficial de Arquitectos de Aragón, 1991.
3. Véase nota 2. J. M. Pozo destaca precisamente a este pabellón y a la sede de las oficinas de la Confederación Hidrográfica del Ebro (Zaragoza, 1933-36) como sus dos obras más destacadas, dignas de estar entre las pioneras de la arquitectura moderna española. Op. cit. p.31.
[Imágenes tomadas de la monografía citada de José Manuel Pozo Municio y tratadas por el autor]